La erupción de El Hierro terminó hace año y medio tras cinco meses de actividad, pero la presión acumulada bajo los fondos marinos donde surgió el volcán se ha seguido liberando en forma de gases de CO2 inapreciables en superficie, que brotan por siete conos diferentes y a pulsos.
El equipo científico que regresó al lugar de la erupción en marzo en el buque “Ramón Margalef”, de Instituto Español de Oceanografía (IEO), para desarrollar la campaña “Vulcano El Hierro” completa en estas semanas el análisis de los datos que se recogieron durante sus 15 días de exploración del Mar de Las Calmas.
El grupo Vulcano, conformado por investigadores del IEO, las dos universidades canarias, el Banco Español de Algas y el Museo de Ciencias Naturales de Santa Cruz de Tenerife, tiene previsto volver a La Restinga en octubre, coincidiendo con el segundo aniversario del inicio de la erupción, para seguir estudiando cómo se encuentra el volcán y tomar nuevas muestras del estado del medio marino.
Su coordinador, Eugenio Fraile, del centro del IEO en Canarias, no oculta que todo el equipo está ansioso por obtener más información de la primera erupción submarina ocurrida en España en los últimos 500 años de historia vulcanológica, un acontecimiento que está ofreciendo a la ciencia un laboratorio natural para estudiar desde el vulcanismo hasta el cambio climático.
“En la primera de las tres campañas Vulcano que tenemos previstas -la desarrollada en marzo- encontramos cosas impresionantes, cosas que nunca antes habíamos visto. Así que estamos como locos por ver qué explicación científica podemos darle”, ha señalado a Efe Fraile.
La batimetría de la zona y las 36 estaciones hidrográficas realizadas por el “Ramón Margalef” sobre el volcán confirmaron algo que ya se suponía: que el magma formó varios conos alineados sobre una misma falla transformante, como sugerían las manchas que se vieron en el Mar de Las Calmas durante los meses iniciales de la erupción.
Ahora se sabe que se formaron seis pequeños conos secundarios, además del principal, el que fue creciendo bajo el mar durante meses, hasta quedarse a solo 87 metros de la superficie. Y también que todos ellos son monogenéticos: es decir, que el magma brotó una sola vez y no volvió a salir cuando la erupción se agotó en ellos.
El análisis de los datos recopilados en esa primera campaña ha revelado, además, que el volcán seguía emitiendo gases y provocando anomalías en el mar pasado un año del fin de la erupción, aunque solo en profundidad, en la zona en contacto con los conos.
“Constatamos la existencia de un aumento significativo de la temperatura del agua ligada al fondo de hasta 3 grados sobre uno de los conos secundarios. Además, el pH medido ha sido de 7.4, lo que supone una acidificación de 0.5 puntos con respecto a condiciones normales. La salinidad, la alcalinidad y el carbono inorgánico total presentaban también valores altos”, apunta Eugenio Fraile.
Sin embargo, en ningún caso se detectaron concentraciones significativas de compuestos de azufre -los responsables, entre otros, de la espectacular mancha verdosa que formó en el océano la erupción- y las comunidades de zooplancton parecían haber recuperado la normalidad.
A los científicos les ha llamado la atención las diferentes condiciones de temperatura que han medido en conos que están uno al lado del otro y, sobre todo, el hecho de que cambiaban a impulsos.
“Estuvimos sobre el volcán tres días, durante seis horas cada vez, tomando muestras cada diez minutos y las anomalías iban de +3 (grados) a -3, de +3 a -3... Era impresionante, parecía que el sistema se comporta como si fuera un géiser, una fuente hidrotermal, que funciona a pulsos. Solo que en este caso emite CO2, únicamente”, relata Eugenio Fraile.
Todavía no tienen una explicación de cuál es la dinámica que provoca esos pulsos, porque siguen cruzando datos. De hecho, los resultados definitivos de la primera campaña se conocerán al final de la segunda, la que realizarán en octubre.