José cuenta su historia entre la ficción y la realidad. Vive en la calle y el pasado 1 de junio fue apuñalado por otro hombre en pleno Parque de San Telmo, en Las Palmas de Gran Canaria (LPGC). Posiblemente nadie le hubiese dado voz si la plaza no estuviese tomada desde hace semanas por el movimiento 15-M. Como en Tenerife, los acampados se han encontrado compartiendo calle y comida con las decenas de indigentes que ya estaban allí. José es uno de ellos.
“Vive aquí, en San Telmo”. Es una de las pocas cosas que se atreve a aventurar Tania, una de las acampadas, sobre el agredido. “Es de Tenerife, se llama José Hernández y tiene esquizofrenia”, explica. Lo que cuenta José, de 31 años, se pierde entre la verdad y la mentira, lo que la enfermedad le permite recordar. Asegura, por ejemplo, que sus “otros apellidos”, los que no aparecen en el documento de identidad, son Díaz Carmona, que su padre ha fallecido y también uno de sus dos hijos, con dos meses y medio, pero nadie en la acampada es capaz de confirmarlo.
Según Tania, es uno de los indigentes de los que se han “hecho cargo”. El resto viene y va, sobre todo por la comida. José González, ex asesor legal y financiero y quiromasajista en paro, sigue el caso de cerca. “Estamos buscándole algún lugar de acogida, ya sea (el Centro Municipal de Acogida) Gánigo u otro, un sitio donde tenga techo, comida, su higiene personal y vestido”, comenta. También intenta conseguir asesoramiento legal para aclarar qué sucedió con la agresión y tomar medidas contra el presunto intento de homicidio, según la jueza que decretó la prisión provisional contra el detenido.
“Un corte limpio”
Tras recibir el alta este fin de semana, con los puntos del brazo al aire y varios apósitos pegados al vientre, José sigue en San Telmo, participando en la organización de la acampada. Ha vuelto a la calle tres días después de una operación para cerrar las heridas de la puñalada, que han llegado a dañar el hígado y le ha valido 27 puntos. “Fue un corte limpio”, explica Tania, “con un cuchillo de 23 o 25 centímetros”.
El incidente no fue fortuito. Esa misma tarde había discutido “sin violencia” con el agresor, que acabó abrazándole y dejándole la marca de un mordisco profundo en el cuello. Por la noche volvió. “Habíamos visto que había dos chicos que estaban rondando por aquí, uno de ellos sí que se acercaba mucho a José”, cuenta Tania. Los acampados decidieron hacerle hueco en una tienda y no dejar que durmiera a la intemperie. Pero sobre las 3.30 de la madrugada se negaba a acostarse. “El chico este vino por aquí, caminando tranquilamente, se pasó al lado de él y siguió caminando tranquilamente”, dice la joven, “Sandra (una compañera) se dio cuenta cuando él se tiró al suelo del dolor y empezó a gritar '¡Me apuñaló, me apuñaló, me apuñaló!”.
Este no ha sido el primer susto que se llevan los acampados. Según Tania, José ya sufrió una crisis en mitad de la concentración y los médicos que le atendieron “le dieron unas pastillas para la esquizofrenia”. “Se le estaba controlando, en las comidas se le daba, pero ahora mismo ya se le han acabado”, explica.
“Hay gente con problemas mentales allí y es un tema muy delicado”, reconoce Enrique Hernández Reina, jefe del servicio de psiquiatría del Hospital Insular de LPGC. “Tenemos abiertas las puertas a intervenir a través del 112 y de la Red de Unidades de Salud Mental”, aclara, sin embargo, no existe “ningún protocolo específico” para casos como el de Jose. “Si se le acaba la medicación lo que tienen que hacer es ir al médico de cabecera con el informe de urgencias para que le haga la receta y solicitar la derivación a su unidad de salud mental”, recomienda Hernández.
450 comidas diarias
“Nuestro objetivo no es atraer a los sin techo, nuestro objetivo, como indignados, es buscar una solución”, dice González. Cada día reparten 150 comidas en tres turnos, “450, entre desayuno, comida y cena”.
En San Telmo rechazan que se les tache de comedor social. Allí no solo acude quien tiene hambre, también los afectados por la crisis, gente con problemas por desahucio, por ejemplo, que busca asesoramiento legal. “La gente se acerca a nosotros y lo que no podemos es predicar y no dar trigo”, se defiende González, “aquí vienen con un plato y se les da comida, se prioriza la gente que está más necesitada y los que están aquí acampados”. Entre ellos, las decenas de indigentes que pasean por la zona y que, según González, “son la prueba viviente de que el sistema no funciona”.