El drago más viejo de Canarias cayó el pasado 2 de septiembre en Las Meleguinas (Santa Brígida). Tenía 480 años, según los expertos. Casi cinco siglo de existencia en el barrio satauteño de La Angostura. Era incluso más viejo que el famoso drago de Icod de los Vinos. Algún especialista cree que incluso era el drago más antiguo del mundo, pero ese dato no está suficientemente contrastado. Solo en Santa Brígida se han marchitado tres importantes dragos en la última década.
A primera hora de la tarde de aquel miércoles, el drago de Las Meleguinas, ubicado en los jardines del restaurante Las Grutas de Artiles, en La Angostura, cayó definitivamente mientras dos camareros preparaban una mesa. Oyeron un gran estruendo seco y a continuación comprobaron la muerte del histórico drago de Las Meleguinas.
El cronista oficial de la Villa de Santa Brígida, Pedro Socorro, recordaba la sensible pérdida, que se añade a otras dos en el pueblo durante la última década. “Primero, con la tormenta tropical Delta de finales de 2005, aquella que se cargó el Dedo de Dios en Agaete, perdimos el drago que había junto a la ermita del Carmen en Las Goteras y que tenía más de 300 años. Luego, cuatro años después, el 25 de febrero de 2009, se cayó el que estaba en un chalé a la entrada del pueblo, que había sido plantado en 1920 por el vecino Juan Lemes Sabina, un conocido industrial harinero, para decorar el jardín de su casona de verano, situada a la entrada del pueblo. Y ahora éste, el más viejo, con cerca de 480 años. Era el icono de todos los dragos. Ahora nos queda el de Pino Santo, en el barranco Alonso, que tiene unos 300 años”, señaló.
Pedro Socorro asegura que Santa Brígida es uno de los municipios con más dragos de Canarias. “Yo en un estudio contabilicé más de 500 dragos. Además, contamos con lugares y barrios cuyos nombres hacen referencia a estos árboles tan nuestros, como El Dragonal o El Draguillo”.
El último viejo drago caído era “uno de los símbolos del patrimonio natural de Canarias y de la antigua y extraordinaria naturaleza de las islas”. El tronco largo y delgado, de unos doce metros, junto con su pequeña copa, cayeron sobre una de las grutas del restaurante, pero afortunadamente solo causó daños materiales.
Sus raíces mitológicas no pudieron mantenerse más en pie, al borde del risco y escorias. “A estas notables pérdidas en la última década de algunos de los árboles más queridos por los satauteños se ha unido ahora el del drago de Las Meleguinas, que probablemente había crecido después de la Conquista de Gran Canaria, formando parte de un hermosísimo conjunto paisajístico que a mediados del siglo XX fue motivo de postales y pinturas”, añadió el cronista.
El drago es uno de los árboles más descritos en las antiguas relaciones de viajes en los escritos de los naturalistas de los siglos XVIII y XIX. “Precisamente, el primer estudio botánico digno de mención realizado sobre el drago en las islas Canarias se debe al joven naturalista Sabino Berthelot (1794-1880), que había llegado a la isla de Tenerife en 1820 y se interesó muy pronto por la naturaleza insular, unida al imaginario de las Hespérides”, recordó Socorro.
También el hermoso y extraño ejemplar produjo un gran impacto a los ojos de científicos. “Destacan viajeros y estudiosos como Kunkel o Rafael Almeida, que hizo una brillante datación de este mítico árbol, con 27 periodos florales, y algún que otro viajero extranjero, que publicó la primera postal del drago de Las Meleguinas hacia 1970”, añadió.
El Drago de las Meleguinas, con sus 27 periodos florales, era uno de los más antiguos de Canarias, según reconoce el geógrafo del Jardín Canario Rafael Almeida. Estaba situado en el margen derecho del barranco de Santa Brígida, casi en su confluencia con el barranco de Alonso, creciendo sobre escorias y lavas basaníticas. Se encaramaba sobre piedra volcánica y picón, esa era una de sus peculiaridades, ya que no se asentaba sobre la tierra.
Estaba integrado en los jardines del restaurante Las Grutas de Artiles. “Su porte era poco llamativo, presentando un tronco largo y delgado con una copa ascendente bastante rala formada por cuatro ramas primarias y ramificaciones de orden inferior muy tortuosas que derivan en 45 rosetas foliares. Su porte desgarbado, idéntico al de los dragos silvestres que crecen en riscos, se debe probablemente a que vegeta en la ladera de un montículo rocoso con ausencia prácticamente de suelo. Pero lo que llama la atención de este ejemplar es el número de períodos florales, 27 en total, lo que no deja de ser sorprendente si se considera por ejemplo que en los dragos de Icod y de San Juan en Tacoronte (Tenerife), hemos contado un máximo de 23. Se trata por lo tanto de uno de los dragos más viejos que conocemos, al que se le deduce una edad de más de 400 años si se asigna un promedio de 15 años a cada periodo floral, aunque teniendo en cuenta el sustrato donde enraíza podría ser incluso más viejo, al medrar en unas condiciones en las que el crecimiento se ralentiza considerablemente”, ya señalaba Almeida en un libro publicado por el Cabildo de Gran Canaria en 2003.
El deterioro
Cayó tras años de deterioro. Los expertos lo achacan al cambio en las condiciones del suelo en el que se encontraba. El historiador grancanario Alfredo Herrera Piqué, consejero regional del Cultura en el primer Gobierno autónomo de Jerónimo Saavedra y autor del libro El drago, afirma que este árbol es “uno de los más descritos y reseñados en las antiguas relaciones de viajes, en los escritos de los naturalistas de los siglos XVIII y XIX y en la protobotánica europea”.
“La arquitectura antediluviana de sus ejemplares maduros, las vigorosas formas escultóricas que desarrollan, su gran longevidad, las imponentes dimensiones de sus ejemplares centenarios, las virtudes curativas atribuidas a su resina y las viejas leyendas que acompañaron a la procedencia de la sangre de dragón, hicieron de esta monumental liliácea de la Macaronesia un objeto de interés y de curiosidad sobre el que muchos herboristas, escritores, viajeros y expertos en la ciencia de las plantas pusieron su mirada en el transcurso de los siglos”, agrega Piqué.
Es muy complejo determinar la edad de los dragos. “La repuesta a esta pregunta es compleja, puesto que científicamente no podemos conocer la edad. Además, el desarrollo del drago fuera de los paredones rocosos, es decir, con mayor riqueza de sustrato, resulta mucho más acelerado. No obstante, para el cálculo de la edad existe un método estimativo que suele funcionar bien con los ejemplares cultivados. Esta técnica de observación asimila un tramo de aproximadamente 15 años por cada periodo floral que, a su vez, suele coincidir con la división entre las ramas. Para el caso de ejemplares silvestres, es muy aventurado estimar una cifra entre periodos florales, pero con toda seguridad sería muy superior a los 15 años”, afirmaba el ingeniero forestal Juan Guzmán Ojeda en la publicación Pellagofio en septiembre del año pasado.
Para él, “no es desventurado afirmar que el Drago de Icod de los Vinos, en Tenerife, es un ejemplar salvaje que acabó civilizándose. Sin duda el drago más visitado del mundo, con 24 periodos florales y casi 20 metros de altura, es uno de los ancianos representantes de la especie. Su crecimiento en un suelo adecuado ha dotado a este icono canario de las proporciones más enormes conocidas para la especie”.
El drago de Las Meleguinas era un ejemplar ya muerto antes de que se derrumbara definitivamente con gran estruendo. En palabras de este ingeniero forestal, tenía un “aspecto famélico, toda vez que salvaje”, una altura de solo doce metros y un tronco que ni siquiera llegaba a un metro de perímetro. El drago crecía sobre una superficie rocosa con poco suelo, circunstancia que debió ralentizar su crecimiento. Rafael Almeida, gran experto en dragos, constata que “comparándolo con una foto de 1930, no se aprecian cambios significativos, salvo en el entorno”.
De cualquier modo, según Ojeda, lo verdaderamente destacable de este ejemplar era su edad, “pues con nada menos que 29 periodos florales le correspondería el honor de ser el drago más viejo del mundo”.
El más antiguo
El investigador tinerfeño Leoncio Rodríguez, fallecido en 1955, creía sin embargo que el drago más antiguo era el de Icod de los Vinos. El estudioso dejó escrito en Rincones del Atlántico un artículo titulado Los dragos milenarios, en el que aseveraba que “apologistas ilustres –Humboldt, Dumont d’Urville, Leopoldo de Buch, Leclercq, entre otros– han ensalzado su belleza, considerándolos como una de las especies más curiosas del mundo vegetal. Por su parte, el conocido escritor español, Eugenio Noel, se lamentaba de que todos hablasen de ellos, menos los escritores nacionales. Lo mejor que se ha escrito sobre la vegetación de Canarias, decía, es extranjero, alemán casi siempre”.
Un ilustre botánico, gran enamorado de estos árboles, el doctor Masferrer, recordando que los aborígenes del archipiélago veneraban el drago como un genio bienhechor, decía que debiera castigarse al que se atreviera a cortarles algún gajo y premiar, en cambio, al que mejores y mayor número de ejemplares hubiese propagado en cierto espacio de tiempo. “Y añadía que donde existió el célebre drago de La Orotava, debiera erigirse un monumento histórico, con cuatro jóvenes dragos que señalaran en su alrededor los cuatro puntos cardinales”, dice Rodríguez.
“La edad de estos monstruos vegetales ha sido objeto de grandes disquisiciones científicas. Todas coinciden en que tales árboles existían antes de la Conquista, corroborándolo las escrituras de datas que hicieron los conquistadores al repartir las tierras ocupadas por los bosques, respetando los dragos. Piazzi Smith cifraba la edad del antiguo drago de La Orotava en cuatro o cinco mil años, y como prueba de su antigüedad se cita el testimonio de Cadamosto, de que al visitar Tenerife, a mediados del siglo XV, ya se encontraba el árbol en decadencia”.
Otro tema de discusión científica ha sido la procedencia de esta especie. Algunos la consideraron oriunda de las Indias orientales o del norte de África. “Otros, como los señores Webb y Berthelot, tan conocedores de la flora canaria, a la que dedicaron largos y minuciosos estudios, coinciden en que se trata de una especie indígena comprendida en las del primer clima, y particular de nuestro archipiélago, así como de la Madera y Porto Santo”.
La sangre de drago, su resina, fue un preciado producto que fue objeto de un gran comercio con los antiguos romanos y hasta el siglo XIX con muchos países de Europa que lo utilizaban para curas medicinales, fabricación de tintes y barnices y especialmente para usos dentífricos. La industria llegó a ser de tal importancia que se estableció diezmos sobre ella, proporcionando considerables ingresos al erario insular.
El escritor Bory de Saint-Vincent, que en 1804 visitó el drago de La Laguna, decía hablando de la famosa droga isleña: “La mayor parte de los viajeros de nuestra expedición de exploradores, adquirieron en La Laguna, en un convento donde había unas encantadoras religiosas, paquetes con residuos vegetales de color encarnado (sang de dragón), que les recomendaban para la conservación de dientes y encías. El mejor elogio que puede hacerse de la pequeña mercancía es que las jóvenes religiosas tenían todas la boca fresca y bella”.
Leoncio Rodríguez afirma que “de los demás supervivientes de la especie, que son motivo de orgullo para Tenerife por el interés que despiertan entre cuantos extranjeros visitan la isla, corresponde el título de honor al drago de Icod. Su base tiene un perímetro de doce metros y la altura del tronco, hasta la copa, más de catorce metros”.
Hasta tal extremo es famoso y digno de estudio este árbol que el ministro de Fomento Gasset, en un decreto que publicó sobre Parques Nacionales, en febrero de 1917, equiparaba este ejemplar a otros emblemáticos y decía: “Igualmente deben catalogarse todas las demás particularidades aisladas notables de la Naturaleza patria, como grutas, cascadas, desfiladeros, y los árboles que por su legendaria edad, como el Drago de Icod, por sus tradiciones regionales, como el Pino de las tres ramas, junto al santuario de Queralt, o por su simbolismo histórico, como el árbol de Guernica, gozan ya del respeto popular”.
El gigantesco drago, consignaba también en un informe oficial el ingeniero jefe de Montes Ballester, “simboliza el ocaso de una flora antediluviana, tan próxima a ser del dominio paleontológico, que acaso sean estos ejemplares que nos restan en Canarias y otros muy contados del continente africano, la última representación del paso de esta colosal especie por nuestro planeta”.
En el año 1907, con motivo de la visita que hicieron a esta isla los profesores y alumnos del Colegio Politécnico de Zúrich, estuvieron en Icod ocho días dedicados a estudiar el drago y sus características más esenciales. De dichos estudios dedujeron que su edad era de 2.500 años, una edad que para muchos es exagerada ya que no cuenta con suficiente soporte científico.
Desde la Antigüedad
El biólogo del Jardín Canario Águedo Marrero asegura que que los dragos eran ya conocidos desde la Antigüedad en ambos extremos del Mediterráneo. “Estos árboles productores de sangre de drago, o simplemente dragos, eran ya conocidos desde la Antigüedad clásica greco-romana o incluso antes; ya formaban parte de las leyendas, tanto por la sangre que producían como por su extraño porte. La resina era comerciada desde distintas procedencias, siempre en cantidades exiguas, confundiéndose en muchos casos con los polvos tóxicos de minio y de cinabrio. Desde Oriente llegan precisamente las leyendas que relacionan el origen de los dragos con la trágica fusión de sangres del dragón y el elefante”.
Según él, desde los confines occidentales del Mediterráneo la sangre de drago llegaría, quizás en principio desde los entornos de Cádiz y las columnas de Hércules, y luego a través de la Península Ibérica y del noroeste africano, desde las islas macaronésicas y en concreto desde Canarias, donde se extraía del drago canario Dracaena draco.
El género Dracaena incluye actualmente algo más de 60 especies reconocidas de todas las zonas tropicales y subtropicales del mundo, desde Mesoamérica y las Antillas, África y Arabia hasta el sudeste asiático, Indonesia, Australia y las islas Hawai, aunque presenta su centro de diversidad en África tropical y subtropical montana. El drago macaronésico es la especie más popular y la que tipifica al género.
Los dragos propiamente dichos (las seis especies de dragos) vienen caracterizados por el porte monumental con tronco paquicaule, ramificaciones gruesas y follaje tan característico agrupado hacia el extremo de las ramas, y por la producción particular de exudados. Estas seis especies se circunscriben a dos áreas concretas a uno y otro lado del África septentrional: Macaronesia en el lado occidental, y entornos del Mar Rojo y golfo de Adén en el lado oriental.
“De igual forma que la palma y el pino canario, el garoé o la orchilla, el drago macaronésico fue de las plantas que más interés despertaron entre los exploradores, cronistas, naturalistas o viajeros, que muchas veces lo llevaban y cultivaban en las metrópolis”, señala Marrero en Rincones del Atlántico.
El drago común (que también recibe otros nombres en castellano, como drago, dragón, drago macaronésico, drago canario, drago de África, dragonero, árbol de la sangre de drago, árbol del drago o árbol gerión) es un árbol que puede alcanzar alturas hasta 20 metros, bastante escaso en su medio natural y que vive en los archipiélagos de Macaronesia y en el Antiatlas marroquí. En Macaronesia se ubican en las islas de Cabo Verde, Canarias y archipiélago de Madeira. El drago de Marruecos fue dado a conocer en 1996 como subespecie del drago macaronésico.
“Esta especie ha sido utilizada con otras arbóreas de la laurisilva o del termoesclerófilo en campañas de repoblación o reforestación, y se encuentra actualmente integrada en la jardinería urbana de plazas, parques y jardines, ramblas y medianas de autovías, huertos-jardines escolares, etc., así como en patios, jardinería doméstica en general, hotelera y entornos turísticos, constituyendo en ocasiones en las haciendas un elemento de distinción. Y es frecuente encontrarla hoy en los jardines de muchas ciudades que comparten clima de tipo mediterráneo: en diversas ciudades como en el sur y el levante de la Península Ibérica, especialmente en Cádiz y Almería, distintas ciudades del entorno del Mediterráneo, tanto del litoral europeo como norteafricano; en San Diego, California y en Miami, Florida; en diversas ciudades de Australia como Sydney, Brisbane o Adelaida; en Nueva Zelanda, etcétera. En algunas ciudades, como en Cádiz, su presencia es milenaria”, subraya el biólogo del Jardín Botánico Viera y Clavijo.
Es una especie bastante rara en su ambiente natural. En Canarias sólo hay evidencia de poblaciones silvestres de Dracaena draco en la isla de Tenerife, donde aparecen grupos importantes aunque muy depauperados en Anaga, Roque de Tierra, Roque de las Ánimas, Los Silos, Masca, Barranco del Infierno, Guía de Isora y Barranco de Badajoz, según explica Águedo Marrero.
En Gran Canaria existen algunas referencias de la existencia de dragos silvestres por la vertiente norte de la isla, “todos ya desaparecidos, y el único ejemplar silvestre que crecía en los paredones del barranco de Pino Gordo no ha resistido los últimos años de sequía y en 2009 finalmente murió, extinguiéndose así en su estado natural en esta isla”.
En la isla de La Palma no existe ninguna evidencia actual de la existencia de dragos silvestres. “Los famosos conjuntos de dragos, como los de Las Tricias, Buracas, etcétera, y algunos otros de porte notable o monumental, como los de Las Breñas, crecen en zonas altamente antropizadas, asociadas a la cultura campesina con su intensivo uso en otro tiempo como forrajera. En las restantes islas de La Gomera, El Hierro, Fuerteventura y Lanzarote, aunque pueden existir, y existen, dragos viejos o monumentales, ninguno se puede considerar como silvestre o natural”.
El drago de Gran Canaria es una especie que crece en las cotas medias del cuadrante suroeste de la isla de Gran Canaria, desde los paredones de Amurga en el barranco de Fataga hasta la Mesa del Junquillo en el barranco de La Aldea. Marrero recuerda que en la década de los 60 del siglo pasado los grupos montañeros Grupo Universitario de Montaña y Grupo Montañero de San Bernardo habían localizado algunos individuos de dragos silvestres en los barrancos del sur de la isla, lo que comunicaron a Günther Kunkel, quien los dio a conocer en sendas publicaciones de 1972 y 1973.
Kunkel, de nacionalidad alemana, destacó como naturalista y botánico, y después de su periplo por distintos territorios de Suramérica (Argentina, Ecuador, Perú, Chile, Juan Fernández), África (Liberia), Oriente Medio (Golfo Pérsico) y distintos países de Europa, recaló en Gran Canaria, en 1964, donde mantuvo su residencia durante más de una década. En las citas de Kunkel, así como en otras contribuciones de localización y cartografía, el drago de Gran Canaria, que siempre aparece en escarpes inaccesibles, fue referido a la especie macaronésica Dracaena draco.
A comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, el geógrafo y naturalista Rafael Almeida recoge por primera vez semillas de estos dragos, que las comparte con el Jardín Botánico Viera y Clavijo. “Desde el Jardín Canario, con la colaboración de dicho geógrafo y del biólogo Manuel González Martín, la dimos a conocer como entidad taxonómica diferente. Había transcurrido un siglo (104 años) desde la última especie de drago descrita en el mundo, el drago de Saba. Hasta ahora resulta endémica de esta isla y presenta más afinidades morfológicas con los dragos del este de África que con el drago macaronésico: con el drago de Nubia, con el de Somalia, y especialmente con el drago de Saba”, afirma Marrero.
El hábitat
Las especies de dragos habitan en franjas de vegetación xerófila o termoesclerófila, con clima desértico o subdesértico de tipo tropical-subtropical. El drago de Gran Canaria crece en los refugios de los escarpes inaccesibles de la franja termoesclerófila del sur-suroeste de Gran Canaria, en comunidades potenciales del sabinar con acebuches y jaras, entre el cardonal-tabaibal y el pinar. El drago macaronésico está más ligado a la influencia indirecta de los vientos alisios, conformándose las principales poblaciones en la franja termoesclerófila de la fachada norte y noreste, por debajo del monteverde, donde comparte espacio con la sabina y el espino, entre otros, coincidiendo muchas veces con el hábitat de la palma canaria.
Cuando aparece en la fachada sur y oeste prefiere los ambientes más favorables donde pueden llegar reboses de los vientos húmedos. No es extraño, por ello, encontrar algún drago entre cardones, en los bordes de la laurisilva o incluso entre el pinar.
El drago común se halla muy extendido en todas las islas como planta ornamental, y en menor medida como forrajera, como ocurre sobre todo en La Palma, isla en la que hasta hace pocas décadas se mantuvo su cultivo tradicional principalmente con este fin, según recuerda el geógrafo del Jardín Canario Rafael Almeida.
“Sobra decir que los dragos forman parte de nuestra identidad sociocultural, siendo considerados junto con la palma canaria, el pino canario, el cardón y otras plantas de nuestra tierra, auténticos símbolos de canariedad, lo cual no quiere decir que en el imaginario colectivo popular no se mantengan muchos tópicos e ideas erróneas respecto a ellos. Por otra parte, resulta paradójico que, pese a hallarse profusamente cultivados en nuestras islas, se encuentren desde hace tiempo en situaciones francamente relícticas en la naturaleza, con poblaciones catalogadas como en peligro o críticamente amenazadas, como es el caso del drago grancanario”, señala.
Las poblaciones naturales
Tenerife y Gran Canaria son las únicas islas del archipiélago donde actualmente subsisten dragos en estado silvestre. “En el resto no hay indicios de su presencia en la naturaleza, ni se han encontrado evidencias arqueológicas o paleontológicas que permitan confirmar su existencia en el pasado”, dice Almeida.
“En La Palma el drago común se encuentra cultivado en muchos lugares, pero no se detectan ejemplares que levanten sospechas sobre su índole agreste creciendo en los riscos de los barrancos que surcan las áreas donde más abundan.
Igualmente llamativa resulta la ausencia de dragos en La Gomera, isla que por su antigüedad geológica, su proximidad a Tenerife y su propia orografía, reúne aparentemente todas las condiciones para que pudiera albergar alguna población natural. El Hierro, por su carácter de isla muy joven, poco evolucionada y más alejada, parece ofrecer menores probabilidades. En cuanto a Fuerteventura y Lanzarote, no hay la más mínima referencia histórica, pero si consideramos su antigüedad geológica, su cercanía a África y el papel primordial que han jugado como puentes de colonización del archipiélago, cabe suponer que los dragos pudieron existir en un pasado no necesariamente remoto, no descartando fechas posteriores incluso al poblamiento aborigen“, agrega el geógrafo.
Los dragos debieron de ser muy abundantes en la época prehispánica, tal y como narran las fuentes historiográficas. “Sin embargo, existen indicios que sugieren que tal vez no eran tan comunes en dicha época. Así, llama la atención la extraordinaria escasez de sus restos arqueológicos frente a la cantidad y variedad de otros vestigios vegetales hallados en los yacimientos aborígenes, tales como palma, pino, sabina, leña buena, junco, etcétera, especies en su mayoría también referidas en dichas fuentes como abundantes, pero al contrario que aquéllos, lo siguen siendo hoy en día, pese a que han sido históricamente objeto de una intensa explotación”.
En Tenerife D. draco mantiene un bajo número de efectivos silvestres que crecen habitualmente de forma aislada o en pequeños grupos. Conforme a los datos del Atlas y Libro Rojo de la Flora Vascular Amenazada de España (2003), la población estimada es de 696 individuos. En dicho estudio se excluyeron las áreas potenciales más antropizadas y urbanizadas: valle de Güímar, área metropolitana de Santa Cruz-La Laguna, comarca de Tacoronte-Acentejo, valle de La Orotava y comarca de Icod.
En general habita en ambientes influenciados directa o indirectamente por los alisios, en lugares frecuentemente inaccesibles o de difícil acceso, en riscos, acantilados, laderas de barrancos. Sus poblaciones, reducidas y fragmentadas, se localizan casi enteramente en las zonas geológicas más antiguas de la isla: los macizos de Anaga (en el noreste), Teno (al noroeste) y Adeje (suroeste).
En Gran Canaria “D. tamaranae muestra una dinámica demográfica regresiva muy preocupante, con una población exigua y severamente fragmentada cuyo censo más reciente arroja un total de 79 individuos, de los que 67 son juveniles (no han florecido nunca) y solamente 12 son maduros. La mortalidad observada es altísima, 13 ejemplares en los últimos 25-30 años, lo que supone más del14% del total de sus efectivos. Por contra, la natalidad es nula para dicho periodo”, alerta Almeida.
“Su área de distribución abarca el cuadrante suroccidental de Gran Canaria, desde el barranco de Fataga hasta el de Tejeda-La Aldea. Todos los ejemplares enraízan en grietas y fisuras de riscos inaccesibles sobre materiales diferenciados del primer ciclo volcánico y del ciclo Roque Nublo, creciendo de forma aislada y más raramente en pequeños grupos, circunstancias que evidencian la situación de refugio en que se encuentran a causa a la fuerte presión antropozoógena. En su hábitat convive con otras plantas bien adaptadas a la sequía y la alta insolación, como sabinas, jaguarzos, acebuches, pinos, etcétera”. Casi todos los especímenes censados crecen diseminados en dos áreas separadas: Arguineguín-Tauro, donde sobreviven 52 pies, y Vicentillos-Fataga, con 20 individuos.
Desde la época prehispánica y hasta nuestros días, los dragos se han venido utilizando en Canarias con distintos fines. Históricamente, el aprovechamiento más celebrado ha sido el de su famosa “sangre” como apreciado remedio medicinal, para la elaboración de tintes y barnices y como dentífrico.
“Menos conocidos pero no por ello menos importantes han sido otros aprovechamientos tradicionales, en particular del drago común, que conjuntamente con su utilización como especie ornamental, han auspiciado su propagación y cultivo en muchos lugares del archipiélago. Entre tales aprovechamientos hay que citar el empleo de sus hojas como forraje para el ganado, para amarrar las vides y para fabricar cuerdas, y el de sus troncos y ramas ahuecadas para corchos de colmenas y huroneras”, señala en Rincones del Atlántico.
Hoy en día estos usos tradicionales han decaído casi por completo, aunque no así su utilización ornamental ya que se han plantado en las últimas décadas miles de ejemplares en el Archipiélago.
Tenerife es la isla que concentra el mayor número de ejemplares, empezando por el famoso drago de Icod, localidad donde también se yergue el de San Antonio. En Tacoronte está el drago de San Juan, con 23 periodos florales, los mismos que el de Icod. En Gran Canaria el drago del barranco de Alonso, “el más bello de la isla por su porte y ubicación”, según Almeida, se ubica en Santa Brígida.