Durante millones de años, los bosques de laurisilva poblaron la superficie de todas las Islas Canarias. En Gran Canaria, su manto verde era tan denso que en el siglo XV los conquistadores castellanos llegaron a bautizarla con el nombre de Selva Doramas. Sin embargo, la mano del hombre provocó casi su total desaparición, dejando únicamente un 1% del bosque original que existía en la Isla. Ahora, gracias a la sucesión de diversos planes de recuperación, se ha frenado su desaparición a favor de su conservación.
El bosque de las Islas Afortunadas
Aunque su origen latino asegura que laurisilva significa etimológicamente “bosque de laurel”, solo en Canarias esta formación vegetal la componen más de 18 especies de diversas familias. Se trata de un tipo de bosque propio de lugares húmedos y cálidos con grandes árboles, cuyas hojas se parecen a las del laurel. De ahí surgió su denominación 'laurus silva'.
Los bosques de laurisilva estuvieron extendidos por toda la cuenca mediterránea, el norte de África y el sur de Europa en la época del Terciario, hace 20 millones de años. Pero los cambios climáticos ocurridos desde entonces y las grandes glaciaciones desplazaron la laurisilva hacia regiones más templadas del sur, como la Macaronesia.
Las islas portuguesas de Azores, Madeira y Salvajes, las africanas de Cabo Verde y el Archipiélago canario conforman la región macaronésica, conocida popularmente como las Islas Afortunadas. Actúan como borde natural entre la zona templada y la tropical, el enclave perfecto donde pueden desarrollarse los bosques de laurisilva y el ecosistema que los acompaña. Prueba de ello son el hermoso parque de Garajonay en La Gomera, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, y Los Tilos en La Palma, nombrado Reserva de la Biosfera por la misma institución en 1983. La isla de Tenerife también alberga importantes zonas de esta vegetación, como los parques naturales de Anaga y Teno.
La laurisilva es uno de los cinco hábitats principales de las Islas Canarias junto con el matorral xerófilo, el bosque termófilo, los bosques de pinos y el matorral de alta montaña, por lo que su conservación es imperiosa. Este bosque que, junto al fayal-brezal compone el monteverde, crece en suelos profundo de las zonas de medianías influidas por la bruma de los alisios, que mantienen una temperatura media anual de entre 15 y 19 grados centígrados. La importancia de la laurisilva reside en el papel que protagoniza junto al mar de nubes, ya que sus hojas recogen la humedad de los vientos que acarician la vertiente norte de las islas y mantienen el suelo húmedo y verde gracias al agua que se filtra a través de los troncos.
Este sistema rico en especies endémicas y exclusivas está compuesto por árboles que pueden alcanzar hasta los 40 metros de altura. Los viñátigos, tiles y laureles son las especies más exigentes en humedad y sus frutos carnosos sirven de alimento a la avifauna del bosque. Por el contrario, el barbusano no exige tanta humedad y se puede diferenciar fácilmente por sus hojas deformadas por las picaduras de insectos. En zonas mas soleadas se asienta el palo blanco y entre los árboles con frutos comestibles cabe destacar el madroño y el mocán, cuyos frutos llamados “yoyas” servían de alimento a los antiguos pobladores de Canarias.
El poder del hombre sobre la naturaleza
En Gran Canaria aún quedan reductos de laurisilva, pero ha sido la isla más castigada de todas a nivel medio ambiental y paisajístico. Así lo afirma Francisco Sosa, biólogo responsable de espacios naturales del Cabildo de Gran Canaria, que está al frente de los planes de recuperación de la laurisilva desarrollados por la Corporación insular.
El biólogo cuenta que desde la conquista en el siglo XV hasta principios del XX la incidencia del ser humano sobre el terreno casi borra por completo el monteverde de la superficie de la isla. La introducción de sucesivos cultivos como la caña de azúcar, la utilización de las maderas, el carboneo, la necesidad de tierras de pastoreo y la plantación de árboles frutales ha conducido a un gran retroceso de este bosque, llegando a eliminar hasta el 99% de la vegetación original, lo que en muchos casos ha dado lugar a una intensa erosión del suelo.
“La mano del hombre hace mucho daño en la naturaleza, y si a eso le sumas una máquina, pues el efecto será el doble. Los seres humanos tenemos una facilidad impresionante de destruir en poco tiempo lo que a la naturaleza le ha costado crear a lo largo de millones de años”, opina Sosa. De esta forma, en los años 30 y 40 del siglo XX la isla se encontraba en su peor momento, muy deteriorada y casi desértica, “corríamos el riesgo de convertirnos en el nuevo Sáhara”, subraya el técnico del Cabildo.
A principios de la década de 1950 ya solo quedaba en Gran Canaria un 1% de la laurisilva que antaño había sido bautizada como Selva Doramas. Gracias a la aparición de las leyes de protección del medio ambiente en los años 60 en España, se empezó a tomar conciencia de la importancia de preservar los hábitats naturales en las islas y en el resto del país. “Antes nadie se acordaba de la naturaleza ni le daban importancia. Hasta el lobo ibérico se cazaba como si fuera una alimaña sin pensar en el alto valor que tiene para nuestro ecosistema”, señala Sosa.
En su libro 'Cambio climático y biodiversidad en los territorios de ultramar de la Unión Europea', los investigadores Jerôme Petit y Guillaume Prudent destacan en un apartado la importancia que tiene para el Archipiélago la presencia de estos bosques. Según los científicos, la desaparición de la laurisilva sería una terrible pérdida para la biodiversidad ya no solo de Canarias, sino de toda la región macaronésica; además, afectaría al equilibrio hídrico de las islas y el suministro de agua para el consumo humano, ya que la precipitación horizontal (la condensación de gotas de agua en la vegetación y la superficie del suelo por contacto directo con las nubes) representa un aporte de agua esencial y es de gran valor ecológico para el equilibrio del ecosistema y el mantenimiento de las poblaciones humanas locales.
Nuevos planes, nuevas esperanzas
A principios de la década de los 90 se declaró en Canarias la Red de Espacios Naturales. En el caso de Gran Canaria, esta red de protección incluía las zonas más importantes donde aún quedaban restos de laurisilva y que han sido declaradas Reservas Naturales Especiales. De esta forma se empezó a asegurar la conservación del ecosistema del monteverde grancanario, concentrado en Azuaje, Los Tilos de Moya, Barranco Oscuro y El Brezal. Todos ellos componen el Parque Rural de Doramas.
Desde el 2006, Francisco Sosa es el encargado de promover y supervisar el proyecto de restauración de la fauna y la flora del monteverde en todos esos espacios, aunque no han sido las primeras acciones puestas en marcha. El biólogo recalca que desde hace varios mandatos se han sucedido una serie de planes que tenían el mismo objetivo: regenerar los bosques de laurisilva en Gran Canaria. Se trata de programas establecidos por el Gobierno de Canarias y ejecutados por el Cabildo grancanario en este caso, gracias a los cuales se ha conseguido recuperar el 5% del terreno de monteverde.
En septiembre de 2013 se activó el proyecto de reintroducción de la paloma rabiche en Gran Canaria de la mano de la actual consejera de Medio Ambiente, María del Mar Arévalo, y cofinanciado por el programa Life europeo. Con un presupuesto total de 1.401.870 euros, el Cabildo se ha comprometido a plantar medio millón de árboles antes de diciembre de 2017, con lo que estiman llegar a repoblar un 10% de los terrenos de laurisilva originarios. Todo ello gracias también a la participación de entidades públicas, como el Ministerio de Medio Ambiente y varios ayuntamientos de la isla así como el apoyo de ONG de renombre como SEO BirdLife o la Fundación Canaria para la Reforestación (Foresta). Francisco Sosa también destaca el apoyo que han tenido por parte de entidades privadas involucradas en el proyecto Life, como Gesplan y la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas que han aportado terrenos y logística de agua.
“Europa no da dinero así como así, por lo que podemos decir que estamos ante un proyecto muy ambicioso e importante para la regeneración del ecosistema de la laurisilva”, señala Sosa. La reintroducción de la paloma rabiche en Gran Canaria ayudaría a distribuir y germinar otras especies de laurisilva y suponen una garantía para la especie que había desaparecido hace décadas con la destrucción del monteverde. Estos ejemplares que se están criando actualmente en la finca de Osorio han sido traídos desde la isla de La Palma, donde existe un mayor número de ejemplares salvajes en los bosques de laurisilva. El doctor Aurelio Martín Hidalgo, del Departamento de Biología Animal de la Universidad de La Laguna, ha sido el encargado de dirigir proyecto; “es un honor para nosotros contar con el asesoramiento del doctor Hidalgo, es quien más conocimientos tiene sobre la paloma rabiche”, destaca Sosa.
Desde el 2011, año en que se comenzó la cría de esta especie autóctona en cautividad en el centro de Osorio, se han criado aproximadamente 20 ejemplares. El 2 de marzo de 2012 soltaron los dos primeros ejemplares criados en cautividad, “fue un día muy especial porque recalcó la viabilidad del programa”, subraya el biólogo. Otra seña de éxito ha sido el nacimiento de nuevos polluelos en libertad ya que, según Sosa, han logrado contar hasta cinco crías salvajes.
Esta especie ha tenido que volver a adaptarse al ecosistema natural de la laurisilva en Gran Canaria, haciendo frente a su enemigo natural, el gavilán, un ave que vuela con agilidad y rapidez entre los árboles y que es muy buen cazador. Los gatos y los roedores también suponen un problema para el nacimiento de los polluelos, ya que merodean por los bosques en busca de los huevos. Los técnicos no pueden luchar contra la naturaleza, pero sí pueden tomar medidas para asegurar la protección de la paloma rabiche en los bosques. Para ello, el Cabildo de Gran Canaria ha hecho una labor informativa entre cazadores para que aprendan a reconocerlas a través de fotografías, ya que está totalmente prohibido darles caza.
Tanto la cría de la paloma rabiche como la recuperación del monteverde son acciones prioritarias a nivel medioambiental. “Los ciudadanos tienen derecho a poder conocer su isla y disfrutar plenamente de la naturaleza que les rodea”, opina Francisco Sosa. Además del alto interés paisajístico y ecológico, la preservación de la laurisilva influye a grandes escalas para la isla, especialmente para diferentes tipos de turismo, como fotográfico, rural o especializado, ya que para muchos científicos es de gran interés ver cómo se adapta la paloma rabiche al medio o cómo crecen nuevos brotes de las especies de laurisilva, de acuerdo con el biólogo del Cabildo.
Además, la biodiversidad con la que cuenta el Monteverde supone “una gran riqueza para la isla y un motivo de orgullo para sus habitantes”. Los planes de recuperación de la laurisilva han supuesto un esfuerzo conjunto por parte de ayuntamientos, cabildos, ciudadanos y empresas privadas, “no tiene nada que ver con política, es un trabajo en equipo por el que todos nos esforzamos por el bien de la naturaleza de nuestra isla. Al fin y al cabo, a todos nos gusta ver el campito verde, lo necesitamos para despejar la mente y sabemos que forma parte de los grandes atractivos de Gran Canaria junto con sus playas”, determina Sosa.
Un bosque en el Jardín
En el Jardín Botánico Viera y Clavijo, situado a pocos kilómetros de la capital grancanaria y abierto en 1959, decidieron reservar un espacio donde quedara representado el monteverde. En este enclave que lleva el nombre del célebre naturalista canario del siglo XVIII, su fundador, el botánico sueco Eric R. Sventenius, propuso plantar semillas de las especies más características de la laurisilva y criarlas dentro del Jardín, aun estando lejos de su entorno natural.
“Somos conscientes de que esta no es la zona habitual donde crece, por eso tenemos que prestarle especial atención e intentar mantener unas condiciones idóneas para su desarrollo”, explica Julio Rodrigo, biólogo de la sección de Plantas Vivas del Jardín Canario. Las especies que conforman la laurisilva se desarrollan en zonas de alta montaña donde pueden mantener un alto grado de humedad gracias a su contacto con el mar de nubes. La zona en la que se encuentra el Jardín Canario no cuenta con el paso de los alisios, por lo que adecuan las técnicas de regadío para imitar la humedad que requieren estas plantas e, incluso, utilizar agua de muy buena calidad “porque hasta eso podría afectarles de forma negativa”, recalca el biólogo.
A pesar de las dificultades, han logrado recoger un amplia muestra de las especies que forman la comunidad natural del bosque de laurisilva, como viñátigos, laureles, tiles y barbusanos, los cuatro más característicos del monteverde. También se pueden encontrar árboles con frutos comestibles, como el madroño con su particular corteza rojiza y el mocán, y otras especies arbóreas de interés como son el aderno, el naranjero salvaje y el acebiño.
Algunos de estos árboles, que fueron plantados en 1964, han prosperado y crecido formando un pequeño y denso bosque de laurisilva; otros, sin embargo, se han ido secando y muriendo con el paso del tiempo. “Esto no es malo tampoco”, explica el biólogo, “así dejan espacio para que se desarrollen nuevas plantas que están naciendo ahora y pueda seguir creciendo el monteverde dentro del Jardín”.
[Este es un contenido Premium de CANARIAS AHORA SEMANAL. Hazte Lector Premium para leerlos todos y apoyar a sus periodistas]