Iniciamos un recorrido a través de la agricultura ecológica de Gran Canaria. Jóvenes que han decidido ponerse manos a la hoz de una manera responsable, consumidores que se organizan para acceder a productos con sabor y olor, amantes de la naturaleza que plantan semillas y esperan sin prisas y con respeto lo que la tierra ofrece. Recorreremos fincas y seguiremos la vida de los alimentos, hablaremos con agricultores, destinatarios, visitaremos huertos urbanos y nos adentraremos en comedores escolares donde se cuece un nuevo modo de alimentarse y de entender la vida. Pararemos también en las fincas de ocio de fin de semana para darnos un respiro, y nos acercaremos a proyectos de integración social. Todo ello con las manos puestas en la tierra, viendo el mundo al revés, como nos gustaría. Más auténtico, más sano y sin expolios.
Las prisas, el ansia de quererlo todo ya, la costumbre de no valorar los detalles ni la manera en la que se consiguen las cosas no nos hace saltar barreras y avanzar más y mejor como parece que a veces ocurre en este sistema voraz. De hecho, más bien, las levanta. Acarreamos con ansiedad y enfermedades, se tiran a la basura toneladas de productos con la ilusión de que todo ello es necesario para satisfacer una necesidad vital. La alimentación. Confundimos el trigo con la paja y no vemos más allá de un puñado de euros. Seguimos la zanahoria que se nos pone delante, la más brillante y lustrosa. Cuando en realidad necesitamos beta caroteno, nos tragamos la zanahoria de plástico. Y así funcionamos, orgullosos de haber comprado el kilo a un euro.
Esta broma, en la que participamos todos, sale cara, y digo cara cuando debería decir cruz, porque ya no sabemos ni de qué lado está la moneda, -bueno sí-, como dice Eugenio Reyes, ecologista y fundador de las primeras parcelas de agricultura ecológica que se instalaron en Gran Canaria, “la moneda, el dinero, está en el bolsillo de algunos que tienen mucha cara, aunque no por ello se enrojecen”. Algunas personas se niegan a comerse la zanahoria de plástico y eligen qué cultivar, cómo hacerlo, y al menos, saber qué están comiendo. Así de paso, consiguen encestar algunas monedas en ranuras más limpias, más abierta, que nos permiten ver, saborear y oler lo que sale. Como la vida misma, a veces cara y a veces cruz, pero sin veneno, sin manipular, sin destrozar y sin exterminar los recursos naturales.
Nos vamos a la Finca Los Matos, en Santa Brígida, así han bautizado un grupo de cinco personas a los más de 9.000 metros cuadrados donde cultivan productos de temporada. Los cinco son titulados universitarios que, afectados por la crisis, se encontraban en el paro. Hace cuatro años se apuntaron a un curso de agricultura ecológica, allí se conocieron, y emprendieron esta aventura. Rita Falcón, técnico de obras públicas asegura que a los cinco les unía el deseo de comer bien y sin químicos. Como no sabían si iba a ser rentable, vieron la posibilidad de estar ocupados y como mínimo, abastecer el autoconsumo. Hoy son un grupo de venta directa que contribuye al aumento de producción ecológica en Gran Canaria y que está en continuo crecimiento.
Mientras ajusta el riego de las remolachas y las lechugas, Rita recuerda cuando empezaron a llegar los “peritos” a la finca de su padre, agricultor convencional. “Mi padre al principio hacía compost, tenían animales, sacaban el estiércol y cerraban el ciclo agrario de forma natural, y recuerdo visitas muy a menudo de los que vendían los fitosanitarios, decían ´tú le vas a poner este producto a la tierra y vas a producir mucho más´. Y era verdad. ´Tú le vas a echar este otro, verás que no crece más hierba´. Y también era verdad. Lo que no sabían todavía era que ese producto químico era malo para la tierra, y que además iba directo a la verdura. No se imaginaban que esas personas con titulación venían a ofrecerles veneno. El mismo que hoy circula por nuestro organismo provocando enfermedades crónicas y muchas veces mortales. Desconocían por completo las consecuencias que hoy estamos teniendo”. Un informe elaborado por Greenpeace confirma la relación existente entre los plaguicidas y enfermedades como leucemia, párkinson, alzhéimer, cáncer de próstata o pulmón entre otros.
Seguimos recorriendo los cultivos, Rita nos muestra el cuidado que requiere la tierra, coge un puñado por el que corretean miles de animalillos necesarios, para mantener la tierra viva. “El suelo es importantísimo para el equilibrio de la planta, es de donde se alimenta. Si la tierra no tiene nutrientes no produce”. Sabemos que hay muchísimas hectáreas de tierra en la isla de Gran Canaria que ya no producirán más, las cantidades de productos sintéticos han matado la vida y han dejado sólo tierra estéril.
Ahora entendemos que cuando viene un gusano en la lechuga o una lombriz en la caja de las verduras, podemos tener la certeza de que comemos sano y no vamos a ingerir productos contaminados. En cambio, cuando llega tan limpita y reluciente, con esa uniformidad sospechosa, fijo que ingerimos veneno. La cantidad, ya sería cuestión de analizar. Pero nosotros nos quedamos en Los Matos, que aquí se respira tranquilidad.
El orden de los factores sí altera el producto
Rita y Luis González, sociólogo y partícipe de este proyecto, continúan con sus labores, la tierra, los riegos, plantaciones, y nosotros, mientras, vemos cómo se llevan a la práctica los principios de la agricultura ecológica. De eso precisamente nos habla Eugenio Reyes. “No contaminar los productos agrarios, los que nos vamos a comer, se hace dejando que el ecosistema consiga su propio equilibrio dinámico. Habrá un pajarillo que te pique un tomate, pero a la vez se come los insectos, que de otra forma tendrías que matar con un pesticida, por ejemplo”.
Aquí en Los Matos, podemos observar la diversidad que exige este tipo de agricultura, contraria al monocultivo. Es la primera de las tres características fundamentales de la agricultura ecológica. “Es curioso -comentaba Eugenio-, ”hay productos que se llevan bien, se complementan y se ayudan a crecer produciendo una alelopatía positiva, y otros no“. Hay que saber, dentro de la variedad de opciones de cultivo, cuáles no se perjudican entre ellas. El segundo principio de la agricultura ecológica es la rotación de cultivos, donde hoy se han plantado papas, antes hubo cebollas. Son necesarias cuatro rotaciones por cosecha. Diversidad, rotación y manejar las plagas son los tres principios sobre los que se sostiene la agricultura ecológica, ”manejar las plagas no consiste en erradicarlas, sino en integrarlas“, -dice Eugenio Reyes- coautor junto con Javier Cabrera de Vademécum prácticum de la iniciación a la agricultura en Canarias. Eugenio asegura que así se hizo durante diez mil años y hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando surgió la agricultura química y productivista. Precisamente, como reacción a ésta, brota lo que hoy llamamos agricultura ecológica, que basándose en prácticas agronómicas tradicionales, incorpora innovaciones tecnológicas que requieren un alto conocimiento sobre la ecología, suelos y la nutrición de las plantas, el manejo de las plagas y plantas adventicias, el potencial genético y biológico de cultivos y animales, así como un mejor manejo de las técnicas agrícolas.
Alfabetización en la alimentación: abrir los ojos, oler y probar
Alfabetización en la alimentación: abrir los ojos, oler y probar -“Prueba esta fresa”, -dice Rita. La pruebo. ¿Qué les voy a decir? Que la prueben. Nada que ver con las que como a menudo. No hace falta tener una carrera universitaria para degustar con tu propio paladar, ver con tus propios ojos y usar tu capacidad de oler para saber. Seguimos observando la finca, y vemos que la mayoría de productos son de temporada, aunque aquí, en la isla, con el clima que tenemos, podemos hacer alguna excepción sin interferir ni violentar el medio, es importante saber que no todo el año se dan todos los productos. Eugenio recomienda comer fresco, con poca carga química y comer la fruta del tiempo, nos explica porqué. “El melón se come en verano porque tiene agua, la naranja crece en invierno, cuando necesitamos vitamina C, en primavera tenemos la fresa para depurar el cuerpo, y a final de verano higos pasos y almendras para cargarnos de energía y afrontar el frío”. Funcionar al ritmo de la huerta evita largos traslados, cámaras, y permite comer sano y estar en armonía con la naturaleza.
Desde esta finca, punto de venta directa, se surte a compradores de confianza y a grupos de consumo como el que coordina Filippo Schininá, que es también ejecutor de la página web www.grancanariaecológica.es, quien asegura que ellos, a su vez, tienen sus clientes. Filippo apela al placer y a la salud como razones para comprar de forma directa a una finca y no a un mercado o superficie comercial. “Comer fruta y verdura que no haya pasado por neveras y no haya hecho miles de kilómetros para llegar a nuestra mesa es una experiencia gastronómica mucho más placentera, quien prueba los productos de nuestro grupo de consumo por primera vez, normalmente se sorprende de la intensidad de los sabores de las hortalizas y frutas y de la capacidad de conservarse una vez guardadas en la nevera o en la despensa. Filippo vive en Gran Canaria desde hace cinco años, y comenta que fue el contacto visual con los huertos urbanos lo que le fue despertando el interés, y le hizo darse cuenta de la importancia de este tipo de alimentación. Cree que nuestro estilo de consumo influye notablemente en la economía local y desde entonces participa en este tejido de vínculos que se está creando entre agricultores de productos ecológicos canarios y consumidores.
Una oportunidad para volver a la salud personal y del planeta
Una oportunidad para volver a la salud personal y del planetaÉl lo tienen claro, “consumir ecológico significa cuidar tu salud, la de las personas que quieres y la salud del entorno donde se cultiva lo que consumes. Consumir local significa aportar el dinero que gastas directamente a la economía del lugar donde vives, pagando un precio justo. Por estas razones estoy convencido de que apostar por este modelo de consumo es la mejor opción a la hora de decidir cómo gastar nuestro dinero”.
Es cierto que todo son ventajas, pero hay escollos que aún nos cuesta salvar, y uno de ellos es el precio. Nos cuesta entender que estos productos que se miman, son respetuosos con el ecosistema y no contienen veneno, sean algo más caros que los que se producen en unas condiciones antinaturales. “Es cierto que existen distribuidores (tiendas y supermercados) que inflan los precios de los productos ecológicos, -comenta Filippo-, pero si se compra al mismo productor, se puede observar como el precio es similar al precio de los productos ”convencionales“ que la mayoría de la gente suele comprar”. Al mismo tiempo, asume el coordinador de 20 Sacos, “hay productos convencionales que son demasiado baratos. Parece ilógico decir ”demasiado barato“ en una sociedad donde el ”barato“ es un valor absoluto. Pero por ejemplo, un kilogramo de arroz en el supermercado sale aproximadamente un euro. Si quitamos todos los costes de comercialización, transporte y distribución, al productor le queda una cantidad ínfima, y muchas veces esta ganancia no es sostenible para él. Así que lo que es barato para nosotros, en muchos casos perjudica la economía de otros”.
Marta González, ingeniero técnico agrícola y formadora en agricultura ecológica, compra también en Los Matos. Coincide en las ventajas y asegura que no existen desventajas en la agricultura ecológica, “el único impedimento es que la riqueza económica a la que nos hemos acostumbrado, y que hemos conseguido a base de producir sin tino y matando todo lo que pillamos a nuestro paso, nunca será posible haciendo las cosas bien”. La agricultura ecológica es rentable, de hecho y “paradójicamente” ha aumentado su demanda en los últimos años en los que hemos estado en plena crisis, y continúa haciéndolo, -coinciden en ello los agricultores. Para cultivar hace falta mano de obra, lo que significa más puestos de trabajo, y en unas condiciones que nada tienen que ver con las de hace años. “Ganaríamos en salud, las tierras serían fértiles y los acuíferos que están debajo de las tierras no estarían contaminados, y a su vez los animales que beben de esa agua, y por lo tanto entran dentro del ciclo natural, también estarían sanos”.
Marta asegura que en la facultad de Ingeniería técnica de La Laguna, donde estudió hace ya unos quince años, echó en falta asignaturas orientadas a la sostenibilidad y a la agroecología. “Recuerdo que las asignaturas hablaban sólo del control químico, por ejemplo en ´Control de plagas y enfermedades´. Ni se nombraba que también existe un control biológico, ecológico… en fin, que aunque en la época de la facultad me vieran como la ´hippie loca´, me alegra que ya nos estemos dando cuenta de que el sistema agroecológico no es sólo rentable, sino además necesario”.
La próxima semana, nos vamos a los huertos urbanos, donde crecen guindillas, pepinos, y hay hasta girasoles gigantes. Sorpresas y demás que nos da la tierra. Si la cuidamos, claro.