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De niños y desamores

Nanda Santana

Las Palmas De Gran Canaria —

Los Reyes Magos me conocen bien. Saben que de entre todos los placeres de esta vida, el de la lectura es con mucho mi predilecto. Saben que vivo entre páginas, que llevo mi alma atada a sus tapas -duras, finas, de bolsillo- desde que tengo recuerdos. Un año más, también este 6 de enero me regalaron libros. Dos novelas en apariencia inconexas. En apariencia. Porque ambas tratan, si bien transitan senderos distintos, temas similares: cómo la infancia define el hombre, la mujer que seremos; cómo solo el amor -cualquiera que sea la forma en que se manifieste- puede restañar la herida que abren en el alma del pequeño la violencia, el rechazo, la indiferencia, la insensibilidad, la ignorancia. Porque no hay maldad, o no siempre. Pero se puede hacer daño con la mejor intención, creyendo hacer el bien se puede hacer el mal. ¿O no?

Anna Gavalda, reconocida novelista francesa, se sirve de dos personajes marginales para contar una historia subyugante, que comienza cuando, despeñado y su pierna rota el protagonista, su acompañante inicia un diálogo estelar en el que cuenta al lector su vida y su historia. Con el humor salpicándolo todo, pone en boca de esa jovencita deslenguada -una Billie sublime y con retranca que debe su nombre al tema de Michael Jackson preferido por una madre que la abandonó al nacer- toda la dureza del maltrato invisible, ése que no se ve y no deja su huella en un parte de lesiones. Pero que duele, duele como cólico nefrítico y agosta el alma, la autoestima y la dignidad de quien nunca debiera sufrirlo. Si no tienes señales de golpes y vas al colegio todos los días pasas inadvertida al sistema de protección de menores, explica.

Pero el ser humano es una caja de sorpresas y un misterio, y Billie encuentra a su otro yo en Franck, con el que trenzará una amistad de las de para siempre. Hasta el punto de confesarle cómo hizo mella en su alma ese que te peguen un poco todo el tiempo, cómo el maltrato hizo de ella una putilla con apenas 15 años, todo con tal de recibir algo de afecto y de escapar de ese submundo violento que era su casa y su vida familiar.

Todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo… Eso eran las bofetaditas y los moretones que acumulaba sin tregua desde que era niña… No me mandaron a las páginas de sucesos ni llamaron la atención de las trabajadoras sociales, pero me perforaron la cabeza. Y por eso tenía tanto miedo siempre.

Billie nos atrapa porque podríamos ser ella. Por eso y porque no se rinde, paladina de la resiliencia en un tiempo en que esa palabra aún no existía. Algo en ella le dice que no es la clase social, el dinero o la educación lo que define y confiere su valor al ser humano. Que la dignidad nace en el alma y hay que defenderla y trabajarla a diario, que ni con suerte nunca nadie -y menos si provienes de extrarradios- va a regalarnos nada. Y para demostrarlo, con el teatro de la asignatura de Lengua como excusa, le echa un pulso al mundo -y de paso, a los bobilines de los profes y de los compañeros de clase de su insti – que la convierte en alguien. Y a partir de ahí, todo. La fragilidad inmensa, la vulnerabilidad de la niña-adolescente conviviendo a diario con la certeza de ser poderosa, invencible, de ser ella, con nombre y apellidos, aunque para el sistema no deje de ser más que una marginada que vive en un barrio marginal. De esa toma de conciencia al episodio final con el paterfamilias políticamente correcto de la excursión al quinto pino el salto es lógico. Cómo la niña maltratada que fue no soporta que peguen al pequeñín de la historia, no estando ella presente.

Ay, joder… de qué me sonaba a mí esa colleja. Me sonaba porque me la conocía de memoria. Era la peor. La más cobarde, la más perversa, la más dolorosa. La que no deja señales pero te arranca el cerebelo al instante. La que te mata por dentro. La que nadie sospecha nunca y te sacude tanto el cráneo que te deja un momento sin poder pensar, y te quedas tocado para el resto de tu vida.

Cómo se empodera, hace frente al padre burgués y maltratador y le da una lección de las que no se olvidan, que le vuela la cabeza, vamos.

¿Qué? -le dije con esa voz irreconocible que me sale cuando la armo-. ¿Ves lo que se siente? ¿Ves lo que se siente cuando te pegan por sorpresa? ¿Has visto qué desagradable es? No lo vuelvas a hacer nunca más. Porque la próxima vez que lo hagas, te mato.

Anna Gavalda, autora de novelas bellísimas como La sal de la vida o La amaba, la autora francesa nos regala en estas páginas una hermosísima lección de esperanza; una historia que se lee de corrido y se termina con la certeza de que todas las billies de este mundo, si tienen la suerte de encontrar su franck, resistirán, sobrevivirán y dejarán una huella de amor y respeto allí donde otros sembraron violencia y desdén.