San Agustín: una historia que no se apaga 50 años después

“La iglesia de San Agustín tiene el aspecto de todas las iglesias canarias de tres naves. Es, sin embargo, de las más espaciosas, siendo la de mayor capacidad de la ciudad; pero adolece del mismo defecto de la poca proporción de sus demás dimensiones con la altura de sus naves. La arquitectura pertenece al siglo XVIII y no ofrece rasgos dignos de atención. Su aseo y su luminosidad contribuyen a hacerla vistosa; no así el adorno de sus altares, que, con pocas excepciones, es moderno y sin carácter. Del copioso inventario artístico del templo antiguo, pocas imágenes han salvado el escollo de la exclaustración y de los diferentes avatares por los que ha pasado el templo”.

El párrafo anterior pertenece a La Laguna: guía histórica y monumental, esa suerte de catálogo minucioso que Alejandro Cioranescu realizó de Aguere y sus barrios. El retrato que hizo de San Agustín el escritor e historiador de origen rumano se vino abajo el 2 de junio de 1964. Eran alrededor de las 16:00 horas. Los gritos avisando del fuego, el humo y la tensión de los primeros momentos acabaron dando paso a un incendio de grandes dimensiones y a una de las jornadas más infaustas de la historia de La Laguna. No habían transcurrido más de 20 minutos y ya las llamas resultaban incontrolables. Todos los que se afanaban en salvar enseres entendieron en aquel momento que era el fin del que fue uno de los templos destacados del centro histórico de la ciudad, convertido después en unas ruinas, protagonista de sempiternas polémicas y, todavía hoy, a la espera de una rehabilitación que, por unas cosas o por otras, se ha postergado medio siglo.

Bonfilio Marrero fue uno de los testigos de lo ocurrido. Conocedor como pocos de La Laguna y su patrimonio religioso, arranca su relato lamentando que no se salvasen más piezas artísticas: “Cuando el incendio, la gente se dedicó a sacar bancos. Sacaron más de la mitad aunque no tenían ningún valor. Ese tiempo lo podían haber aprovechado para rescatar unas imágenes que, cuando fueron a retirarlas, ya estaba cayendo la resina del techo y no se podía entrar. Por ejemplo, la Virgen de la Cinta desapareció pese a que estaba a dos metros de la puerta”. La causa de que el fuego se apoderase con rapidez de la iglesia reside, según explica Marrero, en que a los altares y techos se les aplicaba gasoil para su mantenimiento, por lo que en poco tiempo el incendio se propagó.

“Dijeron que había fuego en la iglesia y todo el mundo se metió allí dentro a intentar sacar algo. Empezamos a entrar y a salir con cosas hasta que cayeron gotas del techo que quemaban. Tanto es así que hubo gente que estuvo tiempo con marcas en el cuerpo debido a las heridas”, rememora otra voz autorizada del casco lagunero y de sus tradiciones que dice no querer “protagonismo”. “Desarmaron la iglesia del Hospital de Dolores hasta el punto de que arrancaron incluso altares. La gente ayudaba a los bomberos con mangueras y hacía lo que fuera necesario”, describe sobre un suceso que, personalmente, le dejó un recuerdo imborrable: “¡El fuego saliendo por los huecos de la pared parecía un soplete!”. Otra de las anécdotas que guarda de aquella fecha fue que, junto a otros jóvenes de la época, llegó a retirar, desde la azotea del edificio anexo, una de las imágenes del templo. “Si la casa de los padres paúles llega a ser de madera, ¡no hay quien pare el fuego en la manzana!”, exclama a propósito del efecto que esa construcción contigua, realizada en cemento, ejerció para frenar el avance de las llamas.

Además de en la retirada de pertenencias de la iglesia en los primeros minutos del incendio, los laguneros también se volcaron aquel día en la ayuda a los enfermos del cercano Hospital de Dolores, que fueron trasladados al Ateneo y a la Catedral. De la misma manera, varios centenares de estudiantes del Instituto Cabrera Pinto fueron desalojados. Tal magnitud tuvo lo ocurrido que una palmera de la plaza de la Catedral o unos almacenes de la calle Tabares de Cala (a varios cientos de metros) comenzaron a arder –aunque el fuego no pasó a mayores– debido a chispas originadas en San Agustín. El alcalde tuvo que convocar un pleno de urgencia y el obispo de la época, Luis Franco Cascón, pidió donativos a través de los medios de comunicación para reconstruir un templo que formaba parte del convento de San Agustín, fundado en el siglo XVI y reformado en el XVII y XVIII.

“El incendio de San Agustín y el del Obispado fueron por el estilo. El Obispado también tenía su valor, pero San Agustín nos quedó más pena por el valor de las imágenes y de todo lo que estaba allí dentro”, compara Bonfilio Marrero, cuya antigüedad en la Semana Santa queda patente en que, ya en aquella época, llevaba tres años en la Cofradía del Cristo de Burgos, una de las que salía en procesión desde esa iglesia. “El templo no se levantó de nuevo por no haber aprovechado que había empresas que ofrecían materiales. No hubo voluntad. A través de la radio se inició una campaña pro reconstrucción de San Agustín y se obtuvo un dinero que, finalmente, sería utilizado para el Seminario Diocesano de La Verdellada”, apunta el experto.

A este respecto, el historiador del arte Antonio Regalado califica de “lamentable” que el inmueble no se reconstruyese después de que “muchos laguneros y canarios” diesen dinero para ese fin. “Estamos hablando de una de las iglesias agustinas más importantes que había en Tenerife. Concentraba un patrimonio histórico-artístico de primer nivel. Había imágenes como las del conjunto que formaban la Virgen de la Cinta, San Agustín y Santa Mónica, o el Cristo de Burgos, de Lázaro González de Ocampo, una imagen de bella factura, al igual que el Señor de la Cañita”, señala sobre la riqueza artística que albergaba la edificación. “También tenía unos frescos en el presbiterio de gran valor. Se puede decir que las pérdidas fueron destacadas porque se trataba de piezas de calidad y de autores de reconocido prestigio, con lo que su desaparición fue importante no solo para la Diócesis de Tenerife, sino también para el público amante de lo histórico”, puntualiza.

Rehabilitación

Tras destinar la colecta que se realizó a otros fines y con el paso del tiempo, la rehabilitación de San Agustín fue quedando en el olvido. En la década de los 80, la iglesia pasó a la orden de los Bethlemitas, que permitió que una pala mecánica entrase en el templo e, incontroladamente, limpiase escombros y también otros restos de valor. Y ahí estuvo San Agustín, entre idas y venidas, hasta 2005, una fecha clave, en la que el Ayuntamiento de La Laguna convocó un concurso internacional de ideas para la rehabilitación integral del entorno. De aquel certamen, al que concurrieron 27 proyectos, resultó ganador el del madrileño Estudio FAM, en el que participaba el arquitecto Esaú Acosta, natural de El Sauzal. Pero llegó la crisis.

Fuentes oficiales del Consistorio lagunero manifiestan que existe el “máximo interés” para recuperar el inmueble, pero que para ello se requiere una “fuerte inversión” que, con las actuales circunstancias económicas, no es posible. De ahí que se esté esperando el “momento adecuado financieramente” para poder acometer el proyecto ganador del concurso desarrollado. “La situación no es la propicia ni para una inversión directamente municipal ni para buscar cofinanciación de otras administraciones”, precisan desde la Corporación municipal sobre esta iniciativa, cuyo fin es consolidar las ruinas de la iglesia y añadir cristal y una cubierta de lamas de madera para crear un espacio multiusos. Paralelamente, el edificio anexo se demolería para construir varias plantas dedicadas a diferentes fines: zona de internet, espacio audiovisual, salas de trabajo...

En el resultado final de ese proyecto tuvo un papel capital la Asociación de Vecinos Casco Histórico, que preside Pablo Reyes. Además de plantearle a varios equipos de arquitectos la idea de un espacio multiusos, el dirigente vecinal anota que, tras la primera idea de FAM, hubo “reuniones, charlas y debates” y se consensuó con ellos, y junto a otros colectivos de la ciudad, la propuesta final en algunos aspectos, como los referidos a que la plaza tuviese varias alturas o a la utilización en el proyecto de parte del Instituto, dos extremos finalmente desechados. No obstante, Reyes entiende que, desde el punto de vista de las prioridades, ahora mismo La Laguna tiene otras. “Pero está bien que exista este proyecto. Es una obra que está ahí y a lo mejor un día viene una subvención exclusivamente para recursos culturales... Quizá lo que hace falta ahora es reforzar para que no se deterioren más las columnas”, comenta.

La Junta de Hermandades y Cofradías (JHC) de La Laguna ha pasado a ser otro de los agentes relacionados con San Agustín. Y es que, debido a las dificultades y al consiguiente retraso del proyecto, algunas voces han pedido que el espacio se convierta en un museo de la Semana Santa. El actual presidente la JHC, Pedro López, no descarta esa posibilidad. “Las cofradías estamos con ganas de tener un museo cofrade. No solo cumpliríamos esa labor de museo y de exponer muchas de las obras que están encerradas en las iglesias y en casas particulares, sino que tendríamos un sitio donde poner los pasos de Semana Santa”, indica López, quien en cierta ocasión planteó extraoficialmente la posibilidad de que la Junta de Hermandades podría buscar financiación para San Agustín, y aquello corrió como la pólvora y se convirtió en un chascarrillo que animó algunas conversaciones en el casco lagunero.

Aunque consciente de que “muchas” de las entidades sociales de la ciudad no están “muy por la labor” de hacer un museo sacro, el máximo responsable de la Junta de Hermandades asevera que desde este colectivo le han preguntado al alcalde qué pasará con ese recinto. ¿La respuesta? “Él siempre nos dice que ese proyecto tiene un costo económicamente tan alto que es casi inviable en los próximos 20 años”.

La historia se repitió en 2006

Casi al mediodía del 23 de enero de 2006 la historia se repitió. Mientras los más rezagados se tomaban el cortado mañanero y otros hacían compras en las calles principales, la ciudad vivió una especie de déjà vu: gritos avisando del fuego, llamaradas, humo. La policía cortó las calles, las sirenas de bomberos se apoderaron del casco, llegaron los helicópteros. De imposible olvido las páginas semiquemadas de libros religiosos que volaban por las calles adyacentes al Obispado y que caían al suelo.

Bonfilio Marrero reprueba que todo el mundo abandonase el edificio: “Por lo menos que se intentase sacar algo... Si no, hay unas partes traseras para salvar las piezas que estaban en las salas nobles. Los bomberos empezaron a abrir ventanas que lo que hicieron fue inflamar más”. Además, lamenta especialmente la pérdida de las imágenes de Santa Mónica y San Agustín –pertenecientes al conjunto de la Virgen de la Cinta–, que, curiosamente, se guardaban en el Obispado tras salvarse del incendio de 1964, como si su sino fuese ser pasto de las llamas.

Y pudiera volver a pasar. El historiador del arte Antonio Regalado avisa: “Algunas iglesias ya cuentan con programa antiincendios, pero hay otras que carecen de él, con lo que estamos corriendo el riesgo de que pudieran quemarse”.

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