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El Sauzal fue el Hudson

Domingo Ramos

Santa Cruz de Tenerife —

Las imágenes del vuelo 1549 de US Airways flotando sobre las aguas heladas del río Hudson, cerca de la calle 48 de Manhattan, en Nueva York, impactaron al mundo y dieron popularidad a un término para muchos desconocido: amerizaje. Fue en enero de 2009, y el feliz suceso –se salvaron todos los ocupantes– sirvió también para que unos cuantos medios de comunicación españoles rememorasen que, 43 años antes, la costa del municipio tinerfeño de El Sauzal fue testigo de un acontecimiento similar. Un documental vuelve a poner ahora de actualidad aquel hito de la aviación nacional, del que se cumplen 48 años.

La historia sauzalera, y lo dicen los expertos, poco tiene que desmerecer a la del Hudson. Un avión de la compañía Spantax (un Douglas DC-3, con matrícula EC-ACX) despegó pasadas las 8:20 horas del viernes 16 de septiembre de 1966 del Aeropuerto de Los Rodeos con destino a La Palma. Pero se acabó dando la peor emergencia que podía producirse en el DC-3 o en cualquiera de los modernos turbohélices: el embalamiento de una de las hélices. A partir de ahí, la tensión, los gritos y el miedo de unos pasajeros que creían que aquel iba a ser su final.

Fruto de tres años de trabajo, el audiovisual que ahora se presenta recoge todo lo que sucedió aquel día y se acerca a los testimonios de los protagonistas de lo que pudo acabar en tragedia. Todo ello gracias al trabajo de los alumnos de la Escuela de Cine y Televisión de Los Realejos, que con unos pocos medios y mucha ilusión han sido capaces de, incluso, recrear en tres dimensiones la caída al mar del aparato. El resultado general es un relato apasionante y de excelente factura técnica.

Se trata de una producción que trasciende el objetivo del entretenimiento o la difusión histórica, dado que su finalidad auténtica es rendir un tributo a la tripulación y, sobre todo, a los grandes olvidados: los pescadores norteños que rescataron a los pasajeros. Jugándose la vida. Porque muchos no sabían nadar y, aún así, se acercaron hasta el avión tan rápido como pudieron y, en algunos casos, llevaron sus embarcaciones al límite de su capacidad. El pago que obtuvieron fue un agasajo en el Aeropuerto y 500 pesetas de la época; una recompensa, a juicio de algunos de ellos, insuficiente.

Antes de que los pescadores tuviesen que intervenir, aquel 16 de septiembre las cosas se habían complicado sobremanera. Al embalamiento de la hélice se unió la presencia de nubes y el emplazamiento entre montañas del aeródromo lagunero. El avión era un buen modelo, pero la circunstancia que se estaba produciendo impedía que volase. Entonces, el comandante comunicó a los pasajeros lo que ocurría y les pidió que se colocasen los chalecos salvavidas.

“Además de la dificultad de las nubes y de no chocar contra las montañas y otros obstáculos, tuvieron la suerte de que ese día estaba el mar como un plato y los pescadores trabajaban en esa zona. Porque como decía uno de ellos: 'Si el mar llega a estar malo, allí no hubiera habido nadie”. La afirmación es de Jesús Miguel Piñero, piloto profesional, asesor histórico del documental y gran entendido en aviación. Según explica, este no ha sido el único amerizaje acaecido en el Archipiélago, sino que también se han dado otras caídas controladas al mar, especialmente de avionetas, así como la de un avión militar del que se salvaron todos sus ocupantes.

Un pasajero fallecido

En el caso de El Sauzal sí que falleció un pasajero. Se llamaba Fernando Izquierdo y era de La Victoria. Ejercía allí como juez de paz y años antes había tenido responsabilidades políticas: fue alcalde. La intensidad del momento lo inmovilizó hasta el punto de que se aferró a la puerta de la aeronave y no la soltaba. Se acabó hundiendo con el avión mientras el piloto hacía lo posible por salvarlo. El nombre del comandante era Eugenio Maldonado, a quien, lejos de ser reconocido como un héroe por las autoridades militares de la época, lo ocurrido con Izquierdo estuvo a punto de costarle la vida. Y es que la Ley Penal y Procesal de Navegación establecía pena de muerte para él si el pasajero hubiese sufrido un ahogamiento. Sin embargo, la autopsia determinó que le había dado un infarto.

Además de Maldonado (5.000 horas de vuelo, unas 3.500 en el DC-3), la tripulación la conformaban el copiloto Fernando Piedrafita (1.400 horas; 350 en DC-3), y una azafata, María del Carmen Vázquez. Junto a ellos, un total de 24 pasajeros. Curiosamente, el piloto experimentaría a lo largo de su carrera profesional varios accidentes más, que logró resolver con maestría. Algunos de ellos fueron la explosión de un motor o la rotura del tren de aterrizaje, lo que le obligó a tomar tierra sin él. Pero nada en comparación con lo ocurrido en El Sauzal.

Prueba del dramatismo de lo sucedido aquel día son los testimonios que encabezan el tráiler de un documental presentado el 19 de septiembre. “Ese mismo día estábamos pescando mi hermano y yo y sentí un ruido, y le dije: 'Siento el ruido de un avión, pero no lo veo'. Cada vez se venía acercando más a nosotros”, evoca con cierta pasión uno de los pescadores. “El despegue era un poco fuera de lo normal, porque las nubes las teníamos en mitad de la pista y abajo del todo. Cuando ya el avión tenía unos 2.600 pies de altura es cuando se oyó un ruido muy fuerte y un bamboleo del avión hacia un lado”, relata el copiloto.

Parecidos con el Hudson

A grandes rasgos, lo ocurrido en El Sauzal y el mediático amerizaje sobre el río Hudson fueron muy similares. Uno sobre el mar y otro sobre un río; en uno el piloto fue considerado un héroe y al del otro casi le cuesta la vida. Pero, en esencia, en los dos casos se produjeron aterrizajes de libro sobre el mar. Según la teoría, un amerizaje es el impacto sobre una superficie acuática de manera análoga a hacerlo sobre tierra. Para ello se necesita haber realizado un descenso en altitud, reducir la velocidad, aproximarse, planear e identificar el lugar del amerizaje, que también se puede llamar acuatizaje si es sobre ríos o lagos.

Si el de El Sauzal fue sobre el mar, el del Hudson se produjo sobre este río neoyorquino. En aquella ocasión, el aparato había despegado del Aeropuerto de La Guardia con destino a Carolina del Norte, al Internacional de Charlotte. Era un Airbus A320 del que sobrevivieron sus 150 pasajeros y cinco tripulantes, que supieron salvar la situación después del impacto de una bandada de barnaclas canadienses en el fuselaje y los motores. Una vez sobre las aguas, y dado que eran las 16:00 horas, numerosas embarcaciones que estaban en ese momento en el río se acercaron a auxiliar a los supervivientes.

En ambos casos se trató de amerizajes no planeados, que son aquellos que se efectúan tras haberse detectado un problema de seguridad que compromete la integridad del avión –o de otro tipo de aeronave– y de sus pasajeros. Se suele apostar por esta alternativa cuando no hay otras opciones para realizar un aterrizaje seguro. También se utiliza este término para referirse a caídas al mar planeadas, como las de hidroaviones, helicópteros con elementos de flotación o cápsulas espaciales.

No obstante, la costa de El Sauzal y el río Hudson no son los dos únicos lugares donde se han producido amerizajes exitosos. Ya en 1956, un Boeing de Pam Am aterrizó sobre el mar al noreste de Hawai y sobrevivieron todos sus pasajeros. También los 52 ocupantes y tripulantes de un Tupolev Tu-124 se salvaron tras realizar esta misma maniobra sobre el río Neva. Dos años después del caso tinerfeño se produjo otro similar en la Bahía de San Francisco, en el que todos los viajeros salieron ilesos.

Tenerife y los accidentes aéreos

Aunque el amerizaje del Douglas DC-3 tuvo un final que no fue plenamente feliz por la muerte de Fernando Izquierdo, pero que sí fue bastante positivo para lo que pudo haber ocurrido, lo cierto es que Tenerife ha tenido una especial vinculación con los accidentes de avión, casi siempre con un final desgraciado. Fue lo que ocurrió, sin ir más lejos, en el choque de los jumbos de KLM y Pan Am del 27 de marzo de 1977, el mayor accidente en la historia de la aviación y en el que fallecieron 335 de las 396 personas que viajaban en una de las aeronaves y las 248 de la otra.

A este suceso hay sumarle el de un avión de Iberia con 49 pasajeros a bordo de los que solo sobrevivieron 19. Fue en 1965, el mismo año de la tragedia de un Spantax, del que murieron los 32 ocupantes. También un Convair 990 cayó sobre la pista al despegar en 1972 y murieron todas las personas que viajaban en él. Lo mismo ocurrió en 1980 con un Boeing 727 de la danesa Dan-Air. Una exhibición aeronáutica en 1984 se suma a esta desafortunada lista.

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