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SAULO TORÓN MACARIO, EL ÚLTIMO AVENTURERO DEL CINE, DESPUÉS DE DOUGLAS FAIRBANKS.

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En realidad, lo que a él le ocurrió es lo que le sucede a cualquiera que demuestra unas cualidades fuera de lo común y que, encima, se empeña en compartirlas. Sin ir más lejos, yo soy uno de aquellos alumnos a los que enseñó a amar, en mayúsculas, y a entender el cine tanto en su versión comercial, como en su versión artística. Y lo hizo desde el principio, mostrándome todos y cada uno de los eslabones de una cadena que es mucho más larga y compleja que lo que piensa la mayoría de los que trabajan en este negocio en la actualidad.

Voy a ser muy claro en lo siguiente y si mi condeno en lo más profundo del infierno, contento estaré: salvo que me demuestren lo contrario, quienes ahora mismo llevan la parte comercial del séptimo arte en nuestro país han estado opositando, y con méritos, para cargarse un negocio que décadas atrás era muy válido. Y quienes se dedican a “escribir” sobre los estrenos, también dejan claro, menos gloriosas excepciones, que no tienen ni idea de cómo funciona el negocio en cuestión. Me da igual que exhiban su cargo, título, apellido o heráldica, porque la mayoría de ellos no estaban cuando yo empecé a trabajar en esto y los que sí estaban, ahora se creen en poder de la verdad absoluta cuando los años te enseñan que esas majaderías solo existen en las “pelis”, en las malas.

La persona a la que está dedicada esta columna me enseñó a disfrutar estando dentro de una sala de cine, no pasarme el tiempo buscando defectos, inconvenientes o vaya usted a saber qué sinsentido. Habrá quien diga que lo que hizo conmigo fue acabar con mi sentido crítico, cosa que no es cierta, sino todo lo contrario. Lo único que hizo es ayudar a alguien con mucha ilusión, además de treinta años menos, y darle las herramientas que, a la vista está, muchos de mis “colegas” no han tenido o no han querido utilizar.

Esto no quiere decir que una relación entre dos personas sea siempre idílica y maravillosa, pero la persona y el profesional que hoy soy es capaz no solo de sacarle las vergüenzas a los responsables que organizan eventos cinematográficos en Finlandia -país considerado mucho más organizado que el nuestro- sino no conformarme con rellenar el expediente y tratar de superar las expectativas que las personas con las que trabajo depositan en mí.

Si alguien me enseñó que el espectáculo debe continuar, ése fue él. Sin importar los sacrificios que esto conlleve, amén de tomarte las cosas con un sentido del humor que él tenía y yo, no.

Podría recordar muchas cosas, pero me quedo con su cara, delante de una enorme pared llena de fotos desde el suelo hasta el techo, literalmente, imágenes las cuales tenían -gracias al inepto que presumía de comisariar aquella exposición- unos pies de fotos con letra 7,5 normal, sin resaltar dicha letra de ninguna manera, sobre un fondo verde desvaído que tampoco ayudaba, precisamente, a su lectura. Recuerdo acercarme a él y, mientras sujetaba con una de sus manos sus gafas, me dijo “Oye, ¿sabes dónde se pide la escalera, para poder subir y ver los pie de fotos?” Estos, para rematar la jugada, estaban a unos dos metros de altura…

Habrá quien piense después de leer estas líneas que solo me he quedado con lo bueno, aunque sé que no es cierto. En realidad, soy demasiado mayor y estoy demasiado cansado para darle carta de naturaleza a quienes se ceban en los errores ajenos y son incapaces de ver a la persona. Yo, lo único que sé, es que esta semana he visto dos películas y las he disfrutado las dos. Esto, como ya he dicho anteriormente, y SÉ que me estoy repitiendo, se lo debo a él. Por todo ello, quiero darle las gracias y decirte, estés dónde estés, Saulo, que conmigo lo hiciste muy bien.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.

The Mark of Zorro © 1920 Douglas Fairbanks Pictures

En realidad, lo que a él le ocurrió es lo que le sucede a cualquiera que demuestra unas cualidades fuera de lo común y que, encima, se empeña en compartirlas. Sin ir más lejos, yo soy uno de aquellos alumnos a los que enseñó a amar, en mayúsculas, y a entender el cine tanto en su versión comercial, como en su versión artística. Y lo hizo desde el principio, mostrándome todos y cada uno de los eslabones de una cadena que es mucho más larga y compleja que lo que piensa la mayoría de los que trabajan en este negocio en la actualidad.

Voy a ser muy claro en lo siguiente y si mi condeno en lo más profundo del infierno, contento estaré: salvo que me demuestren lo contrario, quienes ahora mismo llevan la parte comercial del séptimo arte en nuestro país han estado opositando, y con méritos, para cargarse un negocio que décadas atrás era muy válido. Y quienes se dedican a “escribir” sobre los estrenos, también dejan claro, menos gloriosas excepciones, que no tienen ni idea de cómo funciona el negocio en cuestión. Me da igual que exhiban su cargo, título, apellido o heráldica, porque la mayoría de ellos no estaban cuando yo empecé a trabajar en esto y los que sí estaban, ahora se creen en poder de la verdad absoluta cuando los años te enseñan que esas majaderías solo existen en las “pelis”, en las malas.