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NIGHT VISIONS MAXIMUM HALLOWEEN 3016

El problema, en esta ocasión, tuvo nombre y apellidos -los míos propios- y el contencioso en cuestión estuvo relacionado con mi interés en reclamar unos derechos que, como periodista acreditado para cubrir dicho evento, se me habían facilitado en ocasiones anteriores y se me denegaban en esta última edición.

Tengo asumido que mi labor es cada vez menos valorada, tanto en este país como en el nuestro y que los organigramas van a los “números gruesos”; es decir, los grandes medios, con una mayor implantación y mayor difusión. Sobre el papel esto tiene su lógica, pero luego, cuando uno repara en el trabajo de los enviados por los ya mencionados “grandes medios” se da cuenta de un hecho incontestable: de la teoría a la práctica va un gran -enorme, más bien- trecho. Es por ello que un jefe de prensa ecuánime debería tener en cuenta varios factores y no solamente las tiradas y/o difusión de un medio, circunstancia que le ahorraría muchos quebraderos de cabeza. Sin embargo, el rodillo es el rodillo y cuando se cita, cual salmo bíblico, la implantación de un medio “nacional” frente a los medios provinciales y/o locales, sólo queda apartarse, no vaya a ser que las aguas del Mar Rojo lo acaben tragando a uno.

En este caso particular, la lógica antes citada, sumada a la precariedad que actualmente se tiene de grandes salas cinematográficas en Helsinki -varias de ellas están en pleno proceso de renovación- llevó a los responsables del evento a tener que lidiar con las imposiciones de la gran cadena cinematográfica finlandesa por excelencia, para quien la venta de entradas está por encima del trabajo de quienes, como yo, necesitan ver películas durante la celebración de un festival para luego poder hablar de ellas.

Y aun conociendo como conozco el negocio de la distribución y exhibición cinematográfica -mi trabajo de escribir sobre películas siempre ha ido paralelo a mi trabajo en las dos áreas anteriormente citadas- me encontré con que, aunque quisiera, tampoco podía comprar las entradas que quisiera, dado que, cuando me entregaron mi acreditación, ya había varias películas que formaban parte de mi programación para cubrir el festival cuyas entradas estaban agotadas.

Ante tal escenario, no me vi en mejor situación que hablar con la persona que, en aquellos momentos, representaba al festival y preguntarle cuáles eran mis opciones, visto que, con las nuevas condiciones, a lo sumo, podría ver un par de películas. Con el nuevo sistema dudo mucho que lograra conseguir una butaca libre y, de esa forma, de poco servía la acreditación de prensa que, en aquel momento, llevaba colgando del cuello.

Al principio, mi requerimiento no fue tomado en consideración, pero cuando, de la forma más educada posible y sin levantar la voz -los malos modos sirven de muy poco en este país- planteé la posibilidad de entregar mi acreditación y salir por la misma puerta por la que había entrado veinte minutos antes, la cosa cambió. En realidad, la persona con la que hablé anotó lo que le dije, llamó al director del evento y, pasados unos minutos, regresó hasta donde yo estaba sentado, con una solución y con una explicación que demuestra que el cargo que ocupa no está basado en el capricho del descerebrado de turno, sino en el convencimiento de que es la persona idónea para dicho puesto.

Debo confesar que, en todos los años que llevo trabajando en Finlandia, ésta era la primera vez que me sucedía algo así y quien me tocó en suerte superó el entuerto de una forma sobresaliente. Tanto sus explicaciones como la solución aportada estuvieron a la altura de lo que se espera de un profesional, sin ningún tipo de victimismos, medias verdades y tópicos al uso. Lo que me dijo era cierto, fácil de contrastar y sin espacio para la réplica. Las cosas están cambiando y, en unos años, mi labor será un recuerdo del pasado, al igual que el negocio del cine tal y como ahora se conoce. ¿Seguirán existiendo los festivales de cine? Imagino que sí, pero no como se los concibe en la actualidad y quienes continuemos trabajando en este mundo, si nos dejan, lo haremos cada vez más de forma virtual y con mayores limitaciones, de eso no me cabe la menor duda.

Sea como fuere, una hora después de llegar a la sede de la edición de Halloween del festival Night Visions no solamente llevaba una acreditación de prensa colgando de mi cuello, sino que había logrado rehacer mi programación y podía empezar a trabajar como en todas las veces anteriores. No obstante, una pregunta me rondó durante los días siguientes y aun hoy en día me da vueltas a la cabeza. ¿Hasta cuándo podré asistir como periodista acreditado a un festival de cine? Eso sólo el tiempo lo dirá.

NIGH VISIONS MAXIMUM HALLOWEEN 3016: El festival, sus invitados, homenajes y algunas películas

Este año el festival dirigido por Mikko Aromaa fue, con diferencia, el más heterodoxo de todos los festivales anteriormente celebrados, por lo menos, desde que comencé a cubrirlo como periodista, cinco años atrás. Al ver la programación, con la superposición de estilos, temáticas, épocas y tendencias, cualquier espectador podría llegar a tener la sensación de estar subido a la Tardis del celebérrimo doctor Who y ser partícipe de las vivencias inherentes a cualquier viajero habitual del tiempo y el espacio.

Cada día había tiempo para ver lo nuevo, lo viejo, lo clásico y lo más puntero sin que, por ello, los cimientos del Kinopalatsi se resintieran lo más mínimo. Para aquellos que no lo sepan, son muchos -yo diría que “son legión”- los que piensan que el cine de género NO se puede proyectar en determinados espacios. Las sacrosantas y, en su mayoría, anquilosadas filmotecas, los festivales de cine de serie A y algunas pantallas patrias se rasgarían el velo si en sus pantallas se llegaran a proyectar películas tales como The Live (John Carpenter 1988) o la trilogía demoniaca de Evil Dead, creación del director, productor y guionista Sam Raimi.

No obstante, y salvo por las vibraciones del metro que circula por debajo del complejo cinematográfico finlandés, nada sucedió cuando dichas producciones, junto con otras de tan “baja estofa” como las anteriormente citadas, se proyectaron en las pantallas de los cines. Además, el incluir un homenaje al gran actor que es Franco Nero, quien demostró en vivo y en directo por qué es quien es dentro de la industria cinematográfica mundial, me confirmó que este país supera al nuestro tanto por su desparpajo como por su capacidad para ofrecer a los espectadores todo aquello que pueda llegar a ser de su interés, sin dejarse llevar por los estereotipos que suelen ser las muletillas más habituales de quienes perpetran las críticas especializadas sobre películas.

Franco Nero cimentó parte de su carrera trabajando en películas producidas y filmadas en nuestro país, pero en España se suele pasar de puntillas con todo lo relacionado con la dorada época del spaghetti western como si se tratara de una infamia, a la misma altura que el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbour. Cuesta entender la razón de tal comportamiento, pero resulta insultante que se valore más todas esas producciones, con sus luces y sus sombras, fuera de las fronteras nacionales que allí donde se rodó. Para las nuevas generaciones, aquellos maravillosos años donde el oeste americano se trasladó hasta las afueras de Madrid, Barcelona y, cómo no, hasta un sinfín de enclaves geográficos en la provincia de Almería, han pasado a ser las películas que algunas cadenas de televisión nacionales programan para que el españolito medio se dé una cabezadita tras una opípara comida antes de regresar al trabajo, justo cuando sus homónimos europeos regresan a sus casas, una vez terminada su jornada de laboral. En este apartado, como en tantos otros, España demuestra que es un país incapaz de conservar su legado, sobre todo el cultural, y tienen que ser los que vienen de fuera -salvo ejemplos como la magnífica 800 balas de Alex de la Iglesia- los que hagan las labores de archivistas y/o conservadores de lo que un día se escribió, dibujó y/o rodó en el territorio nacional.

Con Franco Nero llegaron dos películas bien diferentes, Enter the Ninja (Menahen Golam 1981) -cinta de la mítica y ya desaparecida Cannon Group Inc que inauguró la posterior fiebre por los sanguinarios y resolutivos ninja- y Keoma, brillante y sobresaliente western dirigido en 1976 por Enzo G. Castellari. De ambas, Franco Nero contó todo aquello que se le vino a la mente, aunque su querencia para con la segunda le ganó la partida a la primera, Enter the Ninja, típica realización de una compañía que, por mucho que moleste a quienes solamente van al cine a tratar de buscarle el sentido a la vida y al universo que nos rodea, nos lo hizo pasar tremendamente bien dentro de una sala de proyección durante toda una década.

En el caso particular de Keoma, y tras los veinte minutos que el actor invirtió en presentarla, a todos nos quedó claro que, junto con Django y Compañeros!, la película ocupa un lugar de privilegio dentro de su imaginario personal y profesional, el cual está compuesto por más de doscientos títulos. Incluso nos enteramos que la frase con la que se cierra la narración fue ocurrencia suya, una vez que se la pidió “prestada” a su autor original, William Shakespeare.

El actor, con quien tuve la oportunidad de hablar durante unos minutos mientras bajábamos por las escaleras del complejo, camino de la sala donde se iba a proyectar una de sus películas, demostró que a sus 75 años aún tiene cuerda para rato y un saber estar digno de quien empezó su carrera antes de que la mayoría de los que asistimos a festival hubiésemos nacido. Lo mejor de todo vino cuando Franco Nero me preguntó cuál era mi película preferida de su filmografía y yo le dije que era Camelot (Joshua Logan 1967), algo que sorprendió un poco al actor, aunque luego me dijera en un perfecto castellano “Buena elección. También es una de mis películas preferidas”.

El otro de los invitados que presentó su último trabajo en el festival y del conocí más en profundidad algunas cuestiones de su trabajo -merced al Q&A posterior a la proyección y a los minutos en los que pudimos hablar, terminado el coloquio con la audiencia- fue el director noruego Henrik Martin Dahlsbakken, responsable de película Cave, cinta que forma parte de la cada vez más nutrida lista de cine escandinavo de género que, desgraciadamente, no se ve todo lo debiera fuera de las fronteras nórdicas.

Cave es una película que se emparenta con otras producciones tales como The Descent (Neil Marshall 2005) o Takaisin Pintaan (Juan Reina 2016), dado que el escenario es un protagonista más activo e importante que los propios personajes que aparecen en la pantalla. La cueva y/o caverna en donde se desarrolla la acción marcará el devenir de toda la narración al ser un espacio que condiciona -y lleva al límite de sus capacidades- a quienes luego se introducirán en ella. En lo que se diferencia la película del director noruego es en su gusto por los detalles y en su afán por diseccionar la psique de los personajes, antes siquiera de que éstos se sumerjan en las gélidas aguas del escenario en cuestión.

Veremos por dónde nos lleva Henrik Martin Dahlsbakken en la continuación de Cave, anunciada en el festival siguiendo el plan establecido desde el primer momento por el director.

HOMENAJES

Dos fueron los homenajes que Night Visions Maximum Halloween ofreció al público y las personas acreditadas durante los días en los que se celebró el festival. El primero y más celebrado, de ahí que las entradas se agotaran poco después de ponerse a la venta, estuvo centrado en la recordada, copiada, comentada y siempre recordada trilogía Evil Dead y en su máximo exponente, el personaje de Ashley 'Ash' J. Williams, interpretado por el actor Bruce Campbell.

The Evil Dead (Sam Raimi 1981) es la más terrorífica y osada de las tres, y aquella que demostró la validez de Raimi como realizador y la de Campbell como actor capaz de cualquier cosa delante de una cámara. Luego, el terror y el sobresalto continuo que adorna -y estremece, según se mire- el metraje de la primera película se torna sátira, gore y exceso en las dos siguientes propuestas (Evil Dead 2: Dead by Dawn 1987, y Army of Darkness 1992) aunque la esencia maligna y terrorífica permanezca y espectador termine por no saber si reír, llorar o gritar.

Hoy en día, donde todo es inmediato, donde la capacidad de sorpresa se ha transformado en la capacidad por sorprender pero sin caer en la cuenta de los excesos que se comenten durante el proceso resulta reconfortante comprobar que hay festivales y espectadores que aprecian el terror tal cual, sin necesidad de teléfonos, tabletas, ordenadores ni nada por el estilo. Quizás, por esta razón, La autopsia de Jane Doe (André Øvredal 2016), película que bebe de unas fuentes similares a las que recurre Sam Raimi, causó tan buena impresión en el festival.

Rodada con una enorme simplicidad de medios, pocos actores y sin rozar los excesos, salvo los necesarios cuando se habla de este tipo de producciones, la trama nos lleva hasta uno de aquellos momentos que debería ser recordado por todos los que juegan la carta de la intolerancia religiosa, no importa qué dios, ni país, ni época y no se dan cuenta del peligro que ello conlleva. Lo que comienza siendo una autopsia rutinaria, llevada a cabo por un padre y un hijo (Brian Cox y Emile Hirsch, respectivamente) se convertirá en un viaje a través del tiempo hasta llegar a los infames y moralmente reprochables juicios de Salem, celebrados durante los años 1692 y 1693.

Aquella locura colectiva, fruto de la ignorancia, el fanatismo y la radicalización de quienes usan y abusan de su poder, tal y como Arthur Miller reflejo en su magnífica pieza teatral The Crucible en el año 1953 -en plena caza de brujas contemporánea- se verá reflejada en el cuerpo de una mujer anónima que, poco a poco, irá llevando a los protagonistas hasta el mismísimo y delirante corazón de las tinieblas descrito por Joseph Campbell en su novela. Tal y como suele suceder, nada ni nadie es lo que parece, ni siquiera la parca que se resiste a cumplir con su trabajo y llevarse hasta el más allá al espíritu de aquella desafortunada hembra, blanco de todas las iras de quienes culpan al sexo femenino de todos los males de este mundo desde que el Génesis fuera descrito por alguna mente enferma.

La mayor virtud, además del manejo de los recursos propios del cine de género, es la concisión en el metraje, algo que también emparenta la película de André Øvredal con la primera entrega de Evil Dead, una circunstancia que parecen haber olvidado los directores de películas convencionales, serias y socialmente aceptadas, muchas de las cuales estiran el metraje hasta lograr que la narración se diluya, pierda interés y termine por aburrir al espectador.

La autopsia de Jane Doe es una película en la que pocos repararán, salvo quienes somos capaces de disfrutar con el buen cine sin importar el género de la producción en cuestión, y que demuestra que con menos, siempre que las dosis sean las adecuadas, se puede lograr más, siguiendo las enseñanzas del maestro Giorgo Armani.

Termino el capítulo de homenajes con otra de esas películas que pasaron por las taquillas españolas -y por las de buena parte del mundo- sin pena, gloria o reconocimiento, y eso que te regalaban unas gafas de sol durante el estreno. La película en cuestión era They Live, dirigida por el gran John Carpenter y basada en el relato corto del escritor Ray Nelson Eight O’Clock in the Morning (para quien esté interesado en leerlo, por favor, consulte la siguiente dirección web: http://www.whale.to/b/eight_o.html)

La trama es muy simple: un don nadie, Nada (“Rowdy” Roddy Piper) trata de sobrevivir como buenamente puede en un mundo en el que las desigualdades son cada vez mayores. La acción se sitúa durante el mandato del presidente Ronald Reagan, un tiempo en el que buena parte del “sueño americano” se desmanteló, al igual que la, hasta entonces, próspera industria automovilística estadounidense, por citar un ejemplo de aquel descacharre. Las escenas protagonizadas por personas sin hogar, rodeadas de malsana podredumbre, no son fruto de un sobresaliente trabajo de los responsables del departamento artístico, sino el “regalo” de una administración que puso contra las cuerdas los logros obtenidos hasta entonces con sus continuas y excesivas salidas de tono y su gusto por fomentar las desigualdades que ahora, tres décadas después, vuelven a estar de actualidad.

Nada descubrirá que, detrás de todo esto, no se esconde el gobierno de la nación, o un presidente electo excesivo y esperpéntico, sino una raza de seres alienígenas que tiene a la población adoctrinada, engañada y atrapada en un bucle que solamente beneficia a los invasores. Tal y como suele ser habitual, un grupo de opositores al nuevo régimen -si se tratara de nuestro país, ya saldría alguna de las fuerzas vivas invocando tal o cual teoría de la conspiración de carácter anarco sindicalista- descubre el pastel y merced a unas especialísimas gafas de sol puede ver el mundo tal cual es en blanco y negro y lleno de mensajes que propagan la sumisión, la obediencia, el trabajo continuo y el aceptar una situación que beneficia a los invasores, aunque todo recuerde mucho a la misma historia de la humanidad.

Rodada, como suele habitual en la trayectoria del director, con actores ocasionales -Roddy Piper fue campeón de lucha libre americana antes que actor- o poco conocidos, tal y como es el caso de Meg Foster o Keith David, They Live es una profunda sátira social y toda una crítica ante un sistema que premia la sumisión frente al libre pensamiento y el afán de superación. Lo que se cuenta, como antes lo hiciera Ray Nelson en su sensacional relato, es lo que sucede en la actualidad, en un mundo dominado por las élites sin moral, las grandes corporaciones depredadoras, y por una redes globales y sociales que aplastan al individuo con una catarata continua de mensajes sin ningún contenido salvo el afán por ocupar un espacio cada vez más saturado.

They Live debería ser programada no solamente en las filmotecas, sino en los institutos y en las universidades de todo el mundo para que los allí congregados se dieran cuenta de lo importante que es tener un criterio propio y no dejarse llevar y/o influenciar por el criterio del bloguero de moda, el famosillo de tercera o el presentador irresponsable y soez, personajes que lejos de crear opinión buscan su beneficio personal y el medrar en nuestra decrépita sociedad de consumo.

El único problema es que toda la película es, de principio a fin, políticamente incorrecta, descarada y carente de la poética que muchos gustan de encontrar en cualquier producción cinematográfica, incluyendo las de género. De ahí que, tres décadas después, la película de John Carpenter siga siendo ignorada, denostada y olvidada frente a otras propuestas infinitamente inferiores, pero que, merced a su complejo, retorcido y, a ratos, incomprensible guión, gozan del favor de la crítica y del público que gusta de presumir de haber entendido lo que, a todas luces, es incomprensible.

Y esto es lo que, de alguna manera, sucede con Arrival, la última película del director Denis Villeneuve, que gusta a quienes NO les gustan las películas de ciencia ficción per se. Arrival arranca con la llegada de unas naves alienígenas hasta el planeta Tierra y, gracias a ellas, conoceremos a la doctora y lingüista Louise Banks (Amy Adams) el eje central sobre el que pivota toda la acción. Una vez que la doctora es reclutada por el ejército, en la persona del coronel Weber (Forest Whitaker), junto con un selecto grupo de expertos, entre los que se encuentra el físico teórico Ian Donnelly (Jeremy Renner), comienza para la protagonista un viaje en el que no solamente se lograrán interpretar los plásticos y visualmente hermosos símbolos que utilizan los recién llegados para comunicarse, sino una introspección que llevará a la doctora a conocer su propio futuro y, por ende, todo lo que le depara el porvenir.

En realidad, Arrival utiliza a los recién llegados para criticar la intolerancia del ser humano -algo que antes ya demostró Robert Wise cuando dirigió The Day the Earth Stood Still (1951)- y, de paso, para plantearse algunas de las grandes preguntas que siempre han rondado la cabeza del ser humano, tal cual hizo Stanley Kubrick cuando llevó a la gran pantalla 2001: A Space Odyssey en 1968. En ambos casos, la ciencia ficción es la excusa para plantear cuestiones filosóficas, sociológicas e, incluso, de carácter religioso. Por todo ello, Arrival está cosechando tan buenas críticas entre quienes suelen degradar todo aquello que tiene relación con alienígenas y similares, casi diría que por definición.

La película es visualmente preciosa y la actuación de sus protagonistas, en especial, la de Amy Adams, es digna de mencionar por la mezcla de determinación y fragilidad en un mismo plano, pero resulta llamativo que se esté enarbolando la producción de Denis Villeneuve como un ejemplo de lo que deberían ser las películas de ciencia ficción. De esta manera se están obviando un sin fin de buenos ejemplos, tan dignos de destacar como la realización del director canadiense pero que siguen sin lograr que la crítica y los espectadores les den un voto de confianza. Sin pensar mucho, recomendaría que revisaran cualquiera de las tres versiones de la película Close Encounters of the Third Kind, dirigida en 1977 por Steven Spielberg. Puede que ésta última no tenga imágenes tan oníricas como Arrival, pero el trabajo del director y de los actores, especialmente el de Richard Dreyfuss, merecen la pena ser tenidos en consideración cuando se habla de un primer contacto entre seres de nuestro planeta y del cualquier otro lugar de la galaxia.

¿Qué más nos contó el festival?

Pues que un cazador de demonios puede tener tan buena planta como el actor sueco Dolph Lundgren, aunque, en algunos momentos, éste dé la sensación de no tomarse demasiado en serio en Don´t kill it, película dirigida por Miko Mendez. No obstante, el resultado final, muy influenciado por las películas de San Raimi antes comentadas, tampoco es que desmerezca los 93 minutos que dura la trama, sobre todo porque cuando se combina el humor negro con ciertas dosis de gore, muy mala, el tiempo se te pasa volando y lo único que deseas es que todo aquel si sinsentido que estás viendo desfilar ante tus ojos dure el mayor tiempo posible.

Esta última afirmación no es del todo acertada, por lo menos para el espectador común, cuando se piensa en Yoga Hosers, una nueva gamberrada del director, guionista, actor y productor que responde al nombre de Kevin Smith. Yoga Hosers, protagonizada por Lily-Rose Depp, hija del actor Johnny Depp -quien también aparece en la cinta- y Harley Quinn Smith, hija del director del desaguisado en cuestión y casi tan desquiciada como el personaje gráfico del que bebe su nombre, resulta ser una suerte de vehículo creativo para que Kevin Smith critique a la sociedad, la juventud y todo lo que no le gusta de su país, algo que se puede entender muy bien tras las últimas elecciones presidenciales. El problema es que, si no te gusta la imaginería y los excesos sobre los que ha cimentado el director y guionista de la película su carrera artística, raramente podrás sentir empatía alguna por lo que discurre delante de tus ojos, y dicha circunstancia no ayuda a que los espectadores acudan a una sala de cine.

Sin embargo, si te gustan los excesos de todo tipo y condición, sobre todo verbales, las salidas de tono surrealistas y el afán de Smith padre, por no dejar salchicha, perdón, títere con cabeza, Yoga Hosers es tu película. En mi caso, nunca he disimulado mi querencia para con el trabajo del director, y de ahí que recomiende a quien no guste de ver este tipo de propuestas que se deje llevar y que disfrutar con locuras como éstas, tan lejos de lo socialmente aceptado, pero tan refrescantes e insolentes, en el más amplio sentido de la palabra.

Insolente, descarnada, áspera y sin concesiones es, por otro lado, Let me make you a martyr, primera película del dúo Corey Asraf y John Swab. La cinta, una ácida combinación de miseria y podredumbre moral, llena de personajes acabados y que se sienten lastrados por sus propias debilidades, termina por ser tan agobiante y desasosegante como la peor de las pesadillas.

De todos los seres que pululan por aquel dantesco escenario, carente de cualquier poso de moralidad, será el personaje interpretado, de manera magnífica, por el cantante Marilyn Manson (Pope) quien demuestre la mayor de la coherencia para con su situación personal y su manera de entender el mundo, a pesar de ser un sicario con una clara inclinación hacía la parafernalia nacionalsocialista -no en vano lleva una automática Luger P8 Parabellum, arma asociada al régimen alemán.

El resto de los personajes, a excepción de la niña desaparecida, son el vivo ejemplo de lo poco civilizada que es la raza humana y cómo el mundo ha llegado a ser el inmenso estercolero por todos conocidos. Solamente al final podemos llegar a sonreír con lo vemos en la pantalla, aunque, si se piensa con total frialdad, ¿acaso lo que vemos incita a la esperanza? Lo que está claro, tras ver la película de Corey Asraf y John Swab, es que al ser humano NO le hace ninguna falta inventarse monstruos para luego tener pesadillas. Con salir a la calle hay más que suficiente.

Termino este recorrido por lo que dio de sí esta edición del festival de cine de género Nigh Visions deteniéndome en la película Headshot, realización indonesia del dúo Kimo Stamboel & Timo Tjahjanto -The Mo Brothers- conocido por sus trabajos en títulos de terror, mayoritariamente.

Headshot, protagonizada de manera absoluta por Iko Uwais (Ishmael), sensacional artista marcial conocido por interpretar algunas de las mejores cintas de acción de los últimos años (Merantau, The Raid I y II), bebe de una historia ya conocida; es decir, un desconocido aparece varado en una playa, sin identidad, memoria, ni nadie que se preocupe o interese por él. A medida que va trascurriendo la trama, el espectador se irá enterando del pasado y de la capacidad que tiene Ishmael por solucionar cualquier entuerto que se cruce en su camino, por peligroso y extremo que éste pudiera llegar a ser. En medio de todo se encontrará la doctora Ailin (Chelsea Islan), responsable de la recuperación de Ishmael, y que, sin ser consciente de ello, se verá inmersa en un conflicto digno de la mejor tragedia del bardo británico. Al final, sólo queda recorrer el camino anteriormente andado y, como los crepusculares personajes de Sam Peckinpah, enfrentarse con un destino que poca o ninguna esperanza guarda para el personaje interpretado por Iko Uwais.

Headshot es una película impactante, cinética, frenética en muchas de sus secuencias, dada la increíble capacidad de sus directores, del director de fotografía, Yunus Pasolang y del actor principal a la hora de plasmar las constantes secuencias de lucha que jalonan todo el metraje. Los detractores de este tipo de cine -neófitos en su mayoría, porque no suelen acudir siquiera a una sala de cine para luego poder opinar- suelen cargar las tintas en lo descarnadas, sangrientas y extremas que son estas películas, y más si sus directores vienen de trabajar en realizaciones de terror. No obstante, la violencia de Headshot, como ya sucediera en The Raid I y II, no es tan gratuita ni excesiva, sino mucho más estética que cualquier refriega callejera al uso, sin importar el país ni los protagonistas.

El mundo en el que vivimos es un lugar violento, donde impera la ley del más fuerte, y quien no sea capaz de asumirlo tiene un serio problema. Otra cosa es que nos hayamos acostumbrado a digerir la violencia en los medios de comunicación o en nuestra sociedad, en forma de recortes, quiebras, despidos masivos y desahucios que llevan a muchas personas a quitarse la vida ante la imposibilidad de poder hacer frente a tanto desatino.

Ishmael lucha por dejar atrás una vida horrenda, marcada por la mentira, la traición y los excesos, pero, por lo menos, tiene una oportunidad si sobrevive el reto. Al ciudadano de a pie se le ha escatimado hasta esa opción y, qué quieren que les diga, esa violencia encubierta me parece mucho más atroz y punible que la mostrada por esta película. También sé que quienes solamente acuden a una sala de cine a ver el mismo tipo de películas, rodadas en los mismos países y con las mismas premisas argumentales, nunca acudirían a ver Headshot, The Raid, o Evil Dead pero, como siempre han dicho en mi casa, ellos se lo pierden.

Faltan cinco meses para una nueva edición del festival Night Visions y, a día de hoy, no sé lo que pasará visto lo visto durante esta edición, pero, sea como fuere, un año más, acudir al festival mereció la pena por mucho que algunos, muchos, piensen lo contrario.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

Headshot © 2016 Infinite Frameworks Studios

Yoga Hosers © 2016 Abbolita Productions, Destro Films, Invincible Pictures, SModcast Pictures, StarStream Media & XYZ Films

Let Me Make You a Martyr © 2016 Iscariot Films & Actium Pictures

Arrival © 2016 21 Laps Entertainment, FilmNation Entertainment, Lava Bear Films & Xenolinguistics

Evil Dead © 2016 Renaissance Pictures

They Live © 2016 Alive Films & Larry Franco Productions

The Autopsy of Jane Doe © 2016 IM Global, 42 & Impostor Pictures

Cave © 2016 FilmBros

Enter the Ninja © 1981 The Cannon Cannon Group, Inc & City Film

Keoma © 1976 Uranos Cinematografica

El problema, en esta ocasión, tuvo nombre y apellidos -los míos propios- y el contencioso en cuestión estuvo relacionado con mi interés en reclamar unos derechos que, como periodista acreditado para cubrir dicho evento, se me habían facilitado en ocasiones anteriores y se me denegaban en esta última edición.

Tengo asumido que mi labor es cada vez menos valorada, tanto en este país como en el nuestro y que los organigramas van a los “números gruesos”; es decir, los grandes medios, con una mayor implantación y mayor difusión. Sobre el papel esto tiene su lógica, pero luego, cuando uno repara en el trabajo de los enviados por los ya mencionados “grandes medios” se da cuenta de un hecho incontestable: de la teoría a la práctica va un gran -enorme, más bien- trecho. Es por ello que un jefe de prensa ecuánime debería tener en cuenta varios factores y no solamente las tiradas y/o difusión de un medio, circunstancia que le ahorraría muchos quebraderos de cabeza. Sin embargo, el rodillo es el rodillo y cuando se cita, cual salmo bíblico, la implantación de un medio “nacional” frente a los medios provinciales y/o locales, sólo queda apartarse, no vaya a ser que las aguas del Mar Rojo lo acaben tragando a uno.