Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
EN RECUERDO DE CARRIE FISHER
Por ello, cuando hace cuarenta años vi proyectada en la pantalla de un cine la imagen de una princesa que, lejos de amilanarse ante el peligro y/o los más despiadados villanos mantenía el tipo, la iniciativa y el coraje tuve claro que el mundo había cambiado. Aquella princesa respondía al nombre de Leia Organa y, en la primera secuencia de la película, antes de ser atrapada, abatía a un Stormtropper imperial sin que le temblara el pulso. Luego, ya en manos del enemigo, su empuje le llevaba a enfrentarse contra el megalómano y sanguinario Darth Vader, el señor oscuro por excelencia y brazo ejecutor del no menos desmedido y destructivo régimen imperial, sin perder la compostura, y casi diría que manteniendo un tono más desafiante que el mismísimo lord Sith.
Esa postura -la cual solamente dio muestras de resquebrajarse cuando el comandante de la Estrella de la Muerte, Wilhuff Tarkin, decidió volatilizar el planeta en donde se crio la princesa, Alderaan- continuó vigente durante el resto de la epopeya galáctica que se saldaría con la primera victoria de importancia de la alianza rebelde contra el régimen imperial. Ni siquiera su actitud cambia, ni se siente agradecida cuando Luke Skywalker y Han Solo acuden al rescate de la princesa en el bloque prisión en donde está confinada. Es más, lo primero que hace es recriminarle a los recién llegados la falta de un plan alternativo de rescate ante la situación con la que van a tener que lidiar, una vez que se ha perdido el factor sorpresa.
Leia se convertiría, a lo largo de los años, en todo un símbolo de cuál debería ser el papel de una mujer en la vida real de nuestra sociedad, mucho antes de que las mujeres pudieran acudir a un escenario bélico como soldados de primera línea, y no como analistas y/o personal sanitario. Debieron pasar décadas hasta que esta circunstancia se convirtiera en algo cotidiano, tanto para lo bueno como para lo malo, dado que también las integrantes del sexo “débil” mueren en un campo de batalla, algo que no es extraño que suceda, por otra parte, en las películas de la saga galáctica, sobre todo en las últimas.
¿Y quién era, en realidad, la princesa Leia Organa? Su rostro, su impronta y sus debilidades -que las tenía, como cualquier persona normal- fueron, hasta hace tan sólo unas semanas, las de Carrie Frances Fisher Reynolds, hija del cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds. Su vida también se desarrolló entre mil batallas, aunque éstas no tuvieron nada que ver con el devenir de un malvado imperio galáctico, sino con esos meandros, tantas veces citados, que llevan a las personas a navegar entre la cordura y la opresiva oscuridad que siempre planea sobre las relaciones humanas. Carrie Fisher, al igual que la princesa Leia, conoció de cerca el corazón de las tinieblas, pero su instinto de supervivencia le ayudó a transmutarse para evitar ser devorada por sus propias debilidades.
Al final, su enorme corazón fue quien se la llevó, sesenta años después de su nacimiento y unos meses antes de celebrar el cuarenta aniversario de la primera gran victoria de la alianza contra los designios del malvado emperador Palpatine.
Su pérdida deja huérfanos a quienes crecimos pensando que la igualdad de los sexos es posible y que el patriarcado, el machismo y las madres que malcrían a sus hijos para que luego éstos abusen de sus parejas deberían ser erradicados del imaginario colectivo. Es más, las chicas deberían ser como la princesa y no dejarse amilanar por nada, ni por nadie, y mucho menos por alguien del sexo opuesto.
Por lo menos, y sé que suena a “premio de consolación”, Carrie Fisher no tendrá que soportar la catarata de majaderías que, durante el presente año, se vomitarán sobre la génesis, el desarrollo, los entresijos y sobre el contenido ético, moral, antropológico y vayan ustedes a saber qué más, de Star Wars. A buen seguro, los doctores que tiene alrededor el séptimo arte ya están afilando los colmillos para demostrar que en la película de George Lucas no se puede encontrar el “sentido de la vida”, ni ninguna de las grandes cuestiones que llevan rondando la cabeza del ser humano desde la ingesta de cierta manzana.
Dejando a un lado el contenido sociológico y antropológico vertido por Lucas, merced a su relación con el erudito Joseph Campbell, quien quiera encontrar algunas de las mencionadas respuestas, mejor que consulte otras fuentes -yo le puedo dar algunas ideas- y nos deje a los demás disfrutar con la mitología con la que crecimos y que, cuarenta años después, continúa siendo una parte fundamental de nuestra existencia.
© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017
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Por ello, cuando hace cuarenta años vi proyectada en la pantalla de un cine la imagen de una princesa que, lejos de amilanarse ante el peligro y/o los más despiadados villanos mantenía el tipo, la iniciativa y el coraje tuve claro que el mundo había cambiado. Aquella princesa respondía al nombre de Leia Organa y, en la primera secuencia de la película, antes de ser atrapada, abatía a un Stormtropper imperial sin que le temblara el pulso. Luego, ya en manos del enemigo, su empuje le llevaba a enfrentarse contra el megalómano y sanguinario Darth Vader, el señor oscuro por excelencia y brazo ejecutor del no menos desmedido y destructivo régimen imperial, sin perder la compostura, y casi diría que manteniendo un tono más desafiante que el mismísimo lord Sith.