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SEASON FILM FESTIVAL. HELSINKI 31 MARZO-3 DE ABRIL.

Políticamente incorrecta es la película de Jocelyn Moorhouse, The Dressmaker (La Modista), protagonizada por Kate Winslet, Hugo Weaving y Liam Hemsworth. La película plantea de forma clara, concisa y sin mayores rodeos lo nocivos que son los pueblos, lo deleznables que son los caciques y lo miserable que puede llegar a ser la raza humana. El personaje principal, una niña expulsada de su casa a causa de un crimen que no cometió, regresa para ajustar cuentas y poner a cada cual en su sitio, aunque en realidad son los propios lugareños los que se acaban tirando los trastos a la cabeza. La miseria moral que rodea a los habitantes del pueblucho en cuestión, situado en medio de ninguna parte, es una magnífica radiografía de lo endémicas que pueden llegar a ser las relaciones humanas cuando éstas se circunscriben a un limitado espacio físico. El resultado de la interacción del personaje principal para con el resto de los protagonistas es lo que debería suceder si las personas en vez de contentarse con lo que tienen pelearan por sus derechos. Salvo por una pequeña circunstancia, es imposible sentir pena por la panda de parásitos que acaban siendo “gaseados” cual plaga por el personaje principal.

Y de bajezas morales en la Australia de los años 50 pasamos a las bajezas morales de los Estados Unidos de América de los años 50. Trumbo, biografía del escritor Dalton Trumbo, basada en la novela de Bruce Cook y dirigida por Jay Roach, desgrana uno de los periodos más tristes de la historia contemporánea de ese país, historia que algunos parecen querer repetir. Para quienes no lo sepan, Dalton Trumbo fue uno de los mejores escritores y guionistas de cuantos han pasado por la historia. Ganador de dos Oscar por Vacaciones en Roma y The Brave One, Trumbo pasó a la historia por ser uno de los diez guionistas condenado por no querer declarar delante del Comité de Actividades Anti-Americanas. Él, junto con los otros nueve, conformó lo que se conoció como los Diez de la Lista Negra del cine, una de las páginas más lamentables de cuantas se han escrito en la meca del cine.

La película sirve de excusa para conocer las andanzas, la bajeza moral y los excesos de los grandes estudios cinematográficos, de sus dirigentes y de personajes tan reivindicados como John Wayne, apodado, erróneamente, El Duque. Y digo erróneamente, porque su comportamiento distaba mucho de ser honorable. No obstante, quien se lleva la palma en cuanto a representar un personaje amoral, torticero y repugnante es la chismosa columnista Hedda Hopper, actriz de segunda reconvertida en azote de las buenas costumbres del Hollywood de la época. Hopper es con mucho uno de los personajes más impresentables de cuantos pulularon durante la caza de brujas, casi a la misma altura del senador McCarthy, pero que, a diferencia de éste, no se topó con un Edward R. Murrow que le parara las patas.

Lo paradójico del caso es que la caza de brujas y los excesos de todos estos personajes terminaron cuando dos inmigrantes, el gran Otto Preminger e Issur Danielovitch (más conocido como Kirk Douglas) -un austro-húngaro y un ruso- desafiaron el estatus-quo y decidieron poner el nombre de Trumbo en los títulos de crédito en Éxodo y Espartaco.

Esto puede sonar baladí, pero, si hubiera sido por Hedda Hopper y los miembros del comité que velaba por las buenas maneras en la industria cinematográfica, Douglas hubiera perdido hasta la nacionalidad norteamericana. Con lo que ninguno contó fue con que cierto presidente electo, John F. Kennedy, declaró tras ver Espartaco que le había encantado tanto la película como su trama,

Trumbo también rinde homenaje a una olvidada productora de películas de serie B, King Brothers Production, cuyo máximo responsable, Frank King, echó a un representante del mencionado comité a batazo limpio de su despacho. Algo similar le ocurrió a Hedda Hopper cuando se le ocurrió calumniar al gran Spencer Tracy. La reacción del actor fue muy clara; es decir, el día que se la encontró le propinó un sonoro puntapié en el trasero. Por decirlo de buena manera, la chismosa tuvo un mal día en Hollywood.

Ahora pasamos de bajezas morales a experimentos sociales. Experimenter, dirigida por Michael Almeryda, cuenta los experimentos realizados durante los años 60 y 70 por el psicólogo y antropólogo Stanley Milgram. Sus estudios, considerados radicales y extremos para la época, pusieron sobre la mesa las claves que explican, por ejemplo, cómo un pueblo tan culto y mesurado como lo es el alemán se apuntó al linchamiento de una raza, o decidió mirar para otro lado mientras esto ocurría. Milgram argumentó lo que se conoce bajo el nombre de “el rol de la obediencia” o -y perdonen por la connotación- “el rol del funcionario”; es decir, esa persona incapaz de tomar una decisión por si misma, dado que todo su esquema mental se sustenta sobre unas rígidas e inamovibles normas dictadas por otro.

La película, impregnada de un cinismo y un sarcasmo que no dejará indiferente a muchos espectadores, demuestra cómo el ser humano es en su mayoría incapaz de tomar decisiones por si mismo, si dicha circunstancia le lleva a enfrentarse con lo socialmente aceptado. En unos casos es el miedo, herramienta usada y abusada por los regímenes totalitarios, quien mantiene en orden el sistema. En otros casos es por copiar el comportamiento de otros, sin pararse a pensar en una razón de peso.

Sea como fuere, Milgram fue un paso más allá del teorema formulado por la gran Hannah Arendt, su banalidad del mal, acuñado tras asistir al juicio del infame Adolf Eichmann. Sus estudios demostraron, y siguen demostrando que el ser humano prefiere formar parte de un sistema corrupto e injusto antes que plantearse hacer algo que vaya en contra del mismo.

Milgram, por su parte, llegó a la conclusión de que el ser humano prefiere obedecer órdenes en su vida cotidiana -no en un estado en guerra, como sucedió con Adolf Eichmann- antes que preocuparse por el bienestar de otra persona. Es más, en uno de sus experimentos más famosos solamente una persona se negó a continuar, pero ni siquiera fue capaz de preocuparse por cómo estaba la “víctima” del experimento.

Y de supuestas víctimas pasamos a las víctimas reales de lo que se conoció como Ipswich Serial Murders. Entre octubre y diciembre del año 2006, cinco prostitutas murieron de forma violenta en esta localidad inglesa. El caso, que logró muchísima notoriedad por la difusión dada por el ya desaparecido panfleto News of the World, acabó siendo comparado con los asesinatos de Yorkshire (1975-1980) y, cómo no, con los asesinatos de Jack el Destripador, quien en 1888 mató también a cinco prostitutas. Con tal circo mediático de por medio, además de una suculenta recompensa, lo que terminó siendo secundario fue, precisamente, el arresto de la persona responsable de dichos crímenes. Este suceso se adaptó para el teatro en el año 2012, con el título London Road. La obra teatral es la base argumental para la película de Rufus Norris, del mismo título.

Tanto en la obra de teatro como en la película se parte de las declaraciones de los vecinos de London Road, donde se cometieron los asesinatos y, además, vivía el asesino. Entre bastidores están las envidias, los chismorreos, cortinas que se descorren cuando alguien sale a la calle y puertas que se cierran para evitar comentarios. Tras el shock que supone saber que se ha estado viviendo al lado de un peligroso asesino, la comunidad, antes mal avenida, se une bajo el lema “Salvemos el barrio de los rumores externos, el acoso mediático y la mala prensa”. Y nada mejor que dejar el barrio más bonito que un San Luis, llenarlo de plantitas y organizar una cuchipanda para que todo el mundo está bien contento, y se olvide de lo sucedido. ¿Les parece bien?

Sobre el papel, sí, pero lo más curioso de todo es que, salvo excepciones, nadie se preocupa de las chicas asesinadas y mucho menos de las prostitutas que aún siguen en la zona. La secuencia final -en donde una de esas chicas deambula por el medio de la fiesta que han montado los vecinos y nadie parece reparar en ella, salvo una niña que le da un globo- demuestra la bajeza y la doble moral del ser humano, preocupado más por el qué dirán que por tratar de hacer algo para solucionar problemas.

Si Stanley Milgram hubiese analizado el comportamiento de dichos vecinos, a buen seguro que hubiera formulado alguna nueva teoría.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© 2016 Film Art Media, Embankment Films & White Hot Productions

© 2016 Season Film Festival

© 2016 Groundswell Productions & ShivHans Pictures

© 2016 BB Film Productions, FJ Productions, Intrinsic Value Films & Jeff Rice Films

Políticamente incorrecta es la película de Jocelyn Moorhouse, The Dressmaker (La Modista), protagonizada por Kate Winslet, Hugo Weaving y Liam Hemsworth. La película plantea de forma clara, concisa y sin mayores rodeos lo nocivos que son los pueblos, lo deleznables que son los caciques y lo miserable que puede llegar a ser la raza humana. El personaje principal, una niña expulsada de su casa a causa de un crimen que no cometió, regresa para ajustar cuentas y poner a cada cual en su sitio, aunque en realidad son los propios lugareños los que se acaban tirando los trastos a la cabeza. La miseria moral que rodea a los habitantes del pueblucho en cuestión, situado en medio de ninguna parte, es una magnífica radiografía de lo endémicas que pueden llegar a ser las relaciones humanas cuando éstas se circunscriben a un limitado espacio físico. El resultado de la interacción del personaje principal para con el resto de los protagonistas es lo que debería suceder si las personas en vez de contentarse con lo que tienen pelearan por sus derechos. Salvo por una pequeña circunstancia, es imposible sentir pena por la panda de parásitos que acaban siendo “gaseados” cual plaga por el personaje principal.