Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
STAR WARS POLITICAMENTE INCORRECTO
A pesar de todo esto, la película me encantó, tanto que mi vida ya no volvió a ser la misma. Después de verla batallé lo indecible para conseguir los cómics, terminar el álbum de cromos, conseguir la guía de la película, o tener algunos de los muñecos que, por aquel entonces, se comercializaron.
Hoy en día conservo todo eso y algunas cosas más. Puede que cien o mil veces más que entonces, pero la verdad es que no me importa, como tampoco me importa sumar cuántos artículos, conferencias, exposiciones, o eventos relacionados con Star Wars he organizado en los últimos veinticinco años.
Lo importante es lo que sentí en aquel momento y lo que espero sentir dentro de pocas horas, cuando vaya a ver el Episodio VII. Lo que de verdad se tendría que tener en cuenta es que La Guerra de las Galaxias supuso lo que supuso, porque la historia te enganchaba de principio a fin. Si la historia no hubiera sido buena, ahora mismo no estaríamos hablando de la película.
Teniendo esto en mente, me resulta terriblemente cansino, repetitivo, hueco e innecesario todo el montaje que se está articulando alrededor del estreno del Episodio VII, porque entre tanta estrategia de marketing, tanta alfombra multicolor, tanto desfile heroico y tanta mamarrachada, se están dejando en el tintero lo más importante; es decir, una buena historia.
Lo siento por ser políticamente incorrecto, pero al Episodio VII no le hacen falta ni colecciones de figuras a precios disparatados, ni camisetas que cuestan ciento cincuenta euros, ni famosos de primera, segunda o tercera clase hablando de ella.
Al Episodio VII le hace falta que, cuando las luces de la sala se apaguen, te olvides de que estás en el planeta Tierra y viajes hasta una galaxia muy, muy lejana. Todo lo demás son fuegos de artificio vacuos, que al igual que estallan, desaparecen. Y sin menospreciar a quienes tratan de hacer bien su trabajo –dado que yo he estado en esa misma posición- no deberíamos olvidarnos de que la verdadera magia empieza dentro de una sala de cine.
Al final, lo importante es lo que uno sienta. No el ruido, ni los excesos mediáticos tan del gusto del siglo XXI.
Hace treinta y ocho años La Guerra de las Galaxias era una película y hoy en día, también. Si se olvidan de eso, les aseguro que no se lo van a pasar bien.
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© Eduardo Serradilla Sanchis, 2015
A pesar de todo esto, la película me encantó, tanto que mi vida ya no volvió a ser la misma. Después de verla batallé lo indecible para conseguir los cómics, terminar el álbum de cromos, conseguir la guía de la película, o tener algunos de los muñecos que, por aquel entonces, se comercializaron.