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TOM OF FINLAND

Con los países pasa lo mismo. Un lugar, por ejemplo, Finlandia, puede lucir moderno, actual y contemporáneo ante los ojos de quien pone el pie por primera vez en él, pero, en realidad, su historia está llena de claroscuros, medias verdades y sinsentidos, muchos de los cuales se resisten a desaparecer, tras décadas de malsana pervivencia dentro de dicha sociedad.

Cierto es que lo que también define a un país es su capacidad de adaptación y gusto por la evolución, faceta, ésta, que diferencia mucho a nuestro país con cualquiera de los países del norte de Europa, no solamente Finlandia. Los cambios siguen siendo uno de los mayores tabúes que rodean a la sociedad española contemporánea, cambios que siempre suelen tropezar con la incapacidad manifiesta de unas élites adineradas y de unos políticos demasiado temerosos de perder sus influencias como para permitir que las cosas dejen de estar estancadas y progresen, en un sentido o en otro.

El caso es que en Finlandia, muchos de los tabúes y miedos del pasado han pasado a ocupar el lugar que ocupan las muñecas más pequeñas de cuantas conforman el juego original, algo que explica, por ejemplo, que hoy en día los estigmas y los prejuicios que persiguieron a un artista tan sobresaliente como Touko Valio Laaksonen, durante buena parte de su vida, duerman el “sueño del olvido” para buena parte de la sociedad finlandesa contemporánea.

Touko Valio Laaksonen, más conocido por el sobrenombre de Tom of Finland -el cual le adjudicó el editor de la revista norteamericana Physic Pictorial Office, Bob Mizer en el número publicado en la primavera del año 1957, del pasado siglo XX- se ha convertido en una de las personalidades socioculturales finlandesas más importantes y no solamente dentro de la comunidad gay, sino como uno de los mejores símbolos de la creatividad gráfica finlandesa de todos los tiempos.

Sus hermosas y sensuales imágenes eróticas, protagonizadas por fornidos y musculosos varones vestidos, mayoritariamente, de cuero negro, con ajustados pantalones y brillantes botas altas forman parte de una iconografía que se encuentra tanto en el mercado editorial, como en la vida diaria de muchas personas, merced a la línea de ropa y complementos para el hogar que se pueden encontrar en buena parte de las tiendas diseminadas por el país nórdico.

Incluso, el servicio postal finlandés comercializó una colección de sellos y postales dedicada al dibujante e ilustrador, durante el año 2014, la cual se terminó por convertir en la más vendida de la historia de la institución postal, al ser reclamada por coleccionistas y seguidores del artista en más de ciento cincuenta países distintos.

Sin embargo, la vida de Touko Valio Laaksonen no fue, lo que se dice, un paseo triunfal, ni nada por el estilo, sobre todo por la incomprensión a la que debió hacer frente por parte de su familia y de una sociedad que, como también sucedía en buena parte del mundo, consideraba la homosexualidad una abominación imperdonable.

Sus primeros pasos como artista proceden de cuando estudiaba publicidad en la Universidad de Helsinki, en 1939, momento en el que comienza su interés por plasmar la belleza del cuerpo masculino y sus atributos. Luego, y tras el comienzo de las hostilidades contra el gigante soviético y su líder, el camarada Joseph Stalin, el joven artista cambió el lápiz por los rudimentos de una batería antiaérea, puesto que desempeñó con el rango de teniente segundo.

La experiencia en el ejército, además de forjar su carácter ante la adversidad, le despertó su interés por los uniformes, especialmente por los que utilizaban las tropas alemanas, mucho más vistosos que los apagados y minimalistas uniformes del ejército finlandés. Tal fijación le terminaría por acarrear más de un disgusto, dado que muchos confundieron aquella pasión de juventud con la propia ideología personal del creador, circunstancia que el tiempo se encargó de desmentir. Tampoco hay que olvidar que dicha pasión tenía mucho que ver con los encuentros sexuales que el oficial mantuvo durante los años que estuvo en activo con soldados de la Wehrmacht germana, aunque, del escenario bélico, se llevó, además de una medalla, unos cuantos amigos. Algunos de ellos serían capitales para su posterior evolución hacia el artista que, luego, se conocería como Tom of Finland, mucho más fácil de escribir y pronunciar que Touko, según el ya mencionado editor anglosajón.

Y es, precisamente, en esos instantes, en donde arranca la película basada en la biografía del artista gráfico finlandés, Tom of Finland (Helsinki-filmi, Anagram Väst, Fridthjof Film, Neutrinos Pictures & Film Väst 2017) dirigida por Thomas “Dome” Karukoski. La cinta, estrenada con motivo del centenario de la independencia de Finlandia, busca contar la vida de uno de los iconos de la cultura contemporánea finlandesa, pero sin edulcorar un pasado que le puso las cosas muy difíciles a quien estaba llamado a ser el intérprete de la revolución homo-erótica de buena parte del pasado siglo XX.

La validez de la propuesta cinematográfica, escrita para la pantalla por Aleksi Bardy -labor que éste compaginó con la de productor de la película, junto a Miia Haavisto y Annika Sucksdorff- reside en los pequeños detalles de la vida de una persona que debió sobrepasar la incomprensión, el miedo, la ignorancia y la represión de una sociedad incapaz de valorar su talento y, de paso, respetar su inclinación sexual. Las secuencias en las que Touko Laaksonen (Pekka Strang) es rechazado por su intransigente hermana Kaija (Jessica Grabowsky), siempre inmersa en una oscuridad más interior que la derivada por el escenario en el que ambos personajes se mueven, contrastan y de manera brutal con la luminosidad y la sensación de libertad que destilan las secuencias rodadas en una soleada y permisiva California, durante el desembarco del artista en aquellas latitudes.

No obstante, el director vuelca buena parte de su empeño en mostrarnos la belleza del trabajo del artista y no sólo aquellas imágenes por las que más se conoce al creador, sino por la delicadeza de sus lápices y por el atractivo de sus retratos. No hay que olvidar que la carrera de Touko Laaksonen está cimentada sobre dibujos en blanco y negro, donde el uso correcto de las luces y las sombras es fundamental para lograr que los volúmenes y los contornos de los que luego hicieron gala sus personajes resultaran creíbles y tremendamente deseables para el colectivo al que iba destinado. Otra cosa bien distinta es que, merced a la tremenda calidad de dichos dibujos, su trabajo gozara de un amplio y sentido reconocimiento entre las integrantes del sexo femenino, degustadoras de los mismos placeres que aquéllos que formaban parte del target elegido por el artista finlandés, aunque no se suela hablar de este particular.

Tom of Finland -película que también se puede encontrar en el mercado doméstico nacional, de la mano de la empresa Cameo, además de encontrarse disponibles en varias de las plataformas digitales que suministran contenidos previo pago- es un alegato contra la intolerancia, la ignorancia y la manía, casi diríamos que persecutoria, que tiene una parte de la sociedad contemporánea y pasada, de meterse en la vida de la otra parte, en especial de la vida íntima y personal de cada uno.

La secuencia en la que la hermana del artista le enseña a éste sus últimas acuarelas y, a su vez, él le enseña a ella una parte de su trabajo -trabajo que es rechazado de pleno por la mujer, sin mayores explicaciones- resume el infierno emocional y personal que debió soportar el ya reivindicado artista gráfico, en un país en donde todavía hoy quedan políticos que no acuden a un acto público, porque entre los invitados figura una pareja compuesta por dos personas del mismo sexo.

Después están los hechos, adaptados al formato cinematográfico, pero suficientemente elocuentes para que el espectador saque sus propias conclusiones, siempre que los prejuicios no le nublen ni la vista, ni la razón.

Personalmente, nunca he acabado de entender el rechazo que generan, aun hoy en día, los desnudos masculinos frente a los femeninos, y eso que no se me escapa el poso machista y torticero que impregna nuestra sociedad nada bien pensante. La belleza del cuerpo humano y sus atributos, sean éstos masculinos o femeninos, NO debería estar condicionada ni regida por ninguna moralina de esperpéntico dictador y, mucho menos, por consideraciones religiosas o ideológicas. Ya es indignante que se haya perseguido, históricamente, antes a una persona, por su inclinación sexual, que a otra por robar, estafar y/o maltratar a sus familiares y/o discípulos y/o alumnos y, peor aún, que todavía se siga haciendo.

El trabajo de Touko Laaksonen “Tom of Finland” va más allá de las meras consideraciones estéticas y sexuales y demuestra que la belleza no distingue entre sexos, razas o países, un mensaje que, en un mundo gobernado por unas élites empeñadas en construir muros, fronteras y repúblicas excluyentes, no debería ser considerado una cuestión baladí.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2018

Tom of Finland © 2018 Helsinki Filmi Oy, Anagram, Fridthjof Film, Neutrinos Productions & Film i Väst.

Con los países pasa lo mismo. Un lugar, por ejemplo, Finlandia, puede lucir moderno, actual y contemporáneo ante los ojos de quien pone el pie por primera vez en él, pero, en realidad, su historia está llena de claroscuros, medias verdades y sinsentidos, muchos de los cuales se resisten a desaparecer, tras décadas de malsana pervivencia dentro de dicha sociedad.

Cierto es que lo que también define a un país es su capacidad de adaptación y gusto por la evolución, faceta, ésta, que diferencia mucho a nuestro país con cualquiera de los países del norte de Europa, no solamente Finlandia. Los cambios siguen siendo uno de los mayores tabúes que rodean a la sociedad española contemporánea, cambios que siempre suelen tropezar con la incapacidad manifiesta de unas élites adineradas y de unos políticos demasiado temerosos de perder sus influencias como para permitir que las cosas dejen de estar estancadas y progresen, en un sentido o en otro.