Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
LOS HÉROES, INCLUSO LOS GRÁFICOS, PUEDEN LLEGAR A SER REALES
Por dicha razón, debería resultar estéril discutir si el cómic es un arte y un medio de expresión, tan válido como lo es la pintura, la escultura, la arquitectura, el teatro o el séptimo arte. Para mí lo es, pero no me queda más remedido que volver al “lugar del crimen” una vez más. En muchas partes del mundo, y no les digo nada en un país tan lleno de mamarrachos indocumentados como es el nuestro, la discusión sigue y sigue, en vez de tratar de aprovechar lo que tiene de bueno el lenguaje secuencial.
En el extremo contrario hay quienes, lejos de los tópicos y las majaderías que invaden las redes sociales, han sabido o, supieron ver, las posibilidades que el noveno arte ofrecía a la sociedad contemporánea y las utilizaron para llevar un mensaje de esperanza y alegría allá donde más falta hacía.
Uno de estos visionarios, un HÉROE con mayúsculas, fue Lenny B. Robinson, un empresario de éxito, que, en vez de derrochar su dinero comprando políticos para beneficio propio, decidió invertirlo para convertirse en un Bruce Wayne real, quien, en vez de ponerse el traje de murciélago para sembrar el terror entre los criminales de Gotham City, lo hizo para llevar la esperanza a los niños enfermos de cáncer del estado de Maryland. Así, y durante catorce años, Robinson, a los mandos de un Lamborghini transformado en un Batmobil mucho más molón que el originalmente utilizado por el “dúo dinámico” televisivo de los años sesenta del pasado siglo, recorrió de manera incansable las plantas de oncología infantil, llevando regalos, diversión y esperanza.
Su labor, mucho más heroica que combatir a dementes sociópatas de la talla del Jocker, Dos Caras o el Acertijo, le llevó a conocer de primera mano la dureza de lo que significa estar frente a un niño enfermo de una enfermedad que, en la mayoría de los casos, acabará con su vida antes de que ésta empiece.
Laurie Strongin, fundadora de la fundación Hope for Henry. Live well and laugh hard, dedicada a su hijo Henry fallecido a los siete años a causa de un cáncer, conoció bien la labor y el empeño de Robinson por llevar la esperanza y las ganas de luchar a todos los miles de niños a los que “el Batman de la ruta 29” visitó durante las década en la que ambos colaboraron. Cuando Batman llegaba a sus habitaciones, esos niños se olvidaban totalmente de que estaban enfermos, que tenían quimioterapia, declaró la fundadora de Hope for Henry nada más conocer la noticia de la muerte de Robinson, víctima de un conductor que no se enteró que hay personas que no se deben de ir tan pronto de este maltrecho mundo.
Atrás quedan las imágenes difundidas por la policía del condado de Montgomery cuando, en el año 2012, detuvieron a Robinson, justo cuando éste acababa de salir de una de sus visitas, pero no había cambiado las placas de su vehículo, razón por la cual levantó la sospecha de un coche patrulla. Una vez que Robinson detuvo su coche, se bajó de él y, atendiendo el requerimiento del agente, le enseñó las auténticas placas de su vehículo- las cuales quitaba antes de llegar a los hospitales que visitaba- y luego de comprobar que todo estaba en regla, los agentes se sacaron varias fotos con Robinson y, de vuelta a la comisaría, decidieron colgar las imágenes de la “detención”, imágenes que darían la vuelta al mundo virtual.
Un gesto como aquel y la misma impronta de Robinson vestido como Batman, deberían ser un claro ejemplo de cómo el cómic, incluyendo el cómic de superhéroes puede ayudar –Y MUCHO- a nuestra sociedad y quienes no sean capaces de verlo, tienen un serio problema dentro de su oxidada mollera.
Personas como Lenny B. Robinson son las que deberían abundar en el planeta. No la panda de tarados que sólo desean condicionar la vida y, sobre todo, el futuro de las nuevas generaciones. Cada minuto que dedicó Robinson a llevar un rayo de esperanza a todos aquellos niños enfermos vale más que las miles de soflamas electoralistas que derrochan, por ejemplo, los políticos patrios, incapaces de ver más allá de sus narices. Bastaba con verles las caras a los niños, nada más ver la imponente figura de Robinson vestido como el caballero oscuro, para darse cuenta de que hay medicinas que no se toman en forma de píldora, jarabe o inyección.
Su pérdida es, tal y como dijo Laurie Strongin, una tragedia, porque cada vez son menos los que están dispuestos a regalar su tiempo, su esfuerzo y su dinero. Son muchos más lo que disfrutan especulando hasta con el aire que respiramos.
Una vez que se supo de su fallecimiento, fueron muchos los que lo recordaron. Desde los policías que lo detuvieron en el año 2012, pasando por la editorial DC -propietaria de los derechos del persona y que no emprendió ninguna cruzada inquisitorial para evitar que Robinson luciera el uniforme de Batman, algo que sí le sucedió a Clayton Moore, el Llanero Solitario por excelencia, durante varios años- y terminando con algunos sus mejores amigos. Uno de ellos, Ray Lewis, jugador estrella de fútbol americano del equipo Baltimore Ravens, es quien mejor supo definirlo y despedirlo The world lost a special spirit A true living angel. Lenny Robinson will always remain in my heart.
Sirvan sus palabras de despedida para un verdadero héroe, el cual espero que pueda seguir haciendo su labor allá donde esté, porque ya se sabe que los verdaderos héroes, NUNCA mueren y su ejemplo siempre vivirá entre nosotros.
Y, si tienen tiempo, visiten la web de la fundación Hope for Henry. Podrán conocer más en profundidad su labor y la historia de Lenny B. Robinson. http://www.hopeforhenry.org/
© Batman es propiedad de DC Comics pero, una vez, los derechos de autor no fueron más importantes que el llevar la esperanza hasta quienes más la necesitaban en ese momento, y la veterana editorial no opuso ninguna resistencia a que Lenny B. Robinson vistiera el mismo traje de uno de sus más sagrados personajes gráficos, cosa que como autor –y defensor de los derechos de autor- le agradezco.
Por dicha razón, debería resultar estéril discutir si el cómic es un arte y un medio de expresión, tan válido como lo es la pintura, la escultura, la arquitectura, el teatro o el séptimo arte. Para mí lo es, pero no me queda más remedido que volver al “lugar del crimen” una vez más. En muchas partes del mundo, y no les digo nada en un país tan lleno de mamarrachos indocumentados como es el nuestro, la discusión sigue y sigue, en vez de tratar de aprovechar lo que tiene de bueno el lenguaje secuencial.