Llegaron las Elecciones Generales del 77 y la posterior aprobación de la Constitución, y después las subsiguientes elecciones para los cargos en Diputaciones, Cabildos y Ayuntamientos. En las Islas toma forma la Unión del Pueblo Canario (UPC), una coalición electoral de una serie de pequeños partidos, cuyo antecedente fue en el 77 Pueblo Canario Unido (PCU), gran embrión de la UPC. Esta coalición se constituye en el 79 “ampliada sobre el núcleo inicial de fuerzas, personalidades y colectivos de aquel PCU, a los que se suman luego otros sectores sociales organizados, con amplias relaciones sociales como colectivos ciudadanos y asociaciones de vecinos”, recuerda Enrique Caro Zamora, quien fuera concejal de Las Palmas de Gran Canaria con la formación del recientemente reconocido en el vigésimo aniversario de su fallecimiento Fernando Sagaseta, y miembro fundador de Ben Magec.
En el programa de la formación “dicho en pocas palabras”, que sus propios miembros tacharon de “democrático-radical” en base a la profunda afirmación de los derechos democráticos y de la participación ciudadana, se postulaba una crítica al electoralismo reducido que “se había aprobado en la Constitución”, esto es, explica Caro, “reducir la democracia a unas elecciones cada cuatro años y el resto del tiempo con una capacidad de los partidos para hacer lo que les diera la gana”.
Insistían, pues, en la UPC, en un tipo social de democracia en la que primaran los servicios sociales y la defensa de que la Administración pusiera en marcha unos servicios públicos básicos, pero en la que además se promocionara aquella iniciativa popular, un elemento ideológico irrenunciable que se reivindicó en la propuesta de un primer texto sobre participación vecinal y que pretendieron, aunque no consiguieron, redactar en sus manuales de gestión municipal, pues su gobierno consistorial no pervivió más allá de un año.
Una suerte de democracia participativa y la preeminencia de la vertebración pública, aún en pañales en la urbe grancanaria, constituyeron dos pilares de aquel gobierno pionero en el Ayuntamiento, elementos estructurales que se complementaban con una reafirmación de la identidad nacional canaria.
Un hito importante en este contexto político y social fue la formulación en paralelo del Manifiesto de El Hierro, leído durante la inauguración del Monumento al campesino en la Cruz de los Reyes de la Isla más occidental y obra de Tony Gallardo. Fue firmado por, entre otros, los artistas Antonio de la Nuez, Alfonso O'Shanahan, Juan José Gil, Martín Chirino, Manuel y Eugenio Padorno, Joserromán o Alzola, el 5 de septiembre de 1976. “Formamos parte también de ese movimiento que era social y cultural”, recuerda Caro sobre un gesto que imprimía sobre el mapa del Archipiélago la afirmación de una identidad isleña y convocaba a la búsqueda de “nuestras claves socioculturales e históricas que definían al pueblo canario”.
En cuanto al tejido humano, en base a su afiliación política, dentro de la UPC, la coalición estaba formada por “una serie de corrientes políticas de la, en aquel momento muy activa y combatiente izquierda, que se había constituido alrededor de la lucha contra el franquismo y que se expresaba en un montón de tendencias políticas, que hoy pueden ser difíciles de concebir, pero que en aquellos días formaban parte de la realidad”, pormenoriza Caro, que fue el tercer teniente alcalde con la formación.
En concreto, la formaban tres corrientes originadas en el Partido Comunista de España (PCE) que, “por diferencias constituyeron opciones distintas”, una corriente cristiana de izquierdas y la socialdemocracia más radical. Las primeras eran el Partido Comunista Canario Provisional [PCC (p)], que se identificaba con el socialismo real desde una óptica de liberación nacional influida por los movimientos tercermundistas y la descolonización; sus cabezas eran Carlos Suárez (conocido como Látigo Negro en los círculos de la abogacía canaria) y Gonzalo Angulo, con posterioridad en las filas de Coalición Canaria.
Otra corriente la formaron las llamadas Células Comunistas, grupos nacidos al amparo de la tradición comunista clandestina de la capital grancanaria, que nunca rompieron ideológicamente con el PCE (pese a criticar sus postulados eurocomunistas) y que se consideraban los auténticos representantes del comunismo español. Aquí sobresale Fernando Sagaseta, líder indiscutible del partido, a la sazón.
La tercera corriente procedió de una escisión del PCE que se denominó, al principio, la Oposición de Izquierdas, para llamarse después Partido de Unificación Comunista de Canarias (PUCC) y más tarde Movimiento de Izquierda Revolucionaria del Archipiélago Canario (MIRAC); de aquí provino el propio Enrique Caro.
La Confederación Autónoma Nacionalista Canaria (CANC) fue la corriente cristiana de la UPC, vinculada a las luchas populares en las Islas y su presencia fue significativa en las reivindicaciones sociales de los 60, 70 y 80. Muchos de sus integrantes coadyuvaron a la formación ulterior de Nueva Canarias (NC), previo paso por la Asamblea Canaria Nacionalista ACN, mientras otros se asentaban ya en la formación nacionalista de izquierdas Roque Aguayro. La base de esta corriente radicaba en un socialismo cristiano disperso por los municipios, en sus iglesias y a través de párrocos progresistas que canalizaban los recursos eclesiales en pro de los necesitados. Esta corriente hizo “una aportación muy importante a la UPC”, reconoce Caro, y ha tenido una continuidad institucional en la representación política por medio de diversas alcaldías en el sureste grancanario y localidades como Arucas, en el norte. Engrosan este movimiento nombres como los de Pepe Mendoza, Francisco Zumaquero, Carmelo Ramírez o Francisco Aureliano.
La otra corriente vino de parte del Partido Socialista de Canarias (PSC), de Manuel Bermejo, que pasó a ser autogestionario cuando el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, al que pertenecía, se integró en el PSOE. Por último había una suerte de “radicales libres” nacionalistas “que no tenían tradición en la lucha de clases”; como rememora Caro: “Todos los demás éramos de tradición anticapitalista y ellos venían de una concepción nacionalista, pero con un arraigo popular interesante en algunos barrios, léase La Isleta”. Aquí se contaban todos los grises del nacionalismo isleño, desde el más taimado hasta el simpatizante con el Mpaiac de Antonio Cubillo. “Muchos no es que estuvieran en el Mpaiac, sino que hablaban y se veían con Cubillo”, una figura en auge y en aquellos momentos aún “por definir”, matiza el exconcejal y pone como ejemplo de ello a Ernesto Luján.
La mayor experiencia de la izquierda canaria jamás contada
UPC fue una formación tremendamente integradora, una paleta que contenía todos los colores de las causas antifranquistas, “sobre todo de izquierdas, que era la que salía a la calle y combatía, de gente joven que con 15 y 16 años andábamos en la lucha”, afirma Caro, y que provenía además de la experiencia del trabajo en la clandestinidad. “Lo que pasó fue que cada corriente aportó mucho trabajo social acumulado, mucho de la intervención del líder vecinal”, eso en lo social.
En lo propagandístico, “cada partido tenía un periódico, todos editaban revistas, periódicos, panfletos”, que más tarde convivieron con los órganos comunes de UPC materializados en dos experiencias, la hoja volandera Pintaderas, forjada en la clandestinidad, y un semanal legal. “Estábamos impregnados por la experiencia de enfrentamiento al franquismo y teníamos muy claro el tema de la democracia, en fin, cuando nos dicen los comunistas antidemocráticos, vaya, es que nosotros estábamos fritos por la democracia y toda esa corriente comunista que se forja en esa experiencia es demócrata, porque lo vivimos, era la clave del enfrentamiento con aquel régimen tan oscuro y tan cabrón”. Detrás, contaron con el apoyo de “varios despachos de abogados laboralistas de los distintos grupos, colectivos de profesionales, de artistas, de artesanos, y la intelectualidad, ahí estábamos todos viendo aquello florecer y que no sabíamos adónde iba a llegar”.
Y llegó. Su concurrencia electoral fue un éxito inesperado en unos comicios que registraron una alta participación y donde UPC obtuvo 10 representantes en el Ayuntamiento, el 35% de los votos reales, “y obligamos al PSOE a una coalición”, con cuatro representantes, frente a la UCD, que sacó 14, a uno de la mayoría.
El otro pactante fue Fernando Carrascosa, “un hombre que tenía que haber estado en la UPC pero que estaba más a la derecha que el cristianismo de aquí”, y que salió elegido con su candidatura independiente. Contaron en la UPC con la adhesión, así mismo, del Partido Republicano Federal, el fundado por José Franchy Roca, entonces casi testimonial. “Al PC (de José Carlos Mauricio, quien sufre el mayor varapalo) lo dejamos completamente fuera de juego, que había sido la columna vertebral de la izquierda en Canarias en general y en Las Palmas en concreto”, en una “explosión de alta intensidad política” y “un hito en la historia de la izquierda canaria y las luchas sociales y políticas del pueblo canario, sin ninguna duda”; esto último es, aclara el ex de UPC, la elección de Fernando Sagaseta como diputado en las Cortes españolas (en el 79) y aquel triunfo de su partido en la capital. En aquellos comicios obtuvieron representación en el Cabildo grancanario y en varios ayuntamientos.
Mas luego la victoria se deshizo tal como vino, y al año y un mes (1980) UPC y el alcalde Manuel Bermejo salieron del Ayuntamiento, consecuencia de que el PSOE, su socio, les dio la espalda y pactó con UCD, moción de censura mediante. “Esa historia está muy oculta por parte de los protagonistas de aquella época, no nos hemos visto, no hemos hablado mucho, hay una gran frustración pesada y fuerte que yo me estoy sacudiendo afortunadamente un poco”, declara Caro respeto de las sensaciones que dejó aquello, hechos que se han opacado en la desmemoria autoimpuesta de sus actores.
Son nombres como los de Gonzalo Angulo, Paco Aureliano, Carmelo Ramírez, Paco Zumaquero, Paco Tobar, Pablo Ródenas, Julián Ayala, además del mismo Caro, quien en retrospectiva analiza cómo “allí se formó una generación de gente que rompió los sindicatos verticales, colectivos vecinales, y que todavía están en activo, que vivió una gran experiencia democrática y que en número es enorme”. Con esto, Caro referencia una conciencia reivindicativa en la política isleña de la época “muy importante”, una parte de la cual, aclara el miembro fundador de Ben Magec, “se integró demasiado en el sistema, parte de la UPC se hizo electoralista, se aposentaron bien e hicieron buenas carreras políticas”.
Y arroja como ejemplo el caso, que considera flagrante, de Arcadio Díaz Tejera, “líder radical del obrero aquí y camarada mío y amigo íntimo durante muchos años”. “Pero hubo mucha gente que no se acomodó y que está presente”, sentencia. La militancia de la coalición alcanzó cifras enormes, según el ahora militante ecologista “entonces, en Gran Canaria, cada partido (dentro de UPC) podía aportar entre 100 y 150 militantes”, a lo que “había que unirle los jóvenes”, que daban señas de los niveles significativos de compromiso político y ético de la época.
La base de la actual infraestructura urbana
En el Ayuntamiento, “aquello fue llegar allí, abrir las puertas y llegar vecinos, encierros y encerronas, reivindicaciones, democratizar todo aquello y canalizar todo aquello”. Una de las medidas fue rebajar los emolumentos de los cargos públicos. “Pusimos unos sueldos de profesor de instituto, la gente de UCD se cogía unas moscas con nosotros... es que, con este dinero no se puede vivir, decían. Y luego decían, menos mal que el partido nos paga algo, si no es que yo no estaría aquí”.
Se logró la normalización de los convenios colectivos de los trabajadores del Ayuntamiento, “lo que había era un disparate a la hora de los méritos, los ascensos, se vivía mucho del amiguismo, herencia de una sociedad oscura y poco transparente”. Enrique Caro ostentaba el cargo de tercer teniente alcalde y concejal de Policía, Tráfico y Transporte. El cariz de los cuadros policiales exigió un proceso de reciclaje para despojarse de los métodos de la dictadura. “En mi periodo montamos una academia que ha sido la más importante, cogimos a un grupo de 100 policías y los formamos. Les llamaban los bobbys, porque luego hicimos un viaje con ellos a Scotland Yard, donde tuvimos una experiencia de formación interesante. Y fue la generación más formada de la Policía Municipal, sin ninguna duda. Son los grandes cuadros policiales que hoy tienen más de 50 años, aquella generación es famosa, se habla todavía de esa promoción”. Fue una preocupación erradicar la violencia y “el tema de las mafias que había, con prácticas y concepciones franquistas” dentro de las fuerzas de seguridad.
Pero las tracas vinieron con las municipalizaciones, con especial mención de la regularización llevada a cabo con las guaguas, a las que dotaron de un estatuto y una red de líneas sobre la base de unas premisas que imponía la asociación de propietarios de guaguas que había antes, la Asociación Patronal de Jardineras Guaguas. “Era un fenómeno muy anómalo, de concentración, con señores que ponían su guagua y así iba funcionando. Había algunos que tenían cinco, seis, ocho o 15, pero mayoritariamente eran de una o dos guaguas”.
El mantenimiento era deplorable, recuerda Caro, que ordenó una intervención para la seguridad mecánica y un proceso de modernización para instalar los primeros carriles de guaguas de la ciudad. “Se movían tantos pasajeros como hoy. Las guaguas eran un elemento articulador de la ciudad impresionante”, que a la postre perdió la batalla frente al turismo privado en la planificación urbanística “al servicio del gran garaje”; y todo ello en un año, “pusimos el turbo”, subraya Caro.
En paralelo, se municipalizó el servicio de basuras y se obtuvieron solares en la ciudad para colegios públicos, “Las Palmas estaba colmada de necesidades, era un lío tremendo conseguir parcelas a buen precio para que el Estado construyera los colegios”. Luego, “la situación de los barrios era lamentable”, comenta el que fuera concejal en referencia a la carencia de cosas tan elementales como el agua corriente, propia de zonas de chabolismo como Guanarteme.
Por último, cabe destacar la promoción de locales sociales por parte de aquel ayuntamiento, la creación de espacios de convivencia para el debate y la participación. “Hicimos un inventario de los locales que tenía la ciudad, había muchos cerrados, abandonados y entrampados que recuperamos e hicimos muchos proyectos de construcción de locales sociales que luego ultimó Juan Rodríguez Doreste”, posterior alcalde por el PSOE.
Y las cuentas, en poco más de un año, se saldaron conforme a unos presupuestos que dieron el hálito de vida al primer tejido de infraestructura, “era un momento en el que el Estado empieza a dar dinero a las administraciones y se democratizan los repartos públicos, que ya no se quedan en Madrid y hay una política de igualdad y con la presión política y social llegaba el dinero”. Esos primeros y únicos presupuestos de UPC “fueron el inicio de la crisis” que condujo a su salida del consistorio, y mostró cómo el día que se votaron “desaparece un concejal del PSOE y no se presenta”. Se trató de Octavio Rodríguez Doreste, hijo del mentado Juan Rodríguez Doreste, con lo que quedaron en minoría y se perdió.
La crisis
“Eso está por escribir, todavía, pero yo diría que la derecha más dura, el ejército y los medios de comunicación estaban preocupados de que la gran capital política del Archipiélago estuviera en manos de aquella horda radical, joven pero que había llegado donde había llegado”. Y es que la lucha de base de la UPC estuvo ligada a los puntos clave de las reivindicaciones de la izquierda, que en Canarias versaban sobre el rechazo a las bases estadounidenses y de toda índole militar, las campañas de neutralidad en la Guerra Fría y los comités anti-OTAN, “fue otra expresión mayoritaria de toda aquella conciencia”.
Las fuerzas se reorganizaron y un pacto entre el PSOE y la UCD desembocó en una moción de censura que derribó a Bermejo y colocó a Doreste en una alcaldía ahora dominada por el partido de Adolfo Suárez.“Cuando acabaron las elecciones, aquí oponerse, incluso dentro del PSOE, a un acuerdo con la UPC, era muy complicado, porque la expectativa ciudadana de cambio de la izquierda ya se había colmado en las urnas”, reconoce Caro.
“El PSOE trabajó desde el principio por la ruptura hasta el punto de cometer grandes deslealtades”, proclama. Mas luego estaban los medios, “a La Provincia la tenían muy controlada, era terrible, le llamábamos el periódico golpista”. “Aquello fue calentándose, fueron convenciéndose de que no tenía sentido” y la relación con los socialistas se quebró. Así llegó “el pacto de Madrid, lo llamamos, salió una foto en un periódico con Jerónimo (Saavedra) a Rafael Martín (líder de la UCD) y a los secretarios de organización del PSOE y la UCD en una sala del aeropuerto de Madrid firmando un acuerdo para la moción de censura en el Ayuntamiento”. Aquello quemó mucho, aquel proyecto se diluye y se dispersa. Fue un partido que existió una vez y gobernó una vez para dar paso a los viejos partidos, una experiencia efímera que en lo electoral tuvo éxito durante casi tres años, hasta el 81, y luego cierto respaldo en la oposición que decreció hasta la desaparición de la UPC en 1986.
¿Qué falló entonces? “Nosotros entramos con una gran dosis de desconocimiento y una experiencia en la lucha extra institucional”, y “lo que pasó es que en la UPC se agudizaron las tendencias diversas que en aquel momento había ya respecto a la consolidación del modelo democrático, del que en aquel momento ya se hablaba sobre lo restringido que era. Había gente que quiso adaptarse a eso y ahí se produce una ruptura”, comenta Caro.
Y añade: “Los que no estuvimos de acuerdo con ellos no tuvimos capacidad, unidad y calado para situarnos en esa nueva realidad de democracia pobre con un gran poder de los medios de información y no estuvimos a la altura. Hubo una parálisis que coincide con el desencanto que se da en toda España”, el desinfle de la ilusión por la democracia. Y después sobrevino una deriva en la que dos partidos, primero el PSOE y más tarde el Partido Popular, no han abandonado el enclave del gobierno urbanita.“Se han hecho grandes pelotazos urbanísticos, convirtieron la calle Felo Monzón en el nuevo Mesa y López, y el Canódromo de Schamann, que debía tener un uso público, lo dejan con las dos torres abandonadas”, se lamenta el ecologista, “y esos son algunos ejemplos”.
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