Alcañiz no tuvo a su Picasso

“Las imágenes del bombardeo…. Nunca lo he olvidado aunque ahora he perdido mucha memoria, pero el bombardeo… Una cosa así no se olvida nunca”. Elena Bardavío Julve (Alcañiz, 1924) acaba de cumplir 94 años. Sobrevivió al bombardeo del 3 de marzo de 1938. Las tropas de Franco entraron al pueblo nueve días después que las bombas, cuando muchos alcañizanos ya habían huido. Esa parte, la de la huida, Elena no la recuerda con detalle. Sabe que ella y su madre se escondieron en una cueva, que había más gente, que salían a buscar la comida por la noche y que tenían un quinqué que casi no se encendía para no dar señales de vida. No recuerda con exactitud en qué pueblo estaban, pero el bombardeo es otra cosa. De eso se acuerda perfectamente.

Tenía 14 años. Eran poco más de las cuatro de la tarde. Esperaba su turno en la cola de una tienda en la calle Mayor. Su madre le había dicho que fuera pronto porque, a última hora de la mañana, antes de cerrar, su número ya estaba próximo a despachar. A las 16:09 cayeron las primeras bombas. “Otras veces sonaban las alarmas pero esa vez no”, dice Elena. El sonido que alertó del peligro fue una explosión. Alcañiz ya había sufrido dos pequeños bombardeos durante la Guerra y la población se había preparado. En el pueblo se construyeron o habilitaron entre 34 y 40 refugios antiaéreos con capacidad para más de 5.000 personas. “Mi madre me decía- recuerda Elena-, cuando toque la sirena, métete en seguida al refugio, y yo me escondía allí”.

“Fue gordo, gordo, nunca se había oído uno tan fuerte, fue un buen rato…, parecía que había parado y otra vez volvió a repetir”. A su lado, hace ochenta años, un chico la empujó hacia el portal. Se metió bajo un mostrador y le dieron un palo para que lo mordiera. No la dejaron salir hasta mucho tiempo después de que se hubieran ido los aviones y cuando salió a la calle “se veía como una niebla, se habían caído casas”. “Vi gente en el suelo, muertos o heridos, y los chicos que me llevaron me dijeron que no mirara, pero había gente muerte en la calle. Eran todo gritos y gritos, gritaban barbaridades, todos como locos, y por la calle Mayor bajaba como fuego, como algo encendido...”. “Cuando llegué a casa, mi madre y mi hermana me abrazaron desesperadas porque pensaron que me había muerto, porque como no me dejaban salir había tardado mucho en volver... Eso no se olvida nunca”, repite Elena sentada en su casa del Poble Nou de Barcelona.

Y sin embargo se olvidó. La memoria colectiva borró durante muchos años lo que los supervivientes siempre tuvieron presente. A José María Maldonado, su abuela y su padre también le contaron cómo fue el bombardeo, pero no le cuadraba esa memoria en privado con tanto silencio en público, y en 1980 comenzó a investigar. Tardó 23 años en publicar Alcañiz, 1938. El bombardeo olvidado, un libro que pone luz sobre aquel suceso y del que acaba de presentar una reedición ampliada, junto a una novela histórica, El dolor del silencio, que también aborda esos hechos.

Conmemoración

Este 3 de marzo se cumplen 80 años del bombardeo y por primera vez, en las calles de Alcañiz, se podrá ver una exposición de fotos de aquel día. Esta previsto que a estos actos asista el presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán. De forma paralela, el Ayuntamiento aprobó el mes pasado en pleno una moción por unanimidad para que se declare el día 3 de marzo como Día del recuerdo del bombardeo de Alcañiz. También se aprobó que se acometa, en base a un informe del propio Maldonado, una reforma en el cementerio para crear un espacio que recuerde no sólo el bombardero sino todo lo que pasó durante la Guerra, con varias placas informativas. En el cementerio ya hay un monolito, en mal estado, con las firmas de Franco y Mussolinni, que recuerda a los soldados italianos que murieron en la Guerra, pero no hay nada que recuerde ni a las víctimas del otro bando ni a los cientos de muertos civiles. Además, está previsto, en el borrador de la Ley de memoria histórica de Aragón que el Gobierno declare ese mismo día como el Día de la memoria histórica en Alañiz y que se instale un monumento conmemorativo sobre el bombardeo en la Plaza del 3 de marzo.

Estas iniciativas ayudarán a que la memoria se imponga al olvido, pero sigue habiendo aún muchas zonas de sombra. Sobre todo una. “Falta saber el número exacto de muertos”, dice el bibliotecario municipal y técnico de cultura, Ignacio Micolau, que pone como ejemplo el Centro de Documentación sobre el Bombardeo de Gernika, de la Fundación Museo de la Paz, que abrió en 2003 y recogió información aportada por todos aquellos que tenían familiares entre las víctimas de aquel bombardeo. A pesar de ello, el número de muertos en Gernika tampoco está claro. “Aquí esa labor no se ha hecho”, señala Micolau. Lo que sí se hizo en Alcañiz fue acondicionar y abrir en el año 2011, para ser visitado, uno de los refugios antiaéreos, en la calle Tomás Moore, donde se explica a los visitantes la historia del bombardeo. “Es uno de los pocos que hay en España”, destaca.

Las víctimas

José María Maldonado, sin embargo, no tiene ya ninguna esperanza. “El número de muertos es una asignatura que no se aprobará nunca”, asegura. En la nueva edición del libro refuerza la presunción de que, como mínimo, fueron entre 250 y 300 muertos, aunque hay muchos indicios que apuntan a una cifra más alta. El secretario del Juzgado de Alcañiz que sufrió el bombardeo sostuvo en vida que había anotado más de 500 muertos, pero el cuaderno nunca ha aparecido. Por contra, un informe secreto de los republicanos de junio de 1938 hablaba de 200 víctimas, sin contar los heridos.

El número y la identidad de muchos de los fallecidos no es la única zona oscura. Resulta difícil entender cómo un bombardeo de esa magnitud quedó relegado en la historia, mientras que otros, como el de Gernika, están tan presentes. Hay un elemento evidente: los alcañizanos no tuvieron un Picasso que les pintara un cuadro, pero para que Picasso hubiera cogido el pincel con esa intención necesitaba conocer lo que había pasado. “En Gernika hubo testimonios gráficos desde el principio”, señala Maldonado, que el pasado año asistió a los actos del 80 aniversario en la localidad vizcaína, donde invitaron a alcaldes de otras ciudades bombardeadas como Hiroshima o Dresde y donde no sólo pudo comprobar cómo el pueblo se paralizaba durante tres minutos de silencio a la hora del bombardeo, sino que también pudo hablar con especialistas en la Guerra civil que desconocían el episodio de Alcañiz.

El olvido

Después de la experiencia de Gernika, era lógico que el bando nacional quisiera esconder un bombardeo contra la población civil, pero todos los periódicos republicanos sí publicaron la noticia al día siguiente. Sin embargo, no hubo información de primera mano. No hubo crónicas desde el lugar de los hechos ni testimonios gráficos. No había corresponsales extranjeros. Los libros de historia tampoco se ocuparon después de él, a pesar de que el bombardeo de Alcañiz está, sin ninguna duda, entre los más graves a la población civil durante la Guerra. El que causó más víctimas fue el de la calle Urgel, en Barcelona, quince días más tarde, el 18 marzo de 1938, con más de mil. El segundo, en número de muertos, podría ser el de Alcañiz, junto a Granollers, con unos 210 y a Gernika. El resto del camino del olvido, hasta hoy, lo ha recorrido el pueblo por iniciativa propia.

Pero, ¿por qué se bombardeó Alcañiz? ¿Cuál era el objetivo? La orden general para la ofensiva, firmada por el General Kindelán, era clara: “Amedrentar a la población civil”. Los documentos del ejército italiano también son claros: el objetivo era el pueblo. En la gran ofensiva de la Guerra, Alcañiz era la población más grande de la zona. “En el frente de Aragón - señala Maldonado- estuvieron todos los aviones”. Entre ellos, los 14 Savoia Marchettti S-79 que lanzaron 160 bombas en dos tandas, con un peso de diez toneladas. Esos mismos aviones bombardearon durante la Guerra mundial. Tampoco hay que olvidar que la Guerra Civil fue la primera en sufrir bombardeos masivos y que esos bombardeos sirvieron de ensayo. Por eso, en los archivos italianos, hay fotos de todo lo que ocurrió desde el aire.

El exilio

Después del bombardeo, además de las ausencias, de la reconstrucción y del olvido, llegó el exilio. Muchos alcañizanos se refugiaron en las masadas. Algunos volvieron días después y otros, más de dos mil continuaron, primero a Cataluña y luego Francia. Muchos de ellos no volvieron nunca y tampoco se libraron del horror de la historia del Siglo XX. En la matanza de Oradur sur Glane, el pueblo francés donde los nazis asesinaron a 642 personas, hubo cinco alcañizanos que perdieron la vida: Francisco Gil Egea, Francisca Espinosa, sus dos hijas de 14 años y Carmen Espinosa. Otros acabaron en campos de concentración y otros pudieron huir, como el padre de Antonio Bernús Abad. Antonio vive hoy en Brownsville (EE.UU), desde donde recuerda el bombardeo. Tenía 5 años y sólo guarda en su memoria “que los ladrillos volaban”, que estaban en la calle, se tiraron al suelo y que su madre se arrojó encima de él y de su hermano. Esa noche se fueron “al mas del abuelo, a Valderrobres”, y de ahí, pocos días después caminado a Mora de Ebro con las tropas republicanas. “Iba muchísima gente, ametrallaban los cazas desde el aire y nos teníamos que tirar a las cunetas”, dice. También recuerda la voladura del puente sobre el Ebro cuando el tren que los llevó a Barcelona lo había sobrepasado. Allí vivieron hasta que terminó la Guerra. Su pare era motociclista y correo entre esa ciudad y el frente. Los bombardeos se sucedían, hasta tal punto “que distinguía el sonido de los aviones cuando iban cargados de bombas y cuando ya las habían soltado”, recuerda Antonio. El día que las tropas de Franco entran por el sur de la ciudad, ellos salen por el norte hacia Francia. Su padre, Antonio Bernús Zorilla, encontró trabajo en Toulouse en una fábrica de aviones, pero cuando entran los alemanes, acaban todos en el campo de concentración de Argelès sur Mer. A los seis meses, a él, a su hermano y a su madre los liberan y vuelven a Alcañiz. Su padre se fuga un día que lo envían a talar árboles y se une a la Resistencia, pero lo acaban apresando de nuevo. “Sabía que lo iban a matar”, cuenta Antonio, así que, cuando era trasladado en tren hacia Alemania, se tira en marcha. Tarda dos años en reunir el dinero suficiente para huir a México y otros dos años más en reunir el del viaje de su familia. En 1949, por fin, Antonio llega a Veracruz en el buque de la Naviera Aznar, Monte Albertia. “Me despedí de mi padre, separados por una alambrada, con ocho años y lo volví a ver con 16”.