La arquitecta joven del año en Francia es canaria y trabaja en un entorno rural: “Sueño con hacer viviendas sociales”

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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La arquitecta joven del año 2022 en Francia es canaria. Cristina Vega Iglesias (Las Palmas de Gran Canaria, 1986) recibió el pasado 15 de noviembre en la capital gala el prestigioso galardón concedido por la Asociación para la Investigación sobre Ciudades y Vivienda (ARVHA), en reconocimiento a la calidad de cinco proyectos ejecutados en entornos rurales de la región de Borgoña: un pabellón cubierto multiusos, una pequeña escuela infantil, dos trabajos de rehabilitación en viviendas y la reconversión de un antiguo colegio en un salón comunitario.

Vega Iglesias se recuerda muy observadora de pequeña. “Me fijaba en todo, en los espacios, en la gente, y me sentía bien. Nunca pensé que eso tuviera que ver con la arquitectura hasta que empecé a estudiarla”. Su interés y pasión por esta disciplina se cocinaron a fuego lento. Admite que entró en la carrera “no muy convencida”. Hasta aquel momento, sus pasos parecían dirigirse hacia la filosofía. Fue su profesor de Dibujo Técnico en el instituto quien la animó, junto al resto de su clase, a acudir a una jornada de puertas abiertas que organizaba la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria para conocer de primera a mano la profesión. “No fue una fascinación absoluta, pero me pareció interesante”, reconoce. 

Su primera experiencia laboral fue en un gran despacho de la capital grancanaria, con un contrato para presentar un proyecto a un concurso público. Ganaron la licitación y le ofrecieron seguir, pero ese trabajo de despacho, enfrente de un ordenador, no era el camino que anhelaba. “Yo tenía ganas de ver mundo, de ver la realidad a pie de calle, de encontrarme con la gente, de que me dijeran qué querían y de encontrar soluciones, de pensar de otra manera”. 

Esa inquietud la llevó a Francia. “Ya había pasado un año en Alemania y otro en México. Me encanta moverme. Cuando encuentras gente que no tiene nada que ver contigo, aprendes. Sentí que era el momento de nuevo de salir para abrir las ideas”. Viajó a Lyon, donde vivía su entonces novio y actual marido y socio de despacho, sin saber hablar francés. Aprendió en cinco meses y decidió dar el salto y abrir su propio despacho. Lo hizo en Paray-le-Monial, un pueblo de poco más de 9.000 habitantes. “Siempre pensamos que la manera de trabajar en un entorno rural sería más cercana que en una gran ciudad, más parecida a lo que buscábamos”. 

En esa decisión, de la que hace ya más de ocho años, hubo una mezcla de ilusión y vértigo. “¿Cómo adapto yo la forma de construir en Canarias al clima continental de Borgoña? La normativa es diferente, la forma de construir es regional, se adapta al sitio en el que estás, no van a ser los mismos parámetros climáticos. Estaba muerta de miedo, pero me lo tomé con calma, me tomé mi tiempo. Observé, observé, observé y así aprendí”, rememora. 

En su concepción de la arquitectura, el valor preeminente es “el impacto social”. “Sueño con hacer algún día un proyecto de viviendas de protección oficial, que sea una contribución social directa”. En sus trabajos, siempre intenta dar ese plus. “Puedes hacer un edificio tal y como te lo piden o puedes intentar dar algo más. Y eso es lo que nos gusta. Cuando estamos en un entorno pequeño, rural, tratamos siempre de entender el contexto, de ver cómo ha visto la gente evolucionar el pueblo, cómo podemos ayudar a solucionar otros problemas. No tengo la pretensión de salvar el mundo, pero escuchamos a la gente y así podemos ayudarla más”. 

Las localidades en la que ejerce (en un radio de dos horas en coche alrededor de Paray-le-Monial) sufren de despoblación. “Hablamos con los vecinos, preguntamos qué les hace falta, dónde podemos intervenir para atraer población....” De ahí el resultado de una de las obras por las que ha sido premiada, el polideportivo de Palinges. La arquitecta cuenta que el Ayuntamiento de esta localidad contactó con su despacho porque quería convertir un terreno con canchas de baloncesto al aire libre en un pabellón cubierto y que ella les propuso ampliar las dotaciones en esa misma parcela, tanto para otros deportes como para otros usos. “En esa región de Francia hace mucho frío en invierno. Ahora los niños pueden hacer deporte dentro y tienen luz natural, un espacio seguro... También hay asociaciones de pilates, de zumba, de meditación...” con las que habían contactado previamente para conocer sus necesidades. 

Vega Iglesias también intenta trasladar ese valor añadido a las iniciativas privadas. “En la utilización de materiales o en cómo reciclamos los escombros de las obras. Siempre pensamos en el mantenimiento a largo plazo, en la conciencia ecológica”. 

La arquitecta canaria pone como ejemplo las viviendas de dos pisos habituales en esa región francesa. “El mayor gasto en la vida de una persona suele ser la casa. Y la mayoría de las familias en las zonas en las que vivo se hacen viviendas bastante amplias. Cuando los hijos se van y ellos se hacen mayores, se acaban mudando a casas más pequeñas o sin escaleras y me parece una pena. Las casas las llenas de recuerdos, de memorias. No solo es un espacio, es el amor que has proyectado ahí”. Por ello, su despacho siempre propone actuaciones para que en un futuro se puedan adaptar y no tengan que abandonarlas. “En la planta baja me gusta poner un baño adaptado a personas con discapacidad, todas las puertas con amplitud para que pase una silla de ruedas y un cuarto, que a lo mejor puede ser un despacho o un segundo salón, que en el día de mañana pueda ser una habitación. Nos parece básico”. 

Además, siempre que puede, intenta utilizar materiales de la zona e incentivar la economía local. “En la rehabilitación de la microescuela infantil estábamos en una zona de bosque, de producción de madera, y todos los edificios de alrededor estaban hechos de madera. Nosotros utilizamos el mismo material, pero con otro tratamiento, con otro lenguaje estético”, para que se pudiera diferenciar del espacio con el que colinda, un centro de salud. En un proyecto de rehabilitación utilizó tierra batida, muy frecuente en la zona. “No quiero hacer una arquitectura caprichosa. No hay que imponer al cliente una estética, sino guiarlo, darle lo que quiere y ver si le puedo dar más y la mejor manera de hacerlo. Es decir, más ecológica, más optimizada, que les cunda más el dinero. Y luego ya la forma vendrá, es el resultado. Siempre voy primero al contenido y luego al continente. Nunca voy a hacerlo al revés”, sostiene la galardonada, que define su arquitectura como “sobria” y “de sentido común”. 

“No sé si mi arquitectura es el resultado de ser mujer, pero es una certeza que ser mujer forma parte de todo lo que soy y de mi manera de vivir en el mundo”, escribió en el texto que acompañó al proyecto que presentó a los premios. “Soy mujer, extranjera, en una región rural... Me he topado con muchos prejuicios, sobre todo cuanto más grandes han sido los proyectos”. 

Vega Iglesias supo que había sido premiada nueve días antes de casarse en Gran Canaria. “Me sorprendió mucho, pensaba que era una broma. Fue mi marido quién me animó a presentarme, pero siempre pensé que en estos concursos suelen salir estudios grandes, de ciudades grandes, con muchos contactos...” La arquitecta aspira a regresar en un futuro a Canarias y su cabeza no para de proyectar ideas sobre reactivación de espacios urbanos, rehabilitación de edificios con fachadas vegetales o de “repensar” el modelo turístico de las Islas. “Falta aire, falta paisaje. Para mí sería un sueño”, dice la profesional, que elogia el nivel de la arquitectura en el Archipiélago y que cita, entre otros referentes, a César Manrique, que no era arquitecto. “Más allá de su trabajo, lo que me impacta es que consiguió crear comunidad en Lanzarote, logró convencer para que creyeran en algo”, concluye.