Parece que la pandemia ha traído un tsunami de trastornos mentales, pero lo cierto es que su impacto ha sido reducido y muy localizado en algunos grupos de población; lo que ha hecho la covid es destapar una realidad que ya existía antes, y es que España es un gran país para tener cáncer, pero no ansiedad.
“Tenemos un sistema sanitario que es muy bueno, muy garante e imprescindible para lo grave, para lo caro, para lo que no se puede rentabilizar, que es precisamente el espíritu del sistema publico de salud que se quieren cargar”, indica a Efe Javier Prado, de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (Anpir).
Eso incluye los problemas de salud mental graves, para los que “España puede ser un buen país”. “El problema -argumenta- es lo leve, lo moderado, si tienes un duelo, problemas con el trabajo, con la vida que te empieza a costar, que no acabas de sentir alegría con las cosas que antes te la generaban”.
Y aquí entra el “gran debate”: el 70% de los trastornos mentales son los denominados comunes -que no menores, sino los más frecuentes- que, según la según la última Encuesta Europea en España (EESE) de 2020, la más reciente que hay, son la ansiedad y la depresión. Y la mayoría se ventilan con psicofármacos.
Un 5,8% de los mayores de 15 años respondieron haber tenido un diagnóstico de ansiedad crónica (3,5% hombres y 8,0 % mujeres); la cifra de la depresión es parecida (5,28%, aunque se triplica en desempleados y se dispara al 23,71% entre los que tienen incapacidad para trabajar), y también se duplica en ellas (7,22% frente al 3,23% de ellos).
Pero se trata de una frecuencia “autodeclarada”, puntualiza el documento: “La aparición de sintomatología depresiva es más frecuente que los cuadros depresivos en sentido estricto. El relacionar duelo con trastorno depresivo, hablar del bajón adolescente como si fuera una depresión, incluso estados de cansancio o decaimiento se confunden con cuadros depresivos, puede ser una razón para el incremento de diagnósticos”.
España encabeza, según el último informe de 2019 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (Jife), el consumo mundial de benzodiacepinas.
De acuerdo con la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), en 2021 el consumo diario de ansiolíticos e hipnóticos por cada 1.000 habitantes superó los 93 millones dosis diarias (casi 59 millones de los primeros y 34 millones de los segundos), es decir: 2,4 millones más que en 2020 y algo más de 6 millones más que en 2019.
“¿Cuántas personas -pregunta el experto- de las que están tomando psicofármacos deberían estar tomándolo o está motivado por un trastorno mental? Ya no hablamos de que la depresión o la ansiedad recibe tratamiento psicofarmacológico antes que el psicológico: la cosa es cuántos pacientes tienen un problema de ansiedad o depresión real, a qué estamos llamando depresión y ansiedad”.
Porque ahí “hay problemas laborales, cuestiones de género, precariedad”. “Es importante -dice Prado- que abramos este tema de que 12 ó 13 millones de españoles están tomando psicofármacos para tirar en su día a día en toda su complejidad, entendiendo que es una realidad poliédrica”, no traduciéndolo en que “eso lo vamos a arreglar con mas psicólogos o que significa que tienen un trastorno mental”.
La pandemia, “nada que ver”
“La pandemia -zanja- no tiene nada que ver, tiene que ver con cómo este país está yendo progresivamente a una precarización progresiva”.
El psicólogo da por bueno que la covid haya contribuido a la visibilización y a que se esté hablando de salud mental, pero cree la forma en que se comunica “debería mejorar”.
“Casi parece -prosigue- que ha habido un tsunami de trastornos mentales relacionados con el hecho de que ha habido una pandemia que ha transformado nuestras vidas”, pero “si analizamos la literatura científica, pero la bien hecha, podemos encontrar un impacto relacionado bastante pequeño, ni siquiera moderado, y muy localizado en sectores específicos”.
Esto es: en las personas mayores, por el aislamiento, la soledad y la falta de redes de apoyo; en los adolescentes, con un incremento notable de autolesiones, y en poblaciones vulnerables, con trastornos mentales graves (esquizofrenia, trastorno bipolar, etc.). “Ahí el colapso del sistema sí que ha empeorado unos servicios que previamente eran deficitarios”.
“Sería muy bueno que intentáramos entender que lo que la pandemia ha destapado era una realidad que ya existía; decir que las cosas son peores de lo que son no ayuda y hay que intentar ajustarse a los datos científicos: ha habido un impacto muy pequeñito en poblaciones muy concretas. Para nada hay 25 millones de españoles padeciendo trastornos mentales, si no, este país no saldría adelante”.
Lo que pasa es que antes solo lo veían los especialistas, y ahora lo ven todos. Un ejemplo de lo que cuenta es el suicidio: en 2020 se quitaron la vida 4.000 personas, cuando históricamente el dato estaba estabilizado en 3.600.
Técnicamente, “en términos de repunte no es una catástrofe, es leve, pero es que antes morían 3.600, que son muchos y ya eran demasiados, pero nadie hablaba de ello”.
Estigma, pocos recursos y “hospitalocentrismo”
La salud mental se topa así con varias barreras: la principal es el estigma que “está en todas partes” pero que se está empezando a desmontar, aunque “no hay mayor estigma que decirle a alguien que pida ayuda a un sistema que no se esta reforzando para responder”.
Además, falta de recursos -aunque celebra las 231 plazas PIR convocadas para 2023, quedan lejos de las 422 anuales que Anpir reclama para duplicar el número de psicólogos clínicos a 6.000- y de acceso a las primeras medidas de tratamiento.
También la desincentivación progresiva, los recortes paulatinos desde 2008, una Atención Primaria “históricamente accesible”, pero que ya no lo es y un modelo “hospitalocentrista” basado en las urgencias y los ingresos y que, a la larga, cuesta 23.000 millones al año entre fármacos y bajas.
“Probablemente estamos en uno de los mejores países para tener cáncer, sobrevivir y no arruinarte”, pero con la salud mental, “si te lo puedes permitir, te vas a la privada a hacerte tu tratamiento psicológico”. “Podríamos gastar hoy para ahorrar mañana”, propone.
Un grave precedente
Recientemente, Anpir ha llevado al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya el Programa de bienestar emocional y salud comunitaria de la atención primaria de salud de su Conselleria de Salut, que incluye la incorporación de 150 profesionales para trabajar desde el primer nivel asistencial en la detección precoz y atención del malestar emocional en los barrios con bajas rentas.
“Lamentamos -admite- haber tenido que llegar a este punto y no haber podido entendernos con todos los mecanismos que hay para evitar esta situación, la unilateralidad con la que se ha desarrollado, la opacidad, la falta de debate y de consideración de lo que tenemos que decir las sociedades científicas”.
Según la asociación, para formar parte de la bolsa de contratación del citado programa no se exigió la titulación de psicólogo clínico, la única que habilita para prestar servicios en el SNS.
“A nosotros nos parece que hay un exceso de poder político y que no es bueno para los ciudadanos”, defiende Prado antes de advertir de que podría sentar “un grave precedente” que daría pie al resto de autonomías “a hacer lo mismo”. “Y al final estamos hablando de que si maltratas la primaria, estás desmantelando el sistema público de salud”, concluye.