La Asociación francesa por el Control de la Radiactividad en el Oeste (Acro) ha publicado recientemente los resultados de una investigación en la que se demuestra que la calima, que ha llegado en los últimos meses a Francia y Suiza, presenta niveles anormales de cesio-137, un isótopo radiactivo que se produce de la fisión provocada por una explosión nuclear. Además, el estudio desvela que estos valores, que no son peligrosos para la salud, proceden precisamente de los ensayos nucleares realizados por Francia en el desierto de Argelia en los años 60.
Tal y como ha publicado el portal informativo de Euronews, el fenómeno del polvo sahariano es relativamente normal en Francia aunque esta vez tuvo una concentración poco habitual y recubrió la nieve de los Alpes de una capa dorada, incluso, la calima fue visible desde el espacio con satélites de observación terrestre.
El medio de comunicación se puso en contacto con el Laboratorio de Física Médica y Radiactividad Ambiental de la Universidad de la Laguna, en Tenerife, desde donde explicaron que la calima a veces contiene potasio 40, presente de forma natural en minerales, y también cesio 137, procedente de las pruebas nucleares del Gobierno francés. Además, puede transportar plomo 210, procedente de fuentes naturales. A pesar de todo, los niveles de estos elementos en el polvo sahariano no son nocivos para la salud.
En el reportaje se desvela que el laboratorio ha podido detectar también restos radiactivos de los accidentes de Chernobil y Fukushima, en niveles que no presentan peligro alguno para la vida.
“Considerando depósitos homogéneos en una zona amplia, basándose en este resultado analítico, ACRO estima que existe 80.000 Bq por km2 de cesio - 137”, explica el comunicado. El cesio 137 pierde la mitad de su poder radiactivo cada 30 años. En 200 años sólo conserva el 1% de su radiactividad, según explicó el científico de la asociación Pierre Barbey.
Febrero 2020: el peor episodio de calima en Canarias en los últimos 40 años
Canarias vivió el fin de semana del 21 al 23 de febrero el peor episodio de calima de los últimos 40 años. Los cielos de las Islas se tiñeron de ocre y el ambiente se tornó irrespirable. La falta de visibilidad provocada por el polvo en suspensión procedente del Sáhara obligó a cerrar durante 42 horas todos los aeropuertos del Archipiélago y las autoridades sanitarias aconsejaron a la población no salir de sus domicilios, en especial a las personas con problemas respiratorios. En esas fechas se celebraban además las fiestas más concurridas en esta comunidad autónoma, los populares carnavales, que fueron suspendidos en todas las islas a excepción de Tenerife.
La alerta por el episodio de calima se activó a las 16.00 horas del sábado 22 de febrero con el cierre de los ocho aeropuertos canarios, una situación que afectó a más de 800 vuelos. Ese día se registraron vientos de hasta 120 kilómetros por hora en el Archipiélago. Las islas más afectadas fueron las de la provincia oriental (Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura). Según los medidores de calidad del aire, en Las Palmas de Gran Canaria las partículas en suspensión con un diámetro inferior a las diez micras (las más peligrosas porque pueden entrar en el torrente sanguíneo a través de los alvéolos de los pulmones) alcanzaron una concentración de 416 nanogramos por metro cúbico cuando el límite diario para la protección de la salud humana está fijado en 50. En Santa Cruz de Tenerife, la densidad era casi tres veces menor (151). Un día después, el domingo 23 de febrero, la contaminación por el polvo en suspensión se disparó en la capital grancanaria hasta los 1.283 nanogramos por metro cúbico y en la tinerfeña, se dobló hasta los 323. La alerta se mantuvo hasta el día 24 y la calima remitió definitivamente el 25.
Los efectos sobre la salud de esas concentraciones de partículas en suspensión están bien documentados. A corto plazo (horas o días), afectan a la morbilidad (cantidad de personas que enferman en un lugar y en un momento determinado en relación con la población) respiratoria y cardiovascular, agravan el asma, los síntomas respiratorios e incrementan los ingresos hospitalarios. A largo plazo (meses, años), aumentan la mortalidad por patologías cardiovasculares, las enfermedades respiratorias y el cáncer de pulmón.