Carlos Ruiz Caballero es un torbellino de ideas repletas de profundidad, todas servibles; es como un plano continuo que nunca termina ni se quiere que acabe porque solo concede riqueza, sabiduría, conocimiento... El jueves de la semana pasada, desde Barcelona, ya lo demostró, cuando participó en el debate sobre desinformación que organizó el Observatorio Cultural Domingo Pérez Minik, en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, entonces acompañado por los periodistas Idafe Martín (también en conexión telemática, este desde Bruselas), David Cuesta y Jennifer Jiménez.
Ahora, Carlos Ruiz vuelve a conectar con las islas, pero esta vez ya pisa tierra firme, primero en Gran Canaria (jueves a las 12.00, en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, Parque San Telmo), y al día siguiente, viernes, en Santa Cruz de Tenerife (a las 19.00, en la librería Agapea de la capital tinerfeña). Como diría Pérez Minik, Ruiz realiza su entrada como viajero… y esta vez en su maleta trae un hermoso regalo: su primera novela, Retrato del fin del mundo, una historia que arranca y localiza en estas islas, en la dolorosa etapa de la Guerra Civil española, donde nace todo, donde además, asegura el autor, “prendió la mecha de la locura, aquí comenzó la Segunda Guerra Mundial”. En Canarias…
Este novelista, canario y catalán al unísono, tiene un amplio currículo académico, como investigador y como periodista. Ruiz Caballero ha sido profesor titular en la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales de Blanquerna (Universidad Ramon Llull), donde impartió la asignatura sobre ética de la comunicación, y es doctor en Periodismo por ese mismo centro superior. Desde 1984 hasta 1994, ejerció como periodista en varios medios. Es autor y coautor de numerosas publicaciones, y en 2014 recibió el premio de ensayo Josep Vallverdú por La digitalización del otro: los retos de la democracia en la era del ciberespacio.
En esta entrevista, sostiene que le ha llegado “la hora de la verdad, el momento de emprender lo que siempre había deseado y temido al mismo tiempo: escribir una novela, contar una historia y ser capaz de cautivar con las palabras”. Aquí la tiene; aquí la trae y la defiende. Su nombre: Retrato del fin del mundo.
El Día de Canarias, 30 de mayo (este jueves), en Las Palmas de Gran Canaria y dentro del programa de la Feria del Libro de esa ciudad, justo en la isla que lo vio nacer, usted presenta su primera novela: Retrato del fin del mundo. Un día después, toca Santa Cruz de Tenerife. ¿Por qué ahora llega la literatura, al menos la ofrecida a los demás, tras tantos años de docencia universitaria en el periodismo y de investigación en la rama de la comunicación, sobre todo enfocada a la ética, la deontología y lo digital? ¿Qué ha pasado?
El escritor siempre estuvo ahí, larvado, escondido detrás del periodista, a la sombra del lector que nunca ha dejado de leer desde que un día descubrió a Robinson Crusoe. Yo había explorado el género ensayo, que me permitía un estilo más literario, pero que seguía exigiendo, como debe ser, rigor académico y disertar dentro de un campo bastante delimitado. En 2014 gané el premio de ensayo Josep Vallverdú, y consideré que había llegado la hora de la verdad, el momento de emprender lo que siempre había deseado y temido al mismo tiempo: escribir una novela, contar una historia y ser capaz de cautivar con las palabras, ser capaz de hacer entrar a alguien en un mundo que tú has imaginado. Siempre me han fascinado los contadores de historia, como aquellos vendedores ambulantes de feria que vendían exprimidores imposibles de limones y, aun sabiendo que eran imposibles, los compraba como pago a aquellos maravillosos minutos en los que la voz del vendedor hacía que todo fuese posible.
Retrato del fin del mundo es un texto que mira al pasado aún reciente, a un periodo indecente en España: la Guerra Civil (1936-39). Y esto usted lo hace tomando como referencia central una historia real enmarcada en la prisión improvisada por el bando nacionalista de Fyffes, en la capital tinerfeña. ¿Por qué se agarró a esa historia tan demoledora y humana y por qué esta novela sobre la rebelión militar franquista? ¿Qué quiere decirle al lector?
Imre Kertész, el Premio Nobel de Literatura, decía que los libros caen en nuestras manos por casualidad o por voluntad, pero obedeciendo siempre a una especie de ley. Y he pensado mucho en esta frase desde que vi la foto que es el punto de partida de la historia que narro. Yo me estaba documentando para escribir una novela sobre la guerra civil en La Palma. Sabía que uno de los personajes sería Santiago Abreu, comunista de San Andrés y Sauces que tuvo que huir al monte para salvar la vida. Era amigo de mi padre y yo oía su historia cuando era todavía un niño y recuerdo que me impactó mucho. Y mientras me documentaba, y leía un libro del historiador Alfredo Mederos, me encontré con la foto o, como diría Kertész, la foto se encontró conmigo para que la narrara. Y la historia que contenía esa foto se apoderó de mí. Una pareja de anarquistas mira a la cámara. Marzo del 37. Margarita, 22 años; Néstor, 25. Se acaban de casar in articulo mortis en el campo de concentración de Fyffes, sabiendo que pocas horas después a él lo van a fusilar. Estuve varios días entrando y saliendo de esa foto, absorto en la dignidad de Néstor y de Margarita, escudriñando cada rincón del retrato, porque contiene todo el desgarro, el dolor y la sinrazón de la Guerra Civil. Aquí, en estas islas, prendió la mecha de la locura, aquí comenzó la Segunda Guerra Mundial.
¿Cree usted que quedan cosas no dichas o no recalcadas lo suficiente sobre el alzamiento militar de Franco… contra la legítima y democrática Segunda República? ¿Tiene esto algo que ver con el realce actual de la ultraderecha, en España representada en las urnas por Vox y parte del PP?
En Canarias, según autores citados por Paul Preston, los fascistas asesinaron a unas 2.600 personas, sin que previamente hubiese ninguna muerte por parte de la República. Creo que esto es relevante y contundente. La violencia fue gratuita y, además, absolutamente desproporcionada. Solo tenía un objetivo: acabar con el pensamiento. Cuando uno pasea por calles con nombres franquistas o camina por delante de monumentos de enaltecimiento de una dictadura que asesinó sistemáticamente, llegas a la conclusión de que nuestra democracia no es decente, en el sentido en el que lo dice el filósofo Avishai Margalit, porque es humillante que 86 años después, junto a esos monumentos, todavía haya familiares que busquen a sus antepasados y continúen teniendo problemas. Es una cuestión de respeto, y aquí no ha habido respeto para las víctimas. Ni determinadas fuerzas políticas han sido claras y explícitas en la condena de la dictadura franquista. Hace unos días, las principales empresas alemanas se unían para hacer campaña con sus trabajadores para frenar a la ultraderecha. Aquí, Vox y el PP se unen para reformular las leyes de Memoria Democrática, a pesar de las advertencias de la ONU cuestionando las denominadas “leyes de concordia” que han impulsado esos gobiernos autonómicos del PP y Vox. Los que dicen que no hay que reabrir las heridas no quieren que las fosas hablen y cuenten lo que realmente pasó. Solo se reabren las heridas que no han cicatrizado. Y es una herida abierta de nuestra democracia.
¿Qué proceso siguió para documentarse y así poder hilvanar esta historia? ¿Qué lo motivó a lanzarse en este proyecto tan singular y tan unido a Canarias, por el espacio y la historia elegidos?
De la vida de Margarita y de Néstor había muy poca información, sobre todo desde que nacieron hasta la ejecución de él. En Caracas contacté con Juan Torres, el hijo que Margarita tuvo unos años después con otro anarquista, pero no sabía mucho de ese periodo. Era como si su madre hubiese querido borrar esa parte del pasado. Por eso opté por recurrir a la ficción, aunque conservé muchos nombres de personas reales para que no las devorase el olvido y, allí donde pude, fui todo lo fiel que pude a la Historia. Juan Torres ha sido una gran ayuda para mí, sobre todo moral. Leí muchos libros y artículos académicos sobre la Guerra Civil en Canarias, prensa de la época, y conté con la inestimable colaboración de mi cuñado Javier Díaz-Reixa, que me suministró material muy útil y, como buen conocedor de La Palma, me acompañó a los escenarios de la novela para que yo pudiera ver, sentir y oler ese paisaje irreal que irrumpe en la obra como un personaje más. La novela une dos mundos que forman parte importante de mi biografía, Canarias y Cataluña, y quise hermanarlos también en la ficción. La historia de La Palma habla de esa unión en San Andrés y Sauces, donde hay una virgen de Montserrat y una importante huella catalana. La historia de La Palma es muy singular, su pluralismo, su tolerancia, y también se convierte en la novela en un personaje con vida propia. Fue la única isla que resistió durante una semana el alzamiento fascista, fue su Semana Roja.
Mucha gente, artistas, pensadores, literatos, progresistas…, sufrieron la represión y la muerte en Fyffes. Algunos terminaron ensacados y tirados al mar y otros aún se hallan en las cunetas. Fyffes es la desolación, la máxima expresión de lo inhumano… Pero, como lamentó Primo Levi, “(…) si esto es el hombre”. ¿Es esto es el hombre…?
Acabo de leer el libro de Carlo Greppi, El hombre que salvó a Primo Levi. Cuenta la historia, desconocida para muchos, de Lorenzo Perrone, un albañil piamontés que trabajaba frente a la valla de Auschwitz III-Monowitz. Perrone, arriesgando su vida, le llevó un plato de sopa cada día durante seis meses y ayudó a Levi también a comunicarse con su familia. ¿Qué lo impulsó? Eso es el hombre. Hay una escena fascinante en la novela Vida y destino de Vasili Grossman. Se encuentran en prisión un soldado nazi y un comunista caído en la purga estalinista. Y el nazi le dice que el bien no puede acabar con el mal. Y el comunista le responde que se equivoca con la perspectiva, que es el mal el que no puede acabar con el bien. Yo prefiero esta perspectiva porque siempre, en las peores circunstancias, aparece un ser humano que se rebela contra la barbarie.
Santa Cruz de Tenerife es una de las ciudades de toda España que más huellas y recuerdos mantiene del franquismo. Según demuestran los políticos locales que ahora gobiernan en este municipio, con CC y PP en alianza, y Vox respaldando desde fuera en las propuestas más reaccionarias, no hay ninguna prisa en limpiarlos. ¿Qué le parece la actitud de algunos partidos en defensa de los símbolos de la dictadura franquista, pese a que hay una ley que obliga a erradicarlos o resignificarlos en pro de una convivencia más razonable? ¿Tiene esto un pase?
Quien defiende los símbolos fascistas debe considerar que su actitud se puede interpretar como una defensa del fascismo. Cuesta encontrar otra interpretación racional a ese comportamiento.
Tras esta primera novela, recién salida del horno, como se suele decir, qué planes literarios o de ensayos tiene en mente. ¿Hay ganas de seguir con más proyectos narrativos? ¿Cuáles y qué le aportan en este momento de su vida, con la llegada de la jubilación y tras dejar el ejercicio de la docencia universitaria?
Estoy trabajando de manera preliminar en una historia sobre la vejez y la muerte. Debe ser porque estoy a punto de jubilarme. Echaré de menos la docencia, a pesar de que la universidad agoniza. Urge un pacto para que la universidad sea la casa del pensamiento crítico. Es lo que debería hacer una sociedad inteligente.