María Suárez no canta los números, susurrados al oído, desde hace tres meses. El bingo era una de las distracciones que mantenían “viva y ocupada” a esta mujer de cerca de 80 años, invidente y con problemas psiquiátricos, en el centro de estancia diurna al que acudía de lunes a viernes. El parón obligado de la actividad por la crisis de la COVID-19 y el confinamiento han hecho mella en su ánimo. “En casa no tiene nada por lo que ilusionarse, está todo el día en pijama”, dice su hija, Carmen Delia, preocupada por el deterioro cognitivo y de movilidad que ha apreciado en su madre durante esta etapa de encierro. María espera “con ansia” la reapertura del centro, ya inminente, para reencontrarse con sus amigas, para “saber y hablar” con los trabajadores tras unas semanas duras en las que además ha sufrido por la enfermedad de su marido, que ha tenido que ser intervenido quirúrgicamente en dos ocasiones por un tumor.
“Hemos detectado repercusiones negativas en el 95% de los usuarios a los que les hemos hecho seguimiento. Algunos caminaban y ya no caminan, otros comían solos y ya no lo hacen... Se han ido apagando. Las familias transmiten frustración”, reconoce Naira Monzón, directora del centro de día para mayores San Juan, ubicado en el municipio grancanario de Arucas. “La mayoría tiene alzhéimer. Para una persona que tiene algún tipo de demencia, es importante tener rutinas. Solo el hecho de levantarse, vestirse, coger la guagua, venir y socializar es actividad, los mantiene vivos y despiertos. No es lo mismo que estar sentado en el sofá de tu casa frente al televisor e ir del sillón a la cama”, añade. Aparte de los apoyos básicos de la vida diaria, como la alimentación y el aseo, este tipo de centros ofrece a los mayores una estimulación cognitiva, con terapeutas y psicólogos, actividades de psicomotricidad, fisioterapia y también salidas de ocio. “La enfermedad avanza y eso es inevitable, pero tratamos de que sean autónomos, todo lo que puedan, de que se mantengan, para facilitar también el trabajo en casa”, señala Monzón.
La directora del centro subraya que para las familias es complicado mantener esa actividad. “Aunque intenten hacer algún ejercicio cognitivo con ellos, no es lo mismo. Los usuarios no se suelen comportar de la misma manera con sus parientes que con los auxiliares o los técnicos en el centro. Sucede como con los niños en los colegios, suelen ser mucho más activos. Además, tenemos otras técnicas para convencerlos”, apunta Monzón, que incide en la importancia de las rutinas, en los ejercicios diarios para potenciar la autonomía de los mayores. “Nosotros lo notamos hasta los fines de semana. Cuando vienen los lunes, les cuesta arrancar. Imagínate ahora, con tres meses. Esa es la preocupación de las familias, su agobio y desencanto”.
El plan de desescalada preveía la apertura de los centros de atención a las personas dependientes ya desde la fase 1. Es decir, desde el 11 de mayo en toda Canarias. Sin embargo, la necesidad de fijar pautas para evitar que se produzcan brotes de la enfermedad en instalaciones que concentran a población de alto riesgo ha retrasado la reanudación de la actividad. En Gran Canaria, según explica Isabel Mena, consejera de Política Social del Cabildo y presidenta del Instituto de Atención Social y Sociosanitaria (IASS), el regreso será escalonado. Los primeros centros abrirán estos días y los últimos, a principios de julio, a medida que “vayan teniendo las condiciones idóneas para hacerlo”. “Hemos tenido que hacer planes de contingencia individualizados, porque cada uno tiene unas características distintas y hay que controlar el aforo para evitar que se produzcan aglomeraciones. Nos han ido llegando, los están examinando los técnicos y también se los haremos llegar al Gobierno de Canarias”.
El Ejecutivo regional dictó hace unas semanas una serie de instrucciones para la atención en régimen diurno a personas mayores y con discapacidad con el objetivo de “recuperar la vida y la actividad cotidiana preservando la salud pública” y minimizando riesgos. El documento ha contado con las aportaciones de las instituciones insulares y con una revisión íntegra por parte de la Dirección General de Salud Pública. Aparte de las pertinentes recomendaciones sobre las medidas de higiene, limpieza y desinfección de las instalaciones y de las distancias de seguridad y equipos de protección, la guía de la Consejería de Derechos Sociales, Igualdad, Diversidad y Juventud marca como prioridad la “atención individualizada” e insta a las empresas a considerar la realización de test diagnósticos tanto a trabajadores como a usuarios. Hay que recordar que más de un tercio de las muertes con coronavirus confirmadas en España, casi 10.000 fallecimientos, se han producido en residencias de ancianos.
Solo algunos centros, los que tengan la estructura necesaria para cumplir las condiciones de seguridad exigidas, podrán ocupar el 100% de las plazas concertadas. El resto deberá amoldarse a la nueva situación y, para ello, se han planteado diferentes alternativas, como reducir la atención a los mayores a días o semanas alternas. Para compensar esta pérdida de actividad, el Cabildo de Gran Canaria asumirá el coste de un servicio de ayuda a domicilio para aquellos usuarios que lo requieran durante los días en los que no puedan ir a los centros. “Ya todos se están incorporando al trabajo de forma presencial y hay que darles una alternativa a las familias”, justifica Isabel Mena.
Dificultades familiares
Las familias de los usuarios de los centros de estancia diurna han estado sumidas en la incertidumbre en este último mes. “Somos cinco personas en un piso. Mi marido y yo teletrabajamos. Asumir toda la responsabilidad nos ha supuesto una carga importante que además se ha complicado con las idas y venidas al hospital por las operaciones de mi padre”, reconoce Carmen Delia, maestra de profesión, que considera que Canarias está “francamente mal” con respecto a la tercera edad. “No me quiero imaginar cómo lo habrán vivido las personas mayores que han estado solas en sus casas, con el miedo han quedado desatendidos”, lamenta.
Su madre es usuaria privada del centro de día San Juan. Con una discapacidad del 91%, no tiene reconocido aún el grado de dependencia. Carmen Delia afirma que lo pidió a principios del año pasado y que lleva un año esperando por la visita al domicilio. “Cuando presenté la solicitud me dijeron que estaban viendo a las personas que la habían entregado hace un año”, dice. Antes de enfermar, era el padre quien asumía los cuidados de su madre, junto a una persona que se encargaba de las tareas domésticas, en la casa que ambos compartían en el municipio de La Aldea. A principios de 2018, él sufrió una arritmia en su domicilio. En el trayecto en ambulancia hacia el Hospital Doctor Negrín, a la altura de Bañaderos, le dio un ictus. “Tuvo una hemiplejia. Regresó a La Aldea, pero empezó a empeorar. Yo en aquel momento trabajaba en Fuerteventura, con contrato fijo. Tuve que dejarlo y venirme. Ahora estoy con una sustitución”, señala Carmen Delia, que ha acogido a sus progenitores en casa.
El centro de día supone “un alivio” para la familia. “Mi madre se iba al centro, yo me iba a trabajar y la recibíamos por la tarde. La notábamos más contenta, tenía de qué hablar, que contar, tenía ilusión hasta para vestirse por la mañana”, relata la maestra, que eligió ese centro tras descartar otros sobre los que solo escuchaba quejas de otras familias que veían a sus mayores “siempre sentados en un sofá”. “Ojalá que a partir de esta situación penosa que nos ha tocado vivir se aborde de una vez la atención a la tercera edad, porque es muy preocupante. La natalidad desciende, cada vez hay gente más mayor y está habiendo mucho abandono por parte de la administración y también de las familias, que a veces no tienen apoyos”, concluye.