Son las siete de la mañana y el agua del grifo corre en una vivienda canaria, la suficiente para poder lavarse los dientes o ducharse, pero no para beber. Es una escena que se repite en todo momento en la mayor parte de los hogares, dependiendo del municipio. A pesar de que el agua desalinizada que llega a las viviendas es potable, siempre que cumpla con los estrictos controles legales, la sociedad canaria no tiene la costumbre de tomarla. Ha calado el mensaje de que no es apta para el consumo, fruto de décadas de escasez y restricciones. Sin embargo, las desaladoras y las grandes infraestructuras de tratamiento de aguas forman aquí parte del paisaje. Pocos conocen que, por ejemplo, la primera desaladora de Europa se instaló en Lanzarote en 1964 y que en los últimos 50 años esta comunidad autónoma ha sido un referente en el que se han inspirado otras partes del mundo para tratar las aguas. La sequía que ha afectado al Mediterráneo es ejemplo de ello ya que se ha conseguido contrarrestar con esta tecnología. Es también al futuro hacia el que caminan las islas occidentales de Canarias, que tradicionalmente han contado con mayores recursos hídricos, pero cada vez más mermados por la escasez de lluvia.
El catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) José Jaime Sadhwani, que imparte clases en el área de Tecnologías del Medio Ambiente e Ingeniería de Procesos recuerda que es a nuestros mayores a quienes debemos el desarrollo hidráulico de Canarias, ya que es gracias a su ingenio en la búsqueda de soluciones para paliar la escasez de agua, unido a la apuesta de las administraciones públicas por la tecnología puntera, lo que permitió llevar a cabo los planes de desalinización. El concepto era casi el de instalar una planta por cada municipio. Según el Gobierno de Canarias hay 22 que garantizan el suministro público, aunque a ellas se le suman las de carácter privado.
Mientras que las primeras eran plantas de vapor, explica el profesor, hoy día la tecnología empleada es la de ósmosis inversa, que permite retirar la sal a través de membranas. Los avances han permitido además que, si en los años 80 la capacidad de una planta desalinizadora era de 36.000 metros cúbicos al día, ahora pueda superar los 83.000 al día. Los avances también han permitido reducir el coste energético, pasando de entre 7 y 8 kilovatios por metro cúbico a entre 1.5 y 3 kilovatios por cada metro cúbico.
¿Se puede beber agua del grifo?
El experto, que ha trabajado en la implantación de importantes desaladoras de Canarias como Las Palmas III, alude al real decreto 140/2003 y sus posteriores modificaciones. “Se trata de una normativa muy estricta”, coincide también la directora de calidad de la empresa Canargua, Ana Rodríguez, para tratar de dilucidar la pregunta de si se puede beber agua del grifo sin problema. Lo normal, apuntan, es que todos los municipios cumplan con los parámetros de esa ley, una información que además se puede comprobar barrio a barrio en el Sistema de Información Nacional de Agua de Consumo (SINAC). Así mismo, cualquier alteración debe ser informada a la ciudadanía por los municipios. Estas localidades deben además realizar el adecuado mantenimiento de sus tuberías, que también está regido a controles.
Rodríguez subraya que, en el caso de su empresa, en el año 2017 se realizaron más de 30.000 análisis en 602 puntos de muestreo diferentes. Así mismo, más de 200 personas velan por la calidad del agua en 140 estaciones de control. El agua que llega a las viviendas canarias, si se garantiza que es potable (tal y como se recalca en la factura), quiere decir que no genera ningún problema para el consumo humano. Tanto esta profesional como el catedrático de la universidad apuntan a la falta de costumbre como principal causa de que no se beba tanta agua del grifo en Canarias, también a la propia historia del Archipiélago, que hasta hace unas décadas no suministraba agua potable a todas las zonas, y también al paladar ya que hay personas que siguen considerando que tiene un sabor más ácido o amargo, dependiendo del municipio.
En las zonas de cumbres, la calidad del agua en el sentido físico y químico es más elevada por el hecho de no contar con tanta salación. Sin embargo, en los municipios más cercanos a la costa (donde el agua se puede obtener tanto del mar como de acuíferos), suele contener grandes cantidades de sal. Es por ello, que los residentes en las localidades de medianías son más propensos a tomar agua de abasto, algo que no ocurre en municipios costeros.
Uno de los motivos por el que el sabor del agua del grifo es diferente al de la embotellada es que, una vez desalinizada, hay que tratar esa agua para que quede totalmente destilada. Según la normativa, es necesario añadir unas cantidades mínimas de cloración que permitan minimizar la presencia de bacterias. También se vuelve a tratar mediante la remineralización ya que, en el proceso se retira tanta sal que es necesario equilibrar esa agua. Ana Rodríguez recomienda que dejemos reposar el agua del grifo en una jarra durante un rato y después la probemos para percatarnos de cómo el sabor que pueda tener a cloro disminuye.
Minimizar residuos y combatir el cambio climático
El hecho de tomar conciencia sobre las garantías que tiene el agua del grifo en Canarias supone un ahorro para el consumidor, en el sentido de que esta es una de las comunidades donde mayor gasto se realiza de agua embotellada y su consumo, por consiguiente, conlleva que se genere una mayor cantidad de residuos de plástico. La principal ventaja que la ciudadanía aprecia en el agua envasada es que siempre se mantiene el mismo sabor. El agua del grifo, sin embargo, no puede garantizarlo cada día a los usuarios ya que se le introducen esas variaciones de cloro en consonancia con el plan de vigilancia sanitario.
Otra de las modas que se han implementado en algunas viviendas es la de comprar un destilador casero de agua que se coloca debajo del fregadero. Con este aparato se desecha parte del agua que se paga en la factura, a la vez que se consume energía para volver a tratar un agua que ya ha sido desalinizada previamente y que es apta para el consumo. Esta tendencia es un síntoma más de que el agua del grifo no genera aún la tranquilidad que debería, quizás por la falta de campañas de sensibilización e información a la ciudadanía. En la pasada feria Canagua, impulsada por el Cabildo de Gran Canaria, Ana Rodríguez explica que se realizaron catas de agua entre los asistentes, de los cuáles, los que no eran expertos en la materia no sabían distinguir muchas veces la embotellada de la del grifo. Con ello pretendían desmitificar algunas de las creencias sobre esta agua.
La sequía y la merma de los acuíferos hacen que cada vez las islas occidentales implementen esta tecnología en mayor medida. No obstante, otro de los retos de Canarias es minimizar la energía que se utiliza para desalar agua y, para ello, se encuentra en el camino de incorporar a mayor escala las energías renovables a todo el proceso de desalinización y a todo el ciclo del agua. ¿Hacia qué modelo vamos? es la pregunta que se formulan expertos en el Archipiélago, que ha sido referencia mundial y donde gracias al agua desalinizada se ha conseguido llegar a municipios como, por ejemplo, los del sureste de Gran Canaria, de los últimos en garantizar el agua de abasto a su población, además de lograr abastecer a los miles de turistas que llegan al Archipiélago cada año.