El día en que Soria preguntó al emérito por el Sáhara y este se encogió de hombros
Creo que solo ha habido una vez en mi vida en que he estado físicamente a poca distancia de Juan Carlos de Borbón. Fue el 6 de diciembre de 2011, con ocasión de la recepción y cóctel que cada año tiene lugar en el Congreso de los Diputados para celebrar el Día de la Constitución.
Y es que aunque tanto el entonces jefe del Estado como este humilde escribiente habíamos coincidido ya más de una vez en tan multitudinario ágape (algo que, no sé por qué, sospecho que no va a volver a ocurrir), servidor solo había divisado hasta entonces al hoy emérito muy en la lejanía, igual que debió ocurrir alguna otra vez en el stand de Canarias en Fitur.
Pero aquel cóctel constitucional de 2011 fue una ocasión algo especial y en la que los periodistas de medios canarios acreditados en Madrid íbamos a tener que currar más que otros años. El PP de Mariano Rajoy acababa de ganar las elecciones generales dos semanas antes por mayoría absoluta y ni siquiera se habían constituido las nuevas cámaras, por lo que la cuchipanda institucional era un batiburrillo de diputados y diputadas entrantes y salientes, a lo que se añadía que como el gallego no había formado aún Gobierno, los salones del Palacio de la Carrera de San Jerónimo eran un hervidero de rumores.
Eso sí, aunque no se sabía muy bien en qué cartera, todo el mundo daba por hecho sí o sí que José Manuel Soria, que andaba aquella mañana suelto por el Salón de Pasos Perdidos y que acababa de ser elegido diputado por Las Palmas, se integraría en el nuevo gabinete conformando su cuota canaria. Y allí estaba más chulo que un ocho, ofreciendo su peculiar hablar ceceante y su espigada planta entre canapés de salmón y copas de cava a quienes lo saludaban a diestro y siniestro. Y es que tras abandonar el PP el Gobierno regional un año antes y no haber podido reintegrarse otra vez en él, siquiera fuese como vicepresidente, tras cambiar Coalición Canaria de pareja y pactar con el PSOE, Soria tenía bien claro, y no lo disimulaba, que con el fin de la era Zapatero y el comienzo de la era Rajoy aquella volvería a ser su hora. Y que tras aquellos inicios en política en Madrid, cuando aún era un jovenzuelo, vinculado como técnico a los primeros gobiernos del PSOE -fue asesor del exministro socialista Carlos Solchaga, entre otros cargos- la Villa y Corte se rendía a sus pies e iba a volver a ser suya.
Y aunque algunos periodistas ya nos barruntábamos que sus responsabilidades en el Gobierno tendrían que ver con el turismo, la energía y las prospecciones de petróleo, como finalmente ocurrió, había que seguirlo y dejar un poco de lado las croquetas a ver si nos contaba algo. Y estar más pendientes que nunca si cabe de realizarle un férreo marcaje, mientras tenían lugar los corrillos de la prensa nacional que -sin grabadoras- se formaban en torno a Rajoy, el rey Juan Carlos o la Reina Sofía. Al fin, recuerdo que Soria accedió a atendernos y hacer un aparte a un grupo de informadores que queríamos hablar con él, aunque eso sí, como es lógico, antes debía saludar al Rey, cuyo corrillo móvil (el Rey Juan Carlos nunca fue de hacer corrillos estáticos sino más bien de ir desplazándose, la Reina Sofía, sí) se estaba acercando al ala del salón en que nos hallábamos.
Era lo preceptivo en quien esperaba ser nombrado formalmente ministro en unos días por el Rey a propuesta de Rajoy. Y la verdad es que el hoy emérito estaba hecho un brazo de mar. Vestido de almirante con uniforme de gala, con una banda azul celeste cruzada y el rostro borbónicamente oxigenado, sus cerca de dos metros imponían respeto y la expresión de su rostro y su saber estar desprendían esa proverbial simpatía en las distancias cortas que le ha dado fama. No pude quedarme más que a una prudente distancia de metro y medio del encuentro, no sólo porque acercarme más hubiese sido impropio, sino porque delante mío había más gente alrededor de Soria y al monarca. Aunque al tratarse de dos personas de muy elevada estatura sus cabezas sobresalían totalmente por encima de quienes les rodeaban. Y desde el lugar en que yo me encontraba, no solo era perfectamente visible la expresión del rostro de Juan Carlos a poco más de metro y medio, sino que, pese al ruido ambiente, era fácilmente audible buena parte de la conversación entre ambos y que no llegaría a más de un minuto. Y, uno, que siempre ha querido enterarse bien de lo que sucede a su alrededor, como es normal, aguzó el oído.
—Hombre, qué tal, José Manuel, me alegro mucho de verte y de que a partir de ahora vayas a estar por aquí, joder-, le diría efusivamente Juan Carlos con complicidad, mientras le estrechaba la mano, tras el saludo de rigor de Soria y antes de intercambiar ambos frases de cortesía junto a algún comentario sobre el giro que había dado a su carrera política de vuelta a Madrid.
Pero Soria, además de ser cortés con el Rey, también quería saber cómo respiraba el Jefe del Estado respecto de un espinoso asunto con el que sabía que, con toda seguridad, iba a tener que lidiar de algún modo, pues siempre está presente en la agenda política no sólo del ministerio de Exteriores sino de casi todos los demás, aunque no se mencione, por tratarse de un asunto de Estado: las relaciones con Marruecos y su condicionamiento por la posición de España respecto al Sáhara Occidental. Un asunto del que, como él mismo diría unas semanas antes en la sede del PP, en presencia de varios periodistas y dirigiendo una cierta sonrisa de complicidad a quien esto escribe “nadie quiere mojarse”. Y sobre el que, de algún modo, iba a tener que ocuparse en cuanto lo nombrasen ministro, pues pasaría muy poco tiempo desde que fue nombrado para que autorizase las famosas prospecciones a Repsol cerca de la mediana con Marruecos.
Y es que si algo ha caracterizado siempre a Soria, al margen de otro tipo de consideraciones, según quienes le han conocido un poco, es que le gusta ir cuanto antes al grano de las cosas aunque con ello se salga un poco de la etiqueta. Y si bien seguramente ya sabía que iba a ser ministro, lo que no sabía era cuando iba a volver a tener ocasión de hablar directamente y sin intermediarios con alguien en principio tan cualificado para darle una respuesta sobre aquel tema como el hoy emérito.
—A su disposición, Majestad, pero yo quería preguntarle una cosa, ¿seguimos teniendo responsabilidad legal en el Sáhara?- le espetó lanzando el carro sin frenos.
La sorpresa y ligera incomodidad de su egregio interlocutor ante las palabras del futuro ministro fueron claramente perceptibles, al tiempo que reponiéndose de aquel pequeño pero inesperado shock musitó algunas palabras inaudibles.
—Pero parece que según la ONU seguimos siendo Potencia Administradora- insistió Soria
El hoy emérito se encogió de hombros como queriendo expresar que ese tipo de disquisiciones jurídicas le eran ajenas y lo sobrepasaban, antes de volver a bajar la voz y referirse, por lo que este periodista pudo escuchar, a la visita que realizó a El Aaiun en 1975. —Sabes que yo estuve allí al final de nuestra presencia- dijo antes de volver a bajar la voz y musitar con incomodidad unas palabras, como queriendo cerrar el tema y respecto de las que quien ha escrito estas líneas sólo puede realizar conjeturas en base a lo que su rostro parecía querer expresar no sin cierta tristeza: algo así como que se hizo lo que se pudo. Como es sabido, durante aquella visita a El Aaiun, Juan Carlos declaró ante las tropas allí destacadas que España no abandonaría sus compromisos internacionales y se seguirían defendiendo los derechos de los saharauis, aunque poco después se firmarían los Acuerdos de Madrid por los que España entregó el territorio, con el aval regio, a Marruecos y Mauritania.— Pero, bueno oye, me alegro de verte, me alegro mucho, me cago en diez, joder— prosiguió cambiando de registro y orillando algo que era evidente que le quemaba, para despedirse con su proverbial campechanía.
Ni que decir tiene que lo que poco después nos contase Soria a mí y a otros compañeros sobre las especulaciones existentes respecto a su próxima presencia en el Gobierno de España y otros asuntos de política canaria fue algo que olvidé inmediatamente. La otra escena, no. Y la he guardado casi once años en mi memoria, aunque la letra del diálogo que la acompañó solo pudiera percibirlo de manera incompleta e intermitente, sin por ello dejar de percibir bastante bien la música.
El destino posterior de quienes protagonizaron aquel encuentro y conversación en el Salón de los Pasos Perdidos en mitad de un cóctel del Día de la Constitución es conocido y si bien Soria hoy se desempeña como empresario del sector fotovoltaico y consultor entre otras muchas actividades, en 2016 tuvo que abandonar una carrera política en la que sobrevivió a numerosas acusaciones por corrupción mientras tuvo cargos en Canarias pero que llegó a su fin tras su implicación, a raíz del escándalo de los llamados Papeles de Panamá, en una trama de sociedades radicadas en paraísos fiscales. Imputaciones curiosamente muy parecidas a las que, junto a las derivadas de otros supuestos actos ilícitos, obligaron a Juan Carlos I a abandonar España en 2020 por indicación de su hijo Felipe VI, después de que a partir de abril de 2012, al sufrir una caída en Botswana con ocasión de una cacería de elefantes, su estrella fuera menguando progresivamente y se viera obligado a abdicar.
Por otra parte, aunque en aquella época apenas se oía decir que España sigue siendo la Potencia Administradora de iure del Sáhara Occidental, e incluso hoy en día el Gobierno se sigue negando a admitirlo, se trata de una interpretación cada vez más generalizada entre los juristas. Incluso el actual ministro del Interior, Fernando Grande- Marlaska, lo consideró así en 2014 en un Auto de la Audiencia Nacional.
Y aunque no sabemos qué es lo que diría Felipe VI al respecto, lo que sí podemos decir es que cuando aquel día de hace más de once años a su padre se le preguntó espontáneamente por la cuestión, lo que hizo, no sin cierta incomodidad e incluso tristeza, fue encogerse de hombros.
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