La madre de Sandra Ramos ingresó en las urgencias del Hospital Universitario de Canarias (HUC), en la isla de Tenerife, sobre las tres de la tarde del viernes 11 de octubre. La mujer, de 65 años, acudió a este servicio por recomendación de su médica de familia. La doctora había detectado esa misma mañana valores preocupantes de transaminasas en el último análisis de sangre de su paciente, que además presentaba signos de ictericia (piel amarillenta). Ante la sospecha de que pudiera sufrir algún daño hepático, decidió derivarla de inmediato.
Ramos (36 años) cuenta que su madre pasó más de tres días en urgencias “sentada en una butaca” (los llamados sillones clínicos o geriátricos, con brazos, una ligera inclinación en el respaldo y reposapiés) hasta que la noche del pasado lunes se liberó una cama en el servicio de Obstetricia y pudo ser trasladada a planta.
Su caso no puede considerarse excepcional. El colapso del servicio es estructural. La fotografía que ilustra este reportaje fue tomada esta semana en esas mismas urgencias, las del hospital de referencia para la población del norte de Tenerife. Un joven está acostado sobre tres sillas duras de plástico ubicadas en una antigua sala de espera reconvertida. En ese momento llevaba ahí dos días, con fiebre y una vía por la que se le administraba suero, según las fuentes consultadas por este periódico.
“Todos conocemos el colapso del sistema sanitario, pero cuando escuchamos o leemos alguna noticia al respecto, tragamos saliva y rezamos para que no nos toque. Hasta que nos toca. Y al final decimos: qué suerte que ya tiene habitación. Pasamos al siguiente estado y nos olvidamos de todo lo que hemos pasado. Hemos naturalizado unas condiciones inhumanas”, lamenta Ramos, que incide en que su denuncia se dirige hacia los gestores y no hacia el personal sanitario que atendió a su madre, que se mostró “atento, con buen humor y buena predisposición aun dentro del caos”.
La joven relata que su madre tuvo que esperar hasta las diez de la noche, unas siete horas después de entrar en urgencias, para ser valorada por un médico que ordenó hacerle una ecografía y unos análisis. Antes, sobre las siete, le habían tomado la tensión.
La paciente había sido ubicada en uno de los espacios que se han habilitado para tratar de descongestionar la zona de boxes y camillas de urgencias, como parte de un plan de contingencia. “Era como una sala de espera llena de butacas con reposapiés. Cuando yo fui (los familiares pueden realizar dos visitas al día, de una sola persona y un máximo de quince minutos) había como seis o siete personas, todas pegadas, pero uno de los días mi madre me dijo que acababan de meter más butacas”, recuerda su hija.
La madre de Sandra Ramos permaneció más de 80 horas sentada en esa butaca porque no había camas libres en las plantas de hospitalización. Allí comía y “daba cabezadas” cuando podía. Solo se levantaba para ir al baño y asearse. “Estaba muy cansada y no podía moverse y caminar” porque si lo hacía “entorpecía el trabajo del personal”, señala su hija, que describe unos pasillos hacinados de camillas. “No cabía ni un alma. Estaban llenos. Tenías que pararte a un lado para que pudieran pasar los sanitarios. Las visitas estaban de pie, pegadas a las camillas, no podían ni sentarse. Era horroroso”.
En esa sala no entra la luz del sol y los pacientes, no solo en esa estancia, sufren la falta de intimidad. Sandra cuenta que había colas para entrar al baño y que, aunque todos llevaban mascarillas, en la sala estaban pegados, “codo con codo”. Incluso cuando, por ejemplo en el caso de su madre, había sospechas de que la patología pudiera tener un origen vírico.
Ramos insiste en que el trato del personal sanitario fue “correcto en todo momento”, aunque notó no solo “cansancio” en los trabajadores, sino también cierto hastío por tener que soportar esa sobrecarga laboral. “La ratio de pacientes es demasiado elevada para que los pacientes puedan recibir una atención de calidad. Es necesario mejorar sus condiciones porque también corremos el riesgo de que abandonen sus puestos de trabajo. Ante todo son personas que tienen que cuidar su salud mental”, señala esta ciudadana, que lamenta que en ocasiones los sanitarios se conviertan en “la diana” a la que se dirigen las reclamaciones. “Hay que reclamar, pero hay que saber a quién. Hay que apuntar alto, mirar a la cúspide porque es ahí donde está la mala gestión y la raíz del problema”, concluye.
Un colapso estructural
El personal lleva años denunciando un colapso estructural en el sistema sanitario y sociosanitario que se manifiesta en las urgencias de los hospitales canarios. Se crea un embudo porque ingresan más pacientes de los que son dados de alta. La puerta de entrada suele ser urgencias. Los pasillos han dejado de ser zonas de tránsito para convertirse en áreas de trabajo. Y desde hace un tiempo, y ante esa falta de espacio, se van habilitando de forma progresiva otras estancias para tratar de aliviar esa saturación. En el HUC, con butacas geriátricas o incluso sillas de sala de espera.
Mientras, las ambulancias se quedan bloqueadas en las puertas durante horas (hasta diez, según fuentes sindicales) porque en urgencias ya no hay más camillas y necesitan las de estos vehículos para poder ubicar a los pacientes. Con el problema añadido de que ese transporte permanece inoperativo durante ese tiempo para atender otras emergencias.
Los trabajadores hablan de una conjunción de factores para explicar el colapso sanitario. El principal, el desajuste entre los recursos y la demanda asistencial. Con una población cada vez más envejecida y con más pacientes crónicos pluripatológicos, hay un déficit de personal, pero también de espacios, con unas infraestructuras obsoletas que, en el caso del HUC, “se quedaron pequeñas el día que abrieron”, tal y como afirmaba recientemente Alejandro Gordillo, portavoz del sindicato de enfermería Satse en Santa Cruz de Tenerife.
Además, hay otro problema que trasciende del ámbito estrictamente sanitario y que sigue sin ser atajado pese a los años transcurridos desde las primeras señales de alerta. Se trata del bloqueo de camas en las plantas de hospitalización por parte de pacientes que ya han recibido el alta médica y requieren cuidados sociosanitarios, pero que no pueden dejar el hospital por distintas circunstancias. En algunos casos, porque sus familiares claudican por falta de apoyo institucional. En otros, los menos según los profesionales de trabajo social, por abandono familiar. También hay casos de personas sin ninguna red familiar y comunitaria que les sustente, que viven solas. Y, sobre todo, por la falta de plazas en las residencias para recibir la atención sociosanitaria que requieren.
Patricia Hernández, delegada de Intersindical Canaria (IC), señalaba la pasada semana que solo en la isla de Tenerife hay 400 pacientes en esta situación. “Ninguna administración local se ha hecho cargo de su población mayor, envejecida, que vive en los hospitales. Es muy triste y no depende de las gerencias de los hospitales, sino de la voluntad política de resolver este problema. Y no la hay. Y no ha existido porque llevamos denunciando durante años mientras la población envejece y las unidades de hospitalización se llenan de pacientes que viven durante años en nuestros hospitales”, concluye.