El ebanista Sergio Morales es uno de los últimos supervivientes de esta profesión. Su taller guarda cientos de obras originales: “Es más difícil encontrar un sitio donde exponerlas que hacerlas”.
Nazareno, palisandro, moral fino, guayacán americano, ébano… Son los habitantes del taller que tiene en Altavista el ebanista Sergio Morales. Todas ellas, las maderas, que llegan desde un aserradero de Sudamérica vía Tenerife, entran solas pero salen en compañía, ensambladas, incrustadas, unidas, acopladas o encajadas unas con otras hasta conformar una obra nueva, original: una silla, un cuadro, un soporte, una destiladera o algo difícil de definir.
De las paredes del taller cuelgan obras y herramientas, y entre ellas una foto en la que aparece Sergio Morales junto a Domingo Abreut, “maestro Domingo”, de quien Sergio aprendió mucho y a quien “ya nadie nombra”, asegura. Morales empezó a aprender casi de niño, en la Escuela de artes y oficios cuando estaba donde está hoy El Almacén. Su primer maestro fue Rafael de León. Hoy se sigue aprendiendo ebanistería en esa misma escuela pero es un oficio, según señala, con tendencia a la desaparición.
“Te tiene que gustar y sacrificarte por ello”, asegura. En todo caso, si desaparece no será por la falta de voluntad sino por la competencia del trabajo industrial frente al trabajo manual. “Es una profesión que no se debería perder, viene de antes de los faraones de Egipto”, dice Morales, que apunta que las virtudes de un buen ebanista deben ser “la voluntad, el conocimiento, ser estricto en la terminación y hacer tu propio estilo”. “La pena es no tener alumnos”, añade, porque en su taller hay espacio de sobra para que pudieran aprender una docena de jóvenes.
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