Cuando a Mirian Pérez le diagnosticaron cáncer por primera vez sintió “una tristeza inmensa”. Pensó en su familia, en la posibilidad de una pérdida prematura. En aquel momento, principios de 2013, tenía 48 años y vivía en Fuerteventura, isla a la que se había trasladado desde su Gran Canaria natal para cubrir una vacante como docente en un centro de educación secundaria. En las placas realizadas en el preoperatorio de una intervención sencilla le detectaron unas manchas en el pulmón derecho. Las pruebas posteriores confirmaron las sospechas iniciales. La enfermedad estaba avanzada, en un estadio 4. No era operable. Se sometió durante cuatro meses a un intenso tratamiento de quimioterapia y radioterapia que consiguió disminuir la lesión hasta que quedó controlada.
Casi siete años después, a finales de 2019, recayó. Una revisión rutinaria descubrió un tumor en el mismo pulmón. No se podía operar ni tampoco radiar. En el Hospital Insular de Gran Canaria le ofrecieron participar en un ensayo clínico con tres antiangiogénicos, fármacos que bloquean los vasos sanguíneos del tumor. El estudio trata de demostrar que la combinación de estos medicamentos con la inmunoterapia es beneficiosa para los pacientes, que “viven más y progresan mejor”, explica el oncólogo Delvys Rodríguez-Abreu.
Mirian aceptó y ya se ha sometido a 23 de las 36 sesiones previstas. “Después del tratamiento de 2013, cuando iba bien, decía que estaba en una prórroga. Ahora no. Con el ensayo estoy en un partido nuevo”, resume. “A la larga, el cáncer me ha enseñado a vivir. Te das cuenta de que te estás dedicando a sobrevivir, siempre pendiente de la familia, de las responsabilidades... A partir de ahora lo que quiero es vivir, no sobrevivir”. Su evolución está siendo favorable. “En el último escáner, la lesión se había reducido un 22%. A veces se mantiene, otras se reduce, pero nunca aumenta. De eso se trata”, relata la docente, que añade que el proceso que está viviendo ahora es menos traumático. “En 2013 me fundía el tratamiento (quimioterapia y radioterapia), me tumbaba en la cama. El de ahora (al principio también hubo quimio) me puede generar algún malestar. En mi caso se manifiesta en el estómago, pero a día de hoy prácticamente no me estoy enterando de nada”.
Mirian es una de los cientos de pacientes oncológicos que desde 2015 han podido participar en ensayos clínicos con terapias innovadoras en el Hospital Insular de Gran Canaria, un centro que se ha situado como referente en el mapa mundial de la investigación en cáncer de pulmón. “La investigación clínica es la única manera de descubrir lo que no sabemos. Hay que eliminar el estigma. Se sigue pensando que los pacientes en ensayos clínicos son conejillos de indias y no es así. Los estudios están bien controlados, sometidos a un código ético que fue aprobado hace más de 60 años (la denominada Declaración de Helsinki). En los últimos años se ha avanzado mucho y eso ha sido posible porque se ha investigado de manera seria”, asevera el doctor Rodríguez-Abreu, que en 2018 impulsó el Grupo Canario de Cáncer de Pulmón para, entre otros objetivos, promover un mayor apoyo a las nuevas terapias que “mejoran la esperanza y la calidad de vida” de los pacientes.
Hace años, la expectativa media de vida de un paciente diagnosticado con cáncer de pulmón era inferior a los doce meses y era tratado solo con quimioterapia. En el Insular hay pacientes que llevan más de cinco años libres de cáncer metastásico gracias a los avances en las terapias dirigidas y la inmunoterapia. “La investigación clínica consiste en combinar lo que ya se sabía con las terapias nuevas. Lo mejor para un paciente con cáncer de pulmón avanzado es que esté en un ensayo clínico. Hay más probabilidades de mejoría y está muy controlado, es la única manera de llegar antes a tratamientos novedosos”, añade el médico.
El ensayo de Alejandro Cabrera combina dos tipos de inmunoterapia. Una de ellas, nueva, trabaja con anticuerpos que bloquean la inflamación tumoral. A este marinero jubilado del municipio sureño de Mogán le detectaron cáncer de pulmón en octubre de 2019. Llevaba más de 26 años sin fumar. Lo había dejado poco antes de que le diagnosticaran un linfoma de Hodgkins que pudo superar gracias a un trasplante autólogo, una intervención que utiliza células madre sanas del propio cuerpo para reemplazar la parte afectada de la médula ósea.
“Me sentía mal, llevaba cuatro meses en los que notaba que me fallaba la respiración. En el centro de salud me mandaban antibióticos y no mejoraba. Estaba igual o peor, así que me cansé y le dije a mis hijos que me iba a Meloneras (a la clínica privada San Roque) a curarme. Me diagnosticaron un tumor y me comunicaron que era grande, de 18 centímetros”, recuerda. Fue derivado a la sanidad pública, al Hospital Insular, donde le ofrecieron participar en un ensayo clínico. “Me dijeron que esto me ayudaría a tener mejor calidad de vida y más tiempo y que podía salir cuando quisiese. Firmé sobre la marcha toda la documentación. Como estaba, me tenía que agarrar a un clavo ardiendo”.
A Alejandro se le dibuja una sonrisa en el rostro cuando se le pregunta por el balance de este año y medio. “Creo que fue ir al cielo, porque mejor trato no he podido tener. Caí en buenas manos. La atención es muy humana y me he ido curando, lo noto. Mira el color que tengo. Antes no podía ni andar, estaba siempre cansado, me asfixiaba. Me quedé sin masa muscular. Ahora me hacen el tratamiento cada 21 días y voy mejorando”. Los indicadores son favorables. “Sé que la mitad lo pone el tratamiento y la otra mitad la cabeza, lo que uno piense. Si uno tira la toalla, acaba en el patio de los cangrejos. Llevo un año y pico con buena calidad de vida. De momento, sumo. Y cuantos más días sume, mejor”, sostiene el pescador.
El diagnóstico de Jorge Munguía es más reciente. Después de varios meses con una tos persistente y de haber acudido al médico de su seguro privado para intentar resolver el problema, recurrió el pasado mes de enero a la Seguridad Social, donde no tenía historial “de los últimos 18 años”, para someterse a unas pruebas. La radiografía hizo saltar las alarmas. El pulmón estaba encharcado. Le instaron a ir de inmediato a urgencias (estaba en el Centro de Atención Especializada de Prudencio Guzmán, en Las Palmas de Gran Canaria) y permaneció 14 días ingresado en el Hospital Insular. En el informe con el alta médica estaba el diagnóstico preliminar: adenocarcinoma pulmonar metastásico.
“Me hice más pruebas, una punción, y en Oncología me confirman el diagnóstico y me dan un baño de realidad, pero también la buena noticia de que podía formar parte del ensayo clínico. Me dijeron que había tratamiento, que este tipo de casos los tenían muy estudiados y desarrollados”, asevera. Según explica su oncólogo, el doctor Rodríguez-Abreu, Jorge tiene una alteración genética que se denomina ALK. Aparece en alrededor de un 4% de los pacientes con cáncer de pulmón. El Hospital Insular acaba de incorporar a su equipamiento diagnóstico un secuenciador masivo de genes para determinar cuáles son las mutaciones y así poder utilizar fármacos específicos para combatirlas. “Estos pacientes no llevan quimioterapia, sino terapias dirigidas”. Es lo que se denomina medicina personalizada.
A Jorge le advirtieron de que el ensayo conllevaba “muchos pinchazos, muchos estudios y muchas sesiones”. “Y lo están cumpliendo a rajatabla”, comenta entre risas. Desde febrero toma seis pastillas diarias, siempre a la misma hora. Además, le inyectan una vez al mes un medicamento para los huesos, hacia donde se ha extendido el cáncer, y toma ampollas de hierro. En estos cuatro meses ya percibe los progresos. “Antes no podía ni mantener una conversación. Empezaba a toser, toser y toser. Era incluso desagradable. Si uno tiene colgado del pulmón como una garrafa de cinco litros, llega por la noche muy cansado, no tiene ganas ni de comer...” Ahora, en cambio, hace caminatas diarias, nada y mantiene una vida “relativamente sencilla”. “Al principio fue duro, sobre todo decírselo a mis hijos, que estudian fuera, pero he sido capaz de entender que esto es un proceso y que en vez de trabajar para la empresa, estoy trabajando para Jorge. No uso la palabra luchar, porque en una lucha uno gana y otro pierde, hablo de trabajar”, destaca este paciente, que se siente agradecido a su empresa (dedicada al sector de la automoción) por el apoyo que le ha brindado desde el primer momento. “Me ha dado mucha tranquilidad”.
Delvys Rodríguez explica que Jorge participa en un ensayo con un fármaco de última generación contra la mutación ALK que, además, “protege al cerebro de la recaída y produce una supervivencia más larga”. El oncólogo precisa que en la mayoría de los pacientes se desarrolla una resistencia a este tipo de medicamentos “al cabo de un tiempo, que puede ser dos o tres años”. Esta resistencia se descubre a través de un TAC que determina si el tumor ha crecido o no, si la enfermedad ha empeorado. Sin embargo, desde el Hospital Insular se trabaja para anticiparse a esta prueba y así poder agilizar o modificar los procedimientos. Una de las fórmulas, la que se está utilizando con Jorge, es la llamada biopsia líquida. “Le sacamos sangre y vemos cómo está el ADN tumoral circulante, cómo está esa mutación en sangre. Es un factor predictivo de respuesta, un ámbito que está potenciando el equipo de Oncología del hospital de referencia del sur de Gran Canaria no solo a través de esta prueba, sino también mediante la secuenciación masiva de genes y el estudio de la flora intestinal. ”Queremos conocer por qué no todos los pacientes responden tan bien a los tratamientos“, señala el médico especialista en cáncer de pulmón, que incide en que es esencial la labor que realizan tanto desde el servicio de Anatomía Patología del hospital como desde la unidad de Farmacia dedicada ”en exclusiva“ a estos estudios.
Protocolos, controles y comités éticos
Los ensayos clínicos prueban la efectividad y la toxicidad de un determinado tratamiento. Tienen tres fases. En la fase 1 se testa por primera vez un fármaco en un ser humano. “Habitualmente suelen ser para pacientes que tienen pocas alternativas de tratamiento. Se debe justificar que entren en un estudio que no se sabe cómo va a ir. Se requiere un seguimiento mucho mayor y visitas más continuas. Los riesgos asociados a las toxicidades, como no se conocen, pueden ser mayores”, explica Elisa González, oncológa médica en el Hospital Doctor Negrín de Gran Canaria. En España hay 37 unidades de fase 1, ninguna en las Islas. Su creación es una de las aspiraciones del Grupo Canario de Cáncer de Pulmón.
En la fase 2 se comprueban los datos extraídos en la primera con un número mayor de pacientes y se investigan cuáles son las dosis más adecuadas según los parámetros de efectividad y toxicidad. En la tercera y última, la mayoritaria en Canarias, se realiza un estudio con “cientos, incluso miles, de personas”. “Se hacen alrededor del mundo para poder tener ese volumen tan alto de pacientes. Ahí sí que se va a comprobar la eficacia”, asevera.
Los ensayos clínicos se desarrollan bajo un estricto protocolo. Los estudios tienen que ser aprobados por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) y por la Agencia Europea del Medicamento. “Una vez dentro del país, el laboratorio decide dónde lo va a ofertar, cuáles pueden ser candidatos. Van al hospital, hacen una visita de inicio para ver si puede ser candidato a hacer el ensayo y si consideran que lo es, empieza el proceso dentro del hospital y pasa por el comité ético y por los abogados”. Posteriormente, el centro sanitario firma un contrato con la farmacéutica “y se ponen en marcha el envío de los medicamentos y las cuestiones prácticas”. Por lo general, son los laboratorios los que ofrecen los ensayos y quienes los financian. Sin embargo, algunas sociedades científicas cuentan con sus propios estudios, sufragados con donaciones de los propios profesionales o con otros apoyos externos.
“Cualquier tratamiento oncológico, tanto en ensayo como fuera de ensayo, requiere consentimiento informado, porque son tratamientos con una toxicidad. En el caso de los ensayos, cuando un paciente firma está aceptando que entiende que el fármaco está en investigación, que no está todavía aprobado como tal, que pueden existir ciertas toxicidades, incluso algunas aún no descritas, y que está dispuesto a aceptar esos riesgos”, relata González. Un consentimiento informado siempre se puede revocar. Es decir, los pacientes pueden abandonar el ensayo en cualquier momento.
“Los pacientes suelen aceptar participar en los estudios. Ofrecen una opción más, te permite tener una línea de tratamiento que fuera no tendrías posibilidad. El inconveniente puede ser que te tienes que adherir al protocolo y eso implica tener que hacer más visitas al hospital”, añade la oncóloga. Desde el Grupo Canario de Cáncer de Pulmón inciden en que las personas que se someten a estos estudios están “sumamente cuidados, controlados y vigilados, ya que el protocolo de asistencia es dirigido, no es el estándar, y es mucho más estricto que el tratamiento normal”. Para esta asociación, el punto débil es “la carencia de inversión en infraestructuras de investigación”. España es, junto a Alemania, el país de la Unión Europea que realiza una mayor cantidad de ensayos clínicos.
0