El ingeniero forestal Ferrán Dalmau Rovira, técnico de Emergencias y Protección Civil, ya presagió en 2016 que la isla de Gran Canaria estaba expuesta a un gran incendio por la pérdida de valor económico de la vegetación seca. Lo hizo durante la Jornada de Gestión de la Información en Desastres y Emergencias organizada por el Cabildo.
La vegetación seca que se acumula cada año es muy superior a la que se extrae desde que dejó de tener valor, así que “o se activa la demanda de caña y vegetación seca o el gran incendio forestal de Gran Canaria está por venir”, advirtió.
Tras estas declaraciones, la Isla ha sufrido tres grandes incendios forestales. En 2017 el fuego calcinó unas 2.700 hectáreas de la cumbre de la Isla y se llevó por delante la vida de Carin Ostman, cuyo cadáver apareció a 600 metros de su casa en la zona de los Llanos de Ana López, en el término municipal de San Mateo.
El pasado 10 de agosto se desató un incendio en el municipio de Artenara que arrasó 1.500 hectáreas en la cumbre de la Isla. Un hombre fue detenido como presunto autor del desastre cuando se encontraba trabajando en su casa. Al parecer, las chispas de una radial provocaron el fuego.
En estos momentos, y a pesar de tener el mayor despliegue aéreo de medios utilizados en España en un incendio forestal, aún no se ha logrado extinguir, sí estabilizar, el fuego que desde este sábado asola la Isla. Comenzó en el municipio de Valleseco y aún no se conocen las causas. Más de 10.000 hectáreas calcinadas, más de 9.000 personas evacuadas de sus viviendas y 10 municipios afectados.
Según señaló el experto en aquel momento, España acumula al año 60 millones de toneladas de vegetación seca de las que se extraen 18, de modo que cada año se incrementa en 48 toneladas el stock de energía a la espera de una chispa para arder en cualquier momento, y Gran Canaria, uno de los lugares de Europa más complicados para ser defendido de las llamas, es una “bomba de relojería” por el gran abandono de la actividad rural, la orografía, la dispersión de casas y el cambio climático, que afecta más a los territorios insulares.
“O la vegetación vuelve a valer dinero, en forma de biomasa para los hoteles y los hospitales, o seguirá habiendo peligro”, aseguró Dalmau, quien insistió en que ante esta situación la responsabilidad para tratar de evitar los incendios es compartida entre las instituciones y la ciudadanía, ya que la extinción es la respuesta, pero la solución al problema es la prevención.
El ingeniero comentó que los incendios cada vez son peores y se afrontan fuegos de una agresividad antes no vista. “En los años 60 había mucho aprovechamiento rural y la masa existente apenas ardía, pero ha progresado por la acumulación hasta el punto de que los cortafuegos ayudan pero no son garantía y las temidas pavesas o brasas transportadas por el viento generan focos secundarios incluso a siete kilómetros, de modo que se convierten en auténticos monstruos que en tres días arrasan 4.000 hectáreas”, aseveró durante una ponencia hace apenas tres años.
Esta virulencia, indicó el especialista, forma parte de la denominada 'paradoja del fuego': “Los incendios son parte de la naturaleza, la actividad humana ya no descarga el campo de vegetación y cuanto más tarda en producirse más agresivo es”.
Dalmau aseguró que la solución también está en manos de la ciudadanía. Según el experto, es necesario que la población se responsabilice de sus propiedades privadas, las limpie de malezas, que contribuya a frenar el cambio climático, que apueste también por las energías limpias o que opte por productos de la tierra.
“Y es que, en cualquier caso, la naturaleza es imparable y sigue su curso, así que aparte de las medidas de instituciones y ciudadanía, que deben ir a más, solo queda la extracción natural, que puede optar por la oxidación lenta, la pudrición, o la rápida, que es la combustión, el gran incendio forestal”, concluyó.