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Fermín Martínez, un médico de casi 100 años

Cuando en 1940 Ernest Hemingway publicó su obra maestra ¿Por quién doblan las campanas?, el grancanario Fermín Martínez recibió su título de médico. Ese mismo año empezó a pasar consulta en la calle Venegas, 13, en Las Palmas de Gran Canaria, mientras bebés ilustres como John Lenon, Bruce Lee, Al Pacino y Tom Jones tenían sus primeras lloraderas, y Europa y el mundo se preparaban para lo peor. Pero en la España de entonces esas cosas poco importaban, y el tiempo se medía de una manera particular: antes de la guerra y después de la guerra. “Si no es por eso, yo monto el despacho en el 36, porque yo la carrera la acabé en el 36 en Valencia. Me quedó una asignatura, la piel, de la que no pude examinarme hasta que acabó la guerra”, recuerda. También fue soldado durante el enfrentamiento.

-¿Por qué se metió en la Guerra Civil?

-Yo no me metí, fue la guerra la que me metió. La guerra nos metió.

A sus 96 años y con 71 en ejercicio, Don Fermín (3 de septiembre de 1915) sigue recibiendo a sus pacientes en el mismo lugar de entonces. Se levanta temprano para tomar el desayuno en la churrería Montesol, próxima a su despacho. Allí recibe a los pacientes todos los lunes, miércoles y viernes de 10 a 12, y almuerza en su casa -“nunca me lleno la barriga, eso es fundamental”-. Por la tarde hace una tabla de estiramientos y ejercicios y ve la televisión un rato, le gustan los documentales y los deportes. Y así se le hace de noche. “Soy un hombre tranquilo”, asegura.

Don Fermín tiene un empeño personal, y es que arreglen la carretera que va de Gáldar a Agaete. Se queja de que no hay árboles plantados y de que es excesivamente fea. “Es una verdadera porquería. Si saben que por allí va el turismo, que hoy todos los pueblos están que da gusto verlos”. Se queja de que no le hacen caso, y espera que esta entrevista sirva para algo.

“Estudié en Valencia, pero había tantos líos allí que me tuve que volver a mi casa. Llegué un día antes de la guerra, el 17 de julio”, relata el doctor. “Franco estaba aquí en Canarias, y fui con el ejército Nacional, con los rebeldes. Los tres años no estuve en mi tierra, sino en el frente. Salimos hasta Vigo, de ahí a Talavera de la Reina, y allí estuvimos con batallones de Regulares y La Legión. Luego estuve en un batallón que sin ser médico ya hacía de médico. A mí de la guerra no me gusta hablar, porque son tantas las cosas de uno y otro... La gente dice cosas sin haber sido ellos los actores. Yo soy actor y puedo hablar claro. Aquello fue tremendo. Que no venga más, porque fue un desastre”, asegura.

A su mujer Delia Medina la conoció antes de todo eso. “Estuvimos ocho años de novios, los tres de la guerra y cinco anteriores en Las Palmas, yo estaba en Los Jesuítas”. Cuando Don Fermín volvió a la isla, ya se pudieron casar. “En el año 40 estaba militarizado todavía. Me destinaron al 8º Batallón de Infantería, en Vecindario -sureste de Gran Canaria-, que entonces eran cinco o diez casas. Todo lleno de tomateros y de chicas trabajando. Allí aproveché para ejercer la carrera, porque había muchos accidentes de trabajo. En los tomates, las chicas a cada momento estaban con heridas en las manos. Un libanés me prestaba un caballo para ver enfermos por la tarde: Sardina, El Carrizal, Castillo del Romeral, Agüimes... Todo por senderos nada más. Estamos hablando del año 40, no había médicos por allí”, recuerda.

Don Fermín hizo las oposiciones a médico militar -“para tener una paga fija”- y llegó a ser oficial. A los dos años de estar en Vecindario se pudo trasladar a Las Palmas, donde aprovechó para sacarse otra plaza, esta vez civil. “Fue en la Obra 18 de Julio, lo que había antes de estar la Seguridad Social”, explica. Esta empezó al año siguiente, y como el doctor ya estaba dentro del sistema de Salud, se incorporó a ella.

Y también le llamaban para partos. “Estuve seis meses en Madrid nada más que haciendo partos, y estaba bien preparado. No paraba, porque mi suegro Don Juan Medina era un partero muy bueno y me llamaba a cada momento, a veces se encontraba en situaciones un poco difíciles”, comenta.

Era una época en la que no paraba de atender pacientes y de ganar dinero, a veces a costa de dormir poco y mal. “Cuántas noches no fui lloviendo o granizando, con un frío tremendo a las dos de la mañana, subiendo el Risco de San Nicolás hasta llegar al enfermo”. La cosa no terminaba ahí. “Vuelvo a mi casa y me dicen, 'Don Fermín, su suegro le llama para ir a Tamaraceite para un parto muy difícil, que está muriéndose la mujer'. Y para arriba otra vez, yo en un burro, mi suegro en una mula y el marido andando. Llegamos arriba y la mujer pálida, pálida, pálida. Se me ocurre levantarle la sábana: una hemorragia brutal. Actuamos como pudimos. Y al día siguiente la mujer se desayunó con leche y gofio. Lo simpático es que el marido me dice 'Don Fermín, ¿qué le debemos?'. Mi suegro me había dicho que no cobrara más de 50 pesetas, pero veo que el hombre abre en la pared una caja llena de billetes verdes, ¡allí arriba! 'Deme mil pesetas', le dije. 'Tome mil pesetas', respondió. Mil pesetas de las de antes era fuerte -podía ser su sueldo de un mes-”. Al día siguiente el marido se presentó en la consulta de Fermín y en la de su suegro. “Después de hablarle el marido, Don Juan le dice: 'Oye, ¿cuánto te cobró Don Fermín?'. 'Mil pesetas', respondió. '¡Vete para abajo enseguida y dile que devuelva 500 para mí!”.

En ocasiones asistía sin cobrar, explica el doctor, por tratarse de gente humilde. “Era una época heroica de la medicina porque no había ambulancias, taxis, no había nada. El médico tenía que resolver su papeleta o el enfermo moría. Yo llevaba el maletín con los instrumentos, un bisturí, unas pinzas, anestesia, que se ponía con un pañuelo y se inhalaba. El médico de antes ni dormía. A mí me llamaban a las nueve de la noche, y de repente a las once, y a las tres. Y tú no podías decir que no”.

Se acabaron los partos

Un día, su mujer ya cansada porque su marido no estaba en casa, se lo soltó: “Mira Fermín, ya somos mayorcitos, llevamos muchos años juntos, pero yo no voy a seguir. A veces no vienes ni por la noche. Yo mejor me quedo sola, y tú vete con tu medicina”. “No señor”, fue la respuesta. “Tú tienes toda la razón. Se acabaron los partos, me dedico a Medicina General, que me gusta mucho”. Y así terminaron las horas nocturnas de don Fermín.

El primer ambulatorio donde trabajó fue en la calle Juan de Quesada, cerca del Rectorado de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Luego se trasladó a la calle Cano, posteriormente a la calle Buenos Aires y finalmente al actual ambulatorio de Escaleritas, donde se jubiló a los 70 años con un impresionante homenaje en Las Grutas de Artiles (Santa Brígida), supuestamente para 40 personas.

“A las nueve de la noche cuando llegamos mi mujer me dice: 'Ya te chafaron el homenaje. Hay unas luces impresionantes, es una boda o algo por el estilo'. Vamos llegando y vemos que había un pase para mi coche, una multitud de gente a un lado y a otro y tres médicos esperando a la entrada. Nos bajamos del coche y unos aplausos tremendos, todo era para mí. Y me dicen: 'Fermín, 320 personas y no hemos querido poner más'. Vinieron de todos lados, avisaron una semana antes en el ambulatorio. Les hice cuatro estrofas a cada médico y enfermera, los tenía preparados. Cuando salimos de allí, en mi coche no cabían las cosas que me regalaron”.

La otra gran pasión de Don Fermín es el golf. En su casa luce una vitrina de madera y cristal llena de trofeos. Empezó a jugar sobre 1945, con 30 años, cuando todavía existía un campo de golf en Escaleritas. “Si llego a empezar antes me podría haber dedicado a eso”, opina. De entre todos, quiere destacar el trofeo del subcampeonato de Europa, pero también el de campeón de España individual, en dobles y colectivo. “Mi época buena es de los años 60 a los 80”, recuerda. Además de competir, visitaba campos de golf en verano. “Cogía vacaciones y me iba con mi mujer 15 días a la península y otros 15 días a Inglaterra y Escocia”. Aún así, su campo preferido sigue siendo Bandama. “El nuestro es precioso. Hay campos mejores, más grandes, pero este es el tuyo”.

El doctor se siente, en fin, agradecido con la vida que le ha tocado vivir. “Me ha ido bien, gracias a Dios. No me puedo quejar ni como médico ni como nada. ¿Quién tiene abierto el despacho a los 96 años?”, dice. Se le pregunta que si lo achaca a algo en particular. “Me ha ido bien porque soy un hombre de carácter apacible, tranquilo, no soy un calentón. Si yo tengo que el otro tiene la razón se la doy. Es decir, yo soy un hombre tranquilo”.

-¿Le sorprende haber vivido tanto?

-Yo mismo estoy asombrado. ¿Pero, quién sabe nada? Lo que Dios quiera. A mí me encantaría vivir, porque me gusta ver las cosas nuevas, todo lo que avanza la ciencia y la tecnología... Eso vale la pena verlo.

Lo mismo pensarán sus tres hermanas de 98, 94 y 91 años. Con la primera va a comer todos los miércoles. Al resto de la familia, 4 hijos, 12 nietos y 13 bisnietos, también los ve con frecuencia. “Mi biznieta menor está estudiando Medicina en Madrid”, comenta con satisfacción. Su hija menor y el marido además le pasan a recoger todos los sábados para ir a comer en algún pueblo de la isla. Ahí retoma el asunto de la carretera de Gáldar y los árboles. “Agüimes es una maravilla, Ingenio, Moya, Agaete, Firgas, todos los pueblos. ¿Por qué no ponen unos árboles en la carretera? Hace 5 años que estoy yo detrás de eso”.