Dolores Gómez tuvo a sus dos hijos en los pabellones de Nuestra Señora de la Almudena, en Peñagrande, un centro de maternidad que sobrevivió a Franco y donde durante los primeros años de la democracia se siguieron robando niños. También presionando a las madres jóvenes para entregarlos en adopción. Allí eran frecuentes las visitas del doctor Eduardo Vela, el ginecólogo juzgado por el robo de un bebé y absuelto por haber prescrito el caso. Dolores es rotunda con la decisión judicial: ha sido “una salvajada de la Justicia española”.
Loly, como la conocen sus allegados, tardó décadas en poder contar su historia. Desde hace unos años la suerte parece haberse puesto de su lado y es capaz de relatar el sufrimiento que vivió entre las paredes de Peñagrande. Si esa misma suerte le acompaña y consigue el respaldo de sus compañeros en las primarias de Podemos en Fuerteventura, Loly será la candidata al Cabildo por la formación morada en mayo de 2019.
Antes de que llegara esa suerte, Loly vivió un calvario que se inició con solo 12 años, cuando su propio padre empezó a violarla. Con 14 la dejó embarazada y la entregó en el Tribunal Tutelar de Menores de Cantabria, encargado de asumir la responsabilidad de los jóvenes cuando sus padres no pueden o no quieren hacerse cargo de ellos.
Un mes después, en marzo de 1982, el Tribunal la llevó a Peñagrande, una especie de cárcel oculta bajo el nombre de centro de maternidad a manos de las monjas de la orden de las Cruzadas Evangélicas y donde el doctor Vela se dejaba ver por sus pasillos. Nada más cruzar sus puertas, Loly empezó a escuchar cómo las monjas le repetían las mismas frases: “Tú das a luz, dejas el niño aquí y te vuelves a tu casa como si nada hubiera pasado”.
En junio nació su hija. Las horas de lactancia y de cuidado de la pequeña las intentaba compaginar con unos trabajos obligatorios por los que jamás cobró un duro. “Cocíamos unos trapos verdes para quirófanos a máquina. A algunas les pagaban según los paños, pero yo jamás cobré, por ser menor”, recuerda. También pegando las cajas en las que se almacenaban los chándales, marca Puma, con una cola poco aconsejable para estar en contacto con embarazadas, o preparando unas bolsas para guardar los souvenirs que se repartirían a los ciudadanos con motivo de la visita del papá Juan Pablo II a España en 1982.
Loly cuenta cómo cada día tenían que hacer un cupo y hasta que no terminaban no podían salir del taller. “Sabía que tenía que darle el pecho a la niña a las 12, pero si no lo había terminado no me dejaban salir. Entraba en una tensión nerviosa al saber que mi hija estaba llorando por hambre y yo no podía darle de comer” y añade que “ese era el ataque psicológico al que nos sometían de forma sistemática”.
Por los pasillos del Hogar de Gestantes de Peñagrande corría el rumor de que el niño que subía solo al botiquín no regresaba con su madre. Un día, una monja le dijo que su pequeña estaba enferma y tenía que pasar la noche allí. Ella se ofreció a acompañar a su hija. La religiosa le aconsejó quedarse descansando en su habitación, pero ella se negó a dejar a la niña sola. Pasó la noche con la cría y al día siguiente “milagrosamente” estaba bien. “Yo nunca la vi enferma”, matiza.
Al ser menor, y estar bajo la tutela del Tribunal, Loly no podía salir ni siquiera a pasear por la calle o comprar. Sin embargo, un día recibió la visita de su padre dispuesto a sacarla del centro el fin de semana. Las monjas no preguntaron nada y obedecieron la petición del hombre. La llevó a un hostal, la violó y la volvió a dejar embarazada. Era la Semana Santa de 1983.
En el centro nadie le preguntó cómo se había quedado embarazada si solo había salido del centro acompañada por su padre. Para ellas “éramos putas, allí nadie nos decía nada ni siquiera cómo cuidar a tu hijo. Éramos niñas que teníamos niños”, recuerda.
Meses antes de dar a luz a su segundo hijo, comenzó el desmantelamiento de Nuestra Señora de la Almudena. El Gobierno socialista quería acabar con el centro de maternidad. Finalmente, terminó echando el cierre en el año 1984.
Un día, una comadrona mayor se acercó a Loly para darle su teléfono. Desde hacía meses, el centro no atendía partos por lo que la comadrona le dijo que cuando estuviera a punto de dar a luz no llamara a nadie sino a ella. Loly recuerda cómo le dijo: “Yo lo arreglo todo. Ya me encargo yo de llevar al niño a una casa donde lo van a cuidar muy bien y les digo yo a los padres que te den una propina para que puedas salir adelante con tu otra hija”. Ella le respondió que su hijo no se vendía.
Finalmente, dio a luz en el Hospital de La Paz en diciembre de 1983. Al poco tiempo, cerraron el centro. A las madres y sus hijos las llevaron a otro ubicado en la calle Arturo Soria, este bajo el cuidado de funcionarias. Loly explica que el criterio del Gobierno en aquel momento era que, dentro de las posibilidades de cada una, “volvieran a su casa con su familia”. “En mi caso no había forma por lo que me llevaron a la Diputación de Cantabria”.
Dados en adopción
Loly viajó de Madrid a Santander en coche junto a sus hijos y unas funcionarias. Tras reunirse a puerta cerrada las funcionarias con la gente de la Diputación, Loly escuchó en boca de una de ellas dos opciones: “Te vas a la calle con los dos niños, porque no hay donde acogerte, o te vas a la calle tu sola y dejas a los niños aquí”. Tuvo 15 minutos para decidir. “Pensé que yo podía estar en la calle y buscarme la vida, pero mis hijos no.
Entonces tomé la decisión de dejar a los niños allí“, recuerda. Era agosto de 1984. Sus hijos tenían dos años, la mayor, y ocho meses el pequeño. A Loly le faltaba un mes para alcanzar la mayoría de edad.
La joven no podía firmar los papeles de adopción por ser menor. Le dijeron que dejara a los niños durante un mes; lo pensara y regresara con las ideas claras. Sin embargo, “la intención era que volviera con la mayoría de edad para que yo pudiera firmar”, insiste.
Durante los días que estuvo alejada de los pequeños, la joven vivió en shock. No recuerda dónde durmió, qué comió ni qué hizo con su vida, pero sí que no quería volver a separarse de ellos. Al mes regresó a la Diputación dispuesta a recuperarlos.
Sin embargo, se encontró con la sorpresa de que sus dos hijos habían sido entregados a una familia en adopción. Le dijeron que retirarlos de la familia supondría un trauma y privarlos de una vida estable. “Pensé en mis hijos y me dije que yo no tenía ningún derecho a ello”, comenta.
Considera que a sus hijos los robaron del mismo modo en que “lo siguen haciendo ahora los servicios sociales”. “Hacen lo mismo que me hicieron a mí en aquel momento, te ponen entre la espada y la pared y cuando no tienes recursos, casa, ni trabajo, en vez de decir te vamos a ayudar para que te recuperes lo que te dicen es que te los van a quitar y ya si puedes los recuperas”, sentencia.
Un día descubrió en internet la página ‘Madres Olvidadas’. Algunas de las caras las recordó de su estancia en Peñagrande. Eran madres que contaban cómo sufrieron el robo de sus bebés y ahora buscaban recuperarlos. Loly entró en contacto con Consuelo García de Cid, una periodista y escritora que ha dedicado los últimos años a investigar el robo de niños durante el franquismo y los primeros años de democracia.
Consuelo le fue aconsejando los pasos que tenía que dar. Consiguió hacerse con la partida de nacimiento de sus hijos y empezó a investigar. Un día se atrevió a dar su testimonio en la web y a subir una foto suya. No habían pasado dos meses cuando su hija le escribió. En el mensaje, con fecha de 2011, le decía: “Tenemos una conversación pendiente desde hace 20 años”.
Loly empezó a hablar con sus hijos a través del teléfono. Un día fueron a verla a Palencia donde había conseguido rehacer su vida, casarse y tener dos hijos más. Allí se pudo juntar toda la familia. No hubo reproches.
“Me llaman mamá, pero también a sus padres adoptivos” para los que Loly solo tiene buenas palabras.
En Fuerteventura, donde llegó hace tres años por motivos laborales, recuerda cómo se emocionó cuando su hija le enseñó un tatuaje que se había hecho con las letras de una canción que retenía en la mente. Era la misma que sonaba cada mañana para levantarlas en Peñagrande. “Ella tenía unos recuerdos en su mente que no sabía por qué. Ahora sabe que son de su estancia en el centro de Nuestra Señora de la Almudena”.
Loly se acuerda de chicas con 12 años dando a luz, de las que se escapaban del centro y de las que terminaban suicidándose porque les habían quitado a sus hijos. También recuerda al doctor Vela. “Él nos daba clases de auxiliar de clínica. Era un hombre muy seco que no hablaba con nadie”.
Hace unas semanas la Audiencia Provincial de Madrid dictó una sentencia que le considera responsable del robo de una recién nacida en 1969, pero lo absuelve por haber prescrito los delitos. El pasado 24 de octubre Vela, de 85 años, recurrió ante el Tribunal Supremo la sentencia con la intención de limpiar su nombre y honor de la responsabilidad que le atribuyen.
La Fiscalía también ha anunciado que recurrirá ante el Supremo la absolución del doctor Vela. Loly espera que el recurso prospere y se le vuelva a juzgar. “Yo lo que quiero es que se le condene. Me da igual que vaya a la cárcel, pero que sea condenado por el robo de niños y que el resto de su vida viva en su casa no como un presunto sino como un ladrón de niños juzgado y sentenciado”.