La Laguna, un barrio hecho pedazos que nunca esperó acabar bajo la lava
Una de las coladas del volcán de La Palma acabó con el pueblo de Toni, un vecino que ha perdido su hogar y todas sus fuentes de ingresos bajo 15 metros de escombros
Toni ya habla de La Laguna en pasado. Subido a la cima de la montaña de este barrio, a donde la lava de la erupción de La Palma llegó hace ya un mes, señala el manto negro bajo el que ahora están su casa, la de sus familiares, su ferretería y la tienda de lotería de su hijo. Sobre el tejado de su hogar hay ahora unos 10 o 15 metros de escombros. Cada vez que siente un temblor o que escucha el sonido del volcán piensa que se acerca el final: “Mi padre me contó que cuando erupcionó el Teneguía, los mismos temblores fuertes que se sintieron al principio se repitieron al final. Yo diría que se está apagando y que ustedes están aquí para hacer la última foto”.
Pero el punto final de la erupción es casi imposible de augurar, según ha insistido el director técnico del Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo Volcánico de Canarias (Pevolca), Miguel Ángel Morcuende, en una visita organizada para medios de comunicación a La Laguna. “No podemos asegurar nada. Las cosas son como son y el volcán nos sorprende día a día. Simplemente estamos trabajando en tratar de mantener la seguridad de la ciudadanía”.
Este mismo miércoles, una nueva lengua ha bajado entre las montañas de Todoque y La Laguna. Según el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan), la velocidad de esta lengua alcanza los 70 metros por hora. Además, La Palma ha registrado durante la jornada de hoy 249 terremotos, después de dos semanas donde no se superaban los cien seísmos diarios.
Junto a esta nueva lengua están los únicos cultivos que le quedan a Toni. Un pequeño invernadero donde tiene plataneras. Antes tenía más fincas, y en su casa también sembraba papaya, papas, boniatos y alimentaba a sus gallinas. Con la cosecha no solo podía comer, sino que también vendía sus productos en la tienda ecológica que compartía con su hijo.
Ahora vive de alquiler y tira de ahorros para sufragar sus principales gastos. “Intentamos sacar dinero de donde podamos. Estoy instalando algunos riegos que ya tenía aceptados y vendo algunos materiales de ferretería que la gente me pide”, cuenta. Pero ya no está haciendo grandes pedidos. “Me prestaron un local como almacén, y no quiero hacer negocio en un local prestado”, sostiene.
También ha decidido invertir su tiempo en ayudar de manera voluntaria a los trabajadores de Involcan, guiándolos por La Palma, un territorio que conoce como a la palma de su mano. La lava llegó a su casa casi un mes después de que la tierra se abriera en Cabeza de Vaca. El final de su hogar lo vio en directo, desde un tejado cercano. “Me subí allí y me senté a despedirme”.
El pueblo de los cristales rotos
La lava todavía permite subir las escaleras de la iglesia de La Laguna. Allí, tres días antes de que la furia del volcán pasara por esta localidad de poco más de 1.600 habitantes, una familia celebraba un bautizo. “Era la fecha que teníamos asignada y no podíamos esperar”, justificaba entonces la abuela del bebé. Frente a la iglesia, en el Bar Central, vecinos y periodistas se han parado desde que comenzó la erupción en múltiples ocasiones para reponer fuerzas. Ahora está calcinado.
El vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN), Stavros Meletlidis, y el coronel de la Unidad Militar de Emergencias (UME), Manuel Burgos, explican que el olor a quemado y el color negro que tiñe las paredes de este mítico local se deben a las altas temperaturas que alcanzó la colada y al viento, que arrastró el calor hacia estos establecimientos.
Junto a la iglesia, la UME mide la calidad del aire. En las zonas más próximas al cono principal, los militares realizan esta tarea cubiertos y protegidos con un equipo especial. Pese a que en La Laguna, durante esta tarde, la calidad del aire era óptima para realizar la visita, el olor a azufre ha impregnado Los Llanos de Aridane durante todo el día. El director técnico del Pevolca, Rubén Fernandez, ha señalado este miércoles que la emisión de dióxido de azufre ha provocado niveles de gases ''muy tóxicos'' en Las Manchas y Puerto Naos, obligando a evacuar de madrugada a las personas que trabajan en las desaladoras instaladas de urgencia en este punto turístico.
Junto al bar hay una casa hecha pedazos. Al fondo sobreviven unos calderos de cocina que ahora son completamente negros. En la pared, aún está colgado un marco que alguna vez mantuvo una foto. En el suelo, un montón de cristales rotos. En la acera también hay un comedero repleto de pienso y otro lleno de agua que los vecinos dejaron para los animales que pudieran quedar por allí.
Desde este punto tampoco puede verse ya la casa de Andrea, donde antes las puertas siempre estaban abiertas. La mujer de 87 años contemplaba día a día el trasiego de vecinos y vecinas que cruzaban en su calle el corte de seguridad hacia Todoque para salvar enseres del volcán. Allí, frente a la gasolinera también engullida por las coladas, pedía a las autoridades que no olvidaran a los damnificados de esta erupción. No pensó nunca que tendría que salir corriendo, aunque no necesitaba mucho tiempo para pensar qué salvaría: las cenizas de su hijo y las de su marido.
Ahora Toni observa con firmeza la colada que acabó con su historia. Sus amigos de El Hierro y de Tenerife le han propuesto que se mude a estas islas donde no le faltaría trabajo, pero el palmero se siente con fuerzas para seguir en la isla. Si él y su familia “tienen salud”, pretende construir una nueva casa terrera lo más cerca de La Laguna que pueda, aunque ya no crea que tener una casa suponga tener “un futuro asegurado”. Por eso, lo que más le ilusiona es montar una nueva tienda de loterías para su hijo. “Eso sí le permitirá sentirse un poco seguro”. De momento, sus planes están subordinados a la voluntad de la naturaleza. “Montar ahora una tienda nueva es un caos. Tenemos que esperar a que esto termine”.
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