Entrevista

Lidia Santana, una vida dedicada a la enseñanza del taekwondo: “Nunca vivimos de este deporte, para nosotras era una vocación”

Con tan solo cinco años, Lidia Santana Vega cambió las zapatillas de punta por el tatami. Junto a su hermana, se escabullía de la clase de ballet para ir al gimnasio del maestro Bang Kyunk Wong. Había quedado prendada de aquellos muchachos que fueron a enseñar taekwondo a su colegio y no lo dudó en ningún momento: quería ser taekwondista.

A los 15 años, ya había conseguido el cinturón negro y, a pesar de iniciarse en el mundo de la competición, tuvo claro que su vocación era la docencia. Cuando cumplió la mayoría de edad, comenzó a dar clases de taekwondo.

Durante treinta años, acercó a muchos niños, jóvenes y adultos del municipio este arte marcial coreano en su club Jóvenes Promesas, que fundó junto a su hermana Yolanda, la primera mujer olímpica teldense.

En 2020, la pandemia obligó a cerrar las puertas del gimnasio y, desde entonces, un pedazo de Telde ha quedado huérfano. Cientos de personas pasaron por un club que, aparte de trabajar el taekwondo desde la constancia y la disciplina, también creó una nueva manera de hacer deporte. Hoy forma parte de una memoria colectiva que, para muchos, es difícil de reemplazar.

¿Cómo te adentras en el mundo del taekwondo?

Nosotras empezamos con el maestro Bang Kyung Won. Cuando él cayó aquí, una forma de captar alumnos era yendo por los colegios y por aquella época se estilaba mucho poner cinturones naranjas para dar clase. Pues ellos fueron a mi colegio y ví a aquellos chiquillos dando patadas y decía: “Qué guay”. Cuando llegué a casa le dije a mi madre que quería ir a taekwondo y me dijo que no, que estaba pagando por mí en ballet. Pues un día fue a pagar al Club María y allí le dijeron: “Las gemelas aquí no han aparecido. Cruzan y se van al coreano”. Desde ahí, empezamos, primero en el colegio y luego en el gimnasio. Varios años después, conocimos a Jorge Monzón, que daba clases de full contact. Con él, nos iniciamos en el mundo de la competición. El cinturón negro sí que lo sacamos en otro gimnasio, en Las Palmas, porque yo decía: “Quiero mejorar”, porque sabes lo que te gusta, lo que no te gusta, lo que está bien hecho y lo que no está bien hecho, y decidí irme a otro gimnasio donde veía mejor técnica. En aquella época, fuimos de las pocas mujeres que practicaban taekwondo. Era un mundo de hombres donde el respeto en ese campo se ganaba en el tatami y Yolanda y yo destacamos porque fuimos muy respetadas. Compaginamos los estudios con el deporte. Más adelante, lo hicimos con el trabajo y nos dedicamos a hacer lo que nos gustaba y nos nacía por vocación.

¿Y cuándo empezaste a impartir clases?

Empecé a los 18 años, en 1990, dando clases en el Centro de la Mujer de Telde de defensa personal para mujeres. También impartí varios cursos para el Cabildo, además de en el Instituto de la Mujer de Las Palmas dirigidos a mujeres que habían sufrido violencia de género. Fui pionera en el municipio. Date cuenta que mi hermana y yo éramos las únicas mujeres que dábamos Taekwondo en Telde. Ya cuando Yolanda volvió de fuera, que se encontraba en Madrid y Barcelona, fundamos el club Jóvenes Promesas.

En un primer momento, te centraste de lleno en la docencia, pero anteriormente tuviste una etapa en el mundo de la competición. ¿Por qué decidiste dejarlo?

Empecé en la competición no porque me gustara, sino por mi hermana gemela. Teníamos que ir las dos. A mí nunca me gustó, nunca le vi sentido pegarse con otra persona. No tenía ese nivel de competitividad, mi objetivo no era ese. Además, no quería tanto sacrificio, porque un competidor se sacrifica. Mi hermana se sacrificó con 14 años y se fue a vivir a Madrid. Eso para mí no lo quería. Entonces, solo participé los primeros años. No era mala, pero también es cierto que no era tan noble como mi hermana. Mi carácter a lo mejor me hizo pasar malas jugadas y alguna vez me salté las normas cuando me insultaban, porque en la península a los canarios se nos ha insultado siempre, de oído a oído. Me acuerdo que, en un campeonato en Valencia, una chica me agarró del peto y me dijo: “Que mierda los canarios”. Claro, canarios allí que éramos poquísimos y encima solo dos chicas, pues mi primera reacción fue meterle una piña en la cara. Me echaron, directamente. Yo lo entendía como niña que era, que tenía 14 años: “Es que me acaba de insultar”. En aquella época era así, pero no, no me gustó. Acompañaba a Yolanda, pero me incliné más por la docencia. Siempre me gustó el trato, el enseñar, el enfocar. Por ejemplo en situaciones de peligro por ser mujer, desgraciadamente, pues todo eso me llamó mucho la atención. Y eso hice: dedicarme a la enseñanza.

¿Cómo ves el mundo del taekwondo para las mujeres? ¿Has visto alguna evolución?

Tenemos muy buenas competidoras y profesoras de taekwondo. Creo que ahora viene una nueva generación que, si el Gobierno fomentara el deporte a través de subvenciones a los clubs, las mujeres podrían adentrarse y vivir de eso, porque hay gente, mujeres y hombres, que tienen una vocación real, pero no pueden ganarse la vida con ello. En general, sí ha evolucionado: hay más respeto, las reglas han cambiado… Antiguamente, no había reglas entre hombres y mujeres. Hoy en día sí, a nivel insular, nacional e incluso internacional, el taekwondo ha evolucionado para bien. Sin embargo, echo en falta un cambio a nivel directivo; que exista una paridad entre hombres y mujeres. Si existe un presidente, que también se dé la posibilidad de que esté una mujer presidenta, porque evidentemente un hombre y una mujer no pensamos igual. Nosotras empatizamos. Te hablo desde el mundo del taekwondo. El hombre es: “¿Le di en la cara? Pues nada, al médico”. En cambio, las mujeres nos interesamos: “¿Y esto por qué fue? ¿Por qué no subiste la guardia?” Nosotras nos detenemos a explicar.

Impartiste taekwondo durante treinta años a niños, jóvenes y adultos. ¿Cómo eran tus clases para tener tanto éxito?

Nosotras basábamos nuestras clases primero en la diversión. Ya fueras niño, adolescente o adulto. Teníamos que conseguir que tú fueras a pasarlo bien; que si tenías un mal día, esa hora que estuvieras allí se te pasara volando. Son tantos años que una aprende de los alumnos. Yo sabía cuando alguien tenía un mal día, cuando necesitaba una sonrisa, un abrazo. Nuestras clases iban enfocadas a que la gente se divirtiera, pero siempre dejando claro que la disciplina y el respeto estaba por encima de todo: siempre. Ante cualquier ser vivo, los que practicamos taekwondo no nos podemos creer más que nadie, bajo ningún concepto. Tenemos que dar un paso atrás a la violencia y ayudar al más débil. Desde la paz, se puede. Fue enfocado a ser los mejores y a que con el paso de los años la gente se acuerde de nosotras, porque cuando cerramos, lo dijimos: “Nos van a echar de menos siempre” y nosotras también echamos de menos a mucha gente. Nuestras clases eran diferentes: donde había una risa y una broma, los alumnos también sabían cuándo ponerse en chariot (fime). Las directrices estaban marcadas sin tener que hablarlo, porque nos guiábamos unos a otros. Fuimos una gran familia. Nosotras no vivíamos del Taekwondo: era un hobby, una vocación. Cobrábamos algo simbólico, alrededor de 20 euros, y porque teníamos que pagar al AMPA del colegio.

Aunque muchos gimnasios mandan a sus alumnos a competir, ustedes no lo hacían. ¿Por qué?

La competición nunca fue nuestro objetivo. Cuando éramos jóvenes sí, teníamos esa inquietud, pero después ya nos dimos cuenta de que la gente joven se sacrificaba mucho y dejaba los estudios por el taekwondo. Lo teníamos muy claro en ese aspecto. De hecho, los cinturones negros con nosotras son contados: seis en treinta años. Entonces nosotras decíamos: “¿Para qué? El taekwondo no te da de comer y te trae lesiones”. Además, para nosotras tener el tener cinturón negro tenía que ser algo tan ganado, no solo por practicar taekwondo, sino por como tú seas como persona. Cuando veíamos a algún alumno que era un arma de destrucción masiva, sutilmente lo invitábamos a que se fuera, porque nosotras no queríamos tener a gente que buscaba pleitos. Tenía que pertenecer a nuestro club como algo grande. No entraba todo el mundo, de hecho teníamos lista de espera y cerramos con lista de espera. El taekwondo tiene que ser algo mágico, bonito. 

¿Piensas volver a dar clases?

No. Cuando llegó la pandemia, que fue algo demoledor para todo el mundo, pensamos en que dar clase con lo que estaba sucediendo era muy complicado. ¿Tú sabes lo que es entrenar con mascarillas, corriendo, dando patadas? Es imposible y era imposible. Además, pensábamos: “¿Y si nos metemos en un contagio?” Nosotras nos negamos, porque no lo hacíamos por dinero. Tenemos cincuenta años y vamos por calidad de vida. Para todos la pandemia ha marcado algo, pero para nosotras fue para bien. 

Una cosa se une con la otra, pero antes del covid me pasó algo curioso en el gimnasio. En nuestros primeros años entrenando, nuestro maestro Bang nos llevaba dos veces por semana a competir a los diferentes gimnasios coreanos: hombres machistas hasta decir basta, menos el nuestro, que nos adoraba. Él daba la cara por nosotras y creo que eso lo aprendimos de él: el proteger, el enseñar seriedad. El primer campeonato al que acudí, que fue en Las Canteras con el maestro Lee, competí contra un marroquí. Por aquel entonces, competíamos con hombres para medir la potencia y avanzar en agresividad. El tío me metió cuatro piñas seguidas: me deformó toda la cara. En las dos primeras, me tiró al suelo; me levanté y me dio otras dos, pero yo me levanté de nuevo y terminé los asaltos. Antes de que estallara la pandemia, por eso una cosa se une con la otra, vino un señor al gimnasio con su hija. Mi hermana fue a atenderle y él le dijo que quería hablar conmigo. Me acerco a él y me dice: “¿Tú sabes de qué te conozco? ¿Te acuerdas cuando fuiste al gimnasio Lee y un tío te metió cuatro piñas?” Yo le dije: “Cómo olvidarlo”. Pues me dijo: “Yo quiero que tú le des clase a mi hija para que ella salga como tú, porque tú te levantaste”. Agradecí su comentario, porque las cuatro hostias me las llevé.

¿Qué es para ti el taekwondo, Lidia? 

El taekwondo es parte de mi vida. Es satisfacción, paz; es el yoga que otros practican. 

Si ahora alguien que está leyendo esta entrevista estuviese a un pasito de practicar taekwondo, ¿que le recomendarías?

Que practicara. Que la constancia, el no tirar la toalla, el decir “yo puedo” son buenos aliados para practicar no solo taekwondo, sino cualquier otro deporte, pero en el taekwondo hay que tener mucha paciencia. La realidad no es como en las películas de Bruce Lee, eso no es de la noche a la mañana. Todo entra por la cabecita y luego va al cuerpo. Si vas con prisas, te sale mal. La constancia y que te guste el deporte y, por supuesto, estar abierto a la frustración, porque te hace más fuerte. Yo soy taekwondista y todo tipo de deporte para mí es fundamental en esta vida. Todos deberíamos hacer deporte, mínimo dos veces en semana, pero si son tres mejor que mejor. De no ser así, creo que va en contra de una misma. Tenemos que liberar endorfinas, la vida es muy estresante.