“¿Cuánto pagas por la entrevista?”. El periodista le responde que nada y en consecuencia él rechaza ser entrevistado. Movido por la curiosidad se le pregunta cuánto pide. Nada menos que 40 euros, cuatro veces más de lo que él y sus compañeros ganan por limpiar un coche en el barrio de Miller Bajo (Las Palmas de Gran Canaria). Son más de veinte jóvenes de raza negra quienes, a lo largo de la en la calle Diego Vega Sarmiento, se dedican al lavado de vehículos, mientras los dueños esperan a una distancia prudencial.
Este lavadero de coches improvisado lleva funcionando más de cuatro años entre los concesionarios de las principales marcas automovilísticas. Como en todo polígono industrial, la zona es fea, sucia y ruidosa. Está llena de personas que en su mayoría sólo transitan por él para ir o venir del trabajo. Un paño y un cubo de agua con jabón son las herramientas básicas de todos los limpiacoches. Trabajan rápido y, a primera vista, lo hacen bien. Pese a la improvisación, hay un cierto toque de profesionalidad.
Así lo parece cuando Paul Newton extiende una tarjeta, y al leerla se hace patente que la improvisación no es tanta (hacen limpieza por encargo y con cita previa). Originario de Ghana, lleva dos años en España y desde entonces ha estado limpiando coches en esa calle. “Para buscarme la vida”, comenta. Paul era fontanero en su país, pero de momento no ha encontrado nada para trabajar en este sector. Tampoco le importaría encontrar empleo en la construcción, aunque sabe que ahora mismo los tiempos están difíciles.
Un trabajo precario
La procedencia de todos ellos es muy diversa: Malí, Senegal, Nigeria? Pero si algo tienen en común es la situación de ilegalidad en la que se encuentran viviendo en nuestro país. Ello les impide obtener un trabajo de calidad. “Esto no es un trabajo”, dice Essa Jassey, de 23 años y nacido en Gambia, señalando el coche que está limpiando. Aunque la tarifa varía, suelen cobrar una media de diez euros por coche -cinco si es sólo por fuera-. Con esta tarifa Essa gana 150 euros al mes. A veces más y otras menos, dependiendo de si trabaja solo o en grupo, por el reparto de beneficios en este último caso. Confiesa que le gustaría estudiar para trabajar en algo mejor, como la hostelería, y tiene claro que no limpiará coches toda su vida. El idioma no debería ser un problema, ya que sabe español, inglés y dos lenguas -mandinga y wólof- de su país.
La clientela es abundante, pero entre los limpiacoches hay competencia. También con los servicios de autolavado de la zona. E.S. dice que es la primera vez que trae el coche a que se lo laven, aunque el novio lleva 4 años llevándolo. Aquí le cobran 10 euros y eso les supone un ahorro y una comodidad. En cuanto al servicio, no se queja porque el coche queda intacto y lo dejan limpio. “Algunos no hablan mucho español, pero no suele ser un problema”, explica.
Una cifra imprecisa
En el Archipiélago hay censados más de 300.000 extranjeros, de los que alrededor de 140.000 proceden de fuera de la Unión Europea, según datos del Instituto Canario de Estadística (ISTAC) a fecha del 1 de enero del 2011. Sobre el número de personas en situación irregular no hay datos. Desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) reconocen que es imposible saberlo con exactitud, pero las cifras actuales están muy por debajo de años precedentes, cuando arribaban a las Islas miles de embarcaciones al año procedentes del África subsahariana. Bastantes de estos inmigrantes residen en centros de ayuda de Cáritas Diocesana y Cruz Roja, entre otras organizaciones
Mientras tanto en Miller Bajo siguen limpiando coches. Sobre el mediodía, el trasiego de vehículos sucios y limpios se ralentiza un poco, y bastantes de los limpiacoches aprovechan el descanso para comer. Sentado sobre un cubo, junto a un vehículo, se encuentra Sorib Bamda Comteh, de 17 años. Llegó hace siete meses en barco de Sierra Leona, y desde entonces ha estado realizando este trabajo. Su español es muy bueno, y explica que es porque está dando clases. Comenta que le gustaría estudiar otra cosa, la informática es su gran ilusión. Dice ganar sólo lo imprescindible para comer. “¿Qué es lo que más te gustaría hacer en estos momentos?”, se le pregunta. “Dejaría de trabajar aquí”.