Mientras la azafata anunciaba que en breves minutos aterrizaríamos en el aeropuerto de Heathrow yo miraba por la ventana, embelesado, el espectáculo cromático de una puesta de Sol a la altura del horizonte. Aún andaba el nervio óptico en éxtasis cuando advertí que las hélices del motor izquierdo se paraban.
Tras comunicárselo discretamente a un tripulante, no quería alterar al resto del pasaje que parecía no haberse dado cuenta, sentí que el otro motor también se paraba y el aparato quedaba flotando, mudo, sobre el cielo de la campiña inglesa.
Ese silencio duró poco, segundos apenas, hasta que una señora gritó y su pánico contagió garganta afuera a todo el pasaje y ya fue evidente que estábamos en manos de la pericia de nuestro piloto o de la Divina Providencia.
Yo cerré los ojos y, mientras trataba de buscar un pensamiento al que aferrarme, mi compañero de fila en el pasillo -el asiento central estaba libre- sacó unos aparatosos auriculares y un micrófono y empezó a relatar el gol de Maradona contra los ingleses en el Mundial de Méjico. Caí de súbito en que era el mismísimo Víctor Hugo Morales, el histórico comentarista uruguayo cuyo relato de aquel gol dio tanto la vuelta al mundo como el tanto anotado por el astro del fútbol mundial. Es imposible ver esa obra maestra en silencio y no escuchar a Víctor Hugo en tu cabeza.
Pues en esas estábamos. Un avión planeando sin motores atravesando las nubes y en pleno descenso y el señor Morales que empezó a relatar las jugadas previas al histórico gol. Mantuve los ojos cerrados y lo escuché con el vértigo de saber que, seguro, nuestro desenlace iba a coincidir con el momento culmen del balón sobrepasando la línea: salvación o condena, vivir o morir… pero era Maradona y sabíamos que iba a ser gol.
En el momento que el “Negro” Enrique le da la pelota a Diego el avión estaba a 200 pies de suelo inglés. Víctor Hugo pegó su micrófono a la boca como si se lo fuera a tragar y la nave sufrió una sacudida… desabrochó su cinturón y se puso en pie, apretando con su mano izquierda el respaldo del asiento delantero como un águila agarrando una presa…
…Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja al tercero y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool...
El avión estaba en tierra…
¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 - Inglaterra 0.
Víctor Hugo, exhausto y con los ojos aún vidriosos, se dejó caer de nuevo en el asiento no sin antes estirar su brazo para darme la mano al tiempo que me guiñaba un ojo.
Yo, sin ser hombre de ninguna fe, supe entonces que fue Maradona, la mano de Dios, la que posó nuestro avión en la pista 2-1A del aeropuerto inglés. Mismos dígitos, casualmente, que el resultado final de aquel partido.
Aún hoy regreso a ese avión cada 22 de junio y vuelvo a pensar que, en el fútbol como en la vida, los milagros existen.
Gracias Diego Armando Maradona… que estás en los cielos.