“Estudiar para qué, si las personas sordas no van a la universidad”. Como éste, son muchos los argumentos que han acompañado a la mayoría de personas sordas a lo largo de su vida estudiantil. La falta de motivación, de un ambiente inclusivo y sobre todo de recursos son los ingredientes que hacen que máximas como esta se hagan realidad.
Es esto lo que ha motivado tanto a Noemi Alonso, estudiante de 18 años con sordera bilateral, como a sus padres, sordos profundos, a luchar durante años no solo para ayudar a su hija, sino también para concienciar e intentar revertir la situación de discriminación que viven las personas con esta discapacidad.
Tras conseguir la matrícula de honor en Bachillerato y sacar una nota final de 13,83 sobre 14 en la prueba de acceso a la universidad (EBAU), Noemi empieza ahora la carrera de Medicina en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, donde ha conseguido acceder gracias a sus notas. Sin embargo, debido a su discapacidad, comienza su trayectoria universitaria ingresando a través del cupo de estudiantes con discapacidad, pues de otro modo, el centro no le cubre los recursos que necesita: un intérprete y un equipo de frecuencia modulada (FM). “La responsable del alumnado con discapacidad de la Universidad nos dijo que está muy bien que entre por sus notas, pero es mejor que lo haga como alumna con discapacidad, porque si no, no tendrá cubiertas sus necesidades especiales”, cuenta Ángeles Navarro, su madre.
Su caso es particular no solo por su hipoacusia, lo que quiere decir que a pesar de sufrir una discapacidad auditiva severa, aún tiene restos de audición que le permiten escuchar gracias a audífonos, sino que además sus dos padres son sordos profundos. Esto, explica su madre a través de Arminda Ponce, trabajadora social de la Asociación de Personas Sordas de la Provincia de Las Palmas, ha “jugado” a favor de Noemi. “Yo llevo toda la vida empujándola, me contaba los problemas y yo la ayudaba, pues, por experiencia propia, sabía que existían”, explica Ángeles, que recuerda cómo, en su época, las personas sordas no podían acceder a la universidad, pues “no había recursos”.
Su mayor temor siempre fue que su hija fracasara, porque a pesar de que la situación de este colectivo ha mejorado con los años, aún queda mucho camino por recorrer. “Se tiene la creencia de que las personas con discapacidad auditiva no son inteligentes o están limitadas, pero el problema no es ese, sino la falta de apoyo y de recursos, porque las capacidades son las mismas”, justifica.
Tanto ella como Noemi quieren que su ejemplo sirva de impulso para niños y niñas que se encuentran en esta situación, pero especialmente para sus padres, los cuales a menudo pecan de abandonar la lucha para que sus hijos se integren y estén al nivel del resto de sus compañeros. “Yo he podido luchar por mi hija, pero hay algunos padres que no se dan cuenta o creen que sus hijos no pueden dar más, que no son inteligentes”, explica Ángeles, que anima a esos padres a ser el apoyo que sus hijos necesitan y que no encuentran en el colegio o en otros ámbitos.
En relación a esto, Noemi añade que muchas veces la falta de soporte de los padres se traduce en una falta de motivación que inevitablemente les lleva al fracaso escolar. “Yo siempre he tenido motivación, pero conozco a gente que no, porque influye la familia, lo que pasa dentro del instituto, o los compañeros, entre otras cosas”. Es por esto, argumenta, que muy pocas personas sordas acaban accediendo a la Universidad. Según el Informe Olivenza 2014 del Observatorio Estatal de la Discapacidad, solo un 7% de personas sordas tienen titulación universitaria.
Denuncian que el sistema educativo sigue fallando en la educación de estos niños. “Se centran en la rehabilitación del oído y en que aprendan a leer los labios, pero los sordos profundos nunca van a oír, el recurso que necesitan es el del intérprete”, objeta Ángeles.
Y es que, a pesar de que su hija haya conseguido entrar en la Universidad a estudiar lo que le gusta, no quiere olvidar que aún hay mucho por lo que pelear, como es el caso de que exista un intérprete de Lengua de Signos Española (LSE) en cada hora lectiva y que cubra a todos los alumnos que lo precisen. “Muchas veces, lo que pasa es que hay un solo intérprete para dos alumnos sordos que están en aulas diferentes”, explica Noemi, con lo cual, es totalmente inviable que estén recibiendo la atención que necesitan.
La estudiante relata que en el instituto los profesores a menudo “olvidaban” que ella necesitaba verles siempre de frente, pues se guía por la lectura labial, y solía perder información, lo que significaba dedicar más horas en casa o tener que pedir los apuntes a sus compañeros.
Es por esta razón por la que, para sus estudios universitarios, ha solicitado tanto los recursos ofrecidos por la propia Universidad, como los que concede la beca Reina Letizia para la Inclusión, de la cual todavía sigue esperando resolución, y que, de serle concedida, le permitiría tener un equipo de FM para escuchar todo el tiempo al profesor. Por lo pronto, ya matriculada en la Universidad, puede afirmar orgullosa que tanto su esfuerzo como el de sus padres ha valido la pena, pero que su lucha aún no ha acabado.