Luis Martín

Politólogo, periodista y consultor de comunicación —
14 de abril de 2023 22:46 h

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Hoy en día somos capaces de estar al tanto de lo que ocurre en cualquier rincón del planeta en cuestión de segundos. ¿Pero significa esto que estamos siendo informados de lo que verdaderamente acontece? La cantidad de información a la que tenemos acceso de manera instantánea no necesariamente implica que realmente sepamos y comprendamos lo que ocurre.

Disponemos de tanta información y de tantas fuentes que, paradójicamente, la aparentemente provechosa cantidad y pluralidad de dicha información, combinada con la necesidad de confiar en que es fidedigna –por no hablar de disponer del tiempo adecuado para analizarla de manera crítica–, puede tener consecuencias perniciosas. Desde asumir verdades que no lo son y contribuir a su diseminación, hasta volvernos insensibles e incluso indiferentes ante temas que deberían preocuparnos por encima de aquellos que distintas plataformas nos ofrecen como prioritarios al ser «tendencia» o «virales» según sus algoritmos e intereses. 

La cuestión es compleja y multidimensional, pues toca distintos estamentos de nuestra sociedad. A continuación, una mirada al problema de las «fake news» o noticias falsas y la desinformación en Internet desde diferentes perspectivas*.

*Las opiniones expresadas por las personas entrevistadas en este reportaje son de carácter personal y no representan las de las empresas u organizaciones para las que trabajan.

I. EL PAPEL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

De acuerdo con el último informe publicado por el Reuters Institute (2022) sobre el estado del sector informativo mundial y el consumo de noticias digitales, se está produciendo una desconexión creciente entre el periodismo y el público. El informe documenta una caída en la confianza en los medios de comunicación, un declive en el interés por las noticias y un aumento de quienes las evitan a propósito. Y quizás uno de los datos más preocupantes del informe: «Los temas que para los periodistas son más importantes (como las crisis políticas, los conflictos internacionales, las pandemias y las catástrofes climáticas) parecen ser precisamente los que alejan de las noticias a algunas personas, sobre todo a los jóvenes (…) a muchas audiencias jóvenes y grupos menos educados se les hace difícil entender el periodismo tal y como se practica actualmente (…) Los jóvenes suelen acceder a las noticias de maneras más fragmentadas, lo que significa que a veces se pierde el contexto clave que los medios convencionales incluyen cuidadosamente en sus narrativas lineales».

Estados Unidos

«Las noticias han perdido credibilidad, pero si aumentamos su valor para el público adecuado, muchos de estos problemas desaparecerán». –Mark Hunter

Mark L. Hunter es un periodista de investigación estadounidense afincado en Francia, uno de los fundadores de la Global Investigative Journalism Network (Red Global de Periodismo de Investigación) y principal autor de Story-Based Inquiry: A manual for investigative journalists [Investigación basada en historias: un manual para periodistas de investigación] (UNESCO, 2009). Según Hunter, «las grandes caídas en la confianza del público en los medios de comunicación se produjeron tras la guerra de Irak y la crisis financiera de 2008. Esos dos desastres, al igual que la caída de las acciones de las empresas de Internet en 2001, contaron con la complicidad de una cobertura informativa sesgada; esto es, si aceptamos las explicaciones que nos ofrecen algunos de los actores del sector y de los académicos. Dudo que el público lo haya olvidado, y menos en 2016, cuando Donald Trump se enfrentó, entre otros, a los grandes medios de comunicación. Trump no sólo “venció a los medios de comunicación”, sino que además federó una red informativa de extrema derecha centrada en Fox News y Breitbart.com, que sigue activa hasta el día de hoy».

Visto así, ¿podría decirse que la proliferación de nuevos medios y formatos de comunicación que las nuevas tecnologías en Internet ahora ofrecen han empeorado el problema?

«La proliferación de fuentes de información no es un mal en sí mismo», responde el periodista, «aunque algunos se aprovechen de ello. De hecho, es una respuesta previsible y un antídoto parcial a la degradación del sector desde la década de los noventa. En el momento en que la Internet de alta velocidad ofrecía enormes oportunidades a los nuevos actores –como Greenpeace, que se declaró medio de comunicación en 1995–, las principales organizaciones periodísticas redujeron sus plantillas y empobrecieron sus contenidos. Esa es una razón evidente por la que la gente empezó a buscar otras fuentes de información más baratas y, si no mejores, al menos no peores. Algunas, por supuesto, eran simplemente más baratas. Otras eran profundamente corruptas. Y otras hacían un trabajo excelente para comunidades de usuarios que compartían preocupaciones y valores, como Inside Climate News, un medio digital ganador de un Pulitzer».

¿Quiere decir que al final es una cuestión de corrupción, de intereses políticos y empresariales, lo que termina dominando y pauperizando el sector?

«Sospecho que la corrupción de las noticias por intereses económicos y políticos no puede limitarse, en sus efectos, únicamente a los corruptos». Hunter abunda aludiendo a uno de los casos de manipulación mediática más notorios en tiempos recientes en Estados Unidos: La demanda por difamación de Dominion Voting Systems (empresa que vende sistemas de votación electrónica en Estados Unidos y Canadá) en contra de Fox News por decir, sin ofrecer prueba alguna, que la empresa había amañado sus máquinas de votación y algoritmos como parte de una conspiración para robar las elecciones presidenciales de 2020 a Donald Trump. «Esto no es periodismo fundado en el principio de que la gente debe contar con datos reales, esto es propaganda y complacencia sin escrúpulos».

Así, Hunter afirma que «al fabricar noticias sin valor y peligrosamente falsas, incluso los buenos profesionales del periodismo de Fox News degradan la imagen de la industria entera».

España

Al otro lado del Atlántico, los ataques terroristas del 11 de marzo de 2004 en España, perpetrados tres días antes de las elecciones generales, ofrecen otro caso práctico de noticias falsas y de desinformación.

Los atentados del 11M consistieron en una serie de explosiones en cuatro trenes de la red de Cercanías de la Comunidad de Madrid. Según la sentencia de la Audiencia Nacional (2007) y el Tribunal Supremo (2008), los ataques fueron llevados a cabo por yihadistas vinculados a Al Qaeda y al Grupo Islámico Combatiente Marroquí. Como resultado de los ataques, 193 personas perdieron la vida y alrededor de 2.000 resultaron heridas.

En medio del pánico y de la confusión sufridas por una ciudadanía que reclamaba seguridad y unión, los dos grandes partidos políticos del país –Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE)—, reorientaron sus campañas para enfrascarse en un combate electoralista en torno a los atentados, acusándose el uno al otro de manipular la información relativa a la tragedia para beneficio propio. Y los medios de comunicación en aquel entonces sirvieron de ring para dicho combate.

«El caso del tratamiento informativo del 11M es un ejemplo anterior a la existencia de las redes sociales como las conocemos hoy. Sabemos perfectamente quienes fueron los políticos y los periodistas que alimentaron teorías falsas y conspirativas sobre la autoría de los atentados, y aún hoy algunos siguen haciéndolo», resume Gumersindo Lafuente, quien vivió todo aquello en la primera línea del frente informativo.

Lafuente es un reconocido periodista que ha pasado por las grandes cabeceras de la prensa española. Fue responsable de la digitalización de El País, dirigió la versión digital de El Mundo y fue director adjunto de elDiario.es. También es impulsor de la Fundación PorCausa que se dedica a la investigación, el periodismo y la comunicación en temas de migración; maestro de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y miembro de la Red Iberoamericana de Periodismo Cultural.

En efecto, más allá de las sentencias judiciales y de las declaraciones sobre la autoría de los atentados por parte de quienes los llevaron a cabo, y de manera similar a lo ocurrido tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, todavía hoy en España perviven en la memoria colectiva del país las teorías de la conspiración del 11M. Teorías en su mayoría inducidas por reconocidos profesionales del periodismo nacional: las personas responsables de mantenernos informados sobre la verdad.

«Siempre hubo campañas de desinformación, siempre se publicaron noticias falsas o que no decían toda la verdad», recalca Lafuente. «En ocasiones, aún peor, hubo silencios, ocultación total de la realidad. Lo que ha cambiado es que antes había pocos emisores y bastante controlados, fundamentalmente los medios de comunicación (prensa, radio o televisión), y ahora todo se propaga con rapidez por las redes y los emisores de las desinformaciones son millones».

Propuestas desde el periodismo

«El periodismo tiene que trabajar en el filtrado de la información de manera intensa». –Gumersindo Lafuente

El poder de los medios de comunicación sigue siendo colosal. Los gabinetes de prensa de gobiernos, de empresas y de personalidades públicas de todo el mundo se emplean a fondo diariamente rastreando en Internet cada píxel relacionado con sus clientes para intentar gestionar la información negativa que pudiera circular sobre ellos. Empresas, casas reales, mandatarios, deportistas, cualquier tipo de «celebridad», hasta las agencias de seguridad y las fuerzas armadas del Estado se encuentran en un permanente estado de alerta. Y no es para menos. El tratamiento y alcance de una noticia o rumor pueden decidir ya no sólo el valor bursátil de una empresa o la reputación de una persona, sino hasta el curso de un conflicto armado o incluso desatar una guerra.

Como advierte Lafuente, «lo que ya era un problema que causó guerras, ahora se ha convertido en una amenaza muy seria y constante para la democracia».

¿Cuál sería el camino para revertir estas dinámicas y recuperar la confianza del público en los medios de comunicación?

«En la actualidad», dice Lafuente, «muchas de las noticias falsas son difíciles de rastrear, aunque sea fácil suponer a quien benefician. El periodismo tiene que trabajar en el filtrado de la información de manera intensa. También tiene la responsabilidad como colectivo de colocar el rigor profesional y la deontología del oficio por encima de los intereses económicos o políticos de los medios de comunicación. Sé que muchas veces es difícil, pero si no lo logramos no estaremos haciendo bien nuestro trabajo».

Según su homólogo estadounidense, Hunter, el sector debería de empezar por pensar en la audiencia como una comunidad apoyada en ciertos valores, y defender esa comunidad y esos valores. «¿Esto permite abusos? Por supuesto. Fox News tuvo éxito ofreciendo una versión pervertida de esta idea».

«Sin embargo», explica Hunter, «es una forma de ser útil, puede hacerse, y se está haciendo bien en otros sitios, como es el caso del The Kyiv Independent, un medio exitoso financiado por sus ya más de diez mil suscriptores. Nuestro trabajo ahora es hacer que la gente supere este terrible impasse. No se trata de persuadir al público de esto o de aquello, como tampoco se trata de satisfacer a la gente enfadada e ignorante con noticias falsas. Se trata de ayudar a las personas que están de acuerdo con que ciertas cosas son importantes a unirse, a prevalecer».

En definitiva, Hunter considera que «las noticias han perdido credibilidad, pero si aumentamos su valor para el público adecuado, muchos de los problemas que has mencionado desaparecerán».

«Yo no creo en los medios de comunicación, yo creo en los periodistas». –Stefania Maurizi

La periodista italiana Stefania Maurizi no lo ve tan sencillo: «Los medios de comunicación han perdido su necesario escepticismo con respecto al poder, y el periodismo que en general hoy se practica no obedece a la búsqueda de la verdad».

Maurizi es una periodista de investigación que ha colaborado con diferentes medios de comunicación como l'Espresso, La Repubblica y como socia de medios de WikiLeaks. Desde 2020 trabaja con el diario italiano Il Fatto Quotidiano. Es conocida principalmente por su trabajo en los archivos secretos de WikiLeaks y su cobertura de temas relacionados con la transparencia y los derechos humanos. Su último libro es Secret Power. WikiLeaks and Its Enemies [Poder secreto. WikiLeaks y sus enemigos] con una introducción de Ken Loach (Pluto Press, 2022), título que tras ocho ediciones recibió el «European Award for Investigative and Judicial Journalism» y el «Alessandro Leogrande Award for Investigative Journalism in Literary Form»

En opinión de la italiana, los medios de comunicación se han convertido en correa de transmisión de los poderes políticos y económicos. De ello se dio cuenta cuando se interesó por WikiLeaks.

Según Maurizi, cuando WikiLeaks sacó a la luz los diarios de la Guerra de Afganistán, una filtración masiva de informes internos de las fuerzas armadas estadounidenses sobre su intervención militar en ese país, nos encontramos ante una situación contradictoria desde el punto de vista periodístico: «Por primera vez desde la publicación de “los papeles del Pentágono” [un informe secreto filtrado al New York Times y al Washington Post en 1971 que contenía información que demostraba que el Gobierno de EE. UU. había mentido al Congreso y a la ciudadanía sobre la guerra en Vietnam] volvimos a contar con información directa sobre un conflicto en pleno desarrollo, empero, los grandes medios de comunicación se plegaron a las manipulaciones del Pentágono e hicieron caso omiso a las filtraciones».

«El Pentágono inmediatamente acusó a WikiLeaks de “tener las manos manchadas de sangre” y los medios compraron esa narrativa sin más. Hasta la fecha, quien único tiene las manos manchadas de sangre por esa guerra es el Pentágono, pues no hay indicio alguno de que las filtraciones de WikiLeaks hayan causado daño mortal a nadie». Sin embargo, enfatiza la periodista, «los medios de comunicación actuaron como portavoces de las autoridades estadounidenses en su afán de demonizar a WikiLeaks. Y en gran medida lo consiguieron». 

Algo similar ocurrió con el caso de Julian Assange, el programador informático australiano fundador y editor de WikiLeaks, explica Maurizi.

En 2010, el mismo año en el que WikiLeaks filtró los diarios de la Guerra de Afganistán, Assange fue acusado en Suecia por presunta violación y acoso sexual. El caso fue archivado por la fiscalía sueca en 2019 y, tras años de reclusión como asilado político en la embajada de Ecuador en Londres, el editor de la plataforma de filtraciones fue detenido por quebrantar su libertad condicional.

Assange actualmente está encarcelado en la prisión de Belmarsh (Londres), donde aguarda una sentencia que decidirá si es extraditado a EE. UU. para enfrentarse, entre otros, a cargos de espionaje por desvelar secretos de Estado sobre las guerras de Irak y Afganistán.

Con el caso Assange ocurrió lo mismo, sostiene Maurizi: «Los medios de comunicación, en lugar de investigar los hechos, de interesarse por conocer el expediente legal, simplemente se dedicaron a repetir las consignas de la fiscalía y de la defensa. ¡Tuvo que ser una periodista italiana [Maurizi] la que se preocupara por acceder a los documentos!». Ha pasado más de una década de esos acontecimientos, subraya Maurizi, y poco ha cambiado a pesar de la evidencia. En su opinión, «el pozo ha sido envenenado».

Para Maurizi, la esencia básica del periodismo, investigar y comprender la noticia para luego poder informar acerca de ella, prácticamente ha desaparecido. En su opinión, los medios de comunicación se han rendido ante el poder y son reacios a cambiar. El hecho de que los poderes políticos y económicos «puedan decidir carreras profesionales y quién dirige qué medios» ha pervertido la profesión.

Maurizi afirma no informarse a través de medios de comunicación tradicionales, sino a través de periodistas selectos que ella considera que hacen su trabajo de manera rigurosa. «Yo no creo en los medios de comunicación, yo creo en los periodistas», sentencia la italiana.

¿Hay luz al final del túnel?

Maurizi no es optimista, ni considera que haya una solución concreta al problema de las noticias falsas y la desinformación en los medios de comunicación. Pero sí le da importancia al hecho de que haya un debate público al respecto; que el problema sea reconocido como tal por la sociedad. «Agradezco poder dar conferencias y participar en debates en los centros de educación a los que soy invitada para abordar estos temas. El problema es que lograr una concienciación amplia lleva mucho tiempo».

Actualmente Maurizi está investigando la posibilidad de que el Gobierno ucraniano sea provisto de bombas de racimo para su lucha contra Rusia. «Sería horrible si esto ocurriera, pues estamos hablando de armas que causan daños terribles a la población». ¿Por qué centrarse en investigar asuntos relacionados con temas bélicos? «Porque es precisamente el complejo militar el que más manipula, el que es más opaco y el que más desinformación produce», responde la periodista.

II. SI EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO LO DICE, POR ALGO SERÁ

«Si no somos capaces de hacer preguntas escépticas, de interrogar a los que nos dicen que algo es verdad, de ser escépticos con los que tienen autoridad, entonces estamos a merced del próximo charlatán político o religioso que aparezca». –Carl Sagan

Hay otros factores que están contribuyendo al enraizamiento de las noticias falsas y de la desinformación en el flujo informativo, como, por ejemplo, la creciente crisis de confianza en la ciencia. Una crisis azuzada, no sólo por impostores y oportunistas en busca de notoriedad y lucro, sino también por otro tipo de habilidosos y carismáticos charlatanes que han logrado conquistar las más altas cotas de poder y responsabilidad en nuestras sociedades: nuestros líderes políticos.

El caso más sangrante en tiempos recientes lo encarna Donald Trump, quien, siendo presidente del Gobierno de la primera potencia mundial, relacionó las vacunas con el autismo, acusó a China de inventar el concepto de calentamiento global para socavar la industria estadounidense y sugirió que las bombillas ecológicas pueden provocar cáncer, entre otras descabelladas afirmaciones.

¿Acaso puede haber mayor «influencer» que la persona en la que millones confían la gestión de su país?

Y es que, más allá de manipulaciones por parte de políticos sin escrúpulos que persiguen agendas personales o que sirven a intereses espurios, el impacto negativo de la desinformación en otras esferas de nuestras sociedades es calamitoso. Como hace tres décadas se lamentaba el astrofísico y divulgador científico estadounidense Carl Sagan, «hemos organizado una sociedad basada en la ciencia y en la tecnología en la que nadie entiende nada de ciencia y tecnología, y esta mezcla explosiva de ignorancia y poder, tarde o temprano, nos va a estallar en la cara. Es decir, ¿quién dirige la ciencia y la tecnología en una democracia si la gente no sabe nada al respecto?» En aquel entonces, Sagan afirmaba de manera premonitoria: «Si no somos capaces de hacer preguntas escépticas, de interrogar a los que nos dicen que algo es verdad, de ser escépticos con los que tienen autoridad, entonces estamos a merced del próximo charlatán político o religioso que aparezca».

III. COSMOVISIÓN Y CULTURA POPULAR

«Hay una corriente que sostiene que la ciencia es una disciplina del hombre blanco occidental». –Carlos Elías

En opinión de Carlos Elías, catedrático de Periodismo, Ciencia y Sociedad en la Universidad Carlos III de Madrid y catedrático europeo Jean Monnet «UE, desinformación y noticias falsas», nos encontramos ante un problema de cosmovisión, de un cambio de paradigma arraigado tanto en nuestros referentes filosóficos como culturales. Así, sostiene Elías, «esto tiene mucho que ver con lo que se enseña en la universidad occidental donde en áreas de Humanidades y Ciencias Sociales se critica muchísimo a las ciencias».

«Filósofos posmodernos como Feyerabend» explica Elías, «afirman locuras como que la ciencia no es más que un cuento de hadas y Derrida –muy estudiado en Comunicación– está en contra del logocentrismo. Lyotard dice que la ciencia no es sino una narrativa más. Y así muchos más. Hay además una corriente que sostiene que la ciencia es una disciplina del hombre blanco occidental y que no representa otras formas de cultura como el chamanismo».

Según el catedrático, «todo esto ha provocado dos situaciones. Hay mucha gente –cada vez más– sin un mínimo conocimiento del método científico de las ciencias puras que están en altos cargos de la política, la universidad, el periodismo, etcétera, que creen que la ciencia no tiene por qué ser la única interpretación de la realidad. De ahí procede mucha gente con estudios universitarios, aunque no en STEM [acrónimo en inglés para carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas], que es antivacunas, que cree en la homeopatía y otras medicinas alternativas, que se introduce en ritos chamánicos o que cuestionan el cambio climático, la teoría de la evolución […]».

Por otro lado, Elías estima que ciertos contenidos en nuestra cultura popular o de masas afianzan ciertas creencias que «conforman una mentalidad donde todo vale y donde una cosa y la contraria pueden ser posibles». Por ejemplo, «[series cinematográficas como] Harry Potter donde la magia se enseña en una especie de universidad con sus asignaturas o [la serie de televisión] Expediente X y otras muchas donde abunda lo esotérico, es lo que lleva a la “posverdad” y a que te creas todo si coincide con tu sesgo de confirmación».

Hunter hace una reflexión similar: «De un modo u otro, todos los que trabajan en el negocio de las noticias tendrán que abordar el problema de una audiencia en conflicto y la militancia de sus miembros menos informados. Algunos de sus efectos ya son evidentes: la fragmentación de las audiencias, el creciente consumo de lo fantasioso –Netflix, Amazon Prime, etcétera–, el tiempo del que la gente dispone para informarse, el auge de teorías de la conspiración […]».

«Usted facilite las ilustraciones, que yo pondré la guerra». –Fragmento de un diálogo de la película Ciudadano Kane (Wells, 1941)

Sin embargo, es de justicia reconocer que nuestra cultura popular también cuenta con mentes concienzudas que entran en el cuerpo a cuerpo contra las noticias falsas y la desinformación. Por hacer una breve referencia a contenidos audiovisuales, pues hay innumerables ejemplos en todas las disciplinas que beben de la fuente de la creación artística, podemos recordar a Ciudadano Kane (Wells, 1941) que hace ochenta años ilustraba cómo el poder y los medios de comunicación pueden asociarse, cómo un magnate puede utilizar su imperio mediático para impulsar su propia agenda política y empresarial, y además eliminar a sus oponentes, hasta la reciente No mires arriba (McKay, 2021), un largometraje que ofrece una ácida sátira sobre una sociedad cada vez más frívola, hedonista y ajena a la realidad de los problemas que la acucian; incluso cuando en juego está su mera supervivencia.

IV. SEDUCIDOS POR LA IGNORANCIA Y POR LA SUPERCHERÍA

¿Por qué en nuestra era, sobre todo en Occidente, cuando disponemos del mayor acceso a fuentes de información veraz sobre infinidad de temas, un acceso otrora reservado a élites con altos recursos económicos, insistimos en consumir y dar pábulo a la superchería y a teorías en algunos casos intencionadamente fraudulentas?

«Es una pregunta que me hago constantemente», responde Carlos Blanco Pérez, escritor, teólogo, egiptólogo, filósofo, químico, divulgador científico y profesor de Teoría del conocimiento e Historia de las religiones en la Universidad Pontificia Comillas.

«En nuestras sociedades falta pensamiento crítico». –Carlos Blanco

«En primer lugar» sugiere Blanco, «en nuestras sociedades falta pensamiento crítico. La educación transmite contenidos, pero no nos ayuda a cuestionarnos las cosas. Lo que mencionas nace de esa falta de crítica hacia lo que leemos o hacia lo que escuchamos. En segundo lugar, hay un exceso de oferta de información, y para el ciudadano medio cada vez resulta más difícil discriminar el valor de esa información, porque los referentes no están claros, y la solidez intelectual parece difuminada».

Todo esto, al tiempo que surgen como esporas gurús que explotan la desesperación de cientos de miles de personas en ruina económica, afectados por alguna enfermedad o simplemente gente ávida de consumir contenidos supersticiosos, consejos para el enriquecimiento rápido y peligrosos remedios «naturales» para seguir una vida sana. Al igual que hay una oferta cada vez más potente de «influencers» y de literatura especializada en la superación personal y la autoayuda. ¿Es esto producto de una sociedad extraviada a causa de un exceso de información y estímulos?

Blanco considera que «un problema fundamental de nuestro mundo es la sensación de soledad y de falta de sentido. Hemos avanzado mucho, pero la necesidad de dar sentido a la vida perdura. Las religiones ya no son capaces de suplir esa carencia, y por ello muchos se abrazan acríticamente a libros de autoayuda. Estos factores generan una mezcla explosiva. Por ello, aunque el acceso a la información sea mayor que antes, la capacidad de analizar y de comprender adecuadamente las cosas no siempre crece a un ritmo parejo».

«Desde que la universidad occidental acogió con alegría a los filósofos posmodernos, estamos más en una cultura mística y arrebatada». –Carlos Elías

Por su parte, Elías propone que una posible forma de lucha contra todo esto es tener una mejor cultura científica «y eso sólo se consigue si la Física, la Química y la Biología fueran obligatorias en todos los bachilleratos, como lo es la Filosofía, la Literatura o la Historia, que es obligatoria también para los [estudiantes] de ciencias, y que se impartieran en los primeros años de carrera. Es lo que hace el sistema educativo chino, pero no es fácil implementarlo en Occidente y menos en España donde, en general, nunca hemos tenido mucho aprecio por las ciencias duras y nuestro último y único Nobel científico es Santiago Ramón y Cajal en 1906». 

En su libro, The Decline of Scientific Culture in the Era of Fake News [El declive de la cultura científica en la era de las noticias falsas] (Springer-Nature, 2019), Elías sostiene que, hasta los años sesenta, «la cultura anglosajona del empirismo (la del filósofo Francis Bacon) fue superior a la española –sobre todo la castellana– del misticismo (de Santa Teresa de Jesús, que es más o menos coetánea de Bacon). Pero desde que la universidad occidental acogió con alegría a los filósofos posmodernos, estamos más en una cultura mística y arrebatada –que lleva a populismos, extremismos y polarización– que a una cultura de la lógica empírica y racional».

 V. CONSUMISMO, POLARIZACIÓN, HOMOFILIA, INFOCRACIA

Cabe la posibilidad de que nuestra sociedad de consumo, de polarización, de sobreestímulos, de política identitaria, de necesidad de satisfacción inmediata y de disminución efectiva de la concentración podría estar mermando el tan imprescindible pensamiento crítico que nos hace progresar como civilización, exacerbando así la proliferación de la desinformación y un retroceso epistémico generalizado. Para Carlos Javier González Serrano, éste puede ser el caso.

«Todo está dispuesto para el continuo tránsito, para impedir la comunicación y potenciar el consumo». –Carlos J. González Serrano

Destacado filósofo, psicólogo, conferenciante y gestor cultural que ha escrito extensamente sobre diversos temas como el estoicismo, el existencialismo, la ética y la política, González dirige el podcast A la luz del pensar, en Radio Nacional de España (RNE)​ y dirige y presenta en Televisión Española (TVE) la sección «El lugar que piensa», en el programa Para Todos La 2.

Gonzáles coincide con Blanco: «Aunque cada vez estamos más conectados, a la vez nos sentimos más solos». Y esto tiene un impacto de cara a que la ciudadanía pueda implicarse «en un proceso de concienciación de la situación en la que vivimos, de rapidez y manipulación en todos los ámbitos».

González señala que «numerosos estudios muestran que el empleo excesivo de las redes sociales y de los dispositivos móviles pueden llegar a generar una sensación de aislamiento y soledad. Los individuos se ciñen a comparar sus vidas con las de los otros y sólo se establecen relaciones de conflicto, hostilidad y constante competitividad». Como ejemplo práctico, González apunta a nuestro entorno urbano, en cuyas calles hay cada vez menos bancos para sentarse, de tal manera que «todo está dispuesto para el continuo tránsito, para impedir la comunicación y potenciar el consumo».

¿Cómo lograr esa concienciación como sociedad?

«Esa concienciación pasa indefectiblemente por una pedagogía individual, a través de herramientas de pensamiento con las que podamos abordar nuestra situación» explica el filósofo, a la vez que advierte: «Las asignaturas de Humanidades y de Filosofía desaparecen de los planes de estudio, su peso en el currículo se reduce y, por tanto, la conciencia ética y social de la realidad. Si no educamos a nuestros jóvenes en la preocupación por lo común, nos veremos abocados a una sociedad narcisista que sólo se preocupa de lo propio». Y todo esto a su vez se refleja en nuestra psicología y salud mental colectivas, pues según González, «el otro ya no es un potencial amigo, sino un contrincante al que hay que superar bajo la lógica del rendimiento y del éxito social. Por eso es más relevante que nunca recuperar la noción del otro como un yo que también sufre, que también tiene necesidades afectivas y con quien, además, podemos ocuparnos y preocuparnos de los asuntos que como sociedad nos repercuten».

«Quienes más “ruido” generan en Internet, fuera de celebridades o personalidades reconocidas, son personas en riesgo de exclusión social y económico». –Álvaro Santana

Sociology of Big Data: Algorithms, Robots, and Digital Societies (Sociología del Big Data: Algoritmos, Robots y Sociedades Digitales) es un curso que el sociólogo español y profesor titular del Whitman College Álvaro Santana Acuña imparte en la Universidad de Harvard. En él, Santana y sus alumnos analizan, entre otras cosas, la polarización política y cómo las tecnologías de la información generan cámaras de resonancia mediática y un fenómeno burbuja que hacen que las plataformas de comunicación en Internet conecten a las personas y a la vez las dividan por colectivos ideológicos. «Provocan el fenómeno de la homofilia, que es el amor a lo propio, a lo que es similar a uno». De ahí que, afirma Santana, «terminemos siguiendo a personas que tengan una visión del mundo similar a la nuestra».

«Cuando pregunto a mis estudiantes a cuántas personas que tengan una ideología o un posicionamiento político distinto al suyo siguen en sus redes sociales, la mayoría –alrededor de un noventa por ciento–, reconoce que únicamente sigue a personas que piensan como ellos». De esta manera, apunta el sociólogo, se habilita un mecanismo de validación por parte de los usuarios de estas tecnologías que hace que cada vez se recluyan más en ese espacio propio en Internet. «Todo esto finalmente da lugar a que vean el mundo no a través de la realidad, sino a través de los contenidos con los que interaccionan en redes sociales». Y todo lo anterior retroalimenta la polarización.

Otro dato interesante, señala Santana, es que «quienes más “ruido” generan en Internet, fuera de celebridades o personalidades reconocidas, son personas en riesgo de exclusión social y económico» que conectan con sus pares en Internet y que reproducen los fenómenos de la homofilia, de la validación y de ver el mundo a través de su particular burbuja.

Los hallazgos que aporta el curso que Santana instruye en Harvard conectan con la perspectiva que ofrece Hunter con respecto a aquellos medios de comunicación que intentan retener a sus audiencias en una burbuja, «complaciéndolas e intentando no ofenderlas».

«No es una excusa», aclara Hunter, «pero alude a otro problema básico de la democracia: ¿Qué hacemos con los locos, con los idiotas y con los charlatanes que se aprovechan de ellos? La República de Platón intenta responder a esa pregunta, unos veinte años después de que Atenas condenara a muerte a su mentor Sócrates; su respuesta es una dictadura sabia y benévola. Por el contrario, la democracia moderna supone que todos los ciudadanos serán educados para decidir por sí mismos y que se producirá un diálogo civil y cívico. Ahora mismo no funciona así. En su lugar, las visiones alternativas de la realidad y de la humanidad se enfrentan frontalmente allá donde mires –desde mi apacible residencia en la campiña francesa, la extrema derecha reúne a activistas de todo el país para bloquear un centro para refugiados aquí».

Ramón Ramón Sánchez, consultor internacional en comunicación política especializado en tecnopolítica y asesor de agencias de Naciones Unidas (ONU) y de la Organización de los Estados Americanos (OEA), aporta un análisis similar en cuanto al fenómeno de reafirmación y validación del público. Este consultor parte de que la difusión de noticias falsas tiene un primer y evidente efecto: adulterar el debate político y el debate público. «Cualquier conclusión a partir de datos o hechos falsos o falseados desenfoca las políticas públicas orientadas a solucionar un problema», y esto, según Ramón, hace que «el debate público no exista cuando no hay interacción de opiniones, sino ratificación de la propia o satisfacción de ésta».

«No se puede debatir cuando no se asumen hechos compartidos» añade Ramón, «y lo que nos demuestran todos los estudios consultados es que la gente busca en Internet aquellas informaciones que refuerzan creencias preexistentes».

Peor todavía, señala Ramón, difundir información falsa sale gratis: «Las redes sociales han universalizado la posibilidad de comunicar, sin ninguna limitación, excepto las prohibiciones que establezcan las normas jurídicas de cada país. El día a día nos demuestra que el derecho a la libertad de expresión permite que se puedan divulgar noticias falsas sin ninguna penalización. Es más, al vivir en la actual sociedad de la “infocracia”, como la denomina el filósofo Byung-Chul Han, donde todo es velocidad, la tiranía de los algoritmos nos hacen valorar más un meme que un argumento. De ahí que los “rumores” o las noticias falsas se muevan mucho más rápido que cualquier mensaje más mediado, argumentado y razonado».

De este modo, amplía el consultor, «las noticias falsas potencian las burbujas informativas y reconfortan a la audiencia que busca información para ratificar sus opiniones. A más noticias falsas, más necesidad de seleccionar esos contenidos para reafirmarnos en nuestras opiniones, ya condicionadas por datos erróneos o sesgados. De ahí a la radicalización, la intolerancia y la división».

VI. LAS NOTICIAS FALSAS Y LA DESINFORMACIÓN NOS CUESTAN DINERO

¿Cómo afectan las noticias falsas y la desinformación a nuestros bolsillos?

En «The Economics of “Fake News”» [«La economía de las noticias falsas»] (N. Kshetri y J. Voas, IT Professional, vol. 19, no. 6, pp. 8-12, noviembre-diciembre 2017), Nir Kshetri, profesor de Administración de Empresas en la Escuela de Negocios Bryan de la Universidad de Carolina del Norte-Greesnboro (EE. UU.), alegaba que las noticias falsas y la desinformación «causan inestabilidad en los mercados financieros, dañan la reputación de las empresas e influyen en las decisiones de los consumidores y de los inversores». Pero desde que Kshetri coescribió ese artículo hace seis años, los sorprendentes avances en inteligencia artificial están cambiando las reglas de juego de manera significativa, y para peor.

Kshetri es autor de una docena de libros y más de 200 artículos académicos. Sus principales áreas de investigación incluyen la seguridad informática, el Blockchain y la privacidad en Internet. En 2021, el académico fue incluido en la lista de los mejores investigadores del mundo por la Universidad de Stanford. Kshetri ha prestado servicios de consultoría al Banco Asiático de Desarrollo, a la Secretaría de la Commonwealth, a diversos organismos de Naciones Unidas y a varias empresas privadas.

En la actualidad, Kshetri aborda la cuestión del impacto económico de las noticias falsas y la desinformación con un matiz importante. A su ver, y a pesar de los grandes beneficios que las empresas tecnológicas e individuos dedicados a la desinformación obtienen, «apostar por la información falsa puede que muy pronto deje de ser rentable». [Al menos no lo será para fines políticos o económicos], pues cada vez son más los que utilizan “deepfakes” [vídeos falsos en los que se altera el rostro o la voz de una persona haciendo parecer que lo que dice es real] para cometer delitos».

Ejemplo de vídeo «deepfake» producido por BuzzFeed y el cómico Jordan Peele utilizando After Effects CC y FakeApp. La boca de Peele se pegó sobre la de Obama, sustituyendo la mandíbula del expresidente estadounidense por una que seguía los movimientos de la boca de Pee.

«Los “deepfakes” que utilizan inteligencia artificial para crear contenidos digitales falsos como vídeos, audios y textos de aspecto y sonido hiperrealistas, están cambiando drásticamente el panorama de las noticias falsas y la desinformación», asevera Kshetri, pues el uso de las tecnologías que hacen posible generar información falsa utilizando imágenes y voces de personas sin su consentimiento terminará por convertir el problema de la desinformación en una industria criminal.

Lo cierto es que la creación y la distribución de «deepfakes» se ha disparado en los últimos años, y el número de este tipo de vídeos fraudulentos en circulación ya se estima en millones. «Además», señala el profesor, «muchos audios, vídeos e imágenes utilizados en estafas no están disponibles públicamente». Las herramientas de inteligencia artificial para crear estos contenidos se están volviendo tan fáciles de usar, observa Kshetri, que «algunos hacen negocio creando vídeos falsos de exparejas, compañeros de trabajo, amigos, compañeros de clase…». De hecho, en el mercado de servicios digitales como la plataforma Fiverr se puede contratar la producción de este tipo de vídeos desde tan sólo cinco dólares.

De esta manera, pronostica el académico, «con los avances tecnológicos que se están produciendo, es de esperar que los delincuentes cometan ciberdelitos más graves. Es decir, es más que probable que en un futuro muy próximo los delincuentes combinen las tecnologías de voz y vídeo “deepfake” con las interacciones conversacionales auxiliadas por inteligencia artificial generativa y modelos de lenguaje como ChatGPT. Todo esto les permitirá cometer ciberdelitos con mayor facilidad»; lo que hará que la información falsa impacte aún más en nuestras economías.

Las noticias falsas en el sector financiero

«Me mantengo informado principalmente a través de los medios de comunicación financieros porque éstos entienden que sus clientes pagan por sus servicios para tomar decisiones que les pueden hacer ganar o perder dinero». –Peter Tchir

«La mayoría de la gente quiere “clics” y emociones», opina Peter Tchir.

Tchir es el jefe de macroestrategia de Academy Securities, un banco de inversión neoyorkino, y figura como uno de los analistas más reputados de Wall Street. Cuenta con 20 años de experiencia como operador, estructurador y estratega de mercados en la negociación de bonos del Tesoro y otros productos financieros. Tchir es colaborador habitual de Bloomberg, CNBC, The Wall Street Journal, The New York Times, The Financial Times y Forbes, entre otros. El portal Business Insider ha calificado a Tchir como una de las 125 personas del mundo de las finanzas a las que hay que seguir en Twitter.

Así que, tanto por cuestiones personales como por trabajo, explica Tchir, «me mantengo informado principalmente a través de los medios de comunicación financieros por encima de los tradicionales. Y esto es porque los primeros entienden que sus clientes pagan por sus servicios para tomar decisiones que les pueden hacer ganar o perder dinero –¡y porque afectan a la vida de las personas! Y me refiero a más prensa (The Wall Street Journal, The Financial Times, Barron's, Bloomberg, etc.) y menos televisión (CNBC, Fox Business). [Los medios financieros] tienen un público que pide interpretaciones de los acontecimientos, sí, pero también pide datos». De esta manera, en opinión de Tchir, los medios de comunicación financieros son menos proclives a difundir noticias falsas o desinformación porque si su audiencia pierde dinero por su culpa, ellos también.

Según Tchir, hay dos tipos de noticias falsas con las que el sector financiero tiene que lidiar, «por un lado, están las que son específicas del sector o del mundo de la empresa y, por otro, las noticias “macro” que nos afectan a todos». 

Hablemos de las noticias «macro», las que nos afectan a todos. ¿Dónde está la intersección con su sector?

«Utilicemos la COVID-19 como ejemplo», sugiere Tchir. «Comprender la pandemia era crucial para los responsables de la toma de decisiones financieras. Los profesionales de la gestión de activos, pero también los altos ejecutivos de las empresas necesitaban entender lo que estaba pasando para tomar decisiones».

¿Y cómo hicieron?

«Mi forma de afrontar el asunto en temas tan importantes como la pandemia y ahora la invasión rusa de Ucrania», explica Tchir, «es pasar mucho tiempo navegando por las redes sociales. Buscando palabras clave. Intentando encontrar artículos que parezcan interesantes y escarbando en sus fuentes. Cualquier cosa que no tenga una fuente me hace sospechar. Si alguien menciona hechos o cifras, pero no ofrece un enlace a una fuente, sospecho. Puede que yo mismo trate de encontrar la supuesta fuente. En cualquier caso, estamos obligados a verificar las fuentes. También estamos obligados a leer informes y a analizar datos. ¿Qué se extrajo de los datos y qué se dejó fuera?».

Pero todo lo anterior, sólo para procurar información contrastada y fiable, supone una inversión de tiempo considerable.

«Sí, conlleva mucho más trabajo», reconoce Tchir, «ya que hay que mirar detrás de las cortinas. Pero es que además [de contrastar la información] quiero ver las dos caras de la moneda. Quiero ver si un lado tiene mejores datos o si simplemente son diferentes. ¿Son mejores las fuentes? Con el tiempo, puedes identificar fuentes en las que confiar: descubres, por ejemplo, que ciertas cuentas en Twitter son de fiar».

Es de suponer que algo similar opera en la información relativa a su sector.

«Sí. A menudo uno oye algo como que “la empresa ‘X’ está haciendo ‘Y’”. Si es cierto, puede que merezca la pena indagar un poco, pero ¿cómo saberlo? Es lo mismo, requiere trabajo».

Entonces, ¿cuál es su respuesta para lidiar con las noticias falsas y la desinformación y a la vez combatirlas?

«Quizás mi conclusión sea: “No me impidas ver puntos de vista y datos alternativos”. Yo quiero que me des eso y luego yo me ocupo de hacer el trabajo necesario para investigarlos y analizarlos. Acudiré a fuentes de confianza, las que construyen un negocio en torno a ello. Las agendas ocultas y la falta de datos son tan peligrosas como las llamadas “noticias falsas” y tal vez esa sea la lección que los principales medios de comunicación deberían de aprender».

¿Así que luchar en contra de las noticias falsas es menos necesario que buscar información veraz por cuenta propia? ¿Es esa la fórmula o antídoto para que el resto de los medios de comunicación cambien?

«Una cosa que me parece muy frustrante es el intento de eliminar las “noticias falsas”» responde Tchir. «Puede parecer extraño, pero es verdad. Evidentemente, hay que acabar con las noticias falsas: publicar que “tal persona fue asesinada a tiros” cuando resulta que tal persona está viva no debería de estar permitido, por supuesto. Pero analicemos cosas como el uso de mascarillas para protegernos de la COVID-19. ¿Funcionan las mascarillas N95? Seguramente. ¿Funcionan las mascarillas baratas fabricadas en China? ¿Son fiables los estudios basados en el uso de mascarillas de “un solo uso” en un mundo en el que nos ponemos y nos quitamos la misma mascarilla varias veces al día? Son muchas preguntas, pero si algún algoritmo decide que algo es “falso” porque no coincide con el punto de vista dominante, ¡eso hace que sea más difícil encontrar la verdad! La ciencia evoluciona constantemente. Se trata de probar las hipótesis. Creo que a veces nos apresuramos a calificar como “falso” lo que no concuerda con nuestra opinión. ¿Cuántas cosas consideradas “falsas” podrían ser realmente informativas y ser utilizadas para mejorar nuestro análisis, o que incluso podrían terminar siendo ciertas?».

VII. ¿CÓMO COMBATIR LAS NOTICIAS FALSAS Y LA DESINFORMACIÓN?

Los charlatanes de la era victoriana eran personas que se aprovechaban de la credulidad y el interés del público por temas como el espiritismo, la medicina o la ciencia. Algunos de ellos se anunciaban en los periódicos o en las calles, ofreciendo remedios milagrosos o espectáculos de tipo «sobrenatural». Otros se infiltraban en las altas esferas sociales y timaban a personalidades influyentes. Charles Dickens y Arthur Conan Doyle fueron de los primeros en embarcarse en la labor de investigar a estos impostores. En lo que podría considerarse como la primera iniciativa organizada para combatir las noticias falsas, el autor de relatos fantasmagóricos y el padre de Sherlock Holmes formaron parte del «Ghost Club» («Club fantasma»), una sociedad fundada en Londres en 1862 (que aún existe) dedicada a investigar fenómenos paranormales.

«La idea de educar a la gente para que sepa distinguir es una utopía». –Pere Estupinyà

Si bien hay multitud de plataformas y colectivos especializados en exponer las noticias falsas como el peculiar club al que pertenecían Dickens y Doyle en el s. XIX, los «fact-checkers» (verificadores de hechos) y los divulgadores científicos de nuestro tiempo no pueden atajar el problema de manera efectiva. Es un combate desigual en términos cuantitativos. Sin embargo, Pere Estupinyà lo ve de manera distinta.

Estupinyà es bioquímico y divulgador científico, y ha trabajado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos y en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Actualmente presenta y dirige el programa El cazador de cerebros en Televisión Española (TVE).

«En lo que respecta a mi trabajo», afirma el divulgador, «la presencia de noticias falsas lo beneficia porque hace más necesaria la información científica de calidad».

«Durante la pandemia [de COVID-19] se vivió algo de esto, hubo tanto ruido y desinformación que resultó necesario ir repitiendo constantemente lo que la ciencia seria iba averiguando poco a poco. Dicho esto, obviamente no me alegro de ello, ojalá no hubiera noticias falsas».

¿Entonces cómo combatimos las noticias falsas, la superchería, la desinformación?

«Yo creo que la idea de educar a la gente para que sepa distinguir es una utopía», responde Estupinyà. «En todo caso, es un proceso demasiado lento. Yo creo que pretender evitar que haya noticias falsas es tarea imposible, y lo importante es que los medios de comunicación serios no se hagan eco de ellas; que los políticos, los médicos, los que deben tomar decisiones importantes sigan criterios científicos».

Estupinyà es coherente con su visión. Cuando lo entrevisté por primera vez a propósito de su primer libro, El ladrón de cerebros. Compartiendo el conocimiento científico de las mentes más brillantes (Debate, 2010), y le pregunté sobre la necesidad de defender a la ciencia de la «pseudociencia» y elevar esos contenidos sobre el entretenimiento superficial que domina los medios de comunicación, sobre todo en televisión, me dijo: «La televisión se utiliza para entretener, y los gritos o cotilleos siempre entretendrán a más gente. Yo aquí no batallaría. Haría igual buenos reportajes para que tengan mucha audiencia, pero sin pretender superar a los contenidos “rosa”. Pero yo por lo que siempre abogo es porque los contenidos científicos se cuelen en los informativos, en programas culturales, en revistas de economía […] en lugar de crear espacios de culto para seguidores fieles. Contentar al público que busca ciencia no es el gran reto de la comunicación científica, sino llegar a muchas más personas. Y para ello tenemos que ir a buscarlos, no esperar a que vengan a nosotros. Cuando decidí escribir un blog desde el MIT me compré un dominio propio, y luego pensé: ¿y si en lugar de esperar a que la gente venga a mí, voy donde está la gente? Llamé por teléfono a El País, sin ningún contacto previo, y les ofrecí escribir un blog.

Para que la ciencia se integre en nuestras vidas, debe ir calando poco a poco en todas las áreas».

Tecnología y política

«Tecnologías como “deepfake” y ChatGPT podrían hacer que prácticamente nada sea creíble si no es posible cotejar y confirmar la información por múltiples canales». –Álvaro Santana

«No podemos culpar en exceso a las tecnologías», arguye Santana.

El sociólogo hace hincapié en que tenemos que reconocer que, desde la aparición de los blogs y diversas plataformas para la creación de contenidos, por ende, facilitadoras de la libre expresión en Internet, así como la posibilidad de publicar comentarios en los portales de noticias, los usuarios se han convertido en creadores de información. Por lo tanto, los consumidores de información han dejado de ser un colectivo pasivo y ahora comparten responsabilidad en lo que a la creación y difusión de noticias falsas y desinformación se refiere.

Ejemplo de vídeo «deepfake»: Parodia de El Equipo A empleando los rostros de los políticos españoles Pablo Casado, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal.

Para Santana, y en línea con lo que vaticina Kshetri, el reto inmediato al que nos enfrentamos de cara a combatir las noticias falsas y la desinformación se encuentra en el uso que demos a los vertiginosos avances tecnológicos que se están produciendo en materia de creación de contenidos más sofisticados, como es el caso de las herramientas para producir vídeos «deepfake» o la generación de información por medio de plataformas de inteligencia artificial como ChatGPT. A su ver, el mal uso de estas tecnologías podría hacer que prácticamente nada sea creíble si no es posible cotejar y confirmar la información por múltiples canales.

«Los grandes responsables de la proliferación de noticias falsas y desinformación son los partidos políticos». –Simona Levi

Simona Levi es una destacada activista por la libertad de expresión e información, los derechos digitales, la cultura libre y también es directora del posgrado en Tecnopolítica y Derechos en la Era Digital en la Universidad de Barcelona. Esta activista sugiere que la raíz del problema se encuentra en la injerencia de los partidos políticos en el sector informativo.

«Evidentemente no todo es culpa de los partidos políticos», explica Levi, «pero la industria de la desinformación, por ejemplo, de los “chatbots”, de las “granjas de bots”, de la creación de información ficticia pagada, de la viralización de pago, etcétera, es una industria creada por los “influencers” que ahora tienen como mayores clientes a los partidos políticos».

Levi mantiene que, si bien «esta industria de la que son parte las plataformas, pero no sólo pues también hay agencias que se ocupan de esto, los grandes responsables [de la proliferación de noticias falsas y desinformación] son los partidos políticos».

El informe del Reuters Institute refrenda la tesis de Levi, al menos en lo que a la percepción del público al respecto se refiere: «La falta de confianza [en los medios de comunicación] se relaciona de forma muy estrecha con la injerencia de políticos, empresarios o ambos (…) Sólo una pequeña minoría piensa que el periodismo está libre de influencias políticas indebidas en Grecia (7%), Hungría (15%), Bulgaria (15%), Eslovaquia (16%), República Checa (17%), Croacia (18%) y Polonia (19%). También se observan niveles bajos en el sur de Europa, por ejemplo, en Italia (13%) y España (13%), donde hay una fuerte tradición de influencia partidista en los medios».

«Regular la comunicación para mejorarla significaría silenciar a la enorme mayoría de liderazgos públicos y acallar una masa crítica gigante del periodismo». –Mario Riorda

Mario Riorda considera que «es necesario dar la batalla. Los impactos son claros y las implicaciones son tan grandes que la democracia no puede eludir hacerlo».

Politólogo y activista de la comunicación política, Riorda preside la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (ALICE) y dirige la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral. Ha participado en más de 140 procesos electorales y ha asesorado a más de 80 gobiernos de todos los niveles en América Latina en cuestiones de estrategia y comunicación política. Especializado en gestión de crisis, Riorda también es profesor de posgrado en varias universidades públicas y privadas de América Latina, España y Estados Unidos.La batalla es necesaria porque, según Riorda, las noticias falsas y la desinformación «ponen en juego a la democracia, a la libertad de elegir y tergiversan la información disponible para la toma de decisiones óptima». Además, «[las noticias falsas y la desinformación] trastocan la representación política; causan daño a reputaciones públicas; fomentan la corrupción –por su financiación–; facilitan el autoritarismo porque se intenta silenciar el disenso desde una concepción fascista con un núcleo argumental mítico e irreal; generan tendencias artificiales, gregarias y conductas tribales que encuadran y modelan el debate público desde la más pura artificialidad –pero empleando violencia, expresiones racistas, sexistas y estereotipos cada día más exacerbados y humillantes– y deslegitiman el sistema democrático porque muchas noticias falsas van directamente a socavar la institucionalidad democrática».

¿Es posible proteger la libertad de expresión y a la vez mejorar la calidad de la información a través de regulación? ¿Qué medidas podrían ayudar a solucionar el problema?

«Creo que no es totalmente regulable a esta escala, pero sí regulable parcialmente a través de algunas iniciativas que, lejos estarán de frenar el descontrol, son igualmente necesarias: 

  1. Regulación de gobiernos: puede muchas veces ser censura pública oficial, como ha demostrado la regulación de algunos gobiernos europeos. Aun así, aunque afecte a la libertad de expresión, la regulación tiene áreas para trabajar, específicamente cuando el exceso provoca daños y perjuicios personales, competencia desleal, no garantiza la protección de datos personales, y supone abuso de poder, corrupción, interferencia internacional en asuntos domésticos y financiación ilegal en la política.
  2. Organizaciones de chequeo de noticias: en India, por ejemplo, estudios realizados han demostrado que no se eliminan los sesgos ante la capacitación. Lo viral impacta más. El “verdadero-verdadero” es más gratificación que racionalidad. La reputación es casuística cuando algo interesa o no.
  3. Autorregulación de los medios digitales: mecanismos regulatorios internos por la acelerada pérdida de reputación y afectación comercial. Casi siempre, de los más efectivos, ya no por razones de bien público, sino por razones de lucro.
  4. Transparencia sobre inversión, segmentación y algoritmos en la expansión de la publicidad política.
  5. “Granjas de ‘bots’ y ‘trolls’”: soluciones computacionales y consorcios para chequeos y visibilidad de esas industrias “anónimas” de gran escala.
  6. Privacidad de datos: acciones de habeas data para conocer las referencias informativas sobre cada persona y sus usos. ¿Límites a la segmentación? Este debate está abierto y es sustantivo.
  7. Pedagogía por parte de medios de comunicación tradicionales: No son neutros ni puros. Ellos también tienen descrédito y prácticas cuestionables. Este momento es una oportunidad para la educación social».

Sin embargo, en el plano práctico de la comunicación política, ¿es posible resistirse a usar «las armas del enemigo» cuando nuestros clientes, los candidatos para quienes trabajamos, quieren «ganar» y sus oponentes emplean todas esas armas?

«Creo que trabajar con lo que trabaja el enemigo es, en parte, legitimar lo que el enemigo usa», responde Riorda. «Es factible usar las mismas herramientas para mostrar contraste, para desafiar la “unidireccionalidad del daño”, de que toda la comunicación apesta […] pero lo que me preocupa es que parte del debate está centrado en lo que debiéramos llamar “la mentira política industrial” –estimulada, legal o no–, que realizan partidos, organizaciones y la industria de la consultoría política, basada en dos principios: la saturación informativa (también llamada dominación informativa) y la persistencia, que no es publicidad como un “shock” comunicacional en un momento dado, sino que es un goteo persistente sostenido en el tiempo. Pero curiosamente, no está claro si esa escala industrial produce más efectos que la propia “mentira institucional legitimada” que realizan políticos y periodistas».

¿Por ejemplo?

En términos de la veracidad de los discursos políticos, responde Riorda, «en Argentina, 25,73% verdaderos, 24,41% verdaderos, pero... 49,86% falsos (no verificables, sin sustento). Se analizaron 1.119 discursos en siete años sobre noticias verificables [ver «Por qué mienten los líderes» por Laura Zommer y Mario Riorda en chequeado.com,]».

En EE. UU., Riorda apunta a otro ejemplo: «Análisis de tuits de Donald Trump por The New York Times: 11.390 tuits, de los cuales, 5.889 fueron ataques contra alguien o algo; 2.026 fueron autoelogios; 1.710 fueron para argumentar sobre conspiraciones; 233 fueron dirigidos a naciones aliadas y 132 fueron para elogio de gobernantes autócratas».

«A lo que quiero llegar», concluye el politólogo, «es que regular la comunicación para mejorarla, para darle calidad, significaría silenciar a la enorme mayoría de liderazgos públicos y acallar una masa crítica gigante del periodismo».

VIII. LIBERTAD DE EXPRESIÓN FRENTE A INFORMACIÓN VERAZ

Dada la complejidad del problema, y siempre refiriéndonos a temas concretos en los que el rigor informativo y la veracidad de los datos son cruciales, una de las medidas para mejorar la calidad de los contenidos en Internet podría ser la vía legislativa. Por ejemplo, obligar a las empresas tecnológicas, como los motores de búsqueda, a que ajusten sus algoritmos. Dados los rápidos avances en inteligencia artificial esto podría resultar bastante factible. Lo anterior, con el objetivo de que se imprima mayor relevancia a cierto tipo de informaciones provenientes de fuentes contrastadas, en lugar de dar prioridad a la oferta de contenidos en base a métricas de popularidad.

**Fuentes: Reuters: «Factbox: Countries' measures to combat fake news ahead of EU polls» (2019); The New York Times: «Singapore Pushes Past Limits on Free Speech» (2019); BBC News: «Brazil election: WhatsApp flooded with fake news in presidential race» (2018); Deutsche Welle: «Germany enacts controversial online speech law» (2017); The Hindu: «IT Act amended to crack down on fake news, child pornography» (2018); Páginas web oficiales del Gobierno español (Ministerio de Interior y La Moncloa) y el Boletín Oficial del Estado (BOE).

«Una cosa es libertad de expresión y otra que lo absurdo o erróneo se deba difundir en igualdad de condiciones con las opiniones más fundamentadas». –Carlos Blanco

«Sí, creo que las empresas tecnológicas tienen una enorme responsabilidad, pero también los medios de comunicación y la sociedad como un todo», afirma Blanco.

«Honestamente, sobre las medidas legales no lo sé. Me gusta lo que dices: que lo primero que aparezca en buscadores remita a fuentes solventes, a instituciones científicas consolidadas. Aun así, y como creo firmemente en la libertad de expresión y de pensamiento (incluso para el error), lo importante es educar en espíritu crítico. Pero una cosa es libertad de expresión y otra que lo absurdo o erróneo se deba difundir en igualdad de condiciones con las opiniones más fundamentadas. No todo vale lo mismo. Lo más importante sigue siendo tener canales solventes (aunque no sean infalibles; nada ni nadie lo es) y que el ciudadano aprenda a pensar críticamente por su cuenta».

«Hay que separar la libertad de expresión del negocio de la información». –Simona Levi

Levi está de acuerdo con actuar por la vía legislativa para combatir el problema de las noticias falsas y la desinformación, pero bajo un enfoque distinto: «[Debemos evitar] dejar la responsabilidad de modular el flujo de la información a las grandes plataformas, que son el gran problema».

A partir de #FakeYou. Fake news y desinformación (Rayo verde, 2019), un libro en el que Levi aborda el problema de las noticias falsas y la desinformación, la activista propone un proyecto de normativa legislativa para prevenirlas y contrarrestarlas.

Para legislar de cara a combatir la desinformación y al mismo tiempo proteger la libertad de expresión, Levi plantea dividir la circulación de la información en dos ámbitos: por un lado, lo que es libertad de expresión per se (vista como la libre expresión de opiniones), y, por otro lado, toda aquella información en la que haya dinero de por medio; es decir, el negocio de la información.

«Nuestra proposición de ley se centra en el origen del problema, que son las inversiones de dinero o bien por razones económicas o bien por razones políticas en la viralización de la información». Y es que, Levi subraya, «todos los caminos llevan al mismo sitio: a los partidos políticos».

«Llevamos veinte años trabajando para Google». –Marta Peirano

Por su parte, Marta Peirano sostiene que «la dicotomía entre la libertad de expresión y la calidad de la información es la fábula que usan las plataformas digitales para evadir responsabilidades y proteger sus intereses comerciales, del mismo modo que han usado la dicotomía entre la vigilancia y la seguridad».

Peirano es una reconocida escritora y periodista que ha publicado varios libros sobre tecnología, derechos digitales, ciberseguridad, privacidad y crisis climática. 

Autora de El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), un libro que ilustra la intersección de la tecnología y el poder para la vigilancia y la manipulación de las masas, Peirano opina que «no es la libertad de expresión sino los algoritmos de recomendación lo que ha destruido el discurso en las redes, amplificando discursos que no sólo no están protegidos por la libertad de expresión, sino que la vulneran, como el discurso de odio y la desinformación. Se plantea esta falsa dicotomía como si la única e indeseable solución fuese ejercer un control antidemocrático de los contenidos, cuando sabemos que no es así».

Entonces, ¿qué hace falta hacer?

«Haría falta un control sistémico y multiplataforma de los comportamientos coordinados inauténticos que caracterizan las campañas de intoxicación y desinformación a gran escala, cosa que las plataformas ya practican como parte de su negocio publicitario. También haría falta la clase de transparencia algorítmica que ninguna plataforma ha querido adoptar.

Por otra parte, para prestar mayor relevancia a cierto tipo de informaciones provenientes de fuentes veraces o contrastadas, es necesario que esas fuentes existan. Pero llevamos veinte años trabajando para Google. El abandono de responsabilidades por parte de las fuentes tradicionales de información ha degradado tanto el ecosistema mediático que se ha degradado la información. En este orden de cosas, la integración de los nuevos modelos de inteligencia artificial sólo puede acelerar su precarización. La solución, en este caso, es sencilla y difícil: invertir en periodismo y volver a decidir qué noticias son apropiadas para ser impresas. Mientras no hagamos eso, el deterioro será imparable. Y no por culpa de la libertad de expresión».

La lectura de Estupinyà es un poco más optimista: «Algo bueno que se vivió durante la pandemia es que, a pesar de circular barbaridades por las redes sociales, los medios convencionales hicieron un buen trabajo apoyándose en científicos; y la mayoría de los líderes, salvo excepciones como Bolsonaro, siguieron criterios científicos para manejarla».

Respecto a imponer un mayor control sobre la difusión de contenidos en Internet, el divulgador científico es partidario de que «las plataformas asuman cierta responsabilidad y censuren o al menos dificulten la viralidad de contenidos claramente falsos. Durante la pandemia YouTube borró videos pseudocientíficos, y eso me parece bien».

«Quizás deberíamos crear un sello de calidad para aquellos perfiles de individuos o de entidades que se comprometan a autoimponerse el compromiso de ofrecer información veraz». –Ramón Ramón

«Limitar la comunicación en las redes o Internet sin limitar el derecho a la libertad de expresión es una cuestión compleja», advierte Ramón. «Con la libertad de expresión y el acceso a Internet se reconoce a una democracia, pero a la vez surge la tiranía de las noticias falsas y de las cajas de resonancia digitales».

En opinión del experto en comunicación política, «esto origina que las redes estén llenas de noticias falsas, lo que supone un fracaso colectivo en cuanto a acceder a información veraz. Hoy en día, es más fácil que se viralice un bulo que una noticia verdadera. Según algunos estudios en una proporción de seis a uno».

«Ante esta situación, entiendo que la solución para luchar contra las noticias falsas no debe venir de la prohibición o limitación jurídica, es más efectivo que los propios receptores rechacen estas informaciones falsas o que se comprometan a divulgar en mayor medida la verdad que el bulo. Por eso, deberíamos impulsar lo que llamo “responsabilidad social colectiva en el uso de las redes e Internet”. Y para ello, la principal herramienta que siempre trabajamos en todos nuestros proyectos es la generación de comunidad y la capacitación en activismo digital. Tras muchos años trabajando, nuestra metodología y los resultados obtenidos, pensamos que es la mejor manera de combatir los “bulos”, lo que ocurre es que es un trabajo “de hormiguitas”». 

Ramón enumera las medidas que en su opinión podrían favorecer el combate contra las noticias falsas y la desinformación:

  • La responsabilidad social colectiva debe de ser voluntaria, convertirse en un sello de calidad del perfil que se auto imponga la obligación de no divulgar bulos o noticias falsas.
  • Como sociedad quizás deberíamos crear un sello de calidad para aquellos perfiles de individuos o de entidades que se comprometan a autoimponerse ese compromiso de ofrecer información veraz. Incluso a veces vemos como entidades más o menos serias se tragan bulos y los comparten como si fueran reales.
  • No es una cuestión fácil pero de la misma forma que la responsabilidad social corporativa está consiguiendo avances en el ámbito empresarial en distintos campos, deberíamos extenderlo a un uso adecuado de las redes sociales e Internet», concluye Ramón.

Por su parte, Lafuente estima que «la sociedad en su conjunto, también con la colaboración de los periodistas, tiene la obligación de crear didácticas que ayuden a los ciudadanos a distinguir las fuentes fiables de las peligrosas, las historias verdaderas de las falsas». En cuanto al papel del Estado, el periodista le reconoce su capacidad para embridar al sector privado que traspasa las fronteras del flujo informativo: «Los reguladores, los gobiernos, deben poner especial atención en que las multinacionales que lo pueden hacer controlen las campañas de desinformación en las redes, tanto públicas como privadas. La tecnología es muy poderosa y el periodismo, por mucho que se esfuerce, no va a poder luchar en solitario contra esta plaga».

«De ninguna manera podemos permitir que el Estado intervenga en el periodismo, ni mucho menos que lo regule», afirma con vehemencia la periodista Maurizi.

En opinión de Maurizi, «no necesitamos un “Ministerio de la Verdad”, ni atribuir al Gobierno la responsabilidad de que se encargue de decidir lo que es veraz y lo que no lo es. Después de todo, ellos [el Gobierno] son parte del problema. Es al revés, somos nosotros quienes tenemos que controlar al Gobierno. El poder político no suele estar interesado en sacar la verdad a la luz, incluso ni los gobiernos más éticos».

Puede que a Maurizi no le falte razón al desconfiar de las autoridades, sobre todo de las agencias de gobierno relacionadas con las fuerzas armadas y del orden.

Hace unos años, cuando Assange todavía permanecía protegido bajo el asilo político del Gobierno de Ecuador en la embajada de ese país en Londres, tuve oportunidad de pasar una jornada con él. Una vez registrado y habiendo depositado mi pasaporte, teléfono, cartera y hasta mi reloj en la recepción de lo que legalmente era territorio ecuatoriano conforme a Derecho Internacional, entré en la oficina convertida en habitación donde el australiano terminaría pasando cerca de siete años. «Entiendo que aquí podemos hablar en libertad, en confidencia», le dije a un ya muy físicamente deteriorado Assange. «No seas ingenuo», me respondió. «Puede que aquí dentro no haya cámaras o micrófonos –aunque me temo que sí que los hay–, pero», apuntando con el dedo índice al techo, luego al suelo y finalmente a la pared que daba al exterior, «de que nos escuchan, nos escuchan». Luego me preguntó, «¿has traído tu teléfono móvil?», a lo que le respondí que sí, pero que se lo habían quedado los agentes de seguridad de la embajada en la recepción. Assange me devolvió una sonrisa.Assange estaba en lo cierto, pues en 2019 varios medios de comunicación internacionales revelaron que los servicios de inteligencia ecuatorianos y estadounidenses habían encomendado a una empresa española de seguridad la instalación de dispositivos de vigilancia dentro de su habitación en la embajada. Assange fue espiado y cada minuto de su vida grabados de manera indiscriminada, incluidos sus encuentros con sus abogados –una ilegalidad sin paliativos–, desde 2012 hasta 2018.

Con todo, fueron los medios de comunicación considerados como «del establishment», como el diario español El País (en primicia), el británico The Times, el alemán Deutsche Welle (DW) y otros los que dieron cuenta del espionaje a Assange.

IX. ¿POR QUÉ EL CIELO ES AZUL?

En 2015, durante un mitin en Pontevedra, el entonces presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, sacando pecho por la recuperación económica del país dijo: «Esto no es como el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué». La frase se hizo viral y dio para una avalancha de memes y jocosas notas periodísticas. Es deseable pensar que la absurda analogía se debió a una torpe improvisación del político entusiasmado ante su público, pues resultaría desolador asumir que la máxima autoridad de la cuarta potencia de la zona euro no supiera cómo se produce la lluvia.

La anécdota recuerda a cuando Carl Sagan, en una entrevista en 1977, hablaba de la importancia de inculcar a los niños el interés por el conocimiento. A menudo, decía Sagan, cuando un niño pregunta a sus padres «¿por qué el césped es verde?» o «¿por qué el cielo es azul?» y sus progenitores desconocen las respuestas, éstos optan por desestimar la inquisitoria como una tontería y desmotivar al pequeño a que siga formulando preguntas. Ahí, decía Sagan, se pierden oportunidades valiosas. Por un lado, se desaprovecha la oportunidad para padres e hijos de aprender cosas a simple vista baladíes, pero en realidad importantes sobre la biología y la física que explican la vida en nuestro planeta, y, por otro, se desperdicia la oportunidad para investigar en familia y convertir una situación en apariencia trivial e incómoda para los padres en una amena actividad de investigación científica que fomentaría que el niño siguiera siendo curioso e interesado en enriquecer sus conocimientos.

Este reportaje planteaba de inicio dos preguntas: ¿Qué impacto tienen las noticias falsas y la desinformación en nuestra sociedad? y ¿cómo podemos prevenirlas y contrarrestarlas? Que el impacto de las noticias falsas y la desinformación es negativo en diversos planos de nuestra sociedad queda patente. En cuanto a cómo prevenirlas y contrarrestarlas, más allá de las ideas y propuestas atisbadas por los expertos entrevistados, queda, a mi ver, la respuesta más importante y efectiva de todas: la nuestra, la de la ciudadanía.

«Los seguidores que le dan poder a los charlatanes nos hacen a todos más daño que los charlatanes mismos». –Moisés Naím

Por otro lado, de la misma manera que disponemos de una oferta ilimitada de fuentes de noticias e información, hoy podemos acceder a un universo de plataformas gratuitas que nos permiten leer libros, aprender idiomas e incluso completar cursos de nivel universitario impartidos por docentes de universidades de prestigio (sin obtener un título oficial, pero también sin coste). 

Las noticias falsas y la desinformación son endémicas en nuestras sociedades y son fenómenos que difícilmente desaparecerán. Los avances tecnológicos, las iniciativas de comprobación de datos, los protocolos de autocontrol y las leyes, así como las diversas ideas que los entrevistados para este reportaje proponen, entre otras, ayudarán a mitigar sus nocivos efectos, pero nunca lograrán erradicarlas. Hacer frente a la manipulación informativa y combatir a los charlatanes siempre estará primordialmente en manos de una ciudadanía mayoritariamente culta y escéptica. Porque el escepticismo que nos proporciona criterio y la educación que nos hace más cultos no sólo son las mejores armas para defendernos de las noticias falsas y de la desinformación, sino que también sirven como referentes para consolidar los estándares cívicos, civiles y de humanismo que nuestras sociedades modernas reclaman.

Es nuestra responsabilidad no dar por bueno ni retransmitir a ciegas lo que un líder político, un «influencer» o un medio de comunicación nos dicte sobre por qué llueve, por qué el césped es verde o por qué el cielo es azul. Hagámonos seguidores de la verdad, sea cual sea su color.

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