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El uso obligatorio de mascarillas en terrazas deja indefensos a sus propietarios entre clientes rebeldes y la Policía

Multitud alrededor de una terraza en la capital grancanaria.

Adrián Suárez / Javier Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Adelantándose al resto del país, el Gobierno de Canarias prohibió la semana pasada fumar en público si no se mantiene la distancia de dos metros e hizo obligatoria la mascarilla siempre. Los empresarios del sector de la hostelería buscan adaptarse una vez más a estas restricciones para seguir abiertos durante la crisis sanitaria. Su mayor obstáculo ahora son algunos clientes que se niegan a colaborar, poniéndoles en riesgo de tener un problema con la Policía.

Iván Molina, responsable de La Tasquita d’Iván, en la capital grancanaria, dice que la policía le ha advertido de que si sus clientes no se pusieran mascarilla, podría ser multado con hasta 6.000 euros, además de las multas que puedan recibir los clientes. En general dice que sus clientes colaboran cuando se lo pide, pero el problema surge cuando avanza la tarde y se mezcla la clientela, especialmente con el incremento del consumo de copas en terrazas tras el cierre de las discotecas. “Ese tipo de gente, a las siete u ocho de la tarde, en cuanto me doy la vuelta, se baja la mascarilla”, señala.

Luis Ramos, responsable del restaurante el Churrasco, también en Las Palmas de Gran Canaria, afirma que se ve obligado a insistir una y otra vez para que los clientes cumplan durante la sobremesa. “Es una guerra diaria”, se lamenta.

Los hosteleros critican la picaresca de los clientes que buscan huecos en la legislación, que “excluye la obligación del uso de la mascarilla solamente en el momento de la ingesta de alimentos o bebidas”. Algunos han llegado a citar el BOE delante de ellos, buscando un argumento para destaparse nariz y boca con solo tener un vaso delante.

En declaraciones a este periódico, el jefe de sección de Epidemiología y Prevención de la Dirección General de Salud Pública del Servicio Canario de Salud, Amós García, aclara que, aunque no haya que ponerse y quitarse la mascarilla con cada bocado o trago, hay que llevarla puesta durante las sobremesas o si se está charlando o viendo un partido en una terraza durante periodos más largos de tiempo.

La prohibición de fumar también ha causado enfrentamientos con los clientes. Algunos se empeñan en hacerlo, aunque la ley lo prohíba si no se mantiene una distancia de seguridad de dos metros. Si se comparte mesa con otro comensal es imposible cumplir y, además, en la mayoría de casos, las mesas en las terrazas están a solo 1,5 metros de distancia la una de la otra.

Los empresarios se ven indefensos cuando tienen que enfrentarse a sus clientes para hacer cumplir las normas y evitar que una multa les dé la puntilla a sus negocios, ya gravemente afectados por la crisis sanitaria. Molina dice que, cuando ha llamado a la policía para denunciar la falta de cooperación de un cliente, le han recomendado que contrate seguridad privada, alegando que solo puede acudir la policía un cliente se resiste a irse tras ser expulsado.

“No me puedo permitir contratar seguridad, y menos cuando tengo a parte de la plantilla en ERTE porque no me dan los números”, se lamenta Molina. Ante la falta de cooperación de los clientes y sin alternativas viables, se está viendo obligado a cerrar antes de tiempo para evitar más conflictos. “Tengo licencia para estar abierto hasta la una, pero empiezo a repartir las cuentas a las doce. No me interesa tener este tipo de clientela”, concluye.  

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