Nueve de once (viernes)

Si lo que acaba de ocurrir ahora mismo en la capital chicha no es un milagro, que baje Dios y lo vea. Y que de camino lo verifique. Ha sido la sorpresa del día, la bienvenida perfecta al aplauso de las siete de este nueve de once de la primera cuarentena; o sea, el 27 de marzo de 2020, que, si las cosas fueran normales, lo llamaríamos viernes.

Hoy es viernes, un viernes que solo se diferencia de los días anteriores de esta reclusión inicial ya prorrogada por el aguacero eléctrico, por rápido e intenso, de las seis y media, más o menos, que tampoco podía estar pendiente del reloj, por muy clavado que lleve todo el día al monitor de 21 pulgadas.

La lluvia me ha alegrado la vida, aunque la hubiese preferido con algo de lejía en su proporción justa. Esto hubiera sido quitarle mucho trabajo a la Unidad Militar de Emergencias, la UME. Pero Dios no lo ha querido así. Tampoco esta vez. Dios, por lo que se ve, nunca hace nada útil. Perdón.

El agua blanca y ruidosa de esta tarde, esa cortina natural, me dejó a oscuras unos diez minutos, a ciegas, casi sin poder ver nada. Ha sido emocionante, de justicia. Qué bien nos ha venido a todos; así, de sopetón, sin esperarla, sin aviso previo ni alertas ni nada de eso. Ha sido como era antes, cuando lucía de niño. Ha sido llegar, descargar y a otro sitio corriendo: un regalo divino por mucho que jamás haya creído en las divinidades. Si hubiera un dios, qué hace que ya no está ayudando en la Tierra.

La lluvia ha sido viva, delirante, y es posible que a la vecina del duodécimo del edificio gemelo, a la que siempre veo mientras trabajo en el undécimo ventanal sur, le haya fastidiado su pista de atletismo. Ahora se la ha convertido en una pista de patinaje. ¡Así no la veo aparecer por la terraza-azotea! Hoy, debo apuntarlo, sí estuvo después del almuerzo: un simple paseo para acomodar la tripa. 

Siempre camina igual, cerca del muro para tener el perímetro más amplio y en el sentido contrario a las agujas del reloj. Creo que lo hace de esa manera para mirar a la calle y a las cubiertas de la ciudad con su ojo derecho, que debe ser su ojo bueno. Si no no se explica. La señora del duodécimo hoy salió a tomar aire y esta fue la segunda alegría que me han dado mis denostados personajes de Duggi. No debo ni puedo quejarme.

Esa agua tan vertical y tan potente, caída con tantas ganas y en tiempo récord, ha sido como una inyección de esperanza: me ha subido la moral en el inicio de este fin de semana que no es. Todos los días son iguales, repito una vez más. Seamos realistas.

La lluvia hizo que el cauce del barranco incluso se moviera, que el barranco corriera, como se dice en los pueblos de medianías. Además consiguió que el lago junto a la cascada, la charca que me divierte en buena parte del día, acumulara otra vez agua y su nivel recuperara parcialmente la altura de días anteriores. Seguiré teniendo fácil la operación de pescar algo desde el undécimo, aunque solo sea un buen aguacero o un buen constipado. Qué otra cosa si no.

En este viernes rebautizado como nueve de once, el 27 de marzo de 2020, las noticias siguen siendo las mismas, con pocas luces que alumbren de verdad el futuro. El tiempo no deja de transcurrir igual en su forma y casi en su contenido, e igual también en las noticias que se van soltando en todos los boletines horarios. Esto es un sinvivir. Es lo peor; lo peor hoy es que la curva no caiga y se aplane para así dejar de aportar sumas ingentes de historias y voluntades que fallecen. Uno termina un poco harto de tal avalancha, de este diluvio incomprensible, cada vez menos ajeno a las cuatro paredes.

Ayer, el día ocho de once, tuve la triste sensación de que me quedaba sin gasolina para hacer esto, pero ha sido ver cómo llovía y reanimarme a la vez. Hoy sigo aguantando, con un panorama debilitado en el duodécimo, con el confinamiento que no deja a un ser viviente en la calle y con mi amigo o proyecto de amigo de maquinista sin aparecer por el barranco. Ya estoy seguro de que forma parte de un ERTE. Bueno, le vendrá bien para la poda y el tratamiento con máximo cariño de sus vides, lo que debe conducir en septiembre u octubre a la mejor recolección: en calidad y cantidad, aunque estos dos sustantivos no conjuguen bien en la búsqueda de la mejor alquimia.

Hoy estoy mejor, bien, en alerta, más despierto, con moral, atento, convencido de que esto acabará en nada, alegre, fuerte, vital y esperanzado. Hoy estoy como siempre he estado en condiciones normales, como el jueves normal que en esta cuarentena es anormal y describí ayer. Estoy como si pudiera hacer cualquier cosa aunque esté cogido por esa parte del cuerpo entre las piernas. Estoy feliz a ratos. No quiero engañar a nadie. No me derrumbo pero sí tengo momentos en que me apago y me pregunto: ¿hasta cuándo? Empiezo a dudar, pero aquí estoy: escribiendo, pensado y currando. Vivo. Estoy en lo mío y atento a los demás, siempre con el máximo compromiso.

Me he propuesto, y es una especie de promesa anticlerical, que cuando termine esto bajaré al barranco en busca del jefe de la máquina pica-pica, tomaré café con él y los encuevados en el tramo bajo del barranco de Santos y tocaré a la puerta de la señora del duodécimo. Pretendo rendirles un homenaje porque me han mantenido en vilo gracias a sus historias tan espléndidas.

Este nueve de once ni ha sido bueno ni malo ni cualquier otra cosa. Ha sido un viernes sin nombre, una sucesión de horas con luz natural sin opción al escape, una espera que ya se hace larga, el inicio de dos días más sin llamadas extraordinarias de atención y el preámbulo de un final que cada vez está más cerca. 

Se consume el tiempo, no sin dificultades varias y con la única esperanza de llegar a toda prisa a otro momento, a un tiempo nuevo: el otro. En esto ya llevamos 13 días contado este viernes sin amuletos. Y el fin no se divisa, ni se sabe dónde estará, pero hay esperanza y esta sigue siendo la energía que lleva al cambio de ciclo de la pura felicidad y a la vez del recuerdo más amargo. Así mismo es esta vida. Pero no hacía falta tanto. ¿Verdad?

Gracias a la lluvia, gracias a la vida. Llueve, llueve, y siempre será poco. Goloso de agua, goloso de limpieza, goloso de la verde esperanza que el agua siempre siembra en su camino.

Nos vemos mañana. También pasado. Cambio y corto.