Sebastián sale corriendo de su casa en Los Llanos de Aridane, La Palma, mientras le esperan dos compañeros más en un coche hasta arriba de herramientas de limpieza: escobas, palas y cepillos. Su ropa está manchada por todos lados de arena volcánica, impregnada en las calles y las casas de los municipios afectados por el volcán por la intensa lluvia de cenizas de los últimos días. Sebastián levanta la cabeza, protegida con una pequeña gorra, y mira hacia delante, con algo de premura y los ojos achinados. Debe volver a montarse en el camión para seguir barriendo. Está exhausto. “Esto no hay quien lo pague”, declara.
En la vía pública se repiten las imágenes de personas con chaleco reflectante y escoba barriendo toneladas de polvo volcánico, como si fuera una misión imposible. En cada acera se levantan pequeñas montañas de este material, al que no solo se debe enfrentar el personal contratado por las entidades locales, sino cualquier vecino. Es el caso de Ricardo, gerente del restaurante La Buhardilla: “Tengo que limpiarlo todo. La espalda no, pero el codo sí que me duele”, destaca.
Este domingo, la portavoz del Comité Científico del Plan de emergencias volcánicas de Canarias (Pevolca), María José Blanco, reveló que en el fin de semana pasado se había registrado la mayor emisión de cenizas desde que comenzó el proceso eruptivo. El volumen ha ido cayendo desde entonces, pero la calidad del aire sigue siendo desfavorable, especialmente en Los Llanos. Las horas dedicadas a eliminar la negrura que se ha implantado en las cercanías al volcán se han multiplicado. Al igual que las molestias corporales, cada vez más presentes entre los palmeros.
Cuenta la fisioterapeuta Cecilia Acosta, afincada en El Paso, que cerca de un 40% de los pacientes que está atendiendo últimamente llegan a la consulta con dolores lumbares y de espalda provocados por la limpieza continua del espacio viario. “Mi compañero Jorge llegó a sugerir cuál era la mejor forma de barrer, porque la postura es muy importante. Y el peso y la carga que se cogen. Llegó un momento en el que la gente me dijo: hemos llegado tarde a ese consejo”.
La forma de coger la pala importa. La forma de desplazarla por el suelo también. Los Llanos solo cuenta con 11 trabajadores municipales para el aseo de las calles, más otros 22 que se han contratado a modo de refuerzo desde que se abrió la tierra en Cumbre Vieja. Si alguno de ellos cayera, lo notaría todo el equipo, sobre todo cuando la ceniza se humedece y pasa a ser una especie de cemento inflexible. “Los momentos libres de nuestras vidas los pasamos barriendo, limpiando y aspirando”, reflexiona un poco resignada Acosta.
“La ceniza se te mete en los ojos, pero debes seguir, porque si no, ¿quién entraría al local?”, se pregunta Amelia, dueña de un comercio en pleno centro de Los Llanos. Relata que la noche del sábado al domingo fue “horrible” y que el martes tuvo que plantarse en la puerta de su negocio una hora y media antes para “desenterrarlo”. Como muchos palmeros, le duele el corazón por lo que está pasando en su isla, pero también el cuerpo, cada vez más, por repetir el mismo mecanismo día tras días: escobar y depositar.
Según Copernicus, con datos del día 22 de octubre, la cantidad de superficie cubierta por la ceniza es de 6.800 hectáreas, cerca del 10% del total de la isla de La Palma. El miedo está en que caiga un chaparrón y endurezca todo el polvo volcánico. “Como pase eso… A ver quién la saca de ahí”, lamenta Amelia, que al poco rato vuelve a pasar la pala delante de su establecimiento. Al lado de ella caminan dos monjas guatemaltecas, de la Congregación Marta y María, la única que hay en el municipio. Este miércoles dan la primera catequesis después de la erupción, pero antes tienen que limpiar. “Es lo que nos toca a todos”, dice una de ellas. “Y nos duele la espalda a todos”, agrega la otra.
Tratamiento para los afectados por el volcán
Acosta cree que el número de pacientes irá aumentando con el paso de los días. En estos momentos no es una “necesidad” para los afectados acudir al fisio, pero quizá mañana sí, cuando ya el dolor sea un impedimento real. “Va a depender de la economía que tengan esas familias. Porque si están apuradas y aguantan, no van a venir. Nosotros en la clínica tenemos la costumbre de llamar a la gente para saber cómo van. Y muchos nos han dicho que no pueden seguir pensando en eso. Vendrán cuando ya sea un problema real; cuando digan: uy, esta rodilla me puede ocasionar un daño mayor”.
Sin embargo, ya hay quienes han decidido regresar a las sesiones. “Después de perder sus casas, es cuando han dicho: ya está”, cuenta Acosta, haciendo referencia al cierto “alivio” que sienten los palmeros que han vivido meses angustiados por el avance inexorable de la lava y, finalmente, después de semanas de zozobra, saben que no volverán a su antiguo hogar. “Ahí es cuando empiezan ya a preocuparse por ellos y decir: bueno, voy a cuidarme un poco”.
La especialista recuerda un caso concreto. “Estaba con una mujer afectada y tuve que parar la sesión porque ella no podía seguir. Era mayor la necesidad de respirar que el dolor que tenía en el nervio. Entonces… Hasta que no te relajes, no vamos a poder liberar ese dolor. También enseñamos técnicas de respiración, sobre todo para esos momentos finales del día, cuando se acuestan”.
Acosta ejerce de fisio y casi también de psicóloga. Los pacientes buscan eliminar esa pequeña contractura peleona que les ha estado molestando en los últimos días, pero también desahogarse. No obstante, a veces ninguna de las dos cosas es posible. “Depende de cada persona. Hay muchas muy nerviosas, porque la población en general lo está, así que una simple contractura ya puede parecer un mundo. Y si te quieres evadir, sigue el mismo tema de siempre”, recuerda Acosta, que abre la ventana de una de las habitaciones del centro en el que trabaja y señala al volcán, situado justo enfrente. “Aquí está. Al lado de nosotros. Así es muy difícil”.