El campeón de kárate Fernando Torres Baena, gran deportista, profesor de universidad, sensei al que idolatraban sus alumnos, escondía tras esa pantalla de éxito a un “depredador sexual” narcisista que se valió de sus dotes de manipulación para abusar de decenas de sus alumnos durante años.
Para ello utilizó su gimnasio, ubicado en Las Palmas de Gran Canaria, y contó con la colaboración de María José González, su actual esposa y monitora del gimnasio, y de la profesora de artes marciales Ivonne González, a tenor de la sentencia conocida hoy.
Según recoge la agencia Efe, los peritos señalaron que no sufrían ninguna enfermedad mental, ni él ni los otros tres acusados en el proceso que hoy ha dado por concluido la Audiencia de Las Palmas, tras dar a conocer la sentencia que recoge los hechos probados a lo largo de los siete meses y medio que duró el juicio.
Los tres condenados y Juan Luis Benítez, que ha sido absuelto, han protagonizado el mayor caso de pederastia celebrado en España, un macroproceso de treinta sesiones en las que se escucharon relatos estremecedores de víctimas que guardaron silencio durante años.
Este silencio fue roto por una alumna que decidió en enero de 2010 denunciar que había sufrido abusos por parte de sus monitores para evitar que otro niño pasase por lo mismo, una testigo a la que el presidente del tribunal ha hecho hoy un reconocimiento público por su valor, extensivo al resto de víctimas y sus familiares.
A partir de esa denuncia, el ídolo que había conseguido más de 300 medallas y reconocimientos deportivos, cayó y se descubrió al hombre que alardeaba con orgullo y “risa” de que “había estado con más de 100 niños” y su pareja, la acusada María José González, “con más de 50”, según declaró un testigo en el juicio.
El “depredador sexual”, como así lo describió el fiscal en una expresión que ahora la sentencia hace suya, se valió de sus dotes de manipulador para organizar con sus alumnos “auténticas orgías sexuales” sin distinguir edad, sexo o número de participantes, y llevar a cabo prácticas “aberrantes y extravagante”, según el magistrado ponente de la sentencia, Salvador Alba.
Medio centenar de denunciantes, muchos tras un biombo y con un distorsionador de voz, contaron detalladamente a la sala haber sufrido abusos sexuales de sus monitores, algunos a muy corta edad, tanto en la academia como en un chalé situado en una urbanización de la playa de Vargas, propiedad también del principal acusado.
Estos testimonios fueron seguidos por los acusados en una actitud aparentemente fría e impasible, pero con mucha atención, especialmente en el caso de Torres Baena, que día a día tomaba nota de cuanto se decía en el plenario por sus alumnos, que admitieron haber sentido adoración por su maestro, al que incluso aseguraron que llegaron a ver como un dios.
Los procesados, sin embargo, negaron haber abusado de sus alumnos y, en su derecho a la última palabra, Torres Baena quiso dejar claro que él no ha hecho “nada malo” y tampoco lo habría permitido, y que desde luego no abusó de sus hijos.
Pese a las atrocidades que se llegaron a narrar en el juicio, los acusados mantuvieron una actitud monótona y casi metódica, solo alterada cuando el presidente del tribunal, Emilio Moya, a los pocos días de reanudar la vista tras la pausa estival de agosto, dio a conocer el auto de libertad de la procesada Ivonne González, que hoy ha vuelto a prisión tras haber recibido una condena centenaria.
Ivonne González entonces rompió a llorar y se fundió en un abrazo con la acusada María José González, que fue portada de muchos periódicos e imagen de muchas televisiones que han seguido este caso que ha escandalizado a la sociedad grancanaria y al resto de España.
Fernando Torres Baena llegó a solicitar desde la cárcel a la Oficina Española de Patentes y Marcas que se registrara a su nombre la denominación El caso kárate, para reservarse los derechos de posibles libros o películas, algo que le fue denegado.
Desde luego, algunos testimonios que se expusieron en la sala durante el juicio parecían salidos de un film, como el de la testigo que aseguró que Torres Baena abusó de ella a los nueve años mientras agonizaba por una enfermedad terminal su madre, a la que la hizo odiar “porque se iba a morir y la iba a dejar sola”.
Los relatos de las víctimas han constituido la principal prueba contra los acusados y han motivado la insistente pregunta de cómo fue posible que durante quince años no salieran a la luz, con la cantidad de alumnos que pasaron por el que era considerado el mejor gimnasio de kárate del archipiélago y posiblemente de España, a quienes se “arrebató el precioso don de la libertad sexual”.