Con la mirada fija, posada en la vivienda de su familia, Joel no quería moverse de donde estaba. Tras una valla, a varios kilómetros de distancia, observaba el humo rodeando al Valle de Agaete “Es una finca de 40.000 metros cuadrados, que nos da el dinero”. Había tenido que marcharse con su abuela de más de 100 años la madrugada del domingo, cogiendo lo imprescindible, por el incendio que devora Gran Canaria desde el pasado sábado, arrasando 10.000 hectáreas y obligando a evacuar a más 9.000 personas.
Más abajo, en el pueblo, no se hablaba de otra cosa. En cafeterías, en los restaurantes, en las tiendas, en la playa. Todas las conversaciones giraban en torno al incendio mientras, de fondo, sobre el risco del Puerto de Las Nieves, se veía la columna de humo que provenía del fuego que quemaba el pinar de Tamadaba, el pulmón verde de Gran Canaria. “Este fuego, una vez arrancó, se lo ha llevado todo por delante”, se escuchaba decir a un vecino.
En el poliderpotivo de Agaete, el movimiento es constante. Más de 100 voluntarios se fueron ofreciendo progresivamente desde la noche de la evacuación. “Realmente aquí no pasa noche casi nadie, porque las viviendas de la gente que vive en las zonas evacuadas (Valle de Agaete, Los Berrazales o Sao) suelen ser segunda residencia o tienen familiares, pero sí vienen a comer”, explicaba una de ellas. En el pabellón se podían observar ingentes cantidades de cajas repletas de comida, traídas por vecinos, empresas o restaurantes. “La verdad es que el pueblo se ha volcado en la ayuda”, añadía la voluntaria. Algunos animales, todos con su dueño ya reconocido, también tenían su espacio.
Sentada dentro del recinto, cerca de la puerta, Eleutaria, de más de 80 años, no recuerda haber vivido algo así. También fue desalojada del Valle de Agaete, pero confiesa que no quería irse. “Fue porque mi hija me obligó”, se reafirma, mientras recuerda a los pájaros que tuvo que dejar en su vivienda. Francisco, más joven, la acompaña: “Ha sido uno de los días más difíciles de mi vida, es como un duelo”. Aunque es del pueblo, la casa de su familia está en Fagajesto (Gáldar), que también ha tenido que ser desalojada. Ambos creen que el campo debería repoblarse, opinan que así se podrían evitar este tipo de incendios.
En Gáldar, la residencia escolar Manuel Sosa se habilitó con 170 plazas y ha acogido a 83 personas evacuadas de diferentes partes del municipio. Por allí han pasado, ya sea para comer o dormir, vecinos desalojados de Juncalillo, El Tablado, Fagajesto, La Gloria o Caideros. Los voluntarios hacen turnos de 6 a 12 horas y tratan de ofrecer medicación, comida, ropa o apoyo psicológico. Mientras algunos conversan, Julián, de Juncalillo, abre un libro de sopa de letras para entrenerse durante la tarde. Dice que lo tratan “estupendamente”. Esta es la segunda vez que ha debido desalojar su vivienda; la primera tuvo lugar después del 10 de agosto, tras el incendio de Artenara que quemó 1.500 hectáreas. “Recuerdo que me despertaron los chasquidos de la hoja seca y pensé, ¡una granizada en verano!”.
En Santa María de Guía habilitaron la residencia escolar de San Roque para acoger a 11 personas evacuadas de Lomo del Pino, los Altos de Morente o Solapillo. Allí, José Guillén jugaba a las cartas con su hermano y su hijo. “Es el subastao y voy ganando”, dice, sonriente. Su mujer, enfrente, le mira. “Ella tiene alzheimer y el ayuntamiento nos ayudó a venir hasta aquí”. Su casa está en Lomo del Pino y está deseando volver. “Esto se pasa como se puede, nervioso”, reconoce. Alejandro, su nieto, confiesa que lo más importante es tener información, mientras tanto, “hay que estar tranquilos y transmitir tranquilidad”.
La carretera que da a Valleseco, donde se originó el fuego, está cortada. Los vecinos del municipio pudieron ser evacuados en el polideportivo del municipio, pero el domingo han tenido que marcharse de nuevo, o bien a San Mateo, o a Teror. Han pasado 48 horas fuera de casa. El colegio Monseñor Socorro Lantigua, de la Villa Mariana, ha acogido a 170 personas que pernoctan en el recinto, y más de 300 comen allí. Son más de 100 voluntarios que se reparten en turnos de 30 personas. “Hemos estado desbordados de voluntarios, la gente ha sido admirable”, afirma Gonzalo Rosario, el alcalde de Teror.
Allí también trabaja un equipo de nueve personas de apoyo piscológico del Gobierno de Canarias. Cristina, su coordinadora, explica que se reparten en tres equipos: uno para los niños, otro para la zona fuera del recinto y otro para el interior. Su función principal consiste en acercarse a las personas evacuadas para transmitirles tranquilidad y que descarguen sobre ellos su “mochila emocional”.
Rabia, impotencia, miedo, inquietud o tristeza son los sentimientos más compartidos entre las personas desalojadas. Destaca también que el miedo por los animales que dejaron atrás es bastante frecuente y muchos quedaron “impactados” cuando se les decía que, antes de abandonar sus viviendas, debían descolgar las cortinas para así minimizar riesgos si el fuego las alcanzaba. Sin embargo, los niños y los adolescentes “se lo pasan bien”, porque disponen de un equipo animador que está con ellos para jugar o practicar deporte.
María Isabel, de Lomo Madrelagua (Valleseco), fue desalojada de su vivienda en la madrugada del sábado. Salió de su casa con su madre, a la que llevó a casa de su hermana. Ella se fue al polideportivo del municipio. El domingo tuvo que volver a marcharse, esta vez a Teror, desde donde recuerda, compungida, a sus dos perros. “Intento no pensar”, dice, y pone como ejemplo la partida de cartas que estaba disputando con una pareja. Ella, Rosario, de Madrelagua, no esconde que está “muy mal”, que necesita descansar, poder dormir, y en el recinto no logra conciliar bien el sueño.
Aunque el Gobierno de Canarias ha augurado que este martes los vecinos de San Mateo, Valleseco y Moya puedan regresar a sus viviendas, “el panorama sigue siendo complicado”, según Federico Grillo, jefe de Emergencias del Cabildo de Gran Canaria, y se han ampliado las zonas de evacuación al sur de la Isla.