Una de las aves de bosque más escasas del mundo, el pinzón azul de Gran Canaria, podría estar abocada a la desaparición, a menos que se pongan en práctica medidas forestales que le ayuden a expandirse fuera de los pinares de Inagua, la reserva donde se concentra casi toda su población.
La revista científica Peer J publica en su número de septiembre un trabajo liderado por el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid-CSIC Luis María Carrascal, que cifra la población actual de pinzones de Gran Canaria en unos 280 en Inagua, a los que se suma otra colonia de 38 individuos establecida en la cumbre de la isla gracias a los programas de cría en cautividad.
La “lista roja” de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza cataloga al pinzón azul de Gran Canaria (Fringilla polatzeki) como especie en peligro de extinción, a pesar de que su población se ha recuperado ligeramente después del gran incendio forestal que arrasó parte de los bosques de Inagua hace diez años.
Los autores de este trabajo reconocen que los pinzones de Gran Canaria han demostrado en las últimas décadas una gran resistencia y que, a pesar de su escasa población, conservan una alta diversidad genética, mayor incluso que la de sus parientes los pinzones azules de Tenerife (Fringilla teydea), más abundantes.
Sin embargo, subrayan que todo puede deberse que la evolución de su hábitat en el último siglo les ha sido bastante benigna, algo que no necesariamente va a continuar en el futuro, por lo que la especie podría caer de nuevo a la categoría de “en peligro crítico”.
Este trabajo pone números al riesgo corre el pinzón azul de Gran Canaria: su censo no llega ni a la décima parte de la población que el consenso científico considera mínima para que una especie sea viable de cara al futuro (3.742 ejemplares, en el caso de las aves).
De hecho, su densidad (5,5 pájaros por km2 de hábitat) es de las más bajas de la zona occidental del Paleoártico, la región ecológica abarca casi toda Eurasia y parte de África, con cifras de población muy inferiores a otros pájaros también muy escasos, como el trepador corso (5.500 individuos en 185 km2, 29,7 por km2), el camachuelo de las Azores (1.000 individuos en 100 km2, 10,0 por km2) o el trepador argelino (un máximo de 1.500 individuos en 700 km2, 2,0 por km2).
“Dada la preferencia de esta especie por pinares maduros que están sufriendo un retroceso como consecuencia del cambio climático, podríamos estar presenciando la desaparición de un ave endémica del límite oriental de los bosques de Canarias”, advierten los autores.
Sin embargo, no creen que esté todo perdido, sino que entienden que el riesgo se cierne sobre el pinzón de Gran Canaria se podría “aminorar o contrarrestar” con programas de reintroducción y políticas forestales que mitiguen la fragmentación de su hábitat.
Carrascal y sus colaboradores describen en este trabajo cuál es el bosque que mejores condiciones naturales ofrece al pinzón azul de Gran Canaria para reproducirse y sobrevivir: pinares con árboles de más de 15 o 20 metros de altura, no muy densos (de 25 a 50% de cobertura arbolada), situados por encima de los 1.100 metros de altitud y donde llueva de 13 a 24 litros por m2 durante el verano.
Una pequeña parte de la Reserva Natural Integral de Inagua (6,58 de sus 37,59 km2) cumple esos requerimientos. Fuera de ese espacio protegido y de la cumbre, hay solo otro lugar en Gran Canaria que ofrezca condiciones idóneas para el pinzón azul, a juicio de estos investigadores: los pinares de Tamadaba, con unos dos km2 de bosque con características muy favorables para esta ave.
En cambio, otros pinares que también podrían parecer candidatos a acoger al pinzón azul, como los de Pilancones o Tauro, no reúnen las condiciones óptimas para la supervivencia de estas aves.
“Debe considerarse a Tamadaba como un área adecuada para potenciales traslocaciones de ejemplares de pinzón azul, especialmente las zonas situadas a mayor altitud, con pinos altos y mayores precipitaciones durante el verano”, apuntan.
Pero también sugieren trabajar con estos criterios en la gestión de los pinares relativamente jóvenes que existen en otras zonas altas de la isla, como la cumbre, Los Marteles o Los Moriscos, reduciendo su densidad con la retirada de parte de los árboles más bajos, si es necesario.