Las recientes erupciones y el exceso de demanda reavivan la alerta de una traba histórica con el agua del norte de Tenerife

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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En La Guancha, un municipio de poco más de 20 kilómetros cuadrados ubicado en el norte de Tenerife, sus habitantes, alrededor de 5.500, eran conocidos antaño por el manchado de los dientes. Todos en la isla del Teide sabían que la dentadura coloreada de marrón o amarillo representaba haber nacido, corrido y sobre todo bebido agua del grifo en esa localidad silenciosa de cuestas casi verticales. ¿El motivo? El exceso de flúor en el agua de abastecimiento, que provoca fluorosis y afecta a la calidad del esmalte, un problema histórico también en otras regiones septentrionales de la isla y que ha reflotado estas semanas a raíz de una investigación.

El estudio, publicado recientemente en la revista Foods y realizado en su mayoría por científicos tinerfeños, ha analizado unas 274 muestras del agua de abasto en varias zonas de Gran Canaria y Tenerife, recopiladas entre junio de 2021 y mayo de 2022, para determinar el exceso de flúor que podría haber en ellas. Los resultados evidencian que el valor tope marcado por las instituciones europeas con respecto a la concentración de flúor, de 1,5 miligramos por litro, se supera en decenas de ocasiones. En El Sauzal, por ejemplo, la única muestra examinada obtuvo una manifestación de 7 mg/l. En Los Realejos, donde se recogieron siete, la mediana fue de 1,63 mg/l, también por encima.

La conclusión de los expertos es que, mientras en el norte de Tenerife los valores se sitúan de media en torno a los 2,47 mg/l, en ninguna otra comarca, ni de la propia isla tinerfeña ni de Gran Canaria, se sobrepasa el límite propuesto hace décadas por la Unión Europea (UE), un hecho motivado principalmente por el empleo de desalinizadoras en el sur de ambos territorios. En la zona norte, especialmente de Tenerife, el suministro se basa en el uso de galerías, donde el agua entra en contacto con minerales volcánicos, ampliamente conocidos por ser una fuente notoria de flúor.

Los hallazgos, eso sí, no son nuevos. Varios estudios elaborados estos años también han recogido altos valores de fluoruro en el agua del grifo de los territorios norteños de Tenerife. Uno publicado en 2020 halló registros por encima de lo recomendado en Icod de los Vinos, San Juan de la Rambla y La Guancha, con cifras de 4,59, 2,5 y 5,55 mg/l, respectivamente. Otro, difundido en la revista Nutrición Hospitalaria en 2015, encontró concentraciones no recomendables para el consumo en 9 de 11 municipios, también del norte de la isla. Y uno más, hecho público en Salud Ambiental, en 2008 detectó fluorosis en el 75,76% de los escolares de 12 años de Icod, a diferencia de los porcentajes de Santa Cruz de Tenerife (3,97%), La Laguna (45,15%) y Arona (48,68%).

Los investigadores temen que este problema se pueda agravar en los próximos años debido, por un lado, a las recientes erupciones de La Palma y El Hierro, lo que estaría probando un aumento de la actividad volcánica residual profunda en Canarias, y, por otro, a la sobreexplotación de los acuíferos a causa del incremento de la demanda y las sequías. En 2015, el doctor en Ingeniería de Montes y experto en aguas subterráneas Juan Carlos Santamarta, ya advirtió en un trabajo académico de que muchos recursos hídricos bajo tierra de la isla de Tenerife están secándose por culpa de la explotación continua y la escasez de lluvias. Esas explotaciones no están recargándose como deben. Y por lo tanto se están extrayendo más reservas de agua que nunca, las cuales están formadas por enormes bolsas de fluido que han pasado más tiempo (hasta miles de años) en contacto con las rocas.

“Cada vez que aumenta la población de la isla, obviamente se requiere extraer más y eso hace que el agua de más abajo [de las galerías] pase más tiempo en contacto con el fluoruro de los minerales”, explica a Canarias Ahora Soraya Paz-Montelongo, investigadora en el departamento de Toxicología de la Universidad de La Laguna (ULL) y una de las autoras del artículo publicado en Foods. “Esos minerales de origen volcánico tienen una gran proporción de fluoruro que se va soltando. Cuando llueve y se infiltra el agua en las galerías, sube el nivel y disminuye su concentración. Sin embargo, en estas épocas que hemos vivido, con muy pocas precipitaciones, extraemos el agua que se queda en el fondo, donde sí hay una mayor aglomeración”.

Los efectos de un consumo prolongado de agua con exceso de flúor son varios. El principal y más conocido es la fluorosis dental, que provoca la aparición de manchas blancas o amarillentas en el esmalte de la superficie del diente, sobre todo cuando este ha iniciado su formación. También se están estudiando posibles consecuencias en el sistema óseo, neurálgico y endocrino, como la malformación de huesos o el menor coeficiente intelectual de los niños que han sido expuestos durante el embarazo. Pero todo es muy iniciático y aún no ha sido posible encontrar relaciones, matiza Paz-Montelongo, quien sí advierte de otras hipotéticas secuelas, como la formación de piedras en el riñón “que en un principio no asociamos a esto”.

Los municipios del norte de Tenerife han desarrollado diferentes técnicas para mitigar la fluorosis, una anomalía endémica, prácticamente naturalizada entre los residentes, que suelen sonreír y mostrar sus dientes con una mezcla entre orgullo y desdén cada vez que se les pregunta por ello. En La Guancha, donde se estudiaron por primera vez sus concentraciones, allá por el año 1974, la población vive ahora tranquila al respecto gracias a la utilización de una planta de tratamiento de electrodiálisis reversible (EDR) que desaliniza el suministro procedente de la galería Vergara, la mayor de Canarias, la única de la que se abastece esta localidad y que contiene importantes cantidades de fluoruro (no menos de 6 mg/l) por su cercanía al volcán del Teide.

El agua suele estar “perfecta”, afirman los vecinos. Pero en momentos puntuales, por rotura de tuberías o incremento de la demanda, la planta de EDR sufre problemas técnicos, paraliza parte del trabajo y desaliniza menos. Los depósitos municipales deben llenarse entonces con agua sin tratar. Y así vuelven a registrarse niveles no recomendables para su consumo, primordialmente entre menores de 8 años, que se prolongan durante, al menos, una semana. De ahí que en La Guancha, cuando hay fugas, el consistorio deba restringir durante un tiempo la ingesta del agua del grifo mediante avisos por la prensa, redes sociales e incluso megafonía.

El alcalde del municipio, Antonio Hernández Domínguez, confiesa que es un “problemón” y lamenta tener que invertir alrededor de 400.000 euros al año por una tecnología que, sugiere, resultará obsoleta en el futuro próximo, ya que el flúor del agua de Vergara continuará aumentando y la planta de EDR no será capaz de mantenerla por debajo de los 1,5 mg/l.

“Este sistema ha resuelto el problema de la fluorosis, pero tarde o temprano va a ser inevitable que debamos restringir el consumo a menores de 8 años durante toda la vida si seguimos como ahora. Porque, con el paso del tiempo, esto [la concentración de flúor en la galería Vergara] va a empeorar. Y si es así, no vamos a llegar al valor recomendado aun tratándola al 100%”, detalla Hernández. El regidor ha pedido al Cabildo de Tenerife que estudie la posibilidad de cerrar un anillo insular que permita la compra de agua desde otros puntos de la isla. Esta redacción ha preguntado a la corporación tinerfeña por ello, pero hasta el momento no ha habido respuesta. El alcalde de La Guancha cree que su propuesta no está siendo escuchada por “intereses económicos”, vinculados a quienes él denomina “aguamangantes”, y que por ello no se ha acordado esa apertura de mercados.

Mientras, los habitantes de La Guancha viven un tanto ajenos a esta realidad. Algunos llevan bebiendo agua embotellada desde hace tiempo. Otros del grifo porque aseguran que les gusta más y porque no se fían. Amelia y Almudena, de 59 y 49 años, aguantan “con una mala leche increíble” eso de que el agua tomada durante su infancia les manchara los dientes. Por otro lado, Arcadio, de 52, añade que “es nuestra seña de identidad”.

A Juan Manuel, de 82 años, no le hace tanta gracia, aunque él porta ahora una dentadura postiza, así que no tiene que preocuparse por ello. El hombre, con bastón y sombrero, permanece sentado junto al local de loterías de la comunidad. Está esperando a su mujer y a su nieto. A la pregunta de si beben agua natural o envasada, el joven, que no debe tener más de 10 años, confiesa que la segunda. El porqué no consume de la primera lo justifica con una afirmación que repite de forma robótica, como si lo hubiera escuchado cientos de veces. “Exceso de flúor en el agua”.