Salinas sin producción, invernaderos a oscuras y azoteas ennegrecidas, los estragos de la ceniza volcánica que sigue cayendo en La Palma
Durante la mañana, una mujer barre las escaleras de su casa en los Llanos de Aridane. Un camarero limpia una terraza en Santa Cruz de La Palma. Un hombre, a las puertas de su casa, que sale directamente a una carretera que va hacia Breña Alta, cepilla el asfalto. Después de la erupción del volcán, limpiar cenizas en La Palma se ha convertido en una actividad rutinaria y los cepillos y las palas, herramientas fundamentales para recoger una y otra vez la fina composición de partículas de roca y mineral que escupe el volcán y transporta el viento.
Esta arenilla, inofensiva en las cantidades actuales para la salud, puede derribar un invernadero si se acumula durante mucho tiempo en el techo, llenando su interior de oscuridad; también puede paralizar vuelos, como sucedió el pasado domingo, o cubrir una ciudad entera, tal y como recogieron las imágenes en la capital isleña a inicios de semana. Pero también, puede cortar la producción de sal.
En el sur de la Isla, en una zona catalogada como Reserva de la Biosfera y sitio de interés científico, se ubican las salinas de Fuencaliente, que producen en torno a 600 toneladas de sal al año. Según los folletos de la empresa Salinas Marinas de Fuencaliente SL, es “un espacio donde el blanco y el negro se funden para dar vida a un lugar creado por la magia de la naturaleza y el esfuerzo de la labor humana”; allí, “el barro se funde con la piedra para sujetar las cristalinas aguas de océano Atlántico, de las cuales surgen pequeñas gotas densas de sal. Así se conforman los laberintos de piedras, donde se ubica, entre los cristalizadores, pequeñas montañas de sal”.
El enclave turístico sigue recibiendo visitantes y este jueves, 11 días después de la erupción, miraban con curiosidad el tono negruzco de las salinas. “De aquí ya no se puede sacar nada, ¿no?”, preguntaba una de las personas que acudieron a la zona. Con la cabeza, negaba un trabajador que recogía los paquetes de sal extraída antes de que la ceniza invadiera la salinas.
Andrés Hernández, gerente de la empresa, explica que “es la segunda vez que ocurre, la primera fue con el volcán del Teneguía, cuando la lava se paró a unos 200 metros de esta zona”, recuerda. El verdor que caracteriza a La Palma como isla Bonita contrasta con el manto de negrura que cubre lo que se denomina Monumento Natural de los Volcanes de Teneguía. Un altar blanco destaca justo en el final del recorrido de la colada; aunque la lava acabó alcanzado la costa por otra zona, propiciando la creación de la playa de Echentive.
El abuelo de Andrés, Fernando Hernández, construyó las salinas en 1967. Cuatro años después, entró en erupción el volcán del Teneguía, que sí dejo piroclastos y afectó a las estructuras. Después, en las dos generaciones siguientes, tomó la forma que tiene hoy en día. El turismo se ha convertido en una parte importante de sus ingresos; de hecho, el restaurante Jardín de la Sal recibió un Bib Gourmand en la edición de 2020 de la Guía Michelín. Pero la producción de sal, antaño fuente relevante de recursos para la Isla, se mantiene con ventas al sector de la alimentación de La Palma.
Hernández explica que primero se bombea agua de mar hasta la estructura que está en mayor altura, de ahí se va trasladando el agua de forma artesanal a las inferiores hasta llegar a las más pequeñas, donde se seca y se extrae la sal. “Ahora hemos tenido que parar y esperar”, dice. Aunque el abastecimiento ha estado cubierto, Hernández dice que este año la ceniza ha afectado al 30% de la producción de sal fina y gruesa, y a casi toda de otra variedad “más gourmet”, denominada flor de sal. “La producción dura todo el año, hasta finales de noviembre y diciembre; esto ha afectado a todo el invierno”, añade.
El gerente de la empresa Salinas Marinas de Fuencaliente SL. explica que el proceso para limpiar de ceniza todas las estructuras puede alargarse durante más de un mes. “Hay que vaciarlo de agua, limpiarlo y llenarlo de nuevo”. Por ello, tendrá que esperar a que pare la erupción del volcán para comenzar el operativo de cara a la nueva producción. “Esperemos que no llegue a enero”, señala.
En Santa Cruz de La Palma, la ceniza le ha dado una tregua a sus habitantes. Una camarera del bar anexo a la plaza del mercado recuerda que fue “horrible”, por la cantidad de arenilla que tuvo que limpiar durante varios días todo el tiempo. Ahora “está mucho mejor” y espera “que no vuelva, ¡por favor!”.
Julio barre en la puerta de su casa, a las afueras del núcleo urbano de la capital. “Los coches pasan por aquí y dejan más”, dice. Ya tiene un balde lleno y explica que la composición volcánica “tiene muy buenas propiedades” que quiere usar para sus cultivos en una finca anexa: tiene una platanera, una guayabera, una higuera… “La tierra esta es buena y con los nutrientes que tiene esto, que ha salido de la tierra, verás”.
Hasta este jueves, el comité director el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias había asegurado que la calidad del aire era buena. Pero tras la llegada al mar de la lava en la noche del pasado miércoles, se han medido puntualmente valores altos de dióxido de azufre que superan las normativas sobre la calidad del aire.
Las autoridades han recomendado a la población extremar las precauciones en el municipio de Tazacorte, en cuya costa la lava sigue agrandando el delta de 500 metros de ancho y 40 de alto, y también en los Llanos de Aridane y El Paso, pues el viento soplará desde el nordeste. En concreto, sobre todo a partir del viernes, se debe permanecer en interiores en esas zonas salvo necesidad y, al salir, usar mascarillas FPP2, sobre todo las personas mayores, las mujeres embarazadas y los niños y niñas.
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