La sexta ola de la pandemia ha dejado exhausta a la Atención Primaria. La presión asistencial se ha intensificado hasta límites nunca antes alcanzados por la incidencia de casos de COVID-19, sus profesionales han tenido que desdoblarse para soportar esa sobrecarga y a la llamada puerta de entrada al sistema de salud se le han visto las costuras.
Cuando el coronavirus llegó a Canarias, las Islas eran la segunda comunidad que menos gasta por habitante y año en Atención Primaria, según un informe de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública. También era la región con el mayor porcentaje de médicos de familia con más de 1.500 pacientes en su cupo, el número que las autoridades sanitarias recomiendan no superar para garantizar una correcta atención. Los refuerzos de personal durante la crisis sanitaria no han sido suficientes para cubrir estas carencias.
Natalia Hernández eligió la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria por la comunicación con el paciente, por la posibilidad de desarrollar un abordaje “más general” y ver su progresión. Cuando Pedro Sánchez anunció el estado de alarma, estaba a punto de terminar su segundo año de residencia. Su formación pasó a un segundo plano. “Había que arrimar el hombro. Fui al centro de salud de El Doctoral (sur de Gran Canaria) y me dediqué a pasar consulta de pacientes del cupo de mi tutora, de otros médicos, ver pacientes respiratorios o hacer seguimientos COVID. Era un poco ver qué hacían otros y yo improvisar. En el día a día estaba sola. Llegué a tener momentos de ansiedad, de preocupación, pero fue un desafío. Me sirvió para darme cuenta de que valía. Ahora me noto mucho más suelta”.
Ya es residente de cuarto año. Un lunes de sexta ola vio, ella sola, 59 pacientes entre las 11.30 y las 20.30 horas, prácticamente el doble de lo que suele atender en una jornada habitual.Y pudo salir a esa hora porque su tutora, que estaba de vacaciones, vio en remoto, desde su casa, el volumen de trabajo que tenía y se prestó a hacer algunos seguimientos telefónicos. “Ha sido agotador, día tras día. Es imposible llevar una consulta en siete minutos. Si tengo que ver a una persona mayor, que a lo mejor es pluripatológica... Tengo que explorarla, ver las recetas, si los medicamentos que le voy a poner son contraproducentes, que lo entienda, dar seguimiento, ver signos de alarma, pedir analíticas....”, explica.
Natalia Hernández resume su consulta actual en tres grandes bloques: COVID-19, lumbalgias / cervicalgias y cuadros de ansiedad y depresión. “Salud Mental tiene los recursos que tiene. Ve trastornos psicóticos (bipolaridad, esquizofrenia...), pero los adaptativos (ansiedad, depresión), por más que quiera, no puede, no tiene capacidad, y delega en Atención Primaria. No eres psicóloga, pero al final aprendes a escuchar, a dar pautas, lees libros, te formas, porque es lo que ves en consulta. La pandemia no solo ha generado aislamiento. También ha afectado a nivel económico. En el área de El Doctoral viven familias de tres generaciones que dependen de una sola paga. Muchos piden que no les dé la baja porque peligra su trabajo”.
Para la médica residente, la pandemia está “lastrando” la atención a la enfermedad crónica. “Entre oleadas (de COVID) intentas recaptar al paciente diabético, hipertenso, hacer los seguimientos, porque las pruebas de rutina, los controles, los cribados, se han parado, solo se saca trabajo adelante y se parchea. Y al final, ese paciente mal controlado acaba en un hospital con un ictus o un infarto”, relata Hernández, que admite cierta frustración cuando ve que esta actividad queda mermada para centrar los esfuerzos en manejar casos leves de coronavirus. A pesar de ello, no ha perdido la motivación. Confía en que la crisis pase y sirva para proteger la Atención Primaria, para darle importancia, para educar no solo a la población, sino también al personal sanitario, del papel que desempeñan los facultativos de esta especialidad. “El 80% de los motivos de consulta de un paciente se pueden resolver en Atención Primaria si la Atención Primaria es potente y hay una buena formación”, zanja.
En La Palma, el arranque de la sexta ola coincidió con el final de una erupción que mantuvo en vilo tres meses a miles de personas. En este tiempo, se multiplicaron las asistencias por insomnio, cansancio, depresión y trastornos adaptativos y de ansiedad. Poco a poco, cuando la emergencia aún no había terminado, los sanitarios tuvieron que combinar en sus agendas las citas con los afectados por el volcán con decenas de llamadas diarias para hacer seguimiento de casos COVID.
Samuel Hernández es médico de familia y director médico de Atención Primaria en la comarca oeste, que abarca la zona afectada por la lava. Pocos minutos antes de la entrevista, Samuel tuvo que darle un vuelco a la planificación del día porque un compañero notificó su baja. Desde hace ya un mes, resolver imprevistos con los escasos recursos disponibles se ha convertido en rutina. “No podemos contratar más personal porque no hay. Incluso ahora la gente que podría aguantar más se prejubila. Esto en La Palma es peor, porque no es un destino atractivo. Tenerife o Gran Canaria gustan más. Gracias a los profesionales que terminaron la carrera después del 95 y a los que vienen de otros países podemos llegar a todo”, cuenta.
Antes de la sexta ola, los centros de salud de la isla ya estaban saturados. “Veíamos siempre 40 pacientes de media diarios, cuando lo ideal son 25”, apunta. Ahora, el número puede subir hasta 70. Para aliviar esta presión, se han creado en la zona este y oeste dos agendas exclusivas para asuntos COVID. “Algunos compañeros están doblando, quedándose seis o siete horas más. Por la mañana hacen consultas y por la tarde tramitan bajas, hacen primeras llamadas a pacientes positivos…”. El tiempo dedicado a cada paciente ha menguado con el tiempo. “En general se necesitan siete u ocho minutos por persona, pero en casos de ansiedad o depresión son necesarios al menos 20”. Muchas veces, el cuarto de hora de descanso que tienen Samuel y sus compañeros desaparece y es utilizado para atender pacientes.
Este desajuste en las agendas por falta de medios humanos se ha topado con la falta de comprensión de algunos pacientes. Desde el 20 de enero, el centro de salud de Los Llanos empezó a contar con personal de seguridad. “Hemos vivido agresiones verbales y físicas. Nos dicen que nos están pagando el sueldo con sus impuestos. La gente tiene derechos, pero no se dan cuenta de que vienen anclados en un deber. Hay una indefensión por nuestra parte. Menos aplausos y más respeto”.
La crisis del coronavirus ha golpeado a la población en todas sus esferas. Muchas familias canarias se han visto abocadas al desempleo, la violencia machista ha aumentado y han aflorado los problemas de salud mental. En este escenario se mueve María José García. Es trabajadora social en La Orotava y se alterna entre los centros de salud de San Antonio y Las Dehesas. “Hemos vivido una situación agotadora. Me siento como una bombera que apaga fuegos constantemente. El tiempo no me da para poder actuar con la gente como merece. Siento que se me escapan cosas”.
María José lleva toda la pandemia trabajando sin descanso para no dejar a nadie atrás. A veces, se incorpora antes de tiempo a su trabajo para poder ofrecer a sus pacientes una atención de calidad. En otras ocasiones, termina más tarde. “Tengo programadas citas de 30 o 40 minutos y a veces no da. La gente necesita ahora más que nunca hablar y que le escuchen”.
“Hay mucho desbordamiento sobre todo con las personas mayores, que se han deteriorado de manera abismal. Cognitivamente están mucho peor desde que se cortó la estancia diurna en los centros y se suspendió su vida social”, asegura. A diario, se coordina con los servicios sociales del Ayuntamiento para agilizar aquellos casos de personas que necesitan con urgencia plaza en una residencia porque no tienen ningún tipo de apoyo y peligra su integridad.
Pese a sus 26 años de trayectoria profesional, a María José aún le cuesta desconectar de las historias que escucha una vez acaba su jornada laboral. “El sector que más me afecta es el de los menores”, cuenta. En estos meses de pandemia, desde Pediatría han sido derivados a la trabajadora social muchos niños con problemas psicológicos. “La adolescencia es dura, y en este contexto más aún. La crisis sanitaria ha desanimado a los jóvenes a la hora de estudiar o de tener vida social”. Según María José, el programa infantojuvenil de salud mental muchas veces se ralentiza por la demanda, provocando un problema añadido en las familias que no pueden pagar un psicólogo privado.
Acela Bonilla es enfermera en el centro de salud de Titerroy, en la capital de Lanzarote. Recuerda el estallido de la pandemia como una sucesión de malos momentos. La primera semana apenas tenían medios de protección y el conocimiento sobre el virus iba llegando a cuentagotas. Esto le llevó a pedir asistencia psicológica. ''Me llevé el estrés a casa y, sobre todo, el miedo a contagiar a mi familia“. Esta sexta ola ha cogido a los profesionales de la isla ”con más destreza frente a la COVID gracias a la gestión de la dirección del centro“. Sin embargo, el aumento de la demanda los ha saturado.
“Atención Primaria ha sufrido mucho porque paralelamente hemos tenido que seguir vacunando y realizando pruebas diagnósticas”. Acela ve a unas 40 personas al día. Sus tareas se dividen en analíticas, seguimiento de pacientes diabéticos e hipertensos, realización de curas y atenciones en domicilios. Algunos días, si le queda tiempo, ayuda a otras compañeras a vacunar.
La sexta ola ha ralentizado el seguimiento de otras enfermedades como la diabetes. “Algunas personas diabéticas que antes tenían analíticas de control cada tres o seis meses, ahora las tienen cada año. Hemos tenido que priorizar los casos más urgentes y las emergencias nunca se han dejado de atender”, cuenta. “Hay muchas personas que colaboran, pero otras se enfadan y piensan que no estamos trabajando. Intentamos hacerles ver que las cosas han cambiado en todos los sentidos y que hay personas que necesitan una atención preferente”, señala la enfermera.
“Hemos hecho test, hemos vacunado, hemos atendido a pacientes crónicos y cumplido con la atención domiciliaria. Hemos pasado la sexta ola sin desatender otros casos. Con esto me doy por satisfecha”. Acela no se plantea abandonar la batalla. “Lo hacemos todo con ilusión. Cuando vacunamos a 400 personas con las primeras dosis estábamos contentos de trabajar un sábado. También participamos con emoción en el estudio de seroprevalencia. Somos personas y esto nos pasa a factura a todas, pero aún con el riesgo que conlleva tenemos que sacar el trabajo adelante”.
Manuel Castilla tiene un horario fijo de mañanas. En las últimas semanas el número de pacientes diarios que ha atendido en el centro de salud de Tejina, en Tenerife, no ha bajado de 40, y a veces ha llegado hasta los 75. El médico recuerda la segunda semana de enero como la peor. “Fue el boom de contagios de esta variante y no había organización. Teníamos las agendas completas. Cuando surge algo así tenemos que recortar la agenda para intentar incluir a los pacientes programados y a los que vienen sin cita”, explica.
De las 75 personas que atendió en una mañana, doce asistieron al centro de salud de manera presencial. “Lo demás era atender test positivos. Todo el mundo estaba haciéndose pruebas porque nosotros no estábamos dando cita para hacerlas y no podían contactar con el centro de salud. Estábamos desbordados”. Después de este colapso, cambió la dinámica, y los profesionales se vieron obligados a dedicarse en su mayoría a resolver tareas administrativas como las bajas. Para Manuel, parte de la solución pasaría por enseñar a la población a utilizar aplicaciones como Mi cita previa o Mi Historia. “Hay varias herramientas que facilitan muchas cosas y que la gente puede usar para ver cuándo se le caduca la receta, por ejemplo”.
Si otra ola volviera a llegar, el principal problema con el que los trabajadores tendrían que enfrentarse otra vez es “el tiempo”. “Este virus va mutando y como haya otra variante hipercontagiosa como esta, que afecte incluso a personas vacunadas, podemos volver a desbordarnos”, advierte Manuel. “Es imprevisible. Deberíamos tener una especie de colchón de citas, mejorar el sistema telefónico… Los pacientes no saben qué hacer y es normal que busquen una solución”, justifica.
En el centro de salud en el que trabaja, muchos profesionales han tenido que coger la baja en las últimas semanas. En estos casos, los demás tienen que doblar turnos porque no hay sustitutos. “No hay más personal que contratar. Si alguno de nuestros médicos se enferma, otros tienen que trabajar por la mañana y por la tarde”.
José Canino aprendió todo lo que debía aprender sobre su profesión en el centro de salud de Tejeda, un municipio de apenas 1.900 habitantes situado en la cumbre de Gran Canaria. “Es el mejor sitio para trabajar”, dice este auxiliar administrativo que ejerció allí 18 años. “Tenía que hacer todas las tareas: atención al público, apoyo a la dirección, hasta casi de auxiliar de enfermería, porque no teníamos. Solo iba de mañana, es un lugar pequeño”.
Desde hace tres años, su entorno laboral es bien distinto. Ahora presta servicios en Maspalomas, la principal localidad turística de la isla. Su centro de salud administra más de 40.000 cartillas, aunque la cifra es variable porque hay mucha población flotante, visitantes extranjeros y residentes por temporadas. “Algunos vienen cinco meses y después se marchan a su país. Cuando vuelven, tenemos que volver a asignarle un médico. Es la principal diferencia con otros centros. Aunque tengamos el mismo número de pacientes que uno de Las Palmas de Gran Canaria, continuamente nos entran nuevos y aumenta la demanda”, señala.
De baja desde hace días tras haber dado positivo por COVID-19, José Canino no recuerda en sus casi 22 años de trayectoria profesional una presión asistencial tan intensa como la que ha vivido en la sexta ola de la pandemia. “Nos hemos visto sobrepasados todos. Los sanitarios, pero también los administrativos. Uno ve bajar a los médicos y por la cara que te ponen ya sabes que vienen de estar derrotados. Es mucha la demanda y el apoyo es poco”.
El trabajador del Servicio Canario de Salud (SCS) ha echado en falta un refuerzo de personal en la atención al público. “Somos los mismos que antes de la pandemia”. Cuenta que en los días de mayor afluencia pasaba cinco horas seguidas sin levantarse de su asiento para poder atender a pacientes que debían esperar hasta una hora y media. “Si no hubiera sido por la fuerza y el interés de los empleados, no saldríamos como estamos saliendo. Estamos haciendo virguerías, mucho más de lo que podemos hacer. No paramos”, apunta el auxiliar administrativo. “No puedo estar medio minuto con el usuario. Tengo que dedicarle tiempo, resolverle todos los problemas. No me vale el 'vuelva usted mañana'. Entiendo que los usuarios se enfaden cuando tienen que esperar tanto tiempo simplemente para una tarjeta o para darles una cita, pero también tenemos que enseñar a personas que no son muy diestras con la tecnología a utilizar herramientas como 'Mi historia'. Y eso lleva tiempo”, concluye.
La isla de El Hierro es un oasis en el sistema sanitario público de Canarias. Se rige por normas particulares, adaptadas a la idiosincrasia de una población pequeña, de apenas 12.000 habitantes. Los horarios de Javier García Niebla son un ejemplo. Este enfermero de Atención Primaria, natural de Tenerife, trabaja en atención continuada todos los fines de semana, desde el viernes a las 21.00 horas hasta el lunes a las 8.00, en el centro de salud Valle del Golfo, en Frontera, y descansa entre semana, periodo que aprovecha para profundizar en sus estudios sobre el corazón, rama en la que se ha especializado. En 2016 fue distinguido por la Sociedad Interamericana de Cardiología gracias a sus aportaciones sobre los electrocardiogramas.
El centro de salud atiende a cerca de 4.000 personas. Javier García calcula que el fin de semana del 22 y 23 de enero hizo él solo unas 70 pruebas de antígenos. Cerca de la mitad dio positivo. “Primero viene el padre, luego la madre, después la suegra... Al final, como esto es un pueblo, como es tan pequeño, todos se avisaban y se formaban las colas. Si alguien se hacía un test y daba positivo, llamaba a toda la familia para que fuera al centro de salud. Si trabajaba en un negocio, llamaba a todos los empleados para que lo hicieran. Se fue formando una pelota y se generó una actividad de demanda muy desordenada, que quema”.
Durante esas jornadas, en el centro de salud de Frontera solo ejercen Javier García y un médico. “Hemos tenido que trabajar más, ha habido más presión, pero nos hemos adaptado bien. En estas épocas también solemos tener episodios de gripe y muchas veces ha habido demandas parecidas a esta. La diferencia es que esta genera más alarma, la gente viene nerviosa, inquieta, pero por lo general la situación no era de urgencia. La mayoría de usuarios llega con síntomas muy parecidos a los de la gripe: molestias de garganta, dolores de cabeza, alguno con fiebre... El cambio es que le tenemos que hacer test y el follón de las bajas”.
Uno de esos días, el médico y el enfermero del centro Valle del Golfo tuvieron que abandonar el centro a las doce de la noche, “después de un día entero haciendo pruebas COVID”, para acudir en ambulancia a asistir a personas que habían resultado heridas en un accidente en el que se vieron implicados tres vehículos. Además, hubo que continuar con la atención continuada habitual (curas, inyectables...) “Hubo un poco de caos, pero al final todo salió”, asevera García, que considera que la Atención Primaria es un “pilar fuerte” de la sanidad herreña. “Tenemos recursos y un personal que se lleva bien. Desde que tocan el timbre, tienes al paciente en la cabeza. Lo conoces bien, es un sitio pequeño”, concluye.
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