ENTREVISTA | PEDRO BRAVO, PERIODISTA E INVESTIGADOR SOCIAL

“La turismofobia no es negativa. Es el grito de una gente que está harta y que hay que escuchar”

Toni Ferrera

27 de mayo de 2023 16:19 h

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La manifestación del pasado sábado en Tenerife en favor de una moratoria turística, ecotasa y ley de residencia finalizó con un grupo de activistas increpando a turistas al grito de tourist, go home (turista, vete a tu casa) en una expresión catalogada de “turismofobia” por parte de la patronal y algunos partidos políticos.

Después de la pandemia, la recuperación económica en Canarias ha llegado gracias al restablecimiento del modelo turístico previo al virus. Pero a una dimensión incluso mayor. El Archipiélago ahora recibe a más viajeros que nunca y las proclamas difundidas durante la crisis del COVID sobre un turismo menos cuantitativo y más cualitativo han quedado en papel mojado.

El debate ha vuelto a ocupar grandes portadas durante la campaña electoral y varios líderes políticos han vuelto a pedir una diversificación de la economía canaria, mientras que otros han defendido al sistema que “nos da de comer”. El hartazgo entre parte de la población, eso sí, parece ir en aumento.

Pedro Bravo (Madrid, 1972), periodista e investigador sobre temas sociales y urbanos y fundador de Soulandia, una cooperativa dedicada a la comunicación, publicó en 2018 el libro Exceso de equipaje: por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo. En la obra explica por qué las voces contrarias a este modelo apenas han sido escuchadas, cómo impacta la industria turística en diferentes partes del mundo y por qué “algo está fallando”. Cinco años después de su publicación, el análisis realizado por Bravo no ha perdido actualidad, sino todo lo contrario.

En el libro cuentas que las concentraciones contra turistas han ocurrido históricamente en distintos lugares. En Tenerife pasó hace unos días. ¿Te sorprende que siga ocurriendo?

No me sorprende. Con la pandemia pensábamos que íbamos a cambiar el modelo económico, incluso la forma de viajar, pero ha pasado todo lo contrario. Esto es una infraestructura económica. Y los territorios, todos, han vuelto a apostar por el turismo a saco porque a nivel macroeconómico se considera un ingreso muy relevante para el PIB, en especial en comunidades insulares como Canarias y Baleares.

Las concentraciones retratan la complejidad del problema. Y la turismofobia no es negativa. Es el grito de una gente que está harta, que hay que escuchar y que retrata algo que es real: cómo impacta el modelo de turismo masivo en los territorios. Un impacto complejo, porque los presuntos beneficios del turismo no recaen generalmente en las poblaciones locales. Las grandes cadenas hoteleras son capitales internacionales, incluso las que son españolas tienen diversificado su modelo de pago de impuestos y muchas de ellas pagan donde quieren.

Y luego están, claro, los impactos sociales o ecológicos. ¿Qué tipo de empleo está dando el turismo? ¿Un empleo bien pagado o estacional y precario que a la gente no le da para vivir? Estas manifestaciones representan algo de lo que nos habíamos olvidado al recuperar la normalidad. Y es que igual la normalidad de tanto turismo de cualquier manera no es normal, sino rara, porque está impactando. Que haya manifestaciones significa que hay un hartazgo de un modelo que no está satisfaciendo a todo el mundo.

El propio concepto de la turismofobia, ¿hacia quién se dirige? El manifestante increpa al turista, pero ¿es un error individualizar este asunto en los viajeros?

El turista es solo un peón, alguien que consume productos turísticos sin un componente crítico que actualmente es muy difícil tener. Con las autopistas turísticas que contamos (Airbnb, agencias de viajes online, líneas aéreas…), no es fácil hacer un consumo responsable porque no hay infraestructuras que lo propongan.

Poner el dedo en el peón de todo esto me parece erróneo, pero comprensible al mismo tiempo, porque es lo que tienes delante. Quizá las manifestaciones deberían darse a las puertas de la diputación, de la comunidad autónoma o del Estado. Porque el turista elige una opción de consumo probablemente con pocas selecciones y a quien habría que señalar es a quien toma las decisiones.

¿Y quién las toma?

Lo fácil sería decir que los gobiernos, pero ellos también lo hacen influenciados por grupos de presión, agentes de la macroeconomía con mucha más influencia que las organizaciones sociales. Estamos en un país, España, que es el segundo en movimientos turísticos. Y Canarias es una de las regiones más importantes. Hay grandes influencias que empujan por un modelo que se piensa que es positivo, pero que tal y como se está haciendo no lo es tanto o no lo es siempre.

"Los ciudadanos no están percibiendo los supuestos ingresos del turismo porque el modelo parte de una base de precariedad

Ese cuestionamiento sobre el modelo turístico ha llegado en forma de investigaciones y estudios publicados en las últimas décadas. Pero son publicaciones que apenas se han escuchado. ¿Por qué hemos estado tanto tiempo sin decir una mala palabra sobre el turismo?

Aquí confluyen varias cosas. Una es cómo funcionan los relatos. El modelo turístico español empieza en los años 60 como una de las vías de desarrollo económico del franquismo, así que desde el principio está conectado con capitales financieros y extranjeros cuando la globalización apenas existía. Todo eso es vendido como progreso. Y la palabra progreso no la cuestionamos.

Lo que no se analizaba es un asunto tan básico en economía: la contabilidad. En el libro cito el caso de Ámsterdam, donde unos investigadores independientes elaboran el Excel de contabilidad del turismo en esa ciudad. Y concluyen que sale a deber. Que lo que pone el territorio vs lo que ingresa, es negativo. Y esto es lo que pasa en casi cualquier territorio. Que los ciudadanos no están percibiendo los supuestos ingresos del turismo porque el modelo parte de una base de precariedad.

Hablamos mucho de los riders, de la uberización de la economía, del trabajo de la hostelería… El turismo y el trabajo que propone tiene mucho que ver con todo eso. ¿Qué ocurre si ese gran modelo económico que nos han vendido no le da a la gente para sobrevivir? Pues algo está fallando. Y esto hay que relacionarlo con un dato muy relevante: es cierto que turistas somos todos, pero cuando publiqué el libro, en 2018, el 30% de los españoles no podía irse de vacaciones.

En Canarias, entonces, hay dos realidades: la de los turistas, que ven este lugar como un paraíso; y la de mucha parte población local, que no llega a fin de mes mientras observa a cientos de miles de personas visitar el Archipiélago. ¿Eso incita a la manifestación?

Yo diría que en todo ese recorrido hay distintas etapas. La primera es la del deslumbramiento, y utilizo el ejemplo de Barcelona. Antes de 1992, Barcelona era una ciudad que no brillaba fuera y dentro tampoco. Pero con las Olimpiadas, se hace una estrategia turística que repercute en la ciudad. Y ahora es muy difícil encontrar a un barcelonés que no esté orgulloso de su ciudad.

Pero la segunda etapa comienza cuando todo eso se convierte en monocultivo y ya no es positivo: el trabajo es precario, aumenta el alquiler, la gente que te visita, además, no paga impuestos por los servicios que recibe (seguridad, limpieza, residuos…). Cuando el habitante de una ciudad ve que eso ocurre y que además hay un impacto ecológico, esta segunda etapa empieza a ponerse en marcha al estilo: el turismo está bien, pero así no.

Y creo que lo que vivimos después del confinamiento retrata ambas cosas. Tras esos meses, los vecinos de Barcelona podían caminar tranquilamente por Las Ramblas, los de Madrid por la Gran Vía, en Canarias las playas eran únicamente para los canarios… Pero luego nos preguntamos, ¿y de qué vivimos? Eso seguro que alimentó la vuelta a la normalidad. Pero ese regreso ha sido estrepitoso.  

"La calidad no debe atribuirse a que los turistas gasten mucho, sino a que los empleados turísticos cobren bien de verdad

El título del libro recoge la expresión ‘exceso de equipaje’, y precisamente en sus páginas haces esa metáfora de que, si nos pasamos de peso, el turismo pasa a ser algo perjudicial. ¿Cuándo ocurre esto?

El exceso no es solo por un turismo masivo de gente, sino también por las condiciones del modelo y los costes que supone. Por eso, cuando los adalides del sector hablan de “turismo de calidad”, que haya más ingresos, gasto por turista y día… Es una trampa. Porque está demostrado que las grandes hoteleras de lujo no se caracterizan por pagar bien a sus empleados. La calidad no debe atribuirse a que los turistas gasten mucho, sino a que los empleados turísticos cobren bien de verdad.

¿Cuándo se da el exceso? Es muy difícil saberlo, porque el modelo ya nace viciado. Y va a peor. Lo mismo pasa con las tasas a la aviación, por ejemplo, un sector para el que no hemos levantado puertas: cada vez hay más vuelos, más aeropuertos… Y no nos fijamos en eso. Es como si el turismo fuera una zona de no agresión. Y eso tiene que ver con asuntos económicos que no son estrictamente turísticos. La globalización está muy relacionada con los excesos; la barra libre a las tecnológicas; la financiarización de la economía… Todo eso está muy vinculado al turismo, que al final es un poco la punta de lanza.

O sea que la crítica al turismo es una crítica también al modelo económico

No se puede separar. El modelo turístico responde a todos los vicios de nuestro sistema económico. Los vicios de la precariedad, de cómo la inmobiliaria es un tablero de Monopoly para los fondos internacionales… Es indisoluble. Por eso cuando se señala al turista, se señala al sujeto equivocado. El sujeto es el mercado, los poderes económicos que influyen en los poderes públicos internacionales.

Antes hablabas del turismo de calidad y sostenible. Ahora vemos que las empresas hoteleras comienzan a lanzar esos mensajes de responsabilidad y da la sensación (o por lo menos esa es la que yo tengo) de que ocurre igual que con la transición energética: las mismas petroleras que nos llevaron al calentamiento global, ahora quieren salvarnos. ¿Debemos fiarnos de ellas?

Con mil matices, no. Para empezar, turismo sostenible es un oxímoron como la copa de un pino. El turismo, tal y como está planteado, es insostenible por definición. De hecho, ya que has citado el caso de las petroleras, fueron ellas mismas las que crearon el concepto de “huella de carbono” en una campaña publicitaria y de ahí se pasa este asunto al común de los mortales. Esto es una capacidad fantástica que tiene este sistema para que cada uno de nosotros sintamos la culpa de lo que ocurre en el mundo. Y con el turismo pasa lo mismo.

Es verdad que hay cadenas hoteleras que llevan años trabajando en esto y que realmente lo hacen con compromiso. Pero es muy difícil cambiar de verdad, porque estamos en un modelo de competencia. Y hasta que los cambios no sean estructurales, no pasará nada. Lo que hay ahora no son cambios, sino pequeñas acciones que intentan paliar los efectos negativos de ciertas actividades.

Yo no sé cuál es la solución. Y a veces, a quienes tenemos análisis críticos de la situación, nos preguntan: ¿cómo lo solucionarías tú?

Exactamente lo que pasa en Canarias. Aquí no tenemos industria, el sector primario pierde peso… Es como si estuviéramos ‘condenados’ al turismo.

Bueno, hay una vía. Habría que analizar la contabilidad y estudiar los resultados. ¿Que eso significa que debemos implantar una tasa turística? Se cobra. ¿Que hay que subir los salarios? Se suben. ¿Que la vivienda tiene que estar protegida para los residentes? Se protege. ¿Que hay que limitar los vuelos? Se limitan. Y si todo eso significa que hay que pagar una millonada y que vienen pocos turistas, que sea así. Habrá un poquito más de equilibrio. Lo que no podemos es vivir del cuento de que el progreso y el desarrollo es bueno para todos, porque no es verdad.

"En la crisis ecosocial en la que estamos, nuestra libertad también deberíamos limitarla. Igual no deberíamos ser libres de consumir irresponsablemente

¿Y cómo podemos conjugar la libertad de las personas con la necesidad de decrecer, que es lo que comentas en el libro? Porque puede resultar complejo y contradictorio en un principio.

Yo creo que hay que cambiar de marco. Si hacemos todo lo que he comentado ahora para que finalmente solo viajen unos pocos, podría no ser justo, porque pasaríamos de ese 30% que no puede irse de vacaciones a un 60%, no lo sé. Y eso no es justo, no es equitativo. Pero si hay una cantidad de seres humanos que se están forrando con todo esto y no están devolviendo a la sociedad prácticamente nada, el marco debe cambiar. Y debe hacerlo con solidaridad y redistribución de la riqueza.

Además, el tema de la libertad es complejo. En la crisis ecosocial en la que estamos, nuestra libertad también deberíamos limitarla. Igual no deberíamos ser libres de consumir irresponsablemente. Primeros los ricos, claro. Pero luego también el resto.

¿Qué significa libertad? ¿Poder consumir sin frenos? En el caso del turismo, por ejemplo, ¿realmente tenemos esa necesidad de ir a una capital europea cada fin de semana? Hay un derecho al descanso, claro, pero no un derecho al turismo. Y dentro de eso, caeremos en contradicciones, pero hay que subrayar que la culpa no es nuestra, sino en cómo está diseñado el sistema.

El regreso a la normalidad tras el confinamiento ha sido acrítico con el turismo. Pero en Canarias ya se están dando las primeras pistas de que otra vez hemos vuelto a lo mismo.