“La pobreza engorda”, apunta Juan Carlos Llano, investigador de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN). Y no solo engorda, sino que también está vinculada a un peor estado de salud mental, mayor percepción de riesgos laborales, peor atención sanitaria y muchas otras variables que ilustran la desigualdad en salud en Canarias, una realidad ya conocida en el Archipiélago que acaba de ser refrendada con los últimos datos de la Encuesta de Salud de las Islas 2021 (ESC 2021).
El sondeo, publicado esta misma semana, ha tardado más de seis años en salir después de su última actualización, en 2015. Entre medias ha acontecido el final de una crisis financiera, un cambio de gobierno regional y una pandemia. Pero la brecha de salud entre ricos y pobres se mantiene, e incluso se agranda, en una de las comunidades con más pobreza estructural de toda España. “El tiempo entre consultas, las pruebas, la accesibilidad, las vías preventivas… Todo eso tiene que ver con los determinantes sociales de las personas”, agrega Llano, que en 2019 coordinó el informe La desigualdad en la salud, de la EAPN.
La ESC 2021 divide a los encuestados, un total de 5.739 personas, en seis niveles socioeconómicos distintos. El grupo I engloba a directores y gerentes de establecimientos de diez o más asalariados y a profesionales tradicionalmente asociados a licenciaturas universitarias; el II recoge prácticamente lo mismo, pero esta vez hace mención a directivos con menos de diez empleados; el III a ocupaciones intermedias y trabajadores por cuenta propia; el IV a supervisores y personal en empleos técnicos cualificados; el V a agricultores y otros profesionales semicualificados; y el VI a trabajadores no cualificados.
Al final, el análisis trata de estratificar a la población en distintas clases, que no dejan de ser un constructo, como apunta Beatriz González López-Valcárcel, catedrática en Economía de la Salud por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), para reflejar cómo las condiciones sociales influyen más que el código genético en la realidad sanitaria. “Que según nazcas en un barrio rico o pobre de Barcelona, por ejemplo, tu esperanza de vida sea nueve años menor [en relación a este último], eso es desigualdad en salud. Y es algo gravísimo para un sistema nacional como el nuestro”, remacha la investigadora.
La encuesta canaria no detalla esperanza de vida por municipio o distrito, pero sí analiza una serie de condicionantes que podrían explicar por qué unos viven más que otros. Según los resultados, las clases más desfavorecidas se alimentan peor, especialmente por el consumo de dulces, refrescos y comidas preparadas, así como por una menor ingesta de verduras y frutas. Además, los que menos dinero tienen practican menos deporte: mientras el 20,8% de los encuestados de la clase I, esto es, el grupo con rentas más altas, manifiesta un nivel bajo o inactivo de su actividad física, el 31,45% afirma lo mismo en la clase VI, la más desfavorecida, una diferencia de 11 puntos porcentuales.
La consecuencia más palpable de esto viene representada en el índice de masa corporal según estratos sociales. Para la clase I, el porcentaje de personas obesas es del 8,53%; para la clase VI, del 23,15%. La brecha entre unos y otros es aún más grande que la reportada en 2015, cuando los valores eran del 12,34 y 20,19%, respectivamente. Las cifras resumen que para los ricos la prevalencia de obesidad ha descendido estos últimos años y para los pobres, no. En cuanto a la obesidad infantil, se aprecia un pequeño descenso en casi todos los grupos, pero muy pequeño. “No puede ser casualidad que Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura, Canarias y la Comunidad Valenciana, es decir, las comunidades con las tasas de obesidad más altas, sean también las que ocupan los primeros lugares en las tasas de riesgo de pobreza”, reza el informe de la EAPN.
Por otro lado, resulta llamativo que los grupos de rentas más bajas revisen con mayor asiduidad su tensión arterial, el nivel de colesterol o azúcar, pero no hagan lo mismo con cuestiones un tanto más específicas, como mamografías, salud bucodental o citologías vaginales. Para Juan Carlos Llano, la explicación puede estar en que muchas personas de dichos colectivos no reciben las cartas de aviso del servicio o directamente no tienen acceso al mismo.
Asimismo, la falta de cultura del autocuidado y de prevención también influye. “Los pobres lo tienen más difícil, desde luego, por muchas causas. Para ellos, pedir un día en el trabajo para ir al médico es un problema, además de que, si es grave, luego les puede costar el empleo”, señala Llano. Y eso que sufren más, según las estadísticas. La ESC 2021 muestra que las personas con menos dinero, a diferencia de las que sí lo manejan en cantidad, padecen más dolores en las articulaciones por artritis o artrosis, dolor de espalda por lumbago, problemas de salud mental, patologías del corazón, tensión alta, diabetes, alteraciones en la menstruación, anemia e insomnio crónico.
La innumerable lista conlleva a que un 35% de los encuestados de los grupos de menos renta, especialmente V y VI, confirme haber acudido a un centro de salud en el último mes, a diferencia del 22,84% registrado por la clase I. Sin embargo, esto no se traduce en una mejor atención. Para los primeros, es más habitual afirmar que la consulta ha sido mala o regular que para los segundos, lo que deriva en que entre el 17 y 19% alega haber recibido una asistencia médica insatisfecha.
“Hay muchas inequidades, desigualdades que son evitables. Pero nadie mete el dedo en la llaga en este sentido porque resulta un poco complicado. Porque cómo demuestras que los médicos atienden peor a las mujeres que los hombres, por ejemplo. Hay prejuicios que ni siquiera las propias personas, los propios médicos, se dan cuenta”, razona Llano. “Lo importante [para rebajar la brecha de desigualdad en salud] es mantener un sistema eficaz. España estaba catalogada hace unos años como uno de los países con mejor sanidad del mundo. Pero eso debe sostenerse gastando dinero, con inversión”.