Como en el célebre poema de Benedetti, el futuro de nuestras ciudades combinará la táctica con la estrategia para mutar hacia una nueva realidad, derivada de la pandemia de coronavirus, que no hará sino acelerar algunas tendencias ya desbrozadas en los municipios más innovadores del planeta. El ejemplo que nos viene a la mente de inmediato es la peatonalización de las calles, un fenómeno ya testado en Canarias y que sigue casi siempre la misma tendencia: rechazo inicial de los residentes, aplauso de los viandantes y buena coexistencia como resultado final. Y esa palabra, coexistencia, adquiere mucho sentido en tiempos como los que estamos viviendo. Lo primero que descubre el paseante cuando camina por la calzada de una calle hasta hace pocos días propiedad de los coches (aparcados o en circulación) es que la anchura de nuestras calles es mayor de la que pensábamos. Este cronista lo descubrió anoche mismo, en la calle Heraclio Sánchez de La Laguna, la última en la que ha sido interrumpido el tráfico en la Ciudad de los Adelantados, de momento con soluciones poco agradables a la vista, seguramente de carácter temporal, pero que recurren al diseño para producir esa convivencia ya tan deseable.
El final del desconfinamiento ha tenido la virtud de plantear algunas preguntas. La primera: los espacios para el paseo y el deporte en nuestras ciudades, pueblos y barrios, ¿son suficientes? Si atendemos a lo visto en los primeros días tras el encierro colectivo, desde luego que no, aunque la tendencia se ha moderado como parte de una secuencia lógica: del todos a la calle a la normalización de hábitos. Las capitales canarias han adoptado algunas medidas de poco riesgo, como la habilitación de calzadas para su uso por los peatones. Tardaron más de lo que debían, guiados por esa dinámica según la cual preferimos que sean otros los pioneros, un reflejo conservador que carece de etiquetas políticas y que en realidad nos ayuda poco. Canarias, que se presenta con frecuencia como laboratorio para la innovación, ejerce poco esa creencia pronunciada de palabra. Con alguna excepción: Las Palmas de Gran Canaria se ha atrevido con una estrategia de fomento de la bicicleta expresada sin complejos y ejecutada sin miedo, y comienza a recoger frutos de su audacia.
Pero volvamos a la palabra clave, la que explica lo que está por venir en el paisaje de nuestras ciudades: la coexistencia. Habrá que tomar medidas permanentes, por tanto estructurales y estratégicas, y otras temporales, tácticas, como la extensión del espacio público cedido a las terrazas de los establecimientos de restauración. Ahora lo necesitan para garantizar su viabilidad, en el futuro deberán devolverlo para el uso colectivo del paseante, en la medida que los espacios interiores sean recuperados para el uso lucrativo. Este pacto de convivencia a medio y largo plazo empieza por cada uno de nosotros, por el respeto a la distancia física y la asunción como hábito de las medidas profilácticas, con la mascarilla como nuevo utensilio obligatorio en la mochila. Y pasa por la consideración de nuevos conceptos, como la compatibilidad entre la peatonalización (con pavimento o con medidas correctoras) y el tráfico a baja velocidad para los residentes de una calle que quieren acceder a sus garajes. Pasa por las supermanzanas entendidas como espacios regidos por reglas comunes, que nos obligan a ceder privilegios, más que derechos, porque el urbanismo es también una ciencia de la convivencia, que ahora mismo nos pone a prueba más allá de las diatribas políticas que ya están y las que vendrán. Pasa por la introducción de los servicios de cercanía, porque el urbanismo del cuarto de hora, la aproximación entre las necesidades cívicas y la oferta de todo tipo (comercial, cultural, de ocio y también laboral) tiene sentido en un contexto como el que vamos a vivir, que limitará temporalmente el transporte colectivo masivo o al menos lo pondrá en cuarentena ante el riesgo de problemas futuros de salud pública o similares.
Todo esto es así porque, como sentencia el poema de Benedetti, la estrategia contra esta pandemia y las que puedan venir es la necesidad de la ciudad como hecho civilizatorio definitivo en la economía, la cultura y la vida. Y porque el cargo político más importante de los próximos años será el cargo de ciudadano.