Joan se mueve entre montones de ropa acumulados en el piso. La suciedad y el desorden impregnan la estancia. Camina con dificultad y jadea a cada paso mientras muestra los rincones de su hogar. “Aquí dormía Conchita”, dice señalando un pequeño cuarto donde apenas da la luz. Conchita, su madre, tiene 97 años y desde mayo está ingresada en el Centro Sociosanitario del Pino, en Las Palmas de Gran Canaria. Hasta esa fecha, Joan, de 74, era el encargado de sus cuidados.
Ahora, este grancanario con corazón en Cataluña, la tierra donde residió 45 años, vive solo. Tiene diabetes, déficit cognitivo, hipertensión, se desorienta con facilidad, presenta problemas de visión y el síndrome de Diógenes. En la conversación, evidencia lagunas en la memoria y su cuerpo muestra cicatrices que le han dejado caídas recientes.
Elda, José y Gara son sus tres apoyos fundamentales. Elda y José, una pareja de cerca de 60 años, residen en la vivienda de enfrente. Gara, una estudiante, era la inquilina del piso de arriba. Ahora vive en Tafira, pero baja a visitarlo al menos dos veces por semana y se encarga de sus gestiones. En la Isla, además de su madre, solo tiene un pariente, un primo con el que no mantiene una relación fluida y al que apenas deja interactuar.
Joan recibe la ayuda de la Cruz Roja, que le proporciona la comida todos los días, y del servicio de asistencia domiciliaria del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, que envía a una trabajadora dos veces por semana.
Los vecinos, sin embargo, sienten que han agotado todos los cartuchos para que Joan sea ingresado en una residencia, su expreso deseo. Con la mediación de la trabajadora social del centro de salud de Canalejas, tocaron en junio la puerta de la Fiscalía Provincial de Las Palmas, que solicitó la valoración de un neurólogo. La cita se la dieron para agosto de 2012. El pasado 24 de octubre, una trabajadora social y una enfermera del Sistema de Atención a la Dependencia acudieron a su domicilio para valorarlo. Gara estuvo presente en el examen. “Las dos personas que vinieron me dijeron que no entendían cómo no estaba ya en una residencia”, afirma la estudiante, que sigue a la espera de que le notifiquen los resultados del informe. El Diputado del Común y el Cabildo de Gran Canaria también han tenido conocimiento del estado de Joan.
“La situación de riesgo es inmediata. No le he pasado nada más grave porque están los vecinos, pero su estado de salud es para estar ingresado. Si dejamos de estar nosotros, Joan corre un riesgo vital”, dice Gara. Hace dos semanas, Joan tuvo que ser ingresado de urgencia en el Hospital Doctor Negrín de la capital grancanaria por una sobredosis medicamentosa tras tomarse las pastillas de dos días en uno por un olvido. “La suerte fue que Elda y José pasaron a verle, lo vieron mal, y lo pudieron llevar al hospital, pero no puedo garantizar que no vuelva a hacer otro disparate con las pastillas”, señala.
Joan no recuerda lo sucedido: “¿El lunes pasado? No me acuerdo, son tantas cosas... Sé que fui al hospital y fue José conmigo. Fue algo importante seguro, porque no había llegado Gara y ya estaba aquí la ambulancia. Se me fue el baifo, ya volverá...”
La situación se ha tornado aún más delicada en las últimas semanas, ya que Elda, su vecina, se encuentra ingresada en el hospital. “Como no están los vecinos, la insulina -tiene que inyectarse una vez por día en el centro de salud- se la puede poner o no. Si no se la pone, se le suben los niveles de azúcar en sangre, enseguida se desorienta y alcanza síntomas de hiperglucemia importante. No sería la primera vez que vamos a Urgencias con valores muy altos, de incluso derivarlo al Negrín para bajarlo lo más rápido posible”, apunta Gara.
La joven urge a las autoridades a acelerar los trámites para que Joan pueda disponer de una asistencia permanente. “Necesita una persona a su lado las 24 horas. Si no lo vamos a ver, le pasa algo. Eso es lo que nos están dejando, especialmente a los vecinos que están al lado. Cuando lo vemos descompensado, tenemos que parar toda nuestra vida para llevarlo a un centro de salud o atenderlo allí mismo”.
Joan agradece la comprensión y preocupación de sus vecinos. “Son extraordinarios, con palabras no se puede explicar. No se puede hacer más porque tampoco puedo pretender que vengan después de trabajar a meterse en la cocina o a hacerme compañía. Yo hago lo que puedo y lo que no puedo se queda por hacer, ya se hará”, concluye.