Actriz a los 77 años
Pino Medina nació tan solo unas horas antes de que comenzara la Guerra Civil. Dice que su padre la dejó con siete días y la encontró con 4 años. Ahora, a los 77, ha decidido subirse al escenario bajo la dirección de Sergio Placeres (Teatro Estudio de Telde).
Junto a ella, otras 10 personas dan vida a Un día de playa, de María Almenara, “escrita como se escribía antes, en el Siglo de Oro, como escribía Shakespeare”, relata Placeres; la autora acudía al taller con los actores, escribía y corregía.
Empieza el ensayo general. Los once se balancean, empujados por una brisa y un mar ficticios. Alguien canta una melodía nostálgica. Hablan de pescado, de cuentas de fiar y de 20 duros, pero también de la amistad, del trabajo por tradición y de las clases sociales. Se ríen, se enfadan; se nota la complicidad.
Al subir al escenario, “la sensación que tengo es como cuando cojo el trolley para irme al aeropuerto y salir de viaje: alegría total”, según Masu Hernández. Cuando acaba la representación y el público aplaude, “parecemos actores de verdad”. Lo son, en realidad. “Todo el año estamos horribles, nos equivocamos..., pero cuando subimos al escenario, sale genial”, añade esta actriz por afición que interpreta a la divertida de un grupo de amigas.
Para María Bordón, Maruca, el teatro es “alegría”, ya que “de aquí para atrás hemos trabajado como burras”; sus profesiones: costureras, empresarias, comerciales o amas de casa. Aprender su personaje le ayuda a ejercitar la memoria y admite que hay muchas veces que se olvida de su papel, pero siempre recurre a la improvisación y, ¡oiga!, no le queda mal.
La mayoría ronda edades similares y son mujeres que llevan unos 8 años actuando. También está Darío Pulido, que transmite una timidez que desaparece cuando interpreta, momento en el que “me suelto la melena”, dice. Junto a él, el benjamín, de 16 años, sale a toda prisa antes de que acaben las horas de ensayo. Tiene otra cita.
Saro Sosa también corre para llegar a tiempo. Trabaja en la rama sanitaria y desprende simpatía. Del teatro, le gusta la parte social de conocer gente y su mejor experiencia ha sido subirse a las tablas del Auditorio Alfredo Kraus.
El estrés se olvida al llegar a la Asociación de Vecinos El Roque Azucarero cuando, en palabras de Andrea González, “no me acuerdo de nada ni de nadie; desconecto total”. Ella hace de una niña traviesa, confianzuda y activa que corretea aquí y allá, siempre pidiendo regalos. Su madre siempre asiste a verla desde la butaca, “tiene 87 años y me dice 'muy bien hija'; ella es muy crítica”. Comparte elenco con su hermana María Teresa.
Actúan por 3 euros y nada de la recaudación es para ellas. Tienen que pagar un seguro y, el año pasado, ni siquiera les dejaron presentar su obra en el teatro municipal. Ahora sí, han conseguido estar en el Juan Ramón Jiménez.
El 30 de mayo, representarán en la Sala Insular de Teatro de Las Palmas de Gran Canaria Hasta la mejor cabra se mea en la gaveta.
Sergio Placeres lleva 15 años impartiendo clases de interpretación. Para él, “el teatro es la vida, es un medio de expresión” donde puedes “morirte sin morirte realmente”. Tiene más de 100 alumnos de entre 4 y 80 años, y ha trabajado con invidentes y personas con dificultades para hablar.
Cada año hacen una obra diferente. En un grupo de menor edad está Guadalupe Rodríguez; tiene 31 años y está en paro. Aquí, “te olvidas de los problemas por un rato” y, sobre todo, “olvidas la vergüeza”. Es lo que le ocurre a su primo, de 14 años y a quien el teatro le ha ayudado a “hablar con la gente, a ser más sincero”. Interpretan, junto a Guayarmina Hernández, La Tierra de Jauja, de Lope de Rueda.